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LOS LIBROS QUE LEÍ ESTE AÑO (SELECCIÓN)

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omparto con ustedes una selección de los libros que leí este año. Me gustaron y emocionaron entre muchos otros títulos, géneros y autores que incluyeron manuscritos de novelas y crónicas para concurso que, por supuesto, no tiene caso mencionar aquí, sobre todo por malas. Opino como un lector que escribe. La oferta editorial es inabarcable y la recomendaciones anuales de suplementos y medios con espacios para reseñas de libros no se llevan con quien lee por placer y curiosidad.

Habrá quien se pregunte por que no incluí a algunas de las luminarias literarias mexicanas del momento. Tienen una vitrina mercadotécnica y de paleros impresionante; hay verdaderos petardos y engañabobos entre esas constelación de engendros de feria de libro internacional. Creo que mi opinión sobre sus obras alabadas y premiadas por todas partes les tiene sin cuidado. Lo que recomiendo obedece a gustos e inquietudes muy personales enriquecidas por lectores de confianza que me llevaron a ciertas obras y autores.

Aquí va una selección de mi bitácora de lecturas de 2017:

Teoría novelada de mí mismo, Sergio González Rodríguez. Ensayo. Mondadori
Obra crepuscular de un escritor heterodoxo, panóptico y posmoderno, que en su obra variada y prolífica explora el tejido entre las periferias estéticas de vanguardia, la cultura pop y el crimen globalizado. Los sueños, recuerdos y fantasmas del pasado como detonadores de la escritura conforman un híbrido de autobiografía, ensayo y comunicación delirante con una “alteridad radical”. Un viaje al interior de sí mismo por un apóstata de las letras mexicanas. Amigas: los noventa fueron mejores, publicado por Almadía, es el colofón obituario y mordaz, políticamente incorrecto de un médium entre las intrusiones del pasado en la vida cotidiana y el futuro como engendro del aquí y el ahora.

 

 

Lobo, Bibiana Camacho. Novela. Almadía
Desapariciones reales e imaginarias. Siniestra alegoría de la violencia en México, Lobo es un poblado del norte del país, tierra de nada y de nadie donde todo pasa para que nada cambie. El miedo a lo oculto empaña nuestro presente. Parecía imposible escribir de la violencia demoledora que arrasa al país sin rasgarse las vestiduras ni verborrea que se pretende flujo de conciencia. Demoledora.

 

Altar Tacuba, René Velázquez de León. Crónica/minificciones, fotografía. Producciones El Salario del Miedo
Una ópera prima convertida en plegaria desesperada por todo aquello que la nostalgia convirtió en pesadilla. Una ciudad ensimismada y violenta en esta ópera prima escrita con una fuerte carga de melancolía.

 

 

Manual para mujeres de la limpieza, Lucia Berlin. Relatos. Alfaguara. 
En esta era de empoderamiento femenino resurge de las sombras esta outsider hipster en su sentido primigenio: arriesgada, melancohólica y bella, sus potentes historias exudan amor al fracaso. Realismo sucio pre carveriano.

 

Crónicas de Nueva York, Maeve Brennan, prólogo y traducción de Isabel Núñez. Ediciones Alfabia
Infatigable travesía por el mundo pequeño de la gente de a pie, como la autora misma, marginales y solitarios que deambulan en la parte sur de la “Gran Manzana”. Su personalidad y prosa chejoviana contribuyeron tanto como Truman Capote y Andy Warholl con Nico en la década de los sesenta del Siglo XX, al mito de la mujer etérea en una ciudad cosmopolita y extravagante.

 

El mapa rojo del pecado, miedo y vida nocturna en la Ciudad de México 1940-1950. Gabriela Pulido Llano. Ensayo historiográfico. INAH
Análisis del discurso del miedo construido en la capital del país a través de su vida nocturna. El cabaret, los antros y giros negros como escenarios de nota roja y melodrama de cine de cabareteras, sicalípticas, tarzanes y pachucos. Retrato de la ciudad noir, divertida y culposa.

Mujeres cannábicas (conversaciones pachecas II). Carlos Martínez Rentería. Entrevistas. Cáñamo/ Generación
Hablan Ali Gardoki y Paulina Lavista entre muchas otras mujeres irreverentes y lúcidas en favor de la despenalización de la mariguana y las libertades civiles.

