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EL HORROR DE CARNE Y HUESO

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Dropped off the edge again down in Juarez
“don’t even bat an eye
If the eagle cries” the rasta man says, just cause the desert likes
Young girls flesh and
No angel came.
Tori Amos – “Juárez”

enguin Random House lanzó Caballo de Troya, iniciativa editorial que acoge nuevas voces narrativas bajo el criterio de un editor invitado. Rodrigo Castillo, que también estuvo en el Fondo Editorial Tierra Adentro, apostó por la publicación de El emisario o la lección de los animales, de Alejandro Vázquez Ortiz; Mi abuelo y el dictador, de César Tejeda; Algunas margaritas y sus fantasmas, de Paulette Jonguitud y Matagatos, de Raúl Aníbal Sánchez. Esta última es una novela de iniciación: Francisco, Javier y Adán, entrados en la adolescencia, se aferran a una tabla de salvación para navegar en la desolación. El epígrafe, que alude a Tofet, lugar donde se sacrificaban infantes para el dios Moloch Baal, nos advierte que ellos tres no saldrán ilesos del todo, a pesar de que su amistad cómplice ha sido un refugio sagrado donde transcurrieron “horas y horas en las que la plática se extendía en todas direcciones y sin aún sentido, tendidos panza arriba en alguna banqueta aún cálida por el sol del día que había pasado, mirando las estrellas”.

Detrás del supuesto crecimiento económico impulsado por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), asoma la cabeza la precarización: las oportunidades siguen siendo insuficientes y quienes corren con la suerte de entrar a la fuerza de trabajo se topan con condiciones laborales que no mejoran mucho según el acuerdo regional. En la década de los noventa, la violencia y la inseguridad también eran el pan de todos los días: “Una pequeña guerra entre narcotraficantes, la primera de muchas, explotó en las calles de Juárez y la vida se hizo insufrible. Mutilados, decapitados, coches bomba: mensajes macabros redactados con cuerpos humanos”. Ese es el entorno del trío de amigos (“No era de extrañar que aquellos muchachos del barrio crecieran semisalvajes”), de los cuales Adán es el líder y, desde la primera página de Matagatos sabemos que han encontrado su cuerpo: “Cuatro años antes del asesinato de Adán comenzaron los feminicidios que después hicieron famosa a la ciudad fronteriza (…) Después cada semana una mano o un pie desnudo delataban algún nuevo cadáver femenino, violado y estrangulado, escondido entre las dunas desérticas”. Esta arqueología se expande hasta la ciudad capital de Chihuahua, estado que, según análisis recientes, sería de los más afectados si se cancelara el TLCAN.

Raúl Aníbal Sánchez tiene un ojo avizor y nos muestra, con una técnica narrativa digna de uno de los cuatro evangelistas, la personificación del mal: Gilberto, “nombre germánico que quiere decir famoso por la flecha”, y conocido como el Matagatos, sobrenombre que adquirió cuando mató a un felino del que “dicen que no dejó ni el cuero”. Su formación es militar y policial, su perfil psicológico parte de haber sido abusado en la infancia y, como suele suceder, se transforma en un abusador extremadamente cruel, sin empatía. El escenario apocalíptico es una ciudad que hace honor a ese lugar mencionado en Libro de Jeremías en el que bebés recién nacidos eran cremados para ofrecerlos a la deidad cananita: “Fue un 4 de octubre cuando Adán desapareció, día de San Francisco de Asís, patrón de los animales y de los lobos en especial. Su cadáver, medio mordisqueado por perros salvajes, apareció el 12, Día de la Raza”.

La imaginería, una de las virtudes de esta novela, se encuentra precisamente en los testimonios intercalados del Matagatos: “Lo otro está afuera, sigue y seguirá matando porque no lo pueden detener”. O: “Lo más cercano al sentido que mantiene el mundo debería ser su capacidad de reproducir ese animal grotesco que somos. Ese mecanismo babeante”. El también poeta y ensayista inserta versos de poetas como Baudelaire en el recuento, casi bíblico, del despertar de estos tres amigos, algunas veces antihéroes, otrora testigos pasivos que “después crecieron y estudiaron y vieron a nuestros amigos morir acribillados, de sobredosis o en accidentes automovilísticos. La ciudad se puso peor y la sangre llegó al río, como dice el proverbio, pero en este caso fue literal. Había muchas masacres en bares y avenida, y la sangre de decenas de cadáveres siguió la dirección del deficiente drenaje pluvial de la ciudad”.

