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EN POS DE UN FANTASMA

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ace algunos veranos visité Acapulco bajo un pretexto literario que ahora no recuerdo. La primera noche, a bordo de un viejo Chevy, el ya legendario Federico Vite nos ofreció a un par de atolondrados pasajeros un recorrido por algunos de los rincones más turbios del Puerto, una o varias vueltas —digamos— por el lado salvaje. En esos días repuntaba la violencia y el crimen en la ciudad, los asesinatos y las balaceras terciaban por doquier; la gente en los taxis, en los restaurantes y en la calle hablaba con espanto y voz entrecortada del mismo asunto: la guerra, los cadáveres, las extorsiones, la lucha intestina de los demasiados cuerpos policiacos, la Marina y el Ejército. La maña. Sobre todo la maña, decía Vite. Armas poderosas se ostentaban en cada esquina. La belleza y el horror aparecían en un mismo sitio como en la portada de cualquier tabloide de la prensa amarilla. Una suerte de alegoría nada grata de un país entero.

De ese breve tour por la noche antiturística de Acapulco en la que por mala suerte o afortunada desgracia no vimos nada espeluznante más allá de calles cuasi vacías, penumbrosas, y las miradas desconfiadas de los pocos aventurados peatones, de ese breve viaje, repito, no recuerdo la nomenclatura de las colonias ni las avenidas que cruzamos, sino aquellos espacios donde el guía se empeñaba en recordar lo que fue: su propia niñez y su juventud en un contexto más amable, la felicidad y el bullicio miserable de los infames años noventa, el pueblo tropical de hace más de medio siglo, la bonanza guerrerense, las escuelas y los compañeros perdidos, los días mejores de una época no muy lejana.

Quizá por la experiencia de ese tour no me pareció ajeno el paisaje que describe Federico Vite en Carácter, ni siquiera el abrumador relato del centro de la Ciudad de México, donde yo mismo vivo, y donde se inicia esta novela, en sus cantinas y tugurios, sus plazas centenarias, sus tables, allí donde anida una peculiar fauna. Y dada esa identidad con el espacio, con el lenguaje de las mismas personas que yo frecuento, me es imposible una lectura desprejuiciada e imparcial. Aunque creo que por la naturaleza de su prosa es posible para un lector ajeno a ambas geografías, la acapulqueña y la chilanga, recrear mediante la lectura los espacios peculiares que se narran.

Y aquello que Carácter narra es la historia de una fuga perpetua, la vida a salto de mata de Federico, un hombre oprimido pero sobreviviente, alcohólico fulminante, damnificado, huérfano, siempre divorciado, siempre viudo, siempre a punto de matar o cometer suicidio; pero Carácter también cuenta el largo proceso de un duelo, como si el protagonista asistiera a —o acaso volviera de— un funeral masivo, y de allí la amargura que trasluce su lenguaje incomodo, ofensivo, de negro humor, violencia y cariño rampantes. Sin embargo alguien leerá en esta novela sobre todo el relato de una torpe búsqueda, el rastreo de un fantasma: el fantasma de Soledad. (“Vine a la Ciudad de México porque me dijeron que acá vivía Soledad”. Pudo escribir.) Un espectro que engloba a su progenie, el fantasma de sus padres muertos, su hermana, sus amigos, su juventud perdida, la confusa vocación de la escritura.

¿Pero cómo leer una novela de este tipo, donde los géneros se entrecruzan en su denso lenguaje?

Hay una recomendación recurrente del escritor argentino Ricardo Piglia: leer un libro como si perteneciese a un género distinto. La Ilíada como una novela rosa. El discurso del método no como un tratado filosófico, sino como una novela policial. Y en la literatura de hoy parece que la novela negra lo abarca todo, no sólo la literatura sino la historia, la cotidianidad. (¿Y alguien puede negar que la historia de los últimos años en México es una enorme novela negra donde son tantos los crímenes y tantos los asesinos que nadie sabe ya quién mató a quién y tampoco importa demasiado? La historia del México de hoy es una novela noir donde el misterio múltiple llega al extremo de parecernos banal, y su esclarecimiento, secundario.)

Cómo leer, por tanto, Carácter, me preguntaba. ¿Acaso como una novela de autoayuda, o de la más cara derrota, una novela nostálgica y romántica, una novela sobre el narcotráfico, la historia de un puerto, una guía de cantinas y giros negros, un método para integrarse al crimen organizado, una guía turística alternativa del Centro Histórico, unas instrucciones para el amor, un método para perderlo todo? No atino a responderme a cabalidad.

Joseph Conrad, uno de los narradores cuyos relatos son celebrados sobre todo por su ingenio, sostenía que le era imposible escribir una historia que no hubiese vivido en carne propia o acaso escuchado de viva voz; le resultaba imposible —vaya paradoja— imaginar situaciones, inventar una historia completa desde la nada. Sin embargo, si recordamos que el viejo Conrad era un hombre que se retiró de la marina mercante a los cuarenta años —luego de conocer medio mundo— para dedicarse por completo a la escritura, ese hecho podría darnos una pista sobre lo que aquí discutimos; y si recapitulamos con mayor empeño y nos apuran, podría parecernos obligatorio, incluso natural su extraña aseveración. La conclusión guarda un signo maniqueo pero obvio: un hombre que lo ha visto todo —concluiríamos—, un hombre que ha padecido y gozado, probado y emprendido las mayores y las mas abyectas empresas sería capaz de relatar sin problema cualquier anécdota o leyenda, acaso cualquier suceso humano del que haya sido testigo sin necesidad de recurrir a la fantasía. Cobrarían —pensaríamos enseguida— aún mayor viveza los hechos que narrara pues conocería cabalmente los procesos, los lenguajes, las relaciones que se forjan, los ambientes y las temperaturas que se ciñen para levantar con mayor viveza simple y sencillamente lo que nos reúne en este texto: literatura.

Y una literatura de la vivencia es lo que seguramente más se nombra y se define acerca de los libros de Federico Vite. Nadie podría eludirlo pues él también se ha empeñado en construir consciente o inconscientemente un mito, una leyenda oscura de sí mismo. Federico —el personaje, quien ha dejado la escritura y en su ciudad natal ha ejercido los más disímbolos oficios, taxista, albañil, banquero, corrector de pruebas— llega a la Ciudad de México huyendo de una tragedia, un huracán, la muerte de los suyos, una muerte por aire y por agua. ¿Coincidencia? ¿Falso desdoblamiento? ¿Mentira redonda?

Habría que leer también esta novela como un testimonio —pienso—, en todo caso una confidencia honestamente ficticia, pues al darnos cuenta que nuestro narrador conoce de lo que habla —las mujeres y los hombres de variada condición, los códigos de las minorías y los anchos corredores de la podredumbre— nuestra tibia alma nos inspira a tenderle un lazo cómplice como el que se tiende hacia un amigo en confesión.

¿Dije confesión, autobiografía? Para la historia de la literatura esto no importa sino aquella cosa inmaterial que permanece girando en la cabeza o los sentidos del lector cuando la novela termina. Pues de un libro no recordamos sus miles de palabras o sentencias, a veces ni siquiera su trama, de las grandes novelas nos queda sobre todo una sensación o una imagen, acaso una especie de secuencia cinematográfica entrañable o lúgubre, incómoda o satisfactoria.

De Carácter me queda, por tanto, la secuencia oscura de un hombre que arriba a su vieja ciudad portuaria aprovechándose y huyendo al mismo tiempo del crimen sólo para descubrir que, tal vez, esa ciudad de su infancia, la de su formación y su delirio, se ha transformado en la representación de su vida interior, su peor desvarío, una ciudad fantasmal y asesina donde todos están por convertirse en cadáveres. Cuestión de tiempo.

Si esta no es una representación del país que nos ha tocado vivir no sé cuál pueda ser.

En la vida literaria de Norteamérica se juega demasiado con una noción rara que a mí me seduce secretamente, la búsqueda de la Gran Novela Americana. Y entre ellas, se pueden contar obras de William Faulkner, Philip Roth, Saul Below o David Foster Wallace. Si eso lo trasladáramos a nuestro contexto podríamos enumerar algunas obras que fungiesen como el resumen de una época, la fotografía de nuestro país, novelas que poseen el no siempre grato honor de representar un lugar y un tiempo determinados. Cada quién podría elegir las suyas. ¿Crimen y Castigo representa a la Rusia zarista? ¿Grandes esperanzas a la Inglaterra victoriana? ¿Pedro Páramo al México posrevolucionario?

Vislumbro en el proyecto de Federico Vite la construcción de la misma idea, la ambición quizá inconsciente de contar la historia de un personaje anónimo extraviado en un contexto general adverso pero cuyo destino se halla en consonancia con los problemas grandes o pequeños que aquejan a todo un país, un esbozo de lo que podría ser —o ya es— la Gran Novela Mexicana.

Federico Vite, Carácter. Ediciones Monte Carmelo, 2015, 142 pp.

 

EL HIP HOP DE MILES

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iles Davis dedicó el último soplo de su trompeta al hip hop. Aunque Doo-Bop (1992) no está considerado entre sus producciones más relevantes ni socorridas y la crítica lo desdeñó, el último disco del “Picasso del jazz” es especial por su viraje, por el contexto y porque Miles moriría a mitad de la grabación.

Doo-Bop fue para mí un descubrimiento: el rap podía quitar al jazz ese halo esnob que se le endilgaba. El resultado es un sonido jazzy para la vida en el gueto: el Miles Hop.

A finales de 1990 Miles se tomó tres meses de descanso luego de una gira europea. Su leyenda pasaba por una buena era. Tenía 65 años y hacía cinco que había dejado Columbia (su disquera por 30 años) para firmar con Warner. Esta faceta había comenzado en 1985, cuando empezó a colaborar con el bajista Marcus Miller, luego de que éste había dejado la banda de Miles en 1982.

Cada vez más clavado en la pintura y el dibujo, en la consciencia de su fama internacional y las giras, entre 1986 y 1990 Davis lanzó Tutu, Amandla y Aura, además de un par de soundtracks. Llegaba a la última década del siglo trabajando duro y con la mente en forma pero en un cuerpo cansado. En junio de 1991, decía a Francis Marmande en Le Monde: “Mira, es posible que el próximo año sea el último con la música. Acabo demasiado enfermo después de las giras. El frío me hace transpirar. Tengo una mancha en un pulmón, dos hernias por causa de mis baterías, un pinzamiento en un nervio… Diabetes, los pies entumecidos”.

En reposo, Miles decidió que aún quería dar un nuevo volantazo —como apunta Ian Carr en Miles Davis: la biografía definitiva—, “pero que recordaba la atmósfera callejera de On the corner. Deseaba hacer una música que llegara a las clases bajas urbanas y negras de su país, esos jóvenes que habían crecido con el rap y que escuchaban las emisoras radiales que atendían sus gustos”. Davis le habló a su amigo Russell Simmons, fundador de la seminal Def Jam Recordings años atrás, para que le consiguiera productores que le dieran lo que quería: hip hop.

Así fue como Easy Mo Bee, entonces un veinteañero, sería el productor de Doo-Bop. Easy Mo había producido en 1989 el segundo álbum de Big Daddy Kane, It’s a Big Daddy Thing, y posteriormente sería una figura clave para el rap noventero, produciendo a Notorious B.I.G. y Tupac, entre otros. Junto a Easy, en las grabaciones del Doo-Bop, Miles uso por primera vez para su música el sampleo y en febrero de 1991 ya se habían grabado seis de las nueve pistas que terminarían en el álbum, además de un par de solos de trompeta sin acompañamiento.

Miles murió el 28 septiembre de ese año en un hospital de Santa Mónica, California. Easy Mo recuerda que trabajar con Miles hizo que fuera consciente de la apuesta por el detalle. La oportunidad de laborar con una bestia como Miles para un productor joven es algo que se antoja paradigmático. Después de la muerte de Miles, Easy tuvo la responsabilidad de terminar el disco con lo que había.

Lanzado en 1992, la polémica no se hizo esperar y la crítica lo hizo pedazos. Pero Miles sabía que esa apuesta significaba algo y, aunque no fue el primer experimento rap-jazz, Doo-Bop se colocó en la tradición del subgénero, uno que venía soplando con Gang Starr y Stetsasonic, y que tendría una explosión clave en la escuela de los Native Tongues: Jungle Brothers, De La Soul y A Tribe Called Quest como maestros.

Siguiendo a Carr, Doo-Bop ofrece una música funcional, amable, urbana u hogareña, pero en la que Miles suena “extraordinariamente rejuvenecido”, con una embocadura fuerte. Compuesto por “Mystery”, “The Doo-Bop Song”, “Chocolate Chip”, “High Speed Chase”, “Blow”, “Sonya”, “Fantasy”, “Duke Booty” y “Mystery (Reprise)”, el disco es sexual, hipnótico y misterioso. “The Doo-Bop Song”, con un rapeo-elogio de Easy al propio Miles, es una obra maestra; una conversación cristalina entre un rapero joven y un viejo trompetista, leyenda de mil batallas. Dos negratas de la tradición afroamericana rompiendo el tiempo.

Sostengo que, antes de morir, mientras descansaba, Miles tuvo un viaje al futuro. Si ya había redefinido la música en varias ocasiones a través del siglo XX, con el impacto que el hip hop estaba teniendo a finales de los ochenta en Estados Unidos y en pleno proceso de globalización, en esa epifanía entendió que ese género rompería ciertas inercias en el gusto popular y sería el gran protagonista de las primeras décadas del siglo XXI. Y tenía que dejar su impronta, su Miles Hop.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INVÍTAME A TU CAMA

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FIESTAS SEXUALES EN LA CIUDAD DE MÉXICO

UN LUGAR ACOGEDOR
lena, una elegante señora de cincuenta y dos años, viste de minifalda de cuero y blusa de seda. Su cuerpo aún tiene rastros de una belleza que en su juventud debió ser arrebatadora. Sin embargo, sigue linda.

Lo más atractivo de ella, además de su sonrisa, es su cabello, largo y tan oscuro que se pierde entre las tonalidades negriazules de su blusa.

Luego de algunos tequilas, toma la mano de dos jóvenes y los lleva a la habitación adjunta en tanto que varios hombres más la siguen como si fuera la abeja reina.

Unos minutos después, la blusa y la falda yacen sobre la alfombra mientras ella, de rodillas, chupa los miembros de tres caballeros, alternando las caricias de su boca con las de sus manos. Se le ve dueña de la situación, experta.

Uno de sus acompañantes, de cabeza rapada, vestido aún con un elegante Hermenegildo Zegna, la pone en pié y la empina.

Cuando la penetra, ella suelta un gemido discreto y vuelve a atender con su lengua el pene del otro partner. A pocos metros del trío —que en pocos minutos se volverá sexteto—, un hombre canoso, de camisa a cuadros, observa complacido mientras se masturba.

Se vuelve a mí, me sonríe y con un movimiento de cabeza me invita a participar con el grupo. “¿A poco no es tremenda mi esposa, joven?”, me comenta sin que yo perciba en sus palabras algún rastro de ironía.

“¡Éntrele también, ándele!”.

Nos encontramos en Swingeros, nombre de un club informal en donde todas las semanas se realizan fiestas sexuales.

En realidad, es una casa habitación que se ubica sobre una de las principales avenidas del sur de la ciudad. En el frente de la casa se tiene un local que los administradores han habilitado como expendio de tacos, en parte para disimular el giro verdadero de la casa y para diversificar sus ingresos.

A Swingeros lo atiende un matrimonio que se conforma por Laura, una espigada y discreta morena, y Mauricio, al que ni siquiera su permanente sonrisa le borra la ferocidad de la mirada.

A quien llega al lugar sólo le basta cruzar unas palabras con él para intuir los problemas en los que se meterá si no se comporta según las normas de urbanidad. Es él quien me recibe a la entrada. “¡Qué bueno que llegaste! Pásale.

Todavía estamos esperando a tres parejas”. Luego de que me revisa que no traiga ni armas ni cámaras fotográficas, le pago los trescientos pesos de la entrada.

Me invita a tomar asiento en la estancia, en donde veo a una pareja y a siete hombres solos más.

Mentalmente hago cuentas acerca de los ingresos de esa noche: dos mil cuatrocientos de los singles, seiscientos de las cuatro parejas (la que está y las tres que llegan en el transcurso de la noche), hace una nada despreciable cantidad de tres mil pesos para una sola noche.

Cada semana, Swingeros hace entre tres y cuatro fiestas, lo cual hace suponer que, con una mínima inversión (algunas botellas de tequila, vasos de plástico, refrescos), Laura y Mauricio tienen una ganancia neta de más de cuarenta mil pesos al mes.

La parte baja de la casa en donde se hospeda Swingeros está dividida en tres habitaciones: la estancia, que es donde los invitados conviven y participan en juegos y bailes, y dos privados en donde las personas que quieren interactuar con otras pueden gozar de un espacio más íntimo.

Las fiestas tienen la misma rutina: los convocados llegan entre las ocho y ocho y media de la noche, conviven, platican entre sí, se desinhiben. A las nueve llega un show de topless y chippendale que prende los ánimos de los invitados.

Luego del espectáculo, Mauricio organiza juegos —principalmente de cartas especialmente impresas para la ocasión—, en donde los invitados tienen que someterse a diversos tipos de castigo: los hombres pronto son desnudados y las mujeres son inducidas a cachondearlos.

Hay una regla de oro: nadie está obligado a hacer lo que no quiere hacer; sin embargo, muy pocos de los invitados se resisten a interactuar.

Pronto, escenas como la protagonizada por Elena se multiplican por toda la casa, en los rincones se acumula la ropa y en los botes de basura, los preservativos usados.

Mauricio y Laura vigilan todo con discreción sin participar en la fiesta. Se mantienen al margen, cuidando a sus invitados. Cuando regreso por mi ropa, encuentro que todo está en su lugar: la cartera, los celulares, el reloj.

La seguridad —me comenta Mauricio—, es algo que para ellos es indispensable: nadie se ha quejado de haber sido robado en el club.

La política funciona: el grupo Swingeros es uno de los de mejor fama en el circuito de fiestas sexuales de la ciudad.

LAS LLAVES DEL PARAÍSO
Las fiestas sexuales de este tipo son un producto de las que se realizan, desde hace años, en el ambiente swinger en el país.

A diferencia de éste, en donde lo usual es el intercambio sexual entre parejas, en las fiestas sexuales es más frecuente el sexo grupal. Tríos, cuartetos y sexo multitudinario (especialmente en su variante gangbang) son prácticas frecuentes en este tipo de reuniones.

Sin embargo, esta clasificación no es tan rígida, pues dentro del ambiente de parejas liberales, que llegó a México aproximadamente en los años setenta y se consolidó en las décadas posteriores, también se consideran swinger los tríos, tanto de dos hombres con una mujer como los de dos mujeres con un hombre.

La enorme diferencia que existe entre las prácticas swinger clásicas y las reuniones actuales es que en las primeras el factor económico no estaba presente.

En la página web www.swingers.com.mx, se hace referencia a un párrafo que explica a profundidad la esencia del concepto swinger:

“A diferencia de “las relaciones abiertas” de los años setenta que promovieron la tolerancia a la infidelidad de los cónyuges (ÓNeill y ÓNeill, 1972), o el “poliamorío” (Wesp, 1992) —el amor entre mucha gente— ser swinger es la actividad sexual no-monogámica, tratada como cualquier otra actividad social, que se puede experimentar en pareja. La monogamia afectiva, o el compromiso amoroso con el cónyuge o pareja, sigue siendo el punto focal.

El practicar “swinging” se hace en la presencia de el (sic) esposo o compañero amoroso y requiere generalmente el consentimiento de ambos previo a la experiencia. Aunque los swingers a menudo se vuelven amigos cercanos de otros swingers, existen reglas que restringen el involucramiento (sic) emocional con los compañeros que no pertenecen a la relación.

Aunque practicar el estilo swinger implica el tener sexo con otra gente además del esposo, sus adherentes proclaman que afianza la relación de las parejas sexual y emocionalmente. Quitando la secrecía (sic) y la falta de honradez inherentes en sus deseos naturales para la variedad sexual, los pares pueden explorar sus fantasías juntas, sin engaños o culpabilidad. Quitando la necesidad para el engaño en la relación, un nuevo nivel de confianza y franqueza sobre los propios sentimientos es alcanzado, supuestamente, sin el bagaje destructivo de los celos (McGinley, 1995).

En general, hasta hace unos años, los contactos entre parejas swinger se daban en clubes privados, cines XXX, bares especializado y a través de publicaciones especializadas.

Dichas mecánicas de contacto no eran muy distintas a las que utilizaban —y utilizan—, otras minorías sexuales tales como los grupos lésbico-gays, travestis, bisexuales y afectos a prácticas BdSm.

Afortunadamente, para ellos llegó la Internet, por lo que todos estos grupos pudieron contar con una herramienta invaluable para vivir su sexualidad de una manera más libre.

Pronto se generaron páginas web especializadas, grupos de mensajes exclusivos, páginas de charla y demás instrumentos de difusión y contacto.

Las fiestas sexuales se han llevado a cabo en México desde hace décadas —e incluso desde hace siglos —. Sin embargo, debido a la necesidad de discreción y, sobre todo, salubridad, hicieron que estas reuniones fueran de acceso restringido.

Muy pocas personas que no estuvieran ya dentro del ambiente swinger —o tuviera un conocido en él—, podía entrar a aquellos paraísos de piel y sudor. Fue hasta hace pocos años —cuando mucho cinco—, cuando gracias a la red, algunas parejas tuvieron la posibilidad de organizar reuniones de acceso menos encorsetado.

Nombres como Gus y Mary, Marcela y Alex o Diosa Greca aún suenan dentro del ambiente aunque algunos de ellos ya se retiraron.

Actualmente hay múltiples grupos que organizan fiestas de carácter sexual.

La oferta de prácticas también es extensa, pues existen desde fiestas de intercambio y tríos heterosexuales hasta reuniones bisexuales, homosexuales y de travestismo; también se organizan reuniones sadomasoquistas o prácticas de sexo grupal en donde una mujer interactúa con tres o más caballeros.

Sin embargo, las opiniones acerca de estos grupos son muy divergentes. La conocida sexóloga Anabel Ochoa opina que estos grupos “No son más que un padroteo y un putero” , pues sostiene que dichas reuniones, y algunos clubes que se asumen como “swinger”, han desvirtuado totalmente la ideología de tal movimiento.

Aparentemente, los organizadores de dichas fiestas se percataron en algún momento de la oportunidad de negocio que representaban los miles de singles ansiosos de participar en una fiesta de índole sexual.

En dichas reuniones, donde es obligatorio el pago por derecho de participación, priva la modalidad conocida como gangbang, ya mencionada en líneas anteriores.

Para cualquiera que desee ir a alguna de estas reuniones, el camino es sencillo. Sólo tiene que tener una cuenta de correo electrónico pública (ya sea en los servidores Yahoo!, Google o Hotmail), y con ella inscribirse en algunas de las páginas de grupos especializados de dichos servidores. Una vez hecho esto, pronto le llegará un mensaje como el siguiente:

PATY PRIMOROSA
Y
PAREJAS MEXICO

http://mx.groups. yahoo.com/ group/Club_ Amigos_de_ Paty_Primorosa

TE INVITAMOS A SER PARTE IMPORTANTE DE NUESTRAS YA TAN GUSTADAS TARDEADAS DE MARTES EN DONDE TODOS, LO MENOS QUE SE LLEVAN ES UNA CARA SATISFACCION QUE ES IMPOSIBLE DE DISIMULAR.
NOS CAMBIAMOS DE DOMICILIO DEBIDO A QUE YA NO CABEMOS EN EL DEPARTAMENTO Y QUIENES HAN IDO NO ME DEJARAN MENTIR, ASI QUE POR COMODIDAD Y TAMBIEN MAS SEGURIDAD CAMBIAMOS LA SEDE.
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PATY: XXX XX XX XX XXXX
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CUALQUIER DUDA, ACLARACION, COMENTARIO,
O LO QUE QUIERAS,
LLAMAME!!!!

“””” NO CONTESTAMOS MENSAJES DE TEXTO “”””
POR FAVOR LLEVA TUS CONDONES SON ARTICULO DE PRIMERISIMA NECESIDAD

TU AMIGA DE SIEMPRE
PATY PRIMOROSA

El mensaje contiene todos los datos que el asistente necesita para asistir a la reunión. Puede presentarse en el lugar o, si tiene alguna duda, llamar a los teléfonos que se indican en él.

Una vez que se llega al lugar, algún grandulón malencarado le abrirá la puerta y le pedirá la “cooperación”, la cual está bien indicada en el mensaje de correo que previamente le llegó.

El interesado, entonces, esperará un rato hasta que lleguen los demás convocados. Para aligerar el tiempo, bien puede ir a darse una ducha al baño, o bien puede servirse un trago en la improvisada cantina que está en alguna de las mesas del lugar.

A un tiempo, llegarán las anfitrionas vestidas para la ocasión: negligés, lencería con encaje, baby dolls. Luego de algunos juegos, el invitado tendrá relaciones tantas veces como lo permita su anatomía y su constitución.

En el ambiente de las fiestas sexuales en ocasiones no es tan sencillo diferenciar la línea entre lo puramente recreativo y lo ilegal. En muchos casos, el interés pecuniario de algunas parejas o grupos coincide con la necesidad de explorar su sexualidad de manera libre y diversa.

Este fenómeno se muestra en los dos casos que se muestran a continuación.

LA CAPITAL DEL SEXO
El Hotel Senador, en la colonia Doctores, a una cuadra del monumento al lacónico general Cárdenas, es un inmueble construido en los años cincuenta.

En sus instalaciones, ya mordisqueadas por la humedad y el descuido, se le notan pretensiones de hostal de gran turismo: alfombras que en su tiempo fueron rojas, paneles de madera, elevadores, barandales de caoba en las escaleras. Está ubicado en una de las zonas con más índice de criminalidad en la ciudad de México.

Sin embargo, casi todos los días de la semana —y especialmente los viernes y sábados—, su estacionamiento está repleto de automóviles que van desde el taxi ecológico hasta la SUV Mercedes Benz.

La causa de tan variopinta afluencia radica en que el Senador se ha convertido en la sede de por lo menos media docena de grupos que organizan fiestas sexuales.

Esa tarde de diciembre llego a la recepción y por “el cuarto de Grecia”. El empleado me cobra ochenta pesos y me indica un número de habitación. Me recibe un tipo rechoncho con camisa hawaiana y cuyas anchas esclavas hacen juego con el oro de sus molares.

Me palmea la espalda mientras me cobra los consabidos doscientos cincuenta. “¡Quiúbo, cabrón! ¿Eres nuevo? Pásale, que ya mero salen las muchachas”.

A sus espaldas, en la otra pieza de la habitación, hay dos mujeres acostadas en la cama. Me ven con desgano. Pienso que la expresión de sus rostros y su actitud es idéntica a la de las sexoservidoras que atienden en las múltiples casas de masajes de los alrededores. Dentro de la otra pieza hay dos hombres más: un joven yuppie de traje gris y un cuarentón de camisa raída y brillantina en el cabello.

También se encuentra otro de los anfitriones, vestido casi igual que el que me recibió, sólo que más viejo. Cuando salen las “muchachas”, tengo que reconocer que son mucho más guapas que el promedio de las asistentes a otras fiestas.

A cada una le asignan a dos de nosotros; a mi me toca estar con una norteña alta y de senos generosos que gime cuando le beso el cuello. “Pero suavecito, que soy sensible”, me dice cuando le acaricio un pezón y comienza la alegría. Mientras interactúo con ella, tengo que reconocer que Afrodita y Alma son más apasionadas y amigables que las mujeres con las que me he topado en otras reuniones.

“Mira… es que una es secretaria de acá de una oficina y la otra creo que trabaja en estudios de mercado, o algo así”, me aclara luego Christian, el hombre que me recibió. “Neta que nomás lo hacen por gusto. Además se ganan una lanita entretanto”.

Charlo un rato con el anfitrión mientras nos recuperamos para el recalentado.

Me comenta que colaboraba con otra pareja conocida en el medio, Mayela y Manuel, pero que decidió independizarse. “Es que el pinche Manuel es bien clavado con la lana. Nomás me daba bien poquito, y a las chicas, también. Cien baros nomás”.

Me comenta que su esposa quería asistir, sólo que motivos mensuales se lo impidieron. “Ayer que me enseña la bandera roja, may. Así mejor ni moverle. Si vienes la próxima semana te la presento para que estés con ella”.

“Interactuar”, “servicio”, “privado”, “chicas”. Es notable lo parecidos que son los códigos de las fiestas y los de la prostitución establecida. Sin embargo, cuando se lo hago ver, Christian me replica con énfasis. “¡No! ¿Cómo crees? Si nuestra tirada es nomás crear un grupo de amigos, así íntimo, y hacer reuniones.

Esto lo hago por mi esposa, [pues] a ella le gusta mucho este desmadre”.

Veo a Cristian y finjo estar de acuerdo con él. No sabe que he hablado anteriormente con Manuel, su ex socio, y que he tomado nota de lo similares que son las justificaciones de ambos: “A ella le gusta. Sólo somos un grupo de amigos”.

Me pregunto si cualquiera de los dos consideraría amigos a quienes se nieguen a pagar la tarifa establecida para gastos de recuperación.

En ese momento, desvío la mirada y me topo con Alma. Su cuerpo, de 1.50 de estatura, parece moldeado por algún dios alfarero; su piel brilla por el sudor y sus labios vaginales tienen la apariencia de dátiles recién cosechados. Me sonríe.

Doy por concluida la entrevista con Cristian.

MI ESPOSA ES MI NEGOCIO
Mayela decide darse un baño frente a mí. Deja la puerta de la regadera abierta para que pueda admirarle el menudo cuerpo, aún firme y sin marcas de maternidad a pesar de sus dos partos.

El vapor comienza a llenar la habitación. Le pregunto si no le molesta que el agua esté tan caliente y ella lo niega con un movimiento de cabeza. Se lava con un estropajo de guaje, tallándose la epidermis hasta enrojecérsela. Se enjuaga la espalda y queda de frente a mí.

Puedo verle las dos serpientes que le nacen en el ombligo para enroscársele en las piernas y que están dibujadas con esos trazos verdosos e irregulares que son tan característicos de los tatuajes de prisión.

“Manuel y yo tenemos dos hijos”, me comenta al tiempo que sale de la ducha. Lleva una toalla del hotel en la cabeza y el cuerpo desnudo a pesar de que su marido se encuentra a pocos pasos.

“El mayor ya tiene casi quince ¡Ya me pasó de estatura!”. Se coloca frente al espejo para secarse los pies, haciendo que sus bonitas nalgas queden a pocos centímetros de mi nariz. Me dan ganas de acariciarlas otra vez, bajarme el cierre y penetrarla y así, darle otra excusa para ducharse nuevamente, pero me contengo.

“Llevamos quince años de casados”, continúa. “Jamás hemos tenido ningún problema serio como pareja”. Mayela me ve desde el espejo y sonríe, pícara. Sabe que me ha puesto en un predicamento. A pesar de que acabo de hacerle el amor, su desenfado me sigue excitando. Se ríe. “Si no tuviéramos que irnos ya, me echaba un privado contigo”.

“Privado”, ese vocablo sólo he escuchado en las bocas de teiboleras y masajistas. Es raro escucharlo en una mujer que afirma organizar fiestas sexuales por gusto.

Sin embargo, al platicarme la rutina de sus últimos dos días, comienzo a dudar seriamente que ella y Manuel lo hagan sólo por gusto. Mayela y Manuel llegaron al Senador aproximadamente a las cuatro de la tarde del día anterior.

En la habitación ya los esperaban cinco caballeros que habían contactado previamente vía correo electrónico. Luego llegarían cuatro más. Una vez que estuvieron todos reunidos, Mayela y otra chica (cuya identidad me reservo), tuvieron sexo con los nueve invitados hasta la hora de la cena.

Una vez que acabó este primer evento, Mayela, Manuel y Ulises, un amigo de la pareja, comienzan a ordenar la habitación: tienden la cama, esparcen aromatizante y habilitan el lavabo con botellas de tequila, refrescos y vasos desechables.

Se apresuran, pues a las diez de la noche inicia el segundo evento del día: una fiesta swinger. Comienzan a llegar parejas de todas las edades, hombres solos y una o dos mujeres sin compañía. Luego de un rato, cuando ya se juntó una buena concurrencia, Manuel organiza una actividad que no es sino una variante del juego de las sillas en versión de adultos.

Los hombres, desnudos, se sientan en diversos puntos de la habitación mientras las mujeres asistentes, en ropa interior, hacen una ronda al ritmo de la música. Cuando esta se interrumpe, cada una de ellas se sentará encima de uno de los asientos humanos.

Pronto, los ánimos se caldean, inician las caricias, los besos furtivos, las manos por debajo de la tanga.

El juego llega a su fin y aparece un stripper que se comienza a contonear frente a las damas. Ellas, ya excitadas, lo acarician mientras él se mueve al ritmo de reggaetón.

Finalmente una cincuentona, de cabello recogido, le baja la tanga y le pesca el miembro con la boca.

Todas las demás siguen su ejemplo con el primer hombre que tienen a mano. En pocos minutos, las dos camas de la habitación son un hervidero de manos, nalgas, senos, penes, pies y pelambres.

Mayela, quien ha participado en los juegos bajo la mirada complaciente de su marido, es atendida por tres individuos en un sillón. Manuel se recrea un poco la mirada, luego se desnuda y se une a un trío cercano.

“Me da gusto que hayas venido hoy”, me dice Mayela mientras se viste. Al lado se encuentran las ropas que utilizó en la reunión de la noche anterior: un disfraz de catwoman hecho de plástico y un baby doll de encaje. Ve el reloj y se apresura.

El segundo evento de Mayela y Manuel terminó ya entrada la madrugada. Una vez que el último invitado se fue, se dispusieron a dormir unas cuantas horas.

Debían descansar, en especial ella, pues a las diez de la mañana habían citado a otro grupo de amigos. Luego me explicaría Manuel que “a Maye se le antojó un ganbang mañanero”.

Esa mañana de sábado estuvimos cuatro hombres con Maye: Manuel, Ulises, un invitado vía internet, y yo.

Ella nos atendió sin quitarse el baby doll, recibiendo nuestros miembros alternadamente. Mientras uno la penetraba por atrás, otro le colocaba el pene entre las manos al tiempo que Manuel le dejaba el suyo al alcance de la boca. En tanto, el cuarto —impaciente por participar—, se masturbaba al lado para no perder la erección. Para ese momento, Mayela había recibido un promedio de entre quince y veinte miembros en menos de veinticuatro horas, la mayoría de perfectos desconocidos.

Aún así, la amable mujer seguía moviendo sus afanosas caderas sin mostrar cansancio.

“¿Vas a venir la semana que entra?”, me pregunta Mayela, ya perfectamente vestida con una blusa de algodón y unos jeans que la hacen ver como cualquier ama de casa clasemediera.

Al verla, nadie se podría imaginar lo agitado de sus horas anteriores. “Nosotros ya nos vamos: tenemos que llevar a los niños a pasear”, me comenta con algo de fastidio. “¿No te has cansado?”, le pregunto.

“Sí, pero… ¿Qué le podemos hacer? Hay que atenderlos también”. Me da un beso en la mejilla que siento sincero y va a encontrarse con su marido al estacionamiento.

CONCLUSIÓN. EL LENOCINIO LIGHT
Ciertos grupos que organizan fiestas de carácter sexual navegan por el filo de la ilegalidad.

A pesar de que, en los casos expuestos, la participación de las mujeres se da sin coerción aparente y con pleno consentimiento, el código penal del distrito federal estipula que cae en el lenocinio quien:

I. Habitual u ocasionalmente explote el cuerpo de una persona u obtenga de ella un beneficio por medio del comercio sexual.
II. Induzca a una persona para que comercie sexualmente con su cuerpo con otra o le facilite los medio para que se prostituya, o
III. Regenteé, sostenga o administre prostíbulos, casas de cita o lugares de concurrencia dedicados a explotar la prostitución, u obtenga cualquier beneficio con sus productos.

Tomando de manera literal la letra de la ley, se llega a la conclusión que los organizadores de dichas fiestas incurren en este delito, arriesgándose a una pena de entre dos y cinco años de cárcel.

Sin embargo, debido a las características de los grupos que organizan dichas reuniones, es difícil aplicar las sanciones correspondientes. La frontera entre las prácticas sexuales libres y la abierta comisión del delito sigue siendo muy difusa.

Será necesario, entonces, una revisión del marco legal y una escrupulosa vigilancia hacia quienes generan los edenes sexuales en la Ciudad de México, esto con el fin de que no se caiga en delitos más dañinos tales como la prostitución de menores o el lenocinio abiertamente forzado.

Solo así, el paraíso seguirá siéndolo.

EL RIESGO DE SER EDITOR

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oan Tarrida nació en Barcelona, tierra de editores, en 1959. A los 19 años empezó a trabajar en el mundo editorial: Director Literario de Edicions del Mall, Director de Publicaciones de los Juegos Olímpicos de Barcelona’92, Director Editorial de Plaza & Janés y de Círculo de Lectores, de donde fue Director General. A finales de 2010 compró la editorial Galaxia Gutenberg, de la que es director y editor.

Durante su última visita a México, conversamos con él sobre diversos temas en esta labor tan amplia y compleja.

¿A qué se debe que los libros de Galaxia Gutemberg transmiten la sensación de que contienen algo importante?
Yo creo que eso viene de la intención, de cuidar todos los aspectos de la edición. No puedes presentar un texto de calidad en un objeto que no tenga calidad. Eso se transmite a través de la cubierta, de la tipografía, de los colores, del papel, de la encuadernación. Todo eso es lo que tiene que transmitirle al lector, que cuando llegue a una librería vea que eso tiene calidad.

Es lo mismo que ocurre cuando vas a una tienda de ropa: pasas por delante del escaparate y la ropa, ¿tiene calidad o no? Y no has tocado aún el tejido, ni te lo has probado, simplemente como está expuesto, por como te presentan, ves si te llama la atención o no.

Posees una larga formación como editor y desde hace algún tiempo eres propietario de Galaxia Gutenberg. Editar y administrar pueden ser labores que no tienen muchoque ver. ¿Cómo aprendiste una y otra?
Aprendí esto por casualidad, por dos cosas: tuve un trabajo que me fascinó: director de las publicaciones de los juegos olímpicos de Barcelona, pero ahí no había que vender nada porque estaba todo vendido. Los juegos olímpicos se venden solos. Esa oficina que yo dirigía tenía que hacer todo el papel impreso de los juegos. En el 92 no había internet ni nada, por tanto todo se hacía impreso, los resultados, los reglamentos… Aprendí a gestionar que las cosas salieran en su momento, a tiempo y bien, con costes controlados .

Luego estuve 18 años en el grupo Bertelsmann, que ahora es Penguin Random House y terminé siendo director general de Círculo de lectores, una empresa que en ese momento tenía 600 empleados, así que aprendí a gestionar. He tenido la oportunidad de ser más gestor que editor y en otros más editor que gestor.

Pero cuando compras y tienes tu propia editorial eres las dos cosas y no tienes una estructura muy grande. En Galaxia Gutenberg somos cinco personas; por lo tanto, tú tienes que hacer un poco de todo y además creo que es muy bueno que sea así porque el editor tiene que saber que si no le salen los números al final todo su proyecto no es realizable. Al final, para que el sueño de hacer una editorial sea realizable tienen que cuadrar los números, como en cualquier otra actividad del mundo. Por ello estoy muy contento de tener esta doble vertiente y de saber administrar y saber editar o, al menos en la medida de lo posible, porqué también cometes errores tanto en la edición como en la gestión.

¿Qué te gusta más: editar o administrar?
Me gusta más ser editor, claro. Si no salen los números no puedo ser editor…

Es como si te faltara una pierna…
Exacto, la pierna buena, porque si tú haces buenos libros los números salen, pero si no gestionas bien, los números no salen aunque tengas buenos libros.

Si tengo un libro determinado y pienso que voy a vender 100,000 y los hago y vendo 1,000, la empresa al día siguiente cierra las puertas. Si nosotros editamos 60 libros al año e imprimimos 1,000 más de los que deberíamos, tenemos 60 mil libros en el almacén cada año. Si un libro tiene un coste de 3 o 4 euros en promedio, tienes 200 o 250 mil euros cada año perdidos en el almacén. AL cabo de tres años perderás mucho dinero.

Vender algo es muy difícil… vender libros creo que debe ser muchísimo más difícil. ¿El editor tiene un detector o una brújula, a la manera de Hemingway, para saber que determinado libro apunta hacia un éxito mediano o grande? ¿Cómo le haces para saber esto?
No lo sé. Llevo 40 años en esto y no lo sé. Si hablamos de autores de una novela nueva, de un autor nuevo, o de un autor que tiene publicadas dos novelas puedo decir “este va a vender entre 2,000 y 3,000”, pero a lo mejor vende 600, y no lo sé. A lo mejor vende 8,000 y tampoco sé. Si lo supiera, si lo supiéramos todos los editores, entonces seriamos millonarios, viviríamos tranquilamente en la playa.

No se sabe, ni los grandes grupos, ni los editores independientes, Eso forma parte del juego de riesgo que tiene ser editor: si vas a ser editor tienes que tener una capacidad de riesgo, si no no funciona.

Dentro del catálogo de la editorial, ¿qué autores son los que venden más?
El autor que quizás hemos vendido más es Vasily Grossman; sobre todo su novela Vida y destino; luego Philip Roth. Venden muy bien autores clásicos modernos como Federico García Lorca, como Saul Below, Curzio Malaparte. En ensayo Todorov, Canetti. En México tenemos unos cuantos libros de Octavio Paz que venden muy bien. Son autores que dan cierto colchón a la editorial para seguir funcionando …

En alguna entrevista que te hicieron no poco dijiste que disfrutas mucho del ensayo porque crees que es lo que nos está guiando como una brújula en cuanto a la situación del mundo. ¿Crees que el ensayo moderno nos ofrece más que, digamos, uno más viejo?
Creo que estamos todos inmersos en un mundo muy cambiante, muy rápido y con muchos interrogantes, y de cara al futuro hay muchas incertidumbres sobre qué va a pasar con la economía, con la política, con la ecología, con los avances tecnológicos, con el trabajo. ¿Va a haber trabajo? ¿No va a haber? Creo que es muy importante para una editorial publicar libros que ayuden al lector a entender lo que está ocurriendo, al menos hacerse una idea y a descubrir las falsedades, que hay muchas, de lo que se está diciendo en torno a la historia, a la política contemporánea, la economía; desenmascarar también las falsas verdades.

Pero también la narrativa puede ayudar: hay narradores que desde otra forma, con la capacidad que tiene la narrativa para entrar en la vida individual, en el destino individual, también puede meterse en lo que está ocurriendo en el mundo.

Traigo conmigo estos dos ejemplares: El espíritu de la Ilustración, de Todorov, y Trilogía americana de Philip Roth. Creo que entre ambos libros hay un diálogo oculto. En su libro Todorov habla de dónde estamos parados respecto de los ideales de la Ilustración, y las novelas de Roth tratan sobre la crisis que viene arrastrándose desde entonces, como la lucha contra el comunismo y la liberación de los hijos, como en el caso de Pastor americana. ¿Qué opinas de estos diálogos que se tejen entre los libros que editas?
Hay algunos diálogos que son buscados y algunos que ocurren, como cuando invitas a unos cuantos amigos a tu casa, algunos no se conocen, algunos que no hablan y de repente se hacen amigos. Es verdad que con el libro de El espíritu de la Ilustración a mí me interesó la lectura contemporánea, no solo el estudio histórico de lo que hizo la ilustración sino la ilustración vista desde hoy y lo que hoy está en crisis de esa ilustración.

Roth ya hizo todo lo que tenía que hacer en su tiempo y puso el dedo en la llaga sobre muchas cosas, como la pérdida de valores de la ilustración.

Hablando del caso de Roth, en “La conjura contra América” si se cambia el nombre de Charles Lindbergh y se pone el de Donald Trump…
Es perfecta. Es lo que iba a decir: ¿cómo vio eso?

Háblanos de la antología Bogotá 39. ¿Qué te parecen los autores que vas a publicar? ¿Cómo ves esta camada de autores latinoamericanos?
Creo que la literatura latinoamericana está en un muy buen momento y en todos los países hay gente muy interesante. Creo que es una iniciativa muy buena porque permite a los lectores en lengua española valorar, tener una guía a la hora de leer estos nuevos autores, todos tienen menos de 40 años. México es el país que más autores tiene este año, por tanto quiere decir que la escritura aquí en está en un buen momento también.

En el caso de autores mexicanos interesados en publicar un libro con ustedes, ¿cuáles son los requisitos? ¿Reciben manuscritos?
Muchos. Lo que yo le pido a los autores es que tengan la voluntad de hacer una obra exigente, luego les saldrá bien o no y algunos libros serán mejores que otros, pero si al menos la intención que tienen es ser escritores profesionales y tener una buena formación y leer bien y tener ambición en lo que hacen, si hay escritores con estos requisitos, aunque sea su primer libro o el segundo o el tercero, es igual, los examinaremos con mucha atención.

UN CEMENTERIO ESTADOUNIDENSE EN LA CIUDAD DE MÉXICO

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ada hay de extraño en contemplar una bandera que ondea. Sin lugar a dudas, esa debe de ser una de las visiones más comunes en cualquier parte del mundo, que sólo impacta el corazón de los medallistas olímpicos, de los cursis y de aquellos que tras sufrir persecución en un país hostil, sonríen al mirar esa tela de colores en el patio de su embajada. Lo sorprendente fue observar una bandera estadounidense que se agitaba al viento —no estaba en Washington ni en ninguna ciudad gringa, ni siquiera cerca de la embajada de Paseo de la Reforma—, detrás de una barda de piedra en un terreno entre el Circuito Interior y la calle Virginia Fábregas. A los pocos días regresé a averiguar por qué las barras y las estrellas ondeaban ahí, en la colonia San Rafael.

Héctor de Jesús es veterano de guerra. Nació en Puerto Rico y desde hace más de siete años es superintendente del Mexico City National Cemetery and Memorial, uno de los veinticuatro cementerios militares que administra la Comisión de los Monumentos de las Batallas Americanas (ABMC). Estos datos no me los dice a mi directamente sino a un grupo de méxico-americanos que no ocultan su sorpresa al enterarse de que entre 1846 y 1847 se suscitó una guerra entre Estados Unidos y México, misma que le costó a la nación la pérdida de más de la mitad de su territorio. Dentro de un pequeño salón adornado con retratos de Ulises Grant y Sam Houston, cuadros que reproducen los uniformes militares de la campaña y algunos carteles que dan cuenta de la Mexican-American War, Héctor de Jesús comenta, en un español un tanto cortado, que en 1851 se estableció el cementerio para enterrar los restos de 750 soldados norteamericanos que murieron durante la toma de la Ciudad de México.

La mayoría de ellos habían sido sepultados en las proximidades de los campos de batalla —Padierna, Churubusco, Molino del Rey, Chapultepec— dadas las prisas del ejército invasor, quedando como única forma de identificación la gorra del muerto sobre una cruz de madera. Al paso del tiempo las gorras y las cruces se perdieron, y en una labor que no se describe pero que debió de ser ardua, los cuerpos encontrados fueron llevados a un terreno de dos acres que un tal Manuel López vendió al gobierno de Estados Unidos por $3,000 dólares. Los cuerpos de estos soldados desconocidos reposan debajo de un obelisco blanco, coronado por una urna con una llama ficticia, y flanqueado por un par de banderas norteamericanas. Una inscripción en la base del obelisco dice: “To the honored memory of 750 americans, known but to god, whose bones, collected by their counstry’s order, are here buried.”

El cementerio funcionó hasta 1924; hasta entonces, fueron enterradas ahí 813 personas. En el salón en el que Héctor de Jesús deja boquiabiertos a sus escuchas, hay varios álbumes fotográficos. Si algo caracteriza al espíritu estadounidense es su deseo por estandarizarlo todo, desde los McDonalds hasta la muerte: en 1976 este cemetery memorial tenía la misma disposición de cruces que el de Arlignton o las playas de Normandía: todas perfectamente alineadas, un desfile mortuorio blanco, limpio, perfecto.

El gobierno de la ciudad compró la mitad del cementerio para construir el Circuito Interior y corrió con los gastos de dos extensos osarios donde ahora reposan miembros de la comunidad norteamericana. En total se pagaron $2,866,786 pesos, una cantidad superior a los kilómetros perdidos por México durante la guerra, pero insuficientes como para negociar una devolución.

“Eligieron este terreno porque quedaba a un lado del cementerio inglés”, dice el veterano de quién sabe cuál de todas las guerras yanquis. Dejo de ver las fotografías y lanzo una pregunta inquisitiva, similar a las que han formulado los mexico-americanos: “¿Cementerio inglés?”

La pequeña capilla ubicada en la esquina de San Cosme y Virginia Fábregas por lo general suele estar cerrada. Esa tarde de domingo tuve la suerte de encontrarla abierta. Me preparaba para entrar en silencio y soportar las miradas furtivas de las personas que se ofenden cuando alguien ajeno a la comunidad las distrae de la palabra de Dios. Nada de eso ocurrió. Si alguna vez hubieron bancas, éstas han desaparecido. Sólo queda el altar tallado en mármol rosa, con un Cristo crucificado custodiado por dos ángeles.

Al pie de la cruz lloran su madre, María, María Magdalena, la santa prostituta, y Juan, el apóstol consentido. Y no fue un templo católico sino anglicano. Se le conoce como Capilla inglesa y fue construida hacia 1824 en un terreno que el presidente Guadalupe Victoria donó a la corona inglesa en reconocimiento al apoyo económico que sumistró durante varios años a una nación que aun hoy depende del dinero extranjero para irla sobrellevando.

Por fuera, la capilla es bastante sobria. Destacan las cuatro estatuas que custodian cada una de sus esquinas. El tezontle de sus muros revela la influencia prehispánica que permeó en todas las construcciones eclesiásticas.

En libros exhaustivos como Guía de arquitectura de la Ciudad de México, Arquitectura religiosa de la Ciudad de México (Siglos XVI al XX) y Los retablos de la Ciudad de México (siglos XVI al XX) no aparece registro de esta capilla, lo que resulta lamentable porque su apertura, junto con la del cementerio, no fue un hecho cualquiera: se trató de la primera institución cívica inglesa fundada en México, resultado de una necesidad apremiante: la de poder enterrar protestantes en territorio nacional, dada la prohibición expresa de parte de la iglesia católica.

¿Qué ocurrió con las lápidas del cementerio inglés? En la colección de fotografías, que pueden verse libremente en el memorial estadounidense, existen unas cuantas. Se nota el cuidado de un jardinero inglés. Los árboles oscurecen la vista. Dan ganas de sentarse a contemplar las tumbas adornadas de musgo y moho.

Por la melancolía que se respira es un espacio eminentemente inglés.

Hacia 1970, los británicos devolvieron el terreno a México, mal asunto, y con la construcción del Circuito Interior el lugar selló su suerte. No hay mal que por bien no venga es una obra de Juan Ruiz de Alarcón, nombre que lleva el centro cultural construido encima del cementerio inglés. Héctor de Jesús dice que aunque algunos cuerpos fueron enviados a los panteones de la Calzada México-Tacuba, muchos otros fueron dejados ahí.

En este punto de la ciudad, el Circuito Interior se denomina, también, Calzada Melchor Ocampo. Esta calle, antes llamada Calzada de la Verónica, recibió el nombre de uno de los liberales más famosos de la Reforma porque estuvo enterrado, precisamente, en el cementerio inglés del que fue exhumado en 1961 para ser llevado a la Rotonda de las Personas Ilustres.

El cementerio inglés es uno de esos lugares en los que es posible percibir ciertas vibras, o si se prefiere, energías, como en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Ante la desaparición forzada de nuestra propia historia, es interesante descubrir que el lugar donde sucedió el “Halconazo”, el 10 de junio de 1971, sea el mismo en el que soldados norteamericanos y mexicanos se enfrentaron durante la Guerra de 1846-1847, en la garita de San Cosme, cerca de las rejas del cementerio inglés.