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MIS MOMENTOS CON JOSÉ JOSÉ

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Hace muchos años algo que empezó como una inocente borrachera con mis amigos Andrea y Paco terminó con la decisión de tomar un camión, viajar durante la noche y llegar a Xalapa para que yo pudiera decirle al entonces amor-de-mi-vida que lo amaba. Así le hicimos, sin tener nada planeado nos lanzamos a la terminal de autobuses con nuestras mochilas pues esa tarde todo había comenzado al salir de la clase de italiano.

En el vagón del metro un vendedor de discos piratas traía uno de José José y lo compré; era un disco tan pirata que las canciones empezaban a dejar de oírse hacia el final, como si se desvanecieran lentamente y gracias a que Andrea traía consigo un discman pudimos escuchar el disco durante el viaje. La compañía de la música fue maravillosa, muchas de esas canciones describían a la perfección mi mal de amores y mi esperanza.

Durante el trayecto conocimos a Eduardo, un chavo muy amable que trabajaba en un restaurante y que nos invitó a desayunar apenas abriera el lugar. A Andrea se le rompió el zapato y al llegar a Xalapa a las cuatro o cinco de la mañana tuvimos que caminar como fantasmas desorientados esperando que abriera alguna tienda o el mercado para que ella pudiera comprarse unas sandalias. Fuimos testigos de una ciudad que amanecía; nosotros sin planes y sin dinero, con una tarjeta telefónica que nos permitiría hablarle a este amor porque ese era el cometido del viaje.

Cuando el restaurante abrió pudimos desayunar. Después nos dimos a la tarea de buscar a este ex novio pero nunca estuvo en su casa y muchas horas después de deambular por Xalapa y reírnos y caminar e imaginar cómo seríamos dentro de muchos años, cuando al final contestó le dijo a Andrea que prefería no verme pero que me dedicaba una canción. Como no es una canción del Príncipe ni vale la pena mencionarla. Fue un drama, nos regresamos de Xalapa desvelados y yo con el corazón roto; lo peor, nos habíamos acabado las pilas y en el viaje de vuelta ya no pudimos escuchar las canciones adoloridas de José José.

2. A otro de los grandes amores de mi vida, acaso el que lo ha sido por más tiempo, yo le decía que a todos mis ex novios les había dedicado una canción de José José. Cuando él me preguntaba cuál era la suya yo le cantaba la de: “es verdad soy un payaso” y me daba mucha risa. Él decía que qué mala onda y sí, si no mala onda por lo menos mentirosa porque la verdad es que hubo épocas en que le dediqué varias rolas del Príncipe, el tiempo que siempre termina haciendo su trabajo decidió que en definitiva la suya sea “Amnesia”.

3. Mi amiga Alina y yo nos divertíamos mucho diciendo que si algún día alguna de nosotras llegaba a casarse, el tema de nuestra boda sería “Mi vida” de José José. Nos parecía muy punk cantar a todo volumen en medio de los invitados: “yo he rodaaado de acá para allá, fui de todo y sin medidaaa, pero te juro por Dios que tú no pagarás por lo que fue mi vidaaa”.

Han pasado muchísimos años de aquellas tardes en las que Alinita se reía, mi amiga murió y yo no me he casado pero si algún día lo hago -que todo puede pasar-, cantaré esa canción en honor de esa amiga que vivía atormentada e intensamente. La verdad es que por mi parte ya tendría que aceptar públicamente que he sido bastante fresa y que eso de que he sido de todo y sin medida me queda bastante lejos y que sólo me gustaría hacerlo para escandalizar a la familia del novio.

4. Hay un chiste muy tonto que a pesar de lo tonto que es a mí me gusta contar:

¿Sabes dónde nació José José?
No, ¿dónde?
¡En Ameca Ameca! (sorry, es malísimo)

5.Una tarde sentados en los columpios de un parque y bebiendo vodka, mi querido Eusebio Ruvalcaba me explicó que la gran música se hermana porque es como la trayectoria curva de un columpio y que por eso uno podía pasar de Brahms a Tom Waits y de Mozart a José José sin problemas y sin culpas de orden estético, y que los que no lo entendían no entendían nada y que eran unos fresas y, claro, yo le creía a Eusebio, no sólo porque siempre le creía casi todo sino porque es la única persona que he conocido que podía conmoverse igual escuchando a Schubert o alguna interpretación de sus favoritas del príncipe de la canción.

Eso me ha hecho entender que cuando conozco a alguien a quien le gusta Nina Hagen tendré algo en común con esa persona, lo mismo que si le gusta Beethoven o José José, pero si a esa persona les gustan los tres, esa persona será una de mis personas favoritas porque habré encontrado un cómplice, por lo menos musicalmente hablando.

6. Hace unos cuatro o cinco años con motivo del cumpleaños de José José organicé una fiesta en mi casa que consistió en invitar a puras personas que lo respetaran y que ninguno fuese abstemio, pues se trataba de brindar en su honor, escucharlo sólo a él y no repetir canciones. La borrachera duró hasta las tantas horas pero fue verdad, jamás se repitió una sola canción. Descubrí que yo no pasaba de los grandes éxitos y que mis amigos queridos se sabían tantas canciones como anécdotas. Esa noche lleva el nombre de Fabiola, Omar, Rogelio, Fermín, Eli, Itzel, Toño que hasta vino vestido para la ocasión, Delia… Cuando pienso en José José pienso en mis amigos y en cómo el mal de amores deja de ser un lastre tan pesado si alguien te acompaña cantándolo.

Cuando pienso en José José pienso en Eusebio, en Rogelio, en Sigfrido y sonrío como si el mal de amores fuese un mito.

7. Mi momento más triste con José José fue aquel en el que volví a pasar el doloroso trayecto de pedir un aplauso para el amor a descubrir que nada es para siempre y hasta la belleza cansa.

8. Cuando necesitas el apoyo emocional del Príncipe, gracias al youtube con un clic puedes escuchar y ver lo que quieras, desde el video del Festival OTI en el que todo mundo cuenta que José José ganó el segundo lugar cantando “El Triste” hasta sus videos ochenteros en los que usa unos suéteres horribles o chamarras de piel abombachadas.

Salvo aquel que me costó diez pesos nunca he comprado un disco de José José pero supongo que tiene una discografía muy grande, yo sólo tengo un disco pirata con portada verde, un objeto casi feo en el que las canciones se van poco a poco cuando empiezan a terminarse, un objeto con el que no establezco contacto hace muchos años y sin embargo me gusta saber que está ahí, lo suficientemente cerca para el momento en que lo necesite.

 

 

 

 

JOSÉ JOSÉ: CROONER Y TRAGEDIA

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Conocí a José José cuando tenía unos 13 años y mis hermanos me llevaban a trabajar a la fábrica donde se forjaron. Los veranos y las vacaciones me las pasaba ahí, camellando. Un sábado, pasado el mediodía, algunos hojalateros veteranos estaban tomando Don Pedro con Coca-Cola en una de las estaciones.

Guardaban el pomo discretamente, a la vista del poli de la entrada, en sus cajones de herramientas, donde también habitaba una grabadora. Y fue cuando regresaba de la tienda, con más refrescos, que sonó.

Su voz melancólica y romántica llenó toda Planta 1, misteriosa y magnética. Era “El triste”, desde luego.

2.José Rómulo Sosa Ortiz es el gran crooner de México.

Su mística, es decir su voz, proviene del Olimpo de los grandes cantantes. De los inmortales. Fue insuflada con un halo divino.

Eso explica porque alumbró, por ejemplo, al mismísimo Sinatra, a quien conocería cercanamente. La primera ocasión, cuando Frank escuchó los discos de José José, lo contactó vía el cuñado de Pepe para que fuera a Los Ángeles y le hiciera una prueba de voz en corto.

Pero su sello, RCA Víctor, no le dio el permiso y el Príncipe, deprimido, tuvo que esperar para conocer a su ídolo en persona, una vez que su música había conquistado Estados Unidos.

3. José José fue un bebedor desde el principio de su carrera.

La sombra de la botella la heredó de su padre, José Sosa, tenor que murió de alcoholismo un año antes de que el Príncipe sacara su primer disco en forma: Cuidado (1969).