El Matagatos, misógino y cínico, también es víctima y victimario que aprovecha la oportunidad de reivindicarse en un sistema donde impera la locución Homo homini lupus: “Pero me cansé de los niños. No de su amor, que es lo único bueno que hay en el mundo, sino de la estupefacción de su mirada, su suspicacia ante la muerte aún cuando ya estaba sobre ellos. Supuse que era la edad, no todos pueden vivir con esta consciencia de la muerte, como yo lo hago”.

Libro que puede leerse sin interrupciones, el ritmo de Matagatos está marcado por una tensión constante: cada personaje se deshumaniza por las ausencias que le preceden, las cuales no son solo físicas sino, incluso, de capacidades básicas como la empatía: “El daño entre los tres era mayor de lo que creían y para recomponer el tejido del mundo Adán tenía que entregar lo más preciado de su reputación”.

En Matagatos, Raúl Aníbal Sánchez expone el círculo vicioso de la destrucción: “¿Quién puede prever cómo se instala la violencia en nuestras vidas? A veces, aunque las señalas son evidentes, algo en la existencia social nos lleva a dejarlas pasar”. El merismo también aparece en Matagatos: “qué degradación de todo lo perfecto es amar una cosa”. La verdad suprema es una paradoja: este también es un valle de la Matanza inspirado en la recordada en el Antiguo Testamento: “Por tanto, he aquí vendrán días, dice Jehová, que no se dirá más, Tofet, ni valle del hijo de Hinom, sino valle de la Matanza; y serán enterrados en Tofet, por no haber lugar.” (Jeremías 7: 32).

Raúl Aníbal Sánchez, Matagatos, Caballo de Troya. 2017.

 

CENTENARIO DE PLATA

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l Santo es la imagen del luchador mexicano en el mundo. Cualquier persona lo conoce, haya asistido o no a una función de lucha libre, hasta el más ignorante de este deporte sabe reconocer al Santo y a su némesis, Blue Demon. Es uno de los símbolos patrios no oficiales de nuestro país en el extranjero. Uno sabe que si hay alguien con una máscara de El Santo en un estadio de futbol en Rusia, Inglaterra, Sudáfrica o China, lo más seguro es que sea mexicano.

Rodolfo Guzmán, el hombre que acabó desapareciendo tras la máscara plateada, nació un 23 de septiembre de 1917 (22 años antes que Batman), en Tulancingo, Hidalgo. Fue el menor de siete hermanos y el amor por la lucha libre lo aprendió de ellos, ya que ambos eran practicantes del catch. Uno de ellos era Jesús Guzmán, alias Pantera Negra, quien moriría en el ring, y el otro, Miguel “Black” Guzmán. En 1920 su familia se trasladó a la Ciudad de México, al barrio de Tepito, cuando él era muy joven, tomó clases de dibujo y pintura en la Academia de San Carlos, pero al ser de clase trabajadora -trabajaba de obrero-, tuvo que abandonar los estudios.

Nace un ídolo
Sin embargo, la lucha libre lo embrujó desde joven. Rudy Guzmán, como era conocido en ese entonces, debutó a los 16 años y portó siete personajes antes de llegar al que lo consagraría. Era habilidoso y carismático, pero ninguno de los personajes que escogió le quedaba. Fue el Hombre rojo, El Incógnito y también un Murciélago II “pirata”, ya que utilizó el nombre sin la autorización de Velázquez. Salvador Lutteroth, padre de la lucha libre, dueño de la Empresa Mexicana de Lucha Libre, hoy Consejo Mundial, tenía planeado crear varios personajes y le encargó a Jesús Lomelí que buscara talento. Este reclutaría a Rodolfo Guzmán para crear un personaje irónico: El Santo, quien sería un rudo despiadado. La idea era que la gente dijera: ah pa’ santito cuando repartiera topetazos y patadas ilegales.

Guzmán diseñó su propia máscara, incluidos los famosos ojos en forma de gota, que tanto se imitarían. El Santo fue un éxito instantáneo, merced a una gran campaña que organizó la empresa antes de su presentación; su carisma, su talento luchístico y su personaje conformaron una bomba que estalló en los encordados.

El éxito en las arenas haría que la industria del cómic, en ese momento  enorme en México, se fijara en él. Fue como si Hollywood lo hubiera contratado, pues los llamados “paquines” eran muy populares. Firmó un acuerdo con el multifacético y obsesivo José G. Cruz, quien ya había publicado y escrito varias historietas con luchadores. Él lo bautizó con la leyenda de “El enmascarado de plata”, complementando así el nombre: Santo, el enmascarado de plata, una revista atómica. Esta publicación saldría primero cada semana, luego cada tercer día y, debido al enorme éxito, diario.

En esas páginas comenzaría el mito de El Santo, al sacarlo del ambiente semi realista del cuadrilátero para conducirlo a senderos mitológicos. El luchador siempre desempeña un personaje, dentro de las cuerdas desarrolla una historia, porque la lucha libre es al mismo tiempo actuación, deporte y narrativa. Los golpes son reales, pero se ven más fuertes cuando el contrincante los “vende”. Los “piques” van subiendo de tono hasta que un enfrentamiento final es impostergable.

El personaje del Santo fue creado por el propio Rudy Guzmán, tomando lo mejor de sus tres luchadores favoritos: Black Shadow, Cavernario Galindo y Gardenia Davis. De Shadow tomó la innovación en las llaves y por medio del ejercicio luchístico, dar lo mejor frente al público. Del Cavernario, la fiereza. El Santo, antes de abandonar la esquina ruda, lastimaba a sus contrincantes hasta hacerlos sangrar, y buscaba hacer enojar al público. De Gardenia aprendió a nunca salirse del personaje. Dizzy Davis, alias Gardenia, fue un luchador tejano, uno de los primeros exóticos, que todo el tiempo estaba en su papel . El Santo lo llevó a grados absurdos: su propia esposa decía que incluso en casa no se quitaba la máscara.

Pero sería José G Cruz quien lo enfrentaría a los miedos que en ese entonces sufría la sociedad mexicana. Lo mismo el diablo, que los nazis, terribles comunistas, que mad doctors. El Santo se rendiría frente a la Virgen de Guadalupe a quien, en más de una ocasión, le pediría ayuda. Lo volvió un superhéroe de carne y hueso, que siempre ganaba, incluso dotándolo de un aparato que lo hacía volar, mismo que desapareció luego de que en una arena casi lo linchan por no llegar volando. Por eso, Guzmán le pidió a Cruz que relajara su imaginación.

La fama
La gente no se cansaba de los luchadores, por lo que el cine vio una veta de negocio y comenzó a producir películas con esa temática. René Cardona padre filmaría el serial El enmascarado de plata, con guion de Ramón Obón, fotografía de Raúl Martínez Solares. Esperaban que el Santo la protagonizara pero declinó la oferta temiendo hacer el ridículo. El Médico Asesino le entró al quite.

Si bien La bestia magnífica es considerada la primera película de este género, fue la de René Cardona la que contiene todos los elementos del género que se volverían un imán de taquilla: Ciencia ficción, melodrama, terror y lo más importante: un héroe enmascarado que no tuviera miedo de soltar mamporros coreografiados.

Al ver el éxito de la película, Santo aceptó la oferta del luchador y guionista Fernando Osés, para filmar un par de cintas dirigidas por Joselito Rodríguez, con guion del propio Osés y Enrique Zambrano. La producción se realizaría en Cuba y se filmarían al mismo tiempo: Santo contra el Cerebro del mal y Santo contra los Hombres Infernales. En esta última, el ídolo aparece en un papel pequeño sin su característica máscara debido a que, por las carencias de presupuesto, tuvo que aparecer de extra.

Blue Demon, su némesis
Los Lutteroth se frotaron las manos al ver la mina de oro frente a sus ojos, así que crearon variantes del personaje. Pronto debutó un Santo segundo, encarnado por Vicente Ramírez, que la Comisión de Lucha echó abajo debido a que se prestaba a fraude al ser prácticamente el mismo personaje. Pero sí pudieron colar una efímera novia del Santo, con Irma Aguilar detrás de la máscara.

En aquel entonces, Televicentro, a la postre Televisa, ofrecía funciones televisivas con su propio roster de luchadores, competencia directa a la empresa propiedad de los Lutteroth, reconocida como seria y estable. Para dar batalla, la EMLL tuvo que quemar sus mejores cartas. Para ese momento había dos grandes ídolos, El Santo y Black Shadow, así que el enfrentamiento entre ambos era inevitable. Shadow perdió. El enmascarado negro no sólo perdió su máscara, también mucha de la magia que lo acompañaba, por lo que la empresa suplió el pique con un supuesto hermano del derrotado: Blue Demon.

En un mano a mano, Demon humilló al plateado y así inició una rivalidad que ha traspasado ya una generación. Santo sin Blue Demon no sería el mismo, sin esa eterna rivalidad no tendría la misma magia. Al cambiarse el plateado a la esquina técnica sería el justo complemento, el ying para el yang, del rudo Demon. Uno tendría para sí las fuerzas divinas, el otro las demoniacas.

Esta competencia llegaría incluso a los juguetes. En la década de los sesenta se harían los famosos moldes de los muñecos de luchador, en dos poses: la clásica con una mano arriba y otra abajo, cómo iniciando una “toma de réferi”, y la de los dos brazos levantados en pose de hacer “una doble Nelson”. La primera, icónica, sería sacada de una foto de El Santo en la revista Box y Lucha. La otra corresponde a una foto de Blue Demon. Con el tiempo, la del Santo sería la genérica.

Pronto la rivalidad ficticia en los encordados escalaría al cine y al terreno personal. Dentro del cuadrilátero era evidente que lo que empezó como ficción era ahora muy real. Demon tenía un cuerpo muy bien trabajado en el gimnasio además de ser un gran luchador. Blue Demon era famoso por ser cohetero, es decir, un luchador con suficiente técnica y fuerza, como para reducir a cualquier contrincante. En el famoso mano a mano posterior a la lucha entre Black Shadow y El Santo, Demon hizo evidente que si bien no tenía el gran carisma del plateado, lo superaba en habilidad y fuerza. Por eso la lucha de apuesta nunca se dio pues Santo sabía que perdería ante un rival superior a él.

En otros terrenos, el Santo era superior. En Las momias de Guanajuato, dirigida por Federico Curiel, el trato con Blue Demon era protagonizar junto a un novato Mil Máscaras, una cinta en la que Demon fuera el personaje principal. Sin embargo, el productor Rogelio Agrasánchez decidió incluirlo al final, agregando unas escenas en las que Santo termina por ser el héroe máximo.

El retiro
El Santo decidió retirarse todavía en plenitud de sus facultades. Lo hizo en una lucha que tuvo lugar el 12 de septiembre de 1982, una semana antes de que cumpliera 65 años. Hizo un equipo de relevos “australinos” con Gory Guerrero, padre de Eddie y Mando Guerrero, con quien vivió años de gloria formando “La Pareja Atómica”, sumando a Huracán Ramírez y El Solitario. Sus oponentes fueron el Perro Aguayo, El Signo, Negro Navarro y el Texano, rudazos de siete suelas. Huelga decir que la facción plateada ganó.

¡Santas películas!
La leyenda del plateado ha sobrevivido incluso a su hijo, a sus imitadores, a la chacota. Sus películas van del bajo presupuesto a la serie B de culto. Si bien tiene cintas terribles como Santo vs asesinos de otros mundos en la que los efectos especiales consistían en sabanas mojadas que simulaban ser un monstruo, también tuvo cintas que destacaron como El hacha diabólica, Santo contra las mujeres vampiro o El espectro del estrangulador.

La concepción del Santo fue cambiando con el paso del tiempo: de ser un guerrero místico a agente secreto, hasta terminar penosamente como un justiciero arte marcialista. Los productores mantenían viva la imagen del luchador adaptándola a las modas del momento, sacando en el camino bastantes billetes.

A su muerte, su mito fue devorado por la cultura popular. Sus películas fueron sacadas de contexto y el gran público ahora lo veía como una especie de atracción de feria. Atrás había quedado el luchador que llenaba arenas; era un tipo con vientre que no se quitaba la máscara y que salía en película de muy bajo presupuesto. Comenzaron a surgir leyendas como que “en Francia sus producciones eran consideradas surrealistas”, como si el low budget y las alocadas tramas fueran propias sólo de sus películas, como si el cine de explotación fuera algo privativo de México.

El Santo devino en una moda kistch que su progenitor, El Hijo del Santo, acabó por mercantilizar hasta el hartazgo y que los despachos de diseño explotaron, al igual que los cineastas en ciernes, que con un par de máscaras hacían “un homenaje” al plateado. La mercadería de las tiendas “autorizadas” elimina el elemento principal del éxito del plateado: el pastiche. La lucha libre es una licuadora de influencias en los que, al final no acaba por encontrarse la fuente original, porque, al asimilar todo crea algo nuevo.

“El nombre de El Santo yo mismo me lo puse. Me inspiré en El hombre de la máscara de hierro”. Me dije, ¿por qué no voy a ser ‘el hombre la máscara de plata’? Así fue, así debuté. Yo hice mi propio equipo. Yo quería debutar como un príncipe, todo plateado… una cosa fabulosa. Desgraciadamente fue todo lo contrario. Lo que se presentó fue un monstruo. La máscara era plateada pero burda, todo completamente diferente a como había pensado. Pero en esa primera lucha armé una escandalera y aquí sigo. Pero todo debe acabarse y por eso me voy”, contó El Santo en una entrevista poco antes de su retiro de los encordados.

A 100 años de su nacimiento, el oriundo de Tulancingo, sigue tan vivo como antes, esperando entrar en acción de la mano de alguien que sepa explotar su esencia para que siga dando topes voladores y aplicando la de “a caballo” a políticos corruptos, momias revividas y alguno que otro extraterrestre.

EL DÍA QUE NACIÓ LA LEYENDA: EL SANTO VS BLACK SHADOW

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La noche del 7 de noviembre de 1952, Santo, el enmascarado de plata, se enfrentó a Black Shadow, ídolos de la afición, en un match de máscara contra máscara. Los días previos a la lucha, Black Shadow aseguraba que le quitaría al plateado la máscara con todo y cabeza. Según sus declaraciones, publicadas en El Universal el 6 de noviembre, Black Shadow afirmaba que nadie le quitaría la satisfacción de “descubrir el rostro del campeoncito ese tan antipático”,  y que “de una vez por todas destruiré la ridiculez que encierra El Santo tras su máscara de plata”. Al día siguiente, el 8 de noviembre, apareció en el periódico La Afición la crónica de Antonio Andere, uno de los cronistas deportivos más reconocidos de México, en una época en la que los medios impresos no escatimaban espacio para relatar hazañas deportivas. A cien años del natalicio del Santo, reproducimos la crónica de Antonio Andere de la lucha que convirtió al Santo en ídolo indiscutible.

Anoche en dramática lucha y ante entrada récord en el Coliseo, Shadow se quitó la capucha y reveló su nombre real: Alejandro Cruz

Por ANTONIO ANDERE, Redactor de LA AFICIÓN.

Vencido por El Santo luego de una lucha dramática cuya tercera caída fue estrujante además de sensacional, The Black Shadow se arrancó la capucha y despejó la incógnita que lo acompañó por sus correrías en los cuadriláteros a través de ocho años, para dejar al descubierto su rostro y dar a conocer su nombre de pila —Alejandro Cruz—, delante de una multitud nerviosa, expectante, que produjo un entradón récord anoche en el Coliseo.

Creemos, sin temor de incurrir en exageraciones, que jamás una lucha en México había despertado tanto interés, tanta expectación como la de máscara contra máscara, singular desafío, que sostuvieron los dos enmascarados de más calidad y de mayor personalidad de la lucha libre mexicana. La cosa había nacido dos semanas antes cuando en match derivado de batalla campal, Shadow le ganó a El Santo después de que ambos hicieron tremendos esfuerzos por desenmascararse mutuamente. Partió el reto del vencido, es decir, de El Santo, y Black Shadow recogió el desafío como todo un hombre. Y la cita fue concertada para anoche en el Coliseo, concretamente en el corto espacio de un cuadrado de seis metros por lado, el ring del embudo de Perú. El anuncio del match conmocionó a los aficionados y ayer, desde hora temprana, los boletos se esfumaron y para las siete de la noche las localidades no numeradas del Coliseo se hallaban pletóricas de gente mientras una multitud que se calculó en no menos de cinco mil personas pugnaba inútilmente por conseguir boletos que en manos de la voraz reventa llegaron a cotizarse a 40 pesos los que en taquilla costaban siete, y a 100 pesos los que costaban 25, los de primera fila que eran los más caros.

El resultado fue que anoche quedó implantado un nuevo récord de entradas en la lucha de México. Por ahí podrá sacar en conclusión el amable lector el arrollador interés del singular evento que, hay que decirlo desde luego, en su realización, ya sobre el ring, correspondió a ese interés que había desbordado. Porque fue una lucha histórica entre dos verdaderos colosos, dos grandes figuras del ring. Antes del combate las opiniones se hallaban divididas respecto a quién seria el vencido y, consecuentemente, el desenmascarado. Tal vez hayan sido pocos más los que deseaban la derrota de El Santo que quienes deseaban su triunfo. Y cuando después de la lucha semifinal en la que ocurrió, por cierto, algo notable pues Joe Marín, la Maravilla del Norte, derrotó al japonés Sugi Sito, el cuadrilátero quedó vacío y listo para que subieran los protagonistas del match estrella, en la amplitud del Coliseo y en la mente de todos los aficionados cobró caracteres de impaciencia la interrogación que se empezó a incubar desde que la lucha había sido concertada: ¿Perdería la capucha El Santo y quedaría al descubierto el misterio que en forma de máscara plateada ha cubierto su rostro a través de una docena de años? ¿Sería, por el contrario, The Black Shadow quien perdiera la lucha y la capucha?

Fue Black Shadow el primero en subir al ring luciendo su fastuosa bata negra con vivos en color solferino. Lo acompañaba su hermano, Blue Demon. Luego irrumpió en el cuadrilátero en medio de ensordecedora algarabía, ese personaje que ha cobrado relieves de fantasía: ¡El Santo! Todo de plata: máscara, zapatos, bata, mallas… Su compañero y “sécond” era Dick Medrano, el hombre que estuvo en su esquina la noche en que destronó a Bobby Bonales. Buena suerte, por lo visto, le significa Medrano en la esquina a El Santo. Y con los ojos de 12 mil gentes que estaban en la Arena clavados sobre el ring y los ojos de probablemente más de medio millón de personas fijos en las pantallas de televisión, dio principio el encuentro y empezó, por ende, a descorrerse la incógnita. Empezaron en plan limpio. Y aunque usted no lo crea, los momentos más interesantes del encuentro fueron aquellos en los que ambos jalaron por los procedimiento científicos, enseñando que si los dos son rudos de gran categoría,   también en el terreno limpio saben desplazarse a la altura de los científicos más reconocidos.

Empezaron, decíamos, como dos caballeros. Cambiando llaves con llaves con lucimiento y destreza, El Santo lució la fuerza y habilidad de sus piernas; pero siempre tuvo en Black Shadow un rival de sus tamaños. Fue Black Shadow quien tocó el botón para que se abriera la compuerta de las rudezas al darle un golpe en la cara a El Santo. Este ripostó como de rayo y entonces el combate adquirió un tono explosivo y sensacional. Se propinaron durísimo castigo a base de golpes y El Santo tomó ventaja, acabando por arrojar fuera del encordado a su rival. Y dos veces que Shadow intentó volver, fue botado a punta de patadas por el enmascarado de plata. Por fin volvió Alejandro y nuevamente tuvo lugar un cambio de rudezas con ventaja final, otra vez, para El Santo que levantó en vilo a Shadow, con los pies hacia las lámparas y lo llevó hasta una esquina para azotarlo brutalmente contra las cuerdas, de estómago a ellas. Luego, quebrantada así la resistencia del fúnebre, El Santo le recetó una tanda de azotones de espalda contra los rincones del ring. Lo tomaba por un brazo y lo impulsaba hacia la esquina, golpeándose Shadow espalda y nuca contra los vértices de las paralelas.

El final del asalto estaba próximo. El Santo lo sabía y tendió a rematar al Shadow cogiéndolo nuevamente por un brazo y arrojándolo contra las cuerdas para hacerlo rebotar en ellas y recibirlo con tope, elevarlo luego por los aires para hacerlo azotar y echársele encima, poniéndole planas las espaldas. El réferi Ruddy Blancarte llevó a cabo su conteo, se encendieron las luces y el brazo de El Santo fue izado en señal de triunfo por lo que a la primera caída se refería. Aunque fue solícitamente atendido por su hermano en la esquina, Shadow salió para la segunda caída sin tenerlas todas consigo. Rápidamente lo atacó El Santo con topes; pero la maravillosa elasticidad de Black le permitió trocar en favorable una situación que le estaba siendo muy adversa. Reaccionó con topes y se creció, echando a El Santo fuera del ring y cobrándose las patadas de la caída anterior, es decir, botándolo violentamente cada vez que el enmascarado de plata trataba de volver al enlonado. Tras una tanda de golpes, Shadow ablandó a El Santo y trató de rematarlo con un tirabuzón, llave que el plateado resistió estoica y admirablemente, negándose a rendirse a pesar de que la llave estaba perfectamente aplicada y Alejandro puso en ella todo lo que tenía.

Cuando El Santo a base de fibra quebró el tirabuzón, la gente le pegó una ovación. Y se la merecía por su alarde de gran resistencia. Volvieron los cambios de golpes, propinados con tremenda fuerza los de uno y otro; pero Black Shadow lucía más entero mientras El Santo acusaba los efectos de aquel tirabuzón. A pesar de ello, El Santo se tiró en topes y cuando iba a dar el tercero, Shadow lo recibió y lo levantó por los aires haciéndolo azotar con estrépito. Volvió El Santo a la carga en su intento de topes y corriendo uno en busca del otro, Shadow se elevó en su clásico tope de propulsión a chorro y lo cuajó en plena quijada de El Santo dejándolo tendido, como muerto. Se le echó encima y le ganó así la caída empatándose el encuentro y obligando al lapso tercero y decisivo. ¡Y qué caída fue esa, amigos! Puede decirse que en un 80 por ciento se desarrolló en terreno estrictamente científico, aplicándose ambos llaves a granel y —esto es lo admirable— llaves durísimas, como para rendir a cualquiera siempre que ese cualquiera no estuviera arriesgando su máscara en el encuentro.

Hubo, por ejemplo, un cangrejo que aplicó Shadow y que duró una eternidad, ofreciendo El Santo una nueva demostración de su aguante heroico. Al fin quebró el cangrejo quedando tendido boca abajo, cuan largo es, muerto. Shadow se le echó encima y la aplicó cuádruple palanca a los dos brazos y a las dos piernas sólo para que El Santo volviera a resistir como un espartano. Y tras eso, El Santo fue quien castigó con una llave “a caballo” que Gori Guerrero hubiese rubricado orgulloso; pero que Black Shadow resistió para entablar así una sensacional y angustiosa competencia con El Santo en materia de aguante… ¡y de redaños! Falló Shadow en un intento de tapatía y cayó bajo los efectos de un cangrejo del que se libró arrastrándose hasta alcanzar el derecho de asilo que son las cuerdas en la lucha libre. De ahí volvió Shadow con un tope de propulsión con el que derribó a El Santo; pero cuando se le tiró en un tope “en picada”, el plateado se hizo a un lado y Alejandro se clavó de cabeza contra el pilo del ring y quedó a merced de su rival que se le sentó en la espalda para aplicarle una de sus llaves domingueras, la palanca al brazo. Tampoco con eso se rindió Black Shadow, y ya a esas alturas no había pecho en donde almacenar la emoción que brotaba del cerrado, encarnizado encuentro.

Un medio cangrejo por El Santo; un cangrejo doble (mutuo) que se aplicaron con las piernas y luego una tanda de golpes, fueron otras tantos inventos realizados por uno y otro para exterminarse, sin lograr su objetivo. Nueves azotones de El Santo a Shadow arrojándolo de espaldas contra las esquinas, para luego elevarse por el aire y caerle sentado; más golpes y nuevas fintas de topes se produjeron antes de que Black Shadow fuera arrojado del ring, al que volvió con un chispazo sensacional arrojándose en un tope desde el otro lado de las cuerdas para herir mortalmente a El Santo que lo esperaba adentro. Luego sucedió lo que, a juicio nuestro, decidió el encuentro: corriendo ambos de extremo a extremo del ring y buscando cazarse para un tope que fuera decisivo, Black Shadow erró el tiro y arrojándose en uno de sus incomparables topes de propulsión a chorro, salió volando por entre las cuerdas y se estrelló en el piso de la Arena.

De ahí volvió maltrecho a la cuenta de 18. El Santo tenía su oportunidad y la aprovechó como viejo zorro que es de los cuadriláteros. Para empezar —o para acabar, mejor dicho— propinó golpes abajo, arriba, a la nuca; luego un látigo irlandés y todavía con un alarde de vida, de fibra y de energía en el cuerpo, Shadow trató de dar golpes sólo para que El Santo lo ensartara en unas tijeras voladoras a la cabeza que fueron todo un tratado brillante de lucha libre. ¡Qué tijeras, amigos! Y continuó brincándole por la espalda a Shadow para arrollarlo y llevárselo a la lona poniéndole planas, perfectamente planas las espaldas mientras lo sujetaba así en una versión de “la rana” y el réferi llevaba a cabo su conteo. Cuando Ruddy Blancarte dio la tercera palmada, un sordo alarido se escapó de todos los pechos. ¡Black Shadow había sido derrotado y tenía que quitarse la máscara!

Una nube oscura de policías y de fotógrafos de prensa invadió el cuadrilátero. El Santo trató por su propia mano de arrancarle la máscara a Shadow; pero éste no se dejó y, además, Blue Demon rechazó al orgulloso enmascarado de plata. Al fin el rostro de Black Shadow quedó al descubierto. Se había despejado una incógnita notable de ocho años en la lucha libre. Ahí estaba, a la vista de todo mundo, Alejandro Cruz.

Máscaras tomadas de: https://www.pinterest.com.mx/pin/680254718685590055/

 

GILMA LUQUE

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¿Qué es escribir? ¿Cómo se hace? ¿Hay recetas, secretos, hábitos? Los 7 hábitos de las escritoras altamente efectivas es una posible respuesta a estas preguntas. Además, nos ofrecen la visión particular de cada creador, sus manías, acciones y costumbres. La escritora mexicana Gilma Luque comparte sus hábitos:

 

1. Escribo en casa. No tengo un horario especifico, aunque prefiero las tardes. Antes de sentarme frente a la computadora ordeno mi casa, aunque puedo escribir en piyama.

2. Normalmente escribo en la computadora, aunque tenga varias libretas en las que tomo algunas notas. Eso ha cambiado a lo largo de los años pues antes no podía salir sin mi libreta (que era solo una), la cual llenaba hasta terminarla. Ahora también confío en mi memoria, es decir que si tengo una historia en mi cabeza y se me ocurre algo mientras estoy en la calle sé que lo recordaré hasta el momento de regresar a la escritura.

