arlos Monsiváis dejó numerosos documentos para entender la realidad mexicana. Me temo que a partir de ahora, necesitemos los documentos mencionados para tratar de entenderlo a él.
Mirar una realidad desvanecida hace mucho para acceder a un intelectual cuyos procesos mentales son tan complejos, que se valía de enumeraciones caóticas para construir, que evitaba mostrar el proceso de sus razonamientos y se limitaba a usar aforismos con notable efectismo.
Pedro Infante, en este volumen, se encuentra desmontado, de tal manera que el fenómeno del ídolo se pueda comprender en partes. Esto convence al lector de que el ídolo es más que la suma de sus partes, siempre algo más, una lectura que le agregamos desde la posteridad.
Porque al situar al ídolo en su contexto, pierde aquello que gana al entramarse con su tiempo. Se disuelve en su momento, le dice algo muy preciso a sus contemporáneos. Ante nosotros pierde complejidad histórica, se ahueca, sirve para otros fines.
Una vez que Monsiváis desmonta a Pedro Infante y lo vuelve a armar, lo hace de forma que al hablar no es el mismo, al cantar no dice las mismas cosas. Por sus parlamentos habla una época, por sus versos se expresa otro discurso. No es el hijo llorando a su madre, es el mecanismo del melodrama que está impedido de ver el mundo con sinceridad y novedad.
Hay momentos realmente notables, como aquel pasaje en el que Monsiváis disecciona el tono del habla de las películas de Pedro: el cantadito, el tono retador, con lo cual se comprende la intención de un estrato y su incapacidad para la movilidad social representada por el determinismo de la entonación. La Vecindad se convierte en un país (de ahí las mayúsculas), una nacionalidad a la que no se puede renunciar, en donde se desarrolla el Destino, que como ya dijimos tiene aquí el nombre vernáculo del Determinismo Social.
Hay algo en los ensayos de Monsiváis dedicados a grandes personajes que me llama la atención: esa sensación de ausencia, pues parece que buscamos a Pedro Infante y se mira como si acabara de pasar por aquí, se presiente incluso su voz, casi se ve su silueta. Y sin embargo, no está, es como la búsqueda de un rastro. Nunca Monsiváis interpela al ídolo ni se dirige a él.
El ensayista, en este sentido, es el que reconstruye al personaje a partir de sus obras. Si eso ocurre con las leyendas artísticas, con mayor razón con los personajes de reparto. Su existencia se resume en unas cuantas frases que vagan como ánimas en pena entre la página 1 y la 280.
“Sí, vecino, resignación y rezos; sí, vecina, Dios no quiere que maldigamos nuestra suerte”.
Puede que ni siquiera lo haya dicho nadie. Son frases sin cuerpo, fantasmas rulfianos cuyos ecos como quiera nos estremecen, pero por razones melodramáticas. No olvidemos que detrás de todos esos personajes históricos de sus libros, aquellos que alguna vez fueron, habla la voz de Carlos Monsiváis, el ventrílocuo, quien los hace revelar todo lo que con su discurso ocultaban.
Carlos Monsiváis. Pedro Infante. Las leyes del querer. México, Aguilar-Raya en el agua, 2008.