ntonio Gramsci (1891-1937) estuvo en la cárcel desde 1926 hasta casi su muerte, en 1937. Los cuadernos que dejó escritos (2,848 páginas) se fueron ordenando póstumamente y dándose a la publicación, con las consabidas dificultades pues se trata de uno de los pensadores marxistas más complejos.
De hecho, para poder andar, su obra requiere de un complejo sistema de ortopedia crítica: desbrozar un camino muy difícil de andar. Lo es más aún su aplicación a la realidad, pues se debe de extraer la enseñanza concreta. Así que no siempre es buena idea acudir a las fuentes primeras, ya que en casos como éste se necesita de una buena compañía académica para comprender esta obra.
Sin embargo, por aquí y por allá he arrancado pasajes, consideraciones que me apresuro a plantar aquí porque me parecen pertinentes.
Por ejemplo, sobre la democracia: es un lugar común decir que el voto de “cualquier imbécil que sepa escribir” vale lo mismo que el de aquellos que se dedican sus mejores fuerzas al Estado. Esta idea le parece falsa, pues las opiniones no valen lo mismo. Si una opinión se expande en número, entonces lo importante es la opinión que influyó en las demás. Todas las ideas que profesamos tienen un origen, un sitio en el cual se crearon, y medir “democráticamente” es sólo conocer el final de todo un proceso. De tal manera que la democracia es: la lucha de una serie de caciques intelectuales, que producen ideas políticas y que son eficaces en mayor o menor medida.
Así, hallando los movimientos relativamente permanentes se puede estructurar la teoría de una sociedad, pero sin dejar de lado la coyuntura. Ya entonces, Gramsci criticaba la crítica coyuntural, ese periodismo mezquino dirigido sólo a los dirigentes políticos, hecho sólo para resolver problemas inmediatos. Crítica que engloba a la inmensa mayoría de nuestro periodismo cotidiano.
“Ninguna fuerza social querrá confesar jamás que está superada”: y muy pocos periodistas de hoy podrían aplicar esta sentencia a los partidos políticos, ni se toca el tema en la discusión pública actual.
La pregunta de Gramsci, actualizada, sería: ¿tenemos las herramientas intelectuales para llevar a cabo esta batalla intelectual? Hace poco existía el peligro de la demasiada atomización de fuerzas: partidos pequeños, candidatos independientes. Hoy, el fenómeno es la unión en Frentes electorales. Lo que quiere decir que no había tantas visiones políticas como parecía, sino ante todo dos: neoliberalismo frente a proteccionismo. Y los intelectuales liberales, ésos llaman a la libertad, lo cual es en realidad una justificación de la dictadura del mercado. Pero eso ya es sabido, el conservadurismo difícilmente se asume como tal.
Como dice Gramsci: los intelectuales pretenden decir que el Estado no debe de intervenir en la actividad económica de la sociedad civil. Pero no hay tal independencia: el liberalismo es también una reglamentación que se introduce y se mantiene por medios legislativos y represivos. Esa libertad de la que tanto leemos en las columnas editoriales no es pues una expresión espontánea de la sociedad. El peligro de hoy es que más que una nueva sociedad civil, tengamos que acudir sólo a la rotación de poderes administrando el Estado.
La somnolencia social es la que sería responsable de no aprovechar una oportunidad coyuntural.
Antonio Gramsci. Cuadernos de la cárcel. Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el estado moderno / Note sul Machiavelli, sulla politica e sullo stato moderno (1949), tr. José M. Aricó, 3ª ed., 2ª reimp. México, Juan Pablos, 2009. (Col. Obras de Antonio Gramsci, 1)