Había comenzado seis años antes, a los 15, en cafés cantantes, serenatas, tocando el contrabajo y el bajo en un par de grupos menores y grabando algunas pistas bajo contrato. Había dejado atrás su empleo de fabricante de bobinas en una empresa en Clavería.

Cuidado no significó el despegue inmediato, debido a que fue considerado “muy fino” para el gusto radial, por sus tintes de jazz y bossa nova (presentes sobre todo en la gran “Una mañana”). Pero ya contenía hits como “Cuidado”, “Pero te extraño”, “Sin ella” y “Sólo una mujer”.

Y, claro, atisbaba la condición de chupirul sin fondo del Príncipe, a quien una fama encabronada le estaba tocando el timbre.

4.Cuando la botella se terminó me mandaron por otra, más chescos y cigarros.

“A ver asómate, igual y ya vienes”, me decían, carrillas y medios chiles, mientras José José seguía dando vueltas en las bocinas y en el eco que rebotaba en la maquinaría pausada, ajena a los dipsómanos que durante el día las domaban y que expandían la tarde con un anecdotario cuyos escenarios nunca, o casi nunca, iban más allá de esas mismas paredes.

Esos Maestros llevaban allí décadas, respirando rebabas, pintura y soldaduras de diferentes calibres. Y sin duda escuchando al Príncipe.

5.“Siempre he pensado que la diferencia de un artista grande y uno pequeño es su capacidad para dejar canciones en la memoria colectiva. Ése es el mérito de José José: haber encontrado canciones hasta debajo de las piedras, normalmente buenas”, dice Rafael Pérez Botija, compositor español que trabajó con el Príncipe en sus mejores momentos. Botija agrega que, en las canciones, Pepe encontraba matices y rincones que ni él mismo sospechaba.

“Es un creador, sabe encontrar mucho más que otros artistas. En eso, verdaderamente, es excepcional”.

6. Como pocos rockstars, José José se atragantó del éxito y sus demoledores placeres.

Pocos artistas mexicanos pueden presumir vender millones de discos en todo el orbe, durante décadas, conquistar el mundo anglo, a la industria. “La nave del olvido”, su primer gran éxito, fue editado en japonés, griego, hebrero y una docena de idiomas más.

También pocos pueden presumir haber estirado su vocación autodestructiva como él: el Príncipe descendería a los excesos propios de un Dios del averno. Drogas, mujeres y trago. De allí provenía la nigromancia de su arte: dandy atemporal, bardo de millones y epítome de un país trágico.

7. De aquel día, además de ponerme una de mis primeras borracheras con tragos de brandy a discreción, se me quedó marcado el hecho de haber escuchado a José José con la tropa obrera, que tristeaba sus recuerdos sobre cada rola.

“Este güey sí era cantante, chingada madre”, arremangaba alguno. A la postre sería una era —uno de mis hermanos ya murió, varios de aquellos viejos obreros también caerían en los siguientes años, víctimas de Cáncer, Diabetes o alcoholismo— que para mí quedaría estampada en aquella sesión de bohemia proletaria.

8. De acuerdo con la crítica y el gusto del público, el mejor disco de José José es Secretos, de 1983 (más de 15 millones de copias vendidas hasta 2013, cuando se reeditó una edición de aniversario).

Lanzado 20 años después del inicio de su carrera y diez antes de su debacle definitiva y la pérdida de su voz, el disco es un dechado de éxitos: “El amor acaba”, “Lo dudo”, “Lagrimas”, “Voy a llenarte toda” y “He renunciado a ti”. La portada muestra al Príncipe en uno de sus mejores momentos: traje blanco, mirada fija, corbata roja.

Listo para la Odisea, moldeado de cada experiencia amarga que hasta la fecha guardaba en las bolsas.

9. “La vida es drama. Rigo es amor. Luismi en sus años mozos fue (ha sido y seguirá, para sus fieles) como la más verídica reproducción del sol. Emmanuel subsiste y logra reciclarse con su vara de nardo y sus efluvios. Juan Gabriel (para no hablar de José Alfredo, que pertenece a otra divisa) sería el psicoanalista, un Dostoyevsky estrafalario, a veces con mariachi, del alma nacional. En cambio, José José ha sido y seguirá como la voz del corazón abierto”, escribe Roberto Diego Ortega en Y sin embargo yo te amaba (2009, Ediciones Cal y Arena).

10.En 1993, luego de publicar 40 y 20, José José se dejó morir.

Abatido por la ruina de su segundo matrimonio, se arropó en el trago para desaparecer. Huyendo de la prensa y el escándalo, se trasladó a Tulyehualco donde vivía en un taxi con otros teporochos.

La leyenda tocaba fin. Pero un grupo de amigos lo rescató y lo mandó a rehab en Minneapolis. Desde entonces no ha probado alcohol y se ha pacificado. Volcán apagado. Viejo y enfermo, espera la muerte. La rapiña mediática se asoma cada vez a su patio.

Un José José morirá pronto: el hombre. Porque otro, la leyenda, no sucumbirá, al contrario. Los tristes, los tormenta, siempre serán legión.

José José es el soundtrack de los pedotes. De los pedotes tristes.

México se seguirá debatiendo entre la tragedia y la peda permanente y su portavoz seguirá siendo José José, el canto del corazón abierto, el Príncipe crooner de plebeyos y patricios.

AMAR Y QUERER NO ES IGUAL: LA VOZ DE JOSÉ JOSÉ

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ablar de José José (1948-2019), el cantante, el intérprete, el recreador de historias de amor y desamor, nos hace reflexionar en las capacidades de un artista que ha trascendido barreras sociales, estéticas y culturales. Cantantes hay millones; pero José José trasciende por poseer una fuerza interpretativa que ha detonado profundas emociones en quienes lo han escuchado.

Podría esperarse que, al nacer en el seno de una familia con una sólida vocación musical, José Rómulo Sosa Ortíz -como reza su acta de nacimiento- tuviera claro desde su infancia que quisiera ser tan buen cantante como su padre, José Sosa Esquivel.

En los recuerdos de sus primeros años de vida, José José se refiere a su padre como un hombre severo, pero gracias a quien obtuvo la disciplina para educar una voz que (decía su madre) era realmente privilegiada; por ello, la vocalización diaria fue la base fundamental en la formación de su instrumento.

Pero también tuvo otra guía indiscutible: la calle.

La compañía de sus amigos, el olvidarse del academicismo y volcarse a rasgar una guitarra recargado de un árbol o una barda, también moldearon su forma de ver la vida.

Y así, los primeros escenarios que pisó fueron las peñas frecuentadas por quienes deseaban aliviar sus diarios sinsabores, pero también las banquetas y las puertas de las casas a donde acudía para dar serenatas.

En palabras de Anel Noreña, compañera de José durante sus años de mayor éxito, las influencias principales del cantante eran diversas: desde Pepe Jara hasta Johnny Mathis, pasando por Barbra Streisand y Frank Sinatra.

Pero la máxima joya del arte de José José radica en su sensibilidad; técnicamente podemos referirnos a su aterciopelada y aparentemente sencilla emisión de la voz, su sentido del ritmo y del color vocal, pero también el detonante de sus interpretaciones se encuentra en la respuesta del público al que le cantaba.

Él comentó, siendo muy joven, que el silencio que precede una presentación en público es uno de los momentos mágicos y “espectrales” que guiaban su canto.

Quién imaginaría que gracias a una de esas serenatas surgió la primera oportunidad para hacer una audición en una casa disquera.

Eran los inicios de la década de 1960. Posteriormente, ingresó a un grupo musical y la casa RCA firmó contrato con él. Ahí adquirió su nombre artístico que homenajea el legado de su padre.

¡Y llegó La nave del olvido! Y la historia de la música en México cambió radicalmente de la mano de aquella súplica escrita por Dino Ramos y para la cual José José puso su voz.

El destino había marcado con una estrella los esfuerzos del joven cantante quien comenzó a escucharse en la radio… y en todo el mundo. Y poco tiempo después, en los albores de la década de 1970, se oyó El triste de Roberto Cantoral en el Festival de la Canción Latina, con una interpretación proverbial y que sigue impactando cada vez que se ve y escucha en video.

El embrujo de aquella voz prodigiosa, sabia para recrear historias, que se desbocaba no en cantidad de volumen sino en energía, se hizo de todos quienes lo escucharon.

Ahí es cuando llegó a la cúspide que todo artista sueña en conquistar.

Canción que grababa, canción que se volvió éxito. Historia que contaba, historia que era adoptada por las familias que corrían a comprar sus discos. Y desde 1969 han sido millones de copias que se conservan en los más diversos hogares.

No puede hablarse de que José José es la voz exclusiva de los “de la alta” o de los que menos tienen: las historias que ha sabido compartir desde lo más profundo de su ser le llegan igual al desprotegido que al magnate, al trovador de los camiones que al rockero.

No me corresponde a mí hablar de los excesos del artista abrumado por la fama. Tal parece que todos sabemos de qué se trata. Lo que hay que valorar es la intensidad vocal de un Príncipe de la canción que en cada interpretación se transmuta en Soberano, en Semidiós.

¿Acaso no quisimos experimentar y deleitarnos con masoquismo del dolor como José José lo lograba en sus canciones, magistralmente instrumentadas?

Para cualquier cantante que desee emular las capacidades técnicas del Príncipe, es un reto fascinante iniciar una frase desde una nota grave e irla matizando -como meandros de un río- hasta llegar a una nota aguda brillante, sostenida, perfumada de armónicos y que intoxican el alma.

En lo personal, recuerdo los carteles pegados en las calles con el nombre de José José en el que se recalcaba “En el lugar de sus éxitos: EL PATIO”.

Las ovaciones que debe haber presenciado en aquel lugar y en cuanto escenario se paró. Resulta emocionante saber que un cantante mexicano se ganó el aprecio de los públicos de las más diversas latitudes, el interés de compositores como Rafael Pérez Botija, Armando Manzanero, Rubén Fuentes, Juan Gabriel, José María Napoleón y Manuel Alejandro, por nombrar unos cuantos.

Pero, de manera fundamental, José José fue adoptado como el portavoz de las almas deprimidas y de aquellas ebrias de amor.

Cuando un artista es capaz de nutrir a la memoria colectiva con innumerables canciones y que logran permanecer intactas durante varias generaciones, entonces ese artista se convierte en leyenda.

Y eso es precisamente José José: una de las más valiosas leyendas de la música iberoamericana.

EL PRÍNCIPE QUE NOS ENSEÑÓ LA DIFERENCIA ENTRE EL AMAR Y EL QUERER

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n su época de plenitud y gloria no entendí a José José. Lo que significaba para los adultos que ya tenían experiencia revolcándose en la ola de amor y sus desencantos íntimos, en la noche y sus refugios para ahogarse en alcohol y deseos.

Lo detestaba. Atravesé tres décadas sin comprender por qué mis hermanos y sus amigos se lastimaban oyendo una y otra vez la interminable lista de éxitos que envolvió al país de una melancolía derrotista sin igual.

En la década de los 80 yo era un jovenzuelo arrogante y gandalla que apostaba todo por el rock como la única experiencia posible para vivir emociones intensas.

Me parecía patético, deprimente ver a mis hermanos y a sus parejas cantar a todo pulmón las canciones del “Príncipe de la Canción” ahogados de borrachos en sus interminables parrandas a domicilio, algunas de ellas luego de haber escuchado y sufrido en vivo los shows del crooner en alguno de los centros nocturnos de moda como El Patio, Fiesta Palace y algunos otros en la colonia Juárez y la Zona Rosa. Cubotas de Bacardí, de brandy Terry y a veces sendos coñaques en copas grandes para que adultos treintañeros pidieran un aplauso para el amor que se les iba o no había llegado; anhelantes de pasión, me hacían temer de la única derrota por la que vale la pena vivir la vida con toda su intensidad.

José José acompañó mi infancia, adolescencia y juventud como un pesadilla melódica siempre triste que yo combatía con descargas de rock pesado.

No podía flaquear enamorándome, ergo, sufría por la ausencia de amor pasión y pretendía ser indiferente a las chicas que querían conmigo algo más promisorio que unos fajes de ocasión.

El amar y el querer, la gran diferencia entre el que ha vivido y el que quiere vivir pero teme a los abismos del deseo.

Las emociones a flor de piel sólo parecían posibles a través de esa voz templada, melancohólica del joven barítono con cara de niño consentido, chapado a la antigua, capaz de expresar el desconsuelo amoroso de millones de enamorados que cantaban de memoria los éxitos de una generación que resistía a la cruda realidad de la época dorada del priato.

En sus inicios con tan sólo veintidós años, José José había dejado boquiabierto a todo un continente con una canción cuyo título contiene la esencia de toda una sensibilidad predispuesta a la tragedia: “El triste”.

Echeverría, López Portillo, de la Madrid y los primeros años del salinismo. Cuatro sexenios de ignominia, corrupción descarada y desesperanza sobrellevados con la voz del interprete que con su feeling genial en el II Festival de la Canción Latinoamericana de 1970 parecía acompañar para siempre el futuro de millones de mexicanos.

A José José le robaron el triunfo indiscutible y tuvo que conformarse con un modesto tercer lugar. Un enorme “Campeón sin corona”. Mientras tanto México resistiría a la debacle cantando he podido ayudarme a vivir como reproche a la bonanza inalcanzable.

José José es el rey de los excesos. Su vida turbulenta rociada de abundantes cantidad de alcohol y cocaína está a la par de cualquier leyenda de la música pop caída en el vendaval de la narcosis.

Dos matrimonios con mujeres mayores y colmilludas en eso del amor pagado lo condujeron al abismo.

Solo que el Príncipe se negó a morir joven por sobredosis. Sobrevivió así mismo, a su éxito anestesiante y hasta hoy arrastra la triste imagen del convaleciente de una guerra entre la pasión amorosa y la vulgaridad de lo cotidiano.

El estreno de su película autobiográfica coincidió con el terremoto de 1985 en la Ciudad de México y fue un rotundo fracaso. Nadie fue a verla. Soy asiiiií.

El gran crooner dipsómano y cocainómano, ídolo de los oficinistas chilangos. Bacardí blanco para estar a tono con sus canciones. Idolatrar al Príncipe por sus excesos es dar como un hecho que la vida sólo vale la pena vivirse así.

Fue de todo y sin medida. Walter Benjamin planteó que la verdadera medida de la vida es la memoria. Y la bebida, completaría yo.

Todas las medallas al mérito en el campo de batalla nocturno cuelgan del cronista trágico de la balada latinoamericana. Daniel Santos y Julio Jaramillo lo esperan en su mausoleo cuando irremediablemente sus legendarias interpretaciones sean escuchadas con la intensidad desbordada del desconsuelo amoroso.

Jimmy Scott, el bardo deprimido del jazz de voz andrógina y cuerpo de niño, habría extendido sus brazos para abrazar a su alma gemela mexicana. Frank Sinatra lo admiraba. No poca cosa.

No puedo separar la intensidad de una voz privilegiada que jamás desmereció su inagotable capacidad de autodestrucción, de interpretaciones que sobrevivirán a esta época de profilaxis existencial.

Hoy que sé lo que es rodar de acá para allá, y ser de todo y sin medida, entiendo bien por qué composiciones y arreglos orquestales memorables al servicio del trovador, hicieron del desconsuelo amoroso una plegaria ardiente que hasta hoy se reza en hoteles, cantinas, antros y en todos aquellos lugares donde la vida derramada tiñe la noche y su intimidad de pasión y desesperanza.

HOY QUIERO SABOREAR MI DOLOR

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ara los nacidos durante los años setenta, decir José José era enunciar el estado de las cosas. El tono sentimental de los tiempos. Barítono. Apretado. Desgarrador en su liberación. En 1980 Fernando Valenzuela debutaba con los Dodgers. En la pequeña medianía, los niños de los Infonavit del país jugaban a contarse el chiste del señor que reclama un baño y le responden: Espera un pooco, un poquiiito máaas.

Había inocencia pues, quiero subrayar, que José José es una época así para muchos. Había, por ejemplo, que ir a la única tienda departamental de la ciudad, las Novedades de Vicente, “el gran almacén”, a comprar el nuevo disco de José Rómulo Sosa Ortiz.

En aquellos días las tiendas departamentales aún no se pensaban como ecosistemas. En el lado oscuro de la memoria, José José también musicalizó la angustia de ciertas noches en que papá y el tío llegaron borrachos a sacar las pistolas y escandalizar la unidad habitacional, mientras al fondo de cada balazo resonaba: Estoy preso entre las reedes de un poeema. José José ha estado ahí siempre, es lo que quiero decir.

En 1981 se registró el primer caso de sida en México.

El Banco Mundial otorgaba préstamos al país como quien tira a las palomas pan. Crean el instituto de la educación para adultos.

Queen se presenta en Monterrey. Como en tantos rincones de este país, una familia resiente la cada vez más onerosa escalada social, justamente cuando la realización parecía alcanzable pierden la casa de sus sueños, de dos pisos y alberca.

En un instante los tiempos mejores dejan de serlo. Quedarían postales como la de aquel día de playa, de regreso por la carretera, mientras sonaba el radio del LeBaron: Quiero peerderme contiigo, coomo se pieerdee el horizonte, como las aaves en la nooche. Y ante el ocaso se adivinaba la mano de mamá sobre la pierna de papá.

Y se podía saber que quedaba algo entre ellos, que quedaba hogar para un rato más. Con un par de Tecates en los recipientes del tablero.

Es esa orquestación que sólo acentúa la línea vocal de José, la que sigue produciendo la magia. Voy a llenarte tooda, tooda, y a cubrirte con mi amor, todo tu cuerpo.

Miguel de la Madrid se hizo presidente y todo comenzó a perfilarse “neoliberal”. Esa palabrita que nada comprende de romanticismo.

Hasta siempre a Efraín Huerta Romo. Se incendia la Cineteca. Padecemos una devaluación sistemática del peso e incremento de la canasta básica. Lamento nacional profundo, pero eso sí, bien entonado.

El registro de la nostalgia lo da José José. Ese vibrato que nos emboba como a Angélica María en la OTI. Aprendimos que es mejor sufrir sabroso con las canciones del nacido en Azcapotzalco, que triunfar al aséptico modo europeo. Triunfar sí, pero suciamente, sufriendo como hizo el Príncipe, como hizo José Alfredo.

Para eso estamos la medianía, para admirarlo ahí en las portadas de sus discos, vestido con su conjunto de casimir al estilo narcotráfico de Miami, ostentando gruesas pulseras y anillos de oro.

Con sus facciones romas y su semblante de eterna cruda. Cabezón el príncipe, con su cabellera aborregada y todo. Y uno en las ansias de llegar a la adolescencia al menos para poder proponer a alguna chica: Amiga, hay que ver cómo es el amor.

Luego el cachetadón de aquella señora por andar de boca floja.

Todo ello es José José. ¿Me explico? Un ingenuo charlatán. Y esa temprana y tentadora invitación a rodar de acá para allá, ser de todo y sin medida, y jurar por Dios, que nunca llorarás, por lo que fue mi vida. Entonces que un saxofón acompañe. Qué seducción. Quiero ser bohemio. Todo acá. Elegante. Jugador. Ser de los pocos que saben amar.

José José también estuvo ahí cuando el mundial de futbol España 82.

En los tiempos de la fiebre por la película de E.T. Sustento de la Frecuencia Modulada el hijo de cantante de ópera. Radio Lobo, la estación que sintonizaban las sirvientas que trabajaron en mi casa, la dulce compañía.

La rúbrica bien impresa en el recuerdo de tanta cosa inútil: “Lobos, lobitos, lobeznas, láncense a atrapar su presa.” Entonces un aullido longo y atiplado se disparaba hasta ese corazón de niño de aquellos días, de los que se nutrieron muchos chicos olvidados de esas generaciones; mientras los papás luchaban hasta diez horas en la calle para elevar el nivel y conseguir una educación mejor. O peor.

Y en sus descansos eran arrullados por nuestro José José. Ídolo. Príncipe. Porque se vuelven cadenas, las que fueron cintas blancas. Porque el corazón de darse, llega un día que se parte… El amor, acaba, my fren. Grábatelo.

