TU VIDA ES UNA BOCANADA DE AIRE
Empezaré citando al gran Chesterton: “Cuál era el nombre de un hombre (o mujer) determinado, a cuánto ascendían sus ingresos o con quién se casó no son cosas sagradas, son cosas simplemente irrelevantes”. Pues bien, eso es justo lo que pienso cuando alguien toca un tema general y lo convierte en una historia personal para justificar una mirada reduccionista en la que una desafortunada narrativa intenta que todos encajemos.
Por ejemplo, quien afirma que su carrera como escritor ha estado plagada de éxitos, que se ha encontrado a una pareja maravillosa con quien compartir dichos triunfos y un representante que lo vende hasta en la Feria del Libro de Pachuca no es porque tenga una fórmula mágica para que su hacer literario haya despegado con esa fuerza ni que quienes no logran publicar sus tuits más retuiteados en el 24 horas tengan la peste bubónica. Para nuestro bien, eso de la normalidad es solo una medida estadística: cada uno estamos a nuestro paso, con nuestras experiencias, nuestros abismos, nuestras eternidades y nuestros fantasmas.
Hace un par de semanas, hubo un ir y venir de diferencia de opiniones sobre un artículo de Orfa Alarcón titulado “Contra el alarde de ser mujer”. Y pues tengo un par de apuntes que compartir, nada más eso.
Primero: no entiendo muy bien de dónde proviene esa extraña idea antagonista que intenta plasmar la autora entre el personaje Orfa y las demás: ella libre y que ofrece su trabajo que “casi se vende solo” y las demás que se agrupan porque no creen en su trabajo y solo así pueden validarse; las demás con aureolas al aire que chorrean lecha materna y ella tapadísima y muy seria para hablar de editoriales independientes; ella que no quiere que se le festeje por ser mujer y las demás sí; ella que ha tenido tres veces la beca del FONCA y que la leen en Europa y las demás que ni becas ni han sido leídas en Europa.
Bueno, me parece muy temerario el análisis este en el que se asume que existe algo así como las “Orfas del mundo” y “las demás” porque tanto en unas como en otras hay un sinfín de combinaciones: las que tienen una obra que se lee en Europa y un novio que les pega; las que son grandes escritoras y no han logrado publicar ni un solo libro; las que han tenido becas y escriben bazofia. Y así me puedo seguir hasta la náusea. Pero eso no es el punto.
Me da gusto saber que la vida de Orfa no es una más de esas que engrosan las terribles estadísticas sobre mujeres maltratadas por sus parejas, sobre mujeres que ganan menos en el mundo editorial por el simple hecho de ser mujeres; sobre mujeres acosadas sexualmente o sobre esas que entran a la fila hasta atrás nomás por tener vagina y glándulas mamarias. Me parece genial que nunca haya pedido un trabajo en el que para aceptarla la hayan metido en un cuarto de rayos equis. Ni que en esa habitación, un médico le preguntara si está embarazada mientras le da un folleto con un feto que, casi de forma cariñosa, dice: “Mami, si sabes que estoy ahí, díselo al doctor”. Ya saben, por aquello de que las embarazadas no son buena fuerza de trabajo. ¡Qué decir de las que amamantan y que por seis meses pretenden tener dos espacios de una hora en su jornada laboral para ir a alimentar a sus críos!
Me parece maravilloso que Orfa no haya tenido que pasar por esas terribles situaciones que, por cierto, ninguna mujer debiera vivir. Es fantástico que su vida sea más igualitaria, sobre todo viviendo en una ciudad como Monterrey que no necesariamente está en los mejores lugares de desarrollo humano o igualdad de género, pero –bueno- cada quien habla por cómo le fue en la feria y, realmente, la historia de esta escritora es una bocanada de aire en medio de un desangelado panorama.
Ahora bien, lo que me irrita del texto es el disfraz malo y de mal gusto de un individualismo exacerbado que se empeña en mostrar solidez en la naturaleza humana porque, bueno, la vida de Orfa es solo suya y nada tiene que ver con las demás. Las generalidades son solo un modelo como lo es el modelo económico de los neoliberales salinistas o la tridimensionalidad atómica. No existe algo así como “todos los eventos de género” o “todas las señoras que amamantan en público”. Veo cómo los economistas o muchos científicos sociales se han comprado eso de la generalidad pero, ¿un artista que se condena a sí mismo a ser alguien de blancos y negros? No se me ocurre algo más lamentable. Quizá la única capacidad imaginativa que le quede a alguien así es ver el mal en donde lo único que se manifiesta es la cotidianidad.
Con respecto a la caduca lucha por la igualdad de género, ¡qué sé yo! Se me antoja que cincuenta años no son nada y que necesitaremos una distancia de siglos antes de poder juzgarla verdaderamente. Claro que las cosas son distintas cuando se viven fuera de la perpetua lamentación. Quién sabe a dónde nos van a llevar las cuotas de género o celebrar el Día de la Mujer, pero lo que no podemos hacer es cancelar que eso es parte de nuestra realidad y negarnos a ver el mundo una y otra vez para poder verlo de a de veras (a menos, claro, que lo que uno quiera es someterse a una castración creativa).
Soy de las que piensa, como la propia Orfa, que las emociones de las que trata la literatura son emociones universales. Punto. El artículo “Contra el alarde…” y otros tantos que lo aparejaron me parecen de un largo y un ancho carentes de profundidad, sobre todo por aquello de asumir que si se es mujer se está más que capacitada para disfrutar de una felicidad perfectamente plana, serena, es cosa de que una le eche ganas. Ora sí que sufres porque quieres, mana.
Temo decir que la de nadie es una existencia decorativa y las cosas unos días están a toda madre y otros tantos, las situaciones parecen invivibles. Para nuestra suerte y, también, para nuestra desgracia aún tenemos la oportunidad de descubrir los infiernos y el paraíso que narra La Divina Comedia.
No me molestan los optimistas inconscientes o aquellos para los que solo su verdad es satisfactoria, sin embargo, a esos les tengo malas noticias: no existe algo así como la verdad, ni objetiva ni subjetiva. Allá afuera solo está el mundo y sus infinitos recovecos y nada de lo que hagamos constituye el fin de las alegrías o los sufrimientos.
Las cándidas conversaciones que se tienen dentro del apacible y bucólico mundo literario, esas en donde los protagonistas se sienten atacados y vituperados por tener ideas geniales, a ellos les diría que su última pregunta antes de publicar debería tener como referencia una genial afirmación del escritor Yuri Herrera: “Antes de quejarse de que le odian por sus ideas asegúrese de que no está diciendo pura pendejada”.