3. Para comenzar una historia ordeno la página en la que escribiré: el tipo de letra y número, la justifico y elijo el interlineado. También me gusta tener un título tentativo.

4. Escribo en silencio o con un tipo de música que no me distraiga. Me gusta escuchar a Chopin.

5. Enciendo un cigarro (ese es un mal hábito, pero me ayuda a concentrarme, es como una señal de inicio).

6. Si la historia está avanzada releo algunos párrafos anteriores para ver lo último que escribí y también como una forma de tomar vuelo. Si la página está en blanco escribo la frase que traigo en la cabeza. Nunca se empieza desde cero, uno escribe todo el tiempo: mientras camina, hace compras, cocina, se baña.

7. Leo libros que detonen mis ganas de escribir o que tengan alguna relación con lo que estoy escribiendo. Leo con todo el desorden necesario, en mi casa hay libros abiertos por todas partes.

Gilma Luque (Ciudad de México, 1977) Tiene estudios en filosofía y creación literaria. Ha sido becaria del FONCA en la disciplina de novela durante los periodos 2006-2007 y 2009-2010. Obtuvo la beca de Residencias Artísticas en 2014. Es autora de las novelas Hombre de poca fe, editada por Random House Mondadori en 2010, Mar de la memoria y Los días de Ema, editadas por Ediciones B en 2013 y 2016, respectivamente. Obra negra es su más reciente novela. (Fuente: Almadía).

Fotografía de la autora tomada de Letras Libres.

DILUIRSE CON LA METRÓPOLI

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ue André Gide escribió un dictamen terrible contra Marcel Proust y que le impidió la publicación en Gallimard de la primera parte de En busca del tiempo perdido, es algo que se menciona con frecuencia. Pero es menos conocido el texto que le quitó a Proust el halo de un novelista algo frívolo y aficionado a las veladas aristocráticas, y lo convirtió en un filósofo del conocimiento. Ese mérito se le atribuye en este libro a Ramon Fernandez (1894-1944), colaborador de la Nouvelle Revue Française y autor del estudio Proust (1943). Texto que contiene notables hallazgos sobre esta magna novela, hallazgos que desafortunadamente su autor no desarrolló, por ejemplo, que “Proust nunca conoció la aviación, su asma le impidió tener esta experiencia” o que “El tiempo perdido es la historia de la descomposición de una sociedad así como, desde una perspectiva psicológica, es la historia de la descomposición de una personalidad”.

Ahora bien, notemos que ese estudioso quitó de su nombre los dos acentos que le corresponden en español: a pesar de que era hijo del embajador de México en Francia, realizó esta mutilación ortográfica para deshacerse del país de su padre de su mundo mental. Ramon Fernandez era admirado por mexicanos como Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, quienes llegaron a publicarlo en la revista Contemporáneos. Alfonso Reyes, en una ocasión, le pidió que respondiera un cuestionario. Pero al llegar a la pregunta sobre México, decidió saltársela y no responder. Ahora bien, ése es, en cierto sentido, el tema de este libro. Aunque su autor lo sabe todo de Proust, y aunque ha repasado sus cartas y ha profundizado en su vida personal, todo le sirve para abordar el tema de lo extranjero. Es cierto, es una pregunta que uno no se formula muy a menudo. De hecho, mientras leía los tomos de Proust no sabía si era pertinente realizarla. Qué significaba México para Marcel Proust…

Realmente, el profesor Gallo no ofrece una respuesta concreta, lo cual no importa porque la búsqueda es más apasionante. ¿Cómo buscar al otro, el cual está más allá de la conciencia? Precisamente así, pues el otro es: el inconsciente (Julia Kristeva). Es una formulación que le da forma a lo desconocido. Los rastacueros (los latinoamericanos enriquecidos y extravagantes que inundaron París desde mediados del siglo XIX) son la imagen que nos simboliza, los americanos siempre fascinados con Francia. Y el gran sueño es diluirse con la metrópoli, ser invisible, despojarse de todo aquello que nos hace diferentes.

Hace tiempo, de manera accidental, descubrí que mi bisabuela, a quien pude conocer, hablaba otomí. Así que aquello que consideraba ajeno y quizá perdido, se abrió misteriosamente dentro de mí. De este modo, lapsus que revelan al otro que habita en nosotros son el umbral de una puerta que quizá nunca atravesemos.

Rubén Gallo. Los latinoamericanos de Proust. México, Sexto Piso, 2016.