SONETOS DE LA MUERTE

abriela Mistral (1889-1957) se dio a conocer cuando ganó los Juegos Florales de la Sociedad Chilena de Escritores, en 1914, con sus “Sonetos de la muerte”. Antes sólo era Lucila Godoy Alcayaga, una maestra rural que daba clases en un remoto pueblo de los Andes. Aunque se le premió por tres sonetos, se sabe que en total hizo doce, con el mismo tema, entre 1912 y 1915. Lo curioso es que se decidió a publicar sólo la trilogía premiada, que apareció en su libro Desolación (1924), dejando los restantes en esparcidos manuscritos.

Satoko Tamura, la experta japonesa en la Mistral, detalla cada uno de los sonetos, la historia de sus diferentes redacciones, y establece cuál es el texto definitivo de cada uno de ellos. Sin embargo, su libro no nos dice de qué tratan, si su contenido está relacionado entre sí o si se trata de poemas dispersos y sólo reunidos por el mismo motivo literario. Por alguna razón, la poetisa mandó a concurso sólo tres de esos sonetos, y no incluyó ninguno de los otros en sus poemarios posteriores.

Si leemos la trilogía, podemos notar que existe una secuencia en ellos, los tres relatan una sola historia: la de una mujer que va a ver a su amado al cementerio.

 

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Conforme deshojamos los poemas, vemos que el amado no se suicidó (como ocurrió con el ex novio de la Mistral), sino que la mujer que habla en el poema deseó esa muerte y la precipitó gracias a los poderes sobrenaturales que posee o cree poseer. Puesto que la muerte es convocada por la amante, creo que se puede decir que estos sonetos pretenden separarse del suicidio de su antigua pareja (el ferrocarrilero Romelio Urueta, que murió en 1909) y crear una historia independiente. ¿Cómo puede ser él, si en el soneto II afirma que nunca fue suyo en la realidad, sino en el sueño?

Aún así, la autora del estudio, ve al joven suicida como el protagonista de la serie. Y la Mistral, ella maldice largamente la sensualidad de la mujer que sedujo a su amado (soneto VII): “Malditos esos labios… que aprendieron un modo de sangrar con delicia”.

Sin embargo, más allá del odio, el tema no es otro que la relación de la muerte con el amor. Son una precisión a Quevedo: no se olvida esta vida luego de pasar por el río de la muerte. Los muertos esperan una explicación, nos mandan besos que no llegan. Sus labios desechos parece que esperan aún beber de la fuente del amor. Y el amor de esta obra, qué cercano es del odio, pues la mujer que aquí habla no es más que la espectadora de una pasión ajena. Y por esta razón es que hay aquí más odio que amor en estos sonetos.

Ahora que lo pