DILUIRSE CON LA METRÓPOLI

ue André Gide escribió un dictamen terrible contra Marcel Proust y que le impidió la publicación en Gallimard de la primera parte de En busca del tiempo perdido, es algo que se menciona con frecuencia. Pero es menos conocido el texto que le quitó a Proust el halo de un novelista algo frívolo y aficionado a las veladas aristocráticas, y lo convirtió en un filósofo del conocimiento. Ese mérito se le atribuye en este libro a Ramon Fernandez (1894-1944), colaborador de la Nouvelle Revue Française y autor del estudio Proust (1943). Texto que contiene notables hallazgos sobre esta magna novela, hallazgos que desafortunadamente su autor no desarrolló, por ejemplo, que “Proust nunca conoció la aviación, su asma le impidió tener esta experiencia” o que “El tiempo perdido es la historia de la descomposición de una sociedad así como, desde una perspectiva psicológica, es la historia de la descomposición de una personalidad”.

Ahora bien, notemos que ese estudioso quitó de su nombre los dos acentos que le corresponden en español: a pesar de que era hijo del embajador de México en Francia, realizó esta mutilación ortográfica para deshacerse del país de su padre de su mundo mental. Ramon Fernandez era admirado por mexicanos como Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, quienes llegaron a publicarlo en la revista Contemporáneos. Alfonso Reyes, en una ocasión, le pidió que respondiera un cuestionario. Pero al llegar a la pregunta sobre México, decidió saltársela y no responder. Ahora bien, ése es, en cierto sentido, el tema de este libro. Aunque su autor lo sabe todo de Proust, y aunque ha repasado sus cartas y ha profundizado en su vida personal, todo le sirve para abordar el tema de lo extranjero. Es cierto, es una pregunta que uno no se formula muy a menudo. De hecho, mientras leía los tomos de Proust no sabía si era pertinente realizarla. Qué significaba México para Marcel Proust…

Realmente, el profesor Gallo no ofrece una respuesta concreta, lo cual no importa porque la búsqueda es más apasionante. ¿Cómo buscar al otro, el cual está más allá de la conciencia? Precisamente así, pues el otro es: el inconsciente (Julia Kristeva). Es una formulación que le da forma a lo desconocido. Los rastacueros (los latinoamericanos enriquecidos y extravagantes que inundaron París desde mediados del siglo XIX) son la imagen que nos simboliza, los americanos siempre fascinados con Francia. Y el gran sueño es diluirse con la metrópoli, ser invisible, despojarse de todo aquello que nos hace diferentes.

Hace tiempo, de manera accidental, descubrí que mi bisabuela, a quien pude conocer, hablaba otomí. Así que aquello que consideraba ajeno y quizá perdido, se abrió misteriosamente dentro de mí. De este modo, lapsus que revelan al otro que habita en nosotros son el umbral de una puerta que quizá nunca atravesemos.

Rubén Gallo. Los latinoamericanos de Proust. México, Sexto Piso, 2016.

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