Películas de Bruce Lee. Juguetes Fisher Price. Progresistas ensayos de la felicidad moderna en breves espacios multifamiliares. Las Guerras de las Galaxias. El heavy metal. Los tenis Nike.

Transculturación sin internet. A puro discos, revistas, cine y videoéxitos. Clavaste tu mente en la mía, como si fuera la espada en la roca. Y en tu escalera un peldaño al que no te importa pisar, y haceeerle daaño.

Crean Imevisión, la televisora del gobierno. También el Instituto Mexicano de la Radio. Ya urgía cierta noción de desarrollo. La deuda externa, de moda. Caro Quintero se ofrece a pagarla. Ronald Reagan. Rocky. Rambo. Lázaro Cárdenas, esperanza al fondo a la izquierda.

Adiós, Ibargüengoitia. “Hoy quiero (tam tam) saboreaar mi dolooor.” Años adelante, como adolescente que descubre que posee un linaje y demanda conocerlo, cualquiera de estas generaciones descubriría a José José y su barítono, y deseó consumirse en alguna cantina al menos una vez en su vida, preguntándose ¿dónde está el amor? Puede estar herido pero nooo, mooorirr. Puede estar dormido a la sombra del olvido.

Así pues, pido un aplaaauso, ya sabe usted para quién. Muere Rodolfo Guzmán Huerta.

Las olimpiadas de 1984 en que Roberto Canto y Raúl González fueron mamados por la televisión nacional. Nace la Ley Federal de Turismo pero muere Cachirulo.

En la pequeña medianía, un domingo cualquiera irrumpirá a todo volumen desde alguna ventana de tantos departamentos, el estro, el zangoloteo sentimental: “Mi niiiña cree een míiii, y me sieento, tan humiilde ante este amor, y a la vez, tan orgulloso de saber, que el dueño de un cariño asíii, soy yo.”

Conmovidos chicos y grandes, queramos o no. Pero en realidad: “Cuando vayas conmigo no mires a nadie”. Heredamos la profunda celotipia de papá. Cómo no, si mamá era una beldad, y ella era todo lo que él poseía. Y lo reprodujimos llegado el momento.

Así hemos ido por la vida estropeando relaciones preciosas con mujeres especiales. Por los celos. Así aprendimos. Para darnos cuenta de que al fin nos quedamos solos, justamente como en una canción del Príncipe.

¿No era lo que deseábamos?

Caía el Negro Durazo y nacía el periódico La Jornada. Ibas como en quinto de primaria o en la secu. A pesar de todo, la vida prometía

1985. José José es requerido para la versión latina de “We are the World”, aquella aparente moción pacifista de los Estados Unidos, replicada absurdamente en México bajo el irresuelto título de “Cantaré, cantarás”. También se estrena “Gavilán o Paloma”, la película autobiográfica del Príncipe; pero el mismo día del terremoto en la capital.

El presidente De la Madrid con la cola entre las patas y Zabludovsky haciendo su agosto informativo.

¿Acaso José José no participa del trágico humus nacional? Por eso se le perdonan sus interpretaciones tan acartonadas en la pantalla grande.

Fue por aquellos días en que descubriste a tu padre borracho, bebiendo solo con su alma y rugiendo a todo pulmón: ¿Y paara qué, y paara quée, de qué sirvió ser tu almohadaa? Y supiste que algo le dolía en serio al viejo duro. Que se quebraba.

Comprendiste al modo de un niño que el fracaso de papá sería el mismo que el tuyo si… Y esta nostalgia desesperante, futura, que nos devora, como elegía de un porvenir marchado.

¿Por qué te penetra así de profundo?, nunca te lo cuestionaste. La vida revelándose en canciones de José José. Ya lo pasado, pasaaado (…) Sooy feeliz. Ojalá, piensa uno.

Ese año, además de las esperanzas de una generación, también agonizaba Juan Rulfo. Un día llegará que ya, de tanto ir y venir rodando, el cuerpo me dirá no, que pare, que ya está cansado. Por no saber decir que no, al ansia de llegar más alto. Seré, un sueño que sí se cumplió, un potro al que nadie domó, sóooolo los años. Un viejo gavilán cansado…