 

El billar de los suizos, memorias atendidas. Guillermo Fadanelli. Crónicas. Cal y Arena
El Fadanelli mordaz, reflexivo y con áspero sentido del humor. Esta colección de crónicas explora la libertad individual que enfrenta los propios demonios y la soledad como brújula para emprender viajes sin padecer la presencia de los otros.

 

Ceremonia, Daniel Espartaco Sánchez. Relato. Paraíso Perdido.
Escritores invisibles al éxito, podría ser el hilo conductor de esta sátira feroz y caníbal sobre el mundillo literario mexicano actual y la necesidad patológica de reconocimiento. El cine mexicano como escaparate del ridículo. Espartaco es un hábil narrador con una voz original.

 

Crímenes y horrores en el México del Siglo XIX. Agustín Sánchez González. Historia social. Ediciones B.
El México bronco y violento de siempre, lo que vivimos no es nuevo y ya no da para escandalizarse. Un indispensable recuento de atrocidades de nota roja que las abuelitas contaban en la sobremesa.

 

 

Delincuencia femenina, Ciudad de México 1940-1950. Martha Santillán Esqueda. Ensayo historiográfico. Instituto Mora/Inacipe
Mujeres cabronas, bravas, transgresoras. El conservadurismo, los prejuicios y los estigmas sociales recomiendan alejarse de las mujeres malas, que a algunos tanto nos gustan. Entrecruzamiento feminista para el libro de Gabriela Pulido Llano comentado más arriba.

 

Vicio, prostitución y delito, mujeres transgresoras en los siglos XIX y XX. Coordinación de Elisa Speckman Guerra y Fabiola Bailón Vásquez. Ensayo historiográfico. UNAM
Otra variante de los libros de Pulido Llano y Martha Santillán. Riguroso y aleccionador. La triada inmejorable para documentar la transgresión femenina. ¿Quien dice que la lucha de las mujeres no se daba desde el lado más salvaje?

 

 

Tres poetas perros, Carlos Reyes Ávila, Carlos Velázquez y Adrián Román, antologado por Eusebio Ruvalcaba. Poesía. La Cábula Ediciones. 
Poetas de la nueva picaresca urbana con un aire delincuencial y a veces aromas a alcantarilla tapada por las lluvias. Adrián Román tiene la rara cualidad de encontrar ironía donde otros ven motivos para renunciar a Dios.

 

La biblia de neón, John Kennedy Tool. Novela. Anagrama
Hermosa y melancólica historia cobijada por aires que remiten a Salinger y las pinturas de Edward Hopper. Un clásico moderno y potente como un trago de bourbon sin hielo.

 

 

El triunfo de la belleza, Joseph Roth. Crónica. Traducción de Javier García Galiano. Universidad Veracruzana.
Reportero y evocador exquisito va de la ficción corta a la crónica, con espléndidos detalles de época. El santo escritor y su mirada de bebedor lúcido.

 

Los hipopótamos de Pablo Escobar, Javier Moro Hernández. Poesía. Deleátur
Tomando como hilo conductor la figura del narcotraficante latinoamericano más popular de todos los tiempos y convertido en ícono pop, advertimos que no toda la poesía es plañidera ni quejosa: “Intuía que todo sonido era una pérdida,/ que mis sueños dejarían de ser tierra y agua/para convertirse en explosiones,/ en respuestas calladas.”

 

Bandidos, miserables y facinerosos. David Fajardo Tapia. Ensayo fotográfico. Conaculta/Centro de la imagen
Crimen y castigo a “la bola”, “la plebe”, “los de abajo” durante la dictadura porfirista. Bandoleros y criminales puestos bajo la mirada pública de una cámara fotográfica a manera de advertencia y escarmiento.

 

Obras completas de Julio Verne, colección Hetzel. RBA Contenidos Editoriales
Fascículos quincenales del cronista del futuro. Bellas ediciones a precio accesible. El tomo I contiene Viaje al centro de la tierra y Un drama en México, Verne previó la codicia científica y tecnológica y el azar mortuorio de este país.

¿QUIERES HACER EL FAVOR DE CALLARTE, POR FAVOR?

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aymond Carver figura entre los narradores que mueven sus piezas con mayor cautela y ejecutan sus jugadas más aparatosas en sordina. Pocos escritores son al mismo tiempo tan letales y modestos como él; su labor de orfebre se inmiscuye magistralmente en los intersticios de la sintaxis y las palabras.

Es por eso que sus estructuras no parecen deslumbrantes en un primer momento, más bien se agazapan tras el fuego y liberan sus efectos cuando menos se espera. A Carver no le interesa asistir al incendio, se conforma con disponer las mechas, con esparcir la pólvora: sus relatos se sitúan al margen del cataclismo, no quieren ser parte de los hechos cruciales ni del drama en sí, sino de aquello que los prefigura y les confiere sentido.

Aunque, quizá, más que hablar de sentido tendríamos que inclinarnos por el término destino. Un destino invariablemente desolador.

Tal desolación se desarrolla en un universo labrado con malicia y esmero. Carver teje sus historias con paciencia, en ocasiones demasiada; las encamina por senderos que parecieran no dar para mucho; las erige sobre aquello que podría no tener demasiada importancia. Mas de pronto, en un ademán fulminante, da lugar al subyugamiento, a la vuelta de tuerca, a una crudeza devastadora cimentada en un estilo inigualable.

Su cuentagotas de magia y tragedia es tan ominoso como fascinante. Resulta casi imposible que el lector no se transforme, ya que Carver, además de ser un prosista de alcances universales, es realmente un hechicero. Y lo más asombroso de su hechicería son sus piedras angulares: la sobriedad y la contención.

Tanto los personajes como los escenarios carverianos aparecen secos, lentos, sin emociones o detalles artificiosos; se podría decir que son fibra pura. En su interacción abundan diálogos terribles de tan realistas, más que nada sucintos y expresivos; las situaciones cotidianas se muestran con una fidelidad implacable, brutal, que no deja espacio para el sentimentalismo.

Por su parte, el tiempo fluye muy despacio, amodorrado, casi a rastras, como si se tratara de un gusano viscoso. Todo lo anterior es importante, pues en estos aspectos operan con gran fuerza la contención y la sobriedad referidas. De allí la sensación de asfixia que transmite el libro de principio a fin; el prevalecimiento de la omisión; el imperio subrepticio del exaltamiento interior.

En este sentido, la palabra clave es depuración. Barrer lo innecesario. Trabajar únicamente con materiales magros. Llamar a las cosas por su nombre.

Las anécdotas y los temas son siempre los mismos: parejas en crisis, carencia de entendimiento entre padres e hijos, disputas entre hermanos o amigos, marginación, miseria, discriminación, desempleo, infidelidad… Carver se empeña en espetarnos lo siguiente con cada uno de sus cuentos: irremediablemente nacimos para sufrir y estar solos. De tal suerte, la comunión es imposible; de hecho, ni siquiera la comunicación se da a plenitud entre sus personajes.

En los diálogos se habla sin escuchar al otro; cada cual vive atrapado en su pequeño mundo, ya sea aséptico o ardoroso pero siempre fincado en el egoísmo, en la fragmentación, en el limbo de la indiferencia. La existencia de estas criaturas es una promesa fallida, por no decir una broma soez o una mentira aberrante.

Presenciamos el ahogo de una realidad domesticada, chata, carente de ideales e ilusiones; una realidad en que la violencia y el desencanto arrasaron con la espontaneidad y el amor. Naturalmente, el lector no puede mantenerse indiferente ante este desfile de desgracias.

La pregunta que se abalanza sobre él es inquietante y abrumadora: ¿qué tan relevante es la vida de cada uno de nosotros dentro de este panorama despojado de grandeza?

Entre las historias más memorables figura aquella en que una madre escribe una carta sobre su hijo a un desconocido. En ésta da la impresión de que la mujer dibuja el perfil inequívoco de un criminal, incluso de un psicópata, pero al final se revela que su vástago es un político poderoso que la persigue, acaso para aniquilarla.

Otro ejemplo inolvidable es el de la mesera que se alía con un comensal obeso para resistir las burlas del resto del personal y de su propio marido. Tampoco puede pasar desapercibida la narración en que un hombre golpea a su vecino con tal de ofrecer una imagen viril ante su hijo, o aquella otra en que una mujer se mata de hambre porque su esposo se lo ordena para que otros hombres disfruten de su figura y lo envidien a él.

En esta colección de desastres, las infidelidades abundan y son de varios tipos: carnales, intelectuales, espirituales. Traiciones y abandonos de otras índoles están también a la orden del día; matrimonios hipócritas, amantes insatisfechos, amistades mediocres, niños ignorados; relaciones humanas, en suma, que se sostienen por mera inercia. Aunque parezca increíble, en ninguno de los relatos se llega al asesinato.

Aun así, tras concluir la lectura del volumen, se imponen la destrucción y el desasosiego.

Para poder desentrañar estos tortuosos laberintos, Carver le exige al lector dos condiciones fundamentales: guardar silencio y esperar. El título de la obra expresa con hostilidad e ironía tales exigencias.

Efectivamente, a veces hay que aguardar y callar hasta la última línea, momento en que la trama se resuelve de manera abrupta pero eficiente. En estos procesos, los desafíos por parte del autor son constantes y permanecen velados; no prestar atención a mínimos detalles puede dar pie a que se pierda el significado profundo de las historias. Por ello es preciso mantenerse alerta o al acecho, según sea el caso, para que esos rugidos sordos y esos zarpazos camuflados no nos tomen por sorpresa.

Sin duda, la narrativa carveriana supone una dinámica de cacería apabullante: suele ocurrir que creemos estar a punto de atenazar a la presa sin darnos cuenta de que ya hemos sido devorados.

En definitiva, leer a Raymond Carver equivale a tomar una lección invaluable de cuentística moderna. Su ejercicio predilecto es evidenciar las fisuras de una sociedad desequilibrada, a la cual no le falta mucho para toparse con el colapso; la radiografía de Estados Unidos que nos entrega se caracteriza por fungir como una crítica mordaz y sin tapujos.

Su técnica, basada en una inteligencia meticulosa e impredecible, así como en una sensibilidad helada, pétrea mejor dicho, quebranta con genialidad los nichos de los lugares comunes. Temas como la zozobra, el miedo y la angustia cobran en Carver dimensiones desconcertantes; no hay conexiones legítimas, los vínculos humanos son casi nulos, y si se dan resultan nocivos.

De este modo, la pobreza interior de un pueblo grandioso, su ineludible miseria, queda al descubierto sin posibilidades de redención. Ante semejantes atributos, no es descabellado que Roberto Bolaño considerara al oregonés, junto con Chéjov, como uno de los mejores cuentistas del siglo pasado.

 

Raymond Carver: Todos los cuentos, Anagrama, colección Compendium, Barcelona, 2016, 705 pp.

 

 

 

 

 

 

NOVEDAD EDITORIAL: AMADO NERVO

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erdonarán mi laxo concepto de “novedad editorial”, pero me lo parecen estos textos publicados hace cien años y recopilados hace cincuenta por primera vez. Llegaron tarde a su destino. Para ser una carta, dieron un largo rodeo. Pero no se trata de una carta, sino de un libro. Entonces más o menos llega a tiempo. Apenas a tiempo de causar asombro por su pertinencia.

Mira qué actual es Nervo: previó las computadoras y se imaginó que los animales se rebelan contra el hombre. Lo asombró la ciencia como si fuera un poema y se hastió del mundo (¡tal como nosotros!). Pero por otra parte, vivió en una época banal que moría de aburrimiento. Su actitud es la de alguien meditando tranquilamente ante la velocidad del mundo, como un moderno Eclesiastés que se atreve a predicar que sigue sin haber nada bajo el sol. Eso se debe a que mira dentro del alma y encuentra el viejo ser humano, el hombre de siempre con un alma gastada de sentir por milenios.

Olvidaba Nervo que los hombres olvidamos, que no arrastramos la memoria por siglos y que las generaciones nacen con asombro siempre. Olvidaba yo, al leerlo, que el asombro es igual en todos los tiempos. Leer es desanimarse, es comparar las épocas y a las personas. Es darse cuenta de que algo humano se desgasta. Ni siquiera los ideales de ahora son como los de antes, es como si fueran también desgastados por la Historia, por el aburrimiento.

En fin, incluso el aburrimiento aburre, y entonces hay que voltear hacia el mundo a ver qué se encuentra por ahí. Nervo fue cronista de actualidades por toda la vida, miraba la vida como viejo sabio que ve circular las mismas personas de siempre. En fin, eso lo divertía: mirar todo aquello que hace semejantes a los hombres, esos mismos que se creen únicos. Así que su crónica de sociales es un poco el registro amable del ridículo.

¿Servirá de algo viajar, conocer nuevos paisajes, nuevas personas? ¿O es que todo es lo mismo en Biarritz que en París? Le gustaba tanto al poeta viajar, mirar a los hombres desplazarse en busca de una ilusión. Y luego, las despedidas en las estaciones. Qué bonito, es el momento en que pensamos que somos irremplazables. Toda esa gente que va a despedirse del viajero, el cual piensa que deja aunque sea un huequito en los demás, un espacio del tamaño de una nuez, que nadie va a llenar. Y al viajar, pensaremos que la mirada de los amigos nos acompaña, que ellos siguen con nosotros.

Qué curioso, algo muy parecido le dijo Alfonso Reyes cuando murió: “Eras cosa pequeñita, cabías en una nuez”. Y ahora, yo me pregunto si nos hace falta ese viajero, el cronista de hace un siglo. Me parece que no. Qué lástima, hubiera sido tan bonito conocerlo y, ahora, echarlo de menos.

Amado Nervo. Obras completas. Tomo I (1973), recopilación, prólogo y notas de Francisco González Guerrero (prosas), Alfonso Méndez Plancarte (poesías), 1ª ed. mexicana. México, Aguilar, 1991.

EN LEGÍTIMA DEFENSA

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ue la realidad es más terrible y sorprendente que la ficción no es novedad. Mucho menos lo es para los mexicanos, quienes todos los días desde hace ya más de una década, nos enteramos de los más inusitados crímenes, bestiales asesinatos, brutales feminicidios, y así, en un rosario de nota roja que casi llega al genocidio.

En legítima defensa, escrito por la abogada Ana Katiria Sánchez, es la narración del proceso penal que siguió al secuestro y violación de la joven Yakiri Rubio, y en cuya legítima defensa terminó asesinando, con peculiar fortuna, a uno de sus agresores y, sin embargo, pese a ser la víctima, fue acusada por homicidio calificado y encarcelada.

Ana Katiria Sánchez, abogada penalista y defensora de los derechos humanos con perspectiva de género, escribe esta crónica de una injusticia, que se transformó, con el aporte de pruebas y entrevistas con personajes clave, en lograr la liberación de Yakiri Rubio.

De manera clara y sencilla, sin abusar de la jerga penal, que suele abundar en este tipo de narraciones, la abogada no escatima en el uso de detalles clave para la defensa de la joven Rubio.

Durante los meses iniciales en que ejerció se defensa, Ana Katiria Sánchez emprendió una estrategia, a la vez que penal, de medios que logró presionar a autoridades clave, autoridades judiciales, fiscales, procuradores, jueces y hasta el Jefe de Gobierno del Distrito Federal. De esos encuentros casi siempre sale asqueada por el machismo, el cinismo, las fallas o el contubernio entre autoridades y delincuentes.

En resumen, es la crónica de un sistema de “justicia” ineficiente, torcido e injusto, que aparte de penalizar la pobreza, se encaja en contra de las mujeres por su condición de vulnerabilidad.

En legítima defensa debe leerse por ser la crónica de un caso exitoso en el que el tesón de una joven abogada y su defendida pudo contra todo un sistema judicial podrido. Un caso entre, quizá, miles que son desconocidos.

Una vez más, la realidad superó de manera contundente a la ficción.

Ana Katiria Suárez Castro, En legítima defensa. Yakiri Rubio y la gran batalla contra la violencia machista y el sistema penal. Grijalbo, Mayo 2017

LA PERMANENCIA DEL TIRANO

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n el siglo XX, la figura del dictador sedujo –literariamente hablando–, a algunas de las mejores plumas de Latinoamérica. Lo mismo los premios Nobel Gabriel García Márquez con El otoño del Patriarca o Mario Vargas Llosa con La fiesta del Chivo, pasando por supuesto por Arturo Roa Bastos y su imperdible Yo el supremo, abordaron con eficacia literaria el gran misterio del poder y sus personeros.

Los dictadores, esos monstruosos y atrayentes individuos, muchos de ellos salidos de la miasma de la sociedad, que tuvieron en la palma de sus manos el destino de su país y, por supuesto, la vida de sus conciudadanos, no han dejado de intrigarnos aún en nuestros días de democracias maltrechas.

Mi abuelo y el dictador, segunda novela del escritor César Tejeda (Ciudad de México, 1984) retoma lo mejor de la narrativa de la dictadura y la ensambla con una historia de investigación autobiográfica. En ella, Tejeda-personaje, un joven escritor mexicano, indaga sobre su pasado inverosímil: fue hijo de un hombre septuagenario cuyo padre –es decir, el abuelo del autor–, tuvo un encuentro tremebundo con el presidente Manuel Estrada Cabrera, déspota que dirigió los destinos de Guatemala entre febrero de 1898 y Abril de 1920.

Tejada-autor centra su novela en un episodio de esos que marcan para siempre a las familias: la marcha que se ve obligado a emprender su abuelo, de nombre Antonio, a través de los casi cincuenta kilómetros que existen entre Antigua y la Ciudad de Guatemala, para carearse con el presidente, quien lo acusa de traidor a la patria. Por supuesto, Antonio no va sólo: lo acompaña un piquete de soldados que se divierte sometiéndolo a simulacros de fusilamiento.

Para agregar más dramatismo, durante esa caminata va a la retaguardia la esposa de Antonio, con su primer hijo en brazos y dentro del pañal del pequeño un revólver cargado con el que pretende liberar a su marido de la muerte.

Artífice de esta trama siniestra fue el presidente Manuel Estrada Cabrera, quien, aunque de origen civil, supo teñir su mandato con excesos dignos de la más sangrienta junta militar, todo ello, por supuesto, mezclado con intentos de legitimarse a través del edificio legaloide que él mismo irguió; además, abrió la puerta de su país a la infame United Fruit, trasnacional que definiría para mal los destinos de toda Centro América.

César Tejada como autor intercala los episodios en que él mismo investiga la historia de su familia con la novelización de la figura de Estrada Cabrera. En ese sentido, las partes en donde Tejada narra su investigación tienen un tono similar al que utiliza Javier Cercas en El Impostor, mientras que en las recreaciones históricas su prosa alcanza registros dignos del mejor realismo mágico: el tirano aparece como un ser mítico y terrible, un Cronos de mil ojos y mil tentáculos que nunca duerme y que es capaz de escuchar los pensamientos. Tales episodios, así como en los que Tejada aborda la historia de su familia son lo más gozoso de la novela.

Otra de las virtudes notables de César Tejada es su capacidad de construir personajes entrañables y complejos: su abuelo Antonio –quien, curiosamente, es de los más opacos–, la aguerrida abuela Victoria, Maximiliano y Victor Manuel, los que causaron la desgracia familiar, e incluso la bisabuela Luisa, obsesionada por las cejas masculinas y amante de un cejón y peninsular sacerdote. Todos ellos inolvidables para el lector.

En contraste, las partes en la que el joven autor se introduce como personaje dentro de la diégesis para narrar su investigación no alcanzan esa maestría, e incluso muchas podrían omitirse del relato sin que se perdiera calidad. La referencia a Cercas no es gratuita: hay que recordar que el autor español utiliza esa misma estrategia cuando refiere su proceso para escribir del embustero Enric Marco, sólo que, a diferencia de César Tejada, Cercas aborda en El impostor los profundos conflictos internos que encaró mientras investigaba a Marco. En cambio Tejeda no se involucra emotivamente, sino que más bien se enfrasca en una interminable sucesión de acciones sin interés novelístico: Fui, tomé el autobús, fui a la biblioteca, investigué, regresé a México… Todo perfectamente redactado, pero carente de emoción.

De cualquier manera, a pesar de sus carencias, Mi abuelo y el dictador es una muy disfrutable novela que nos vuelve a plantearnos el enigma del poder y sus testaferros y de la malsana fascinación que –aún hoy, en la segunda década del siglo XXI–, nos ocasionan.

César Tejeda, Mi abuelo y el dictador, 2017, Caballo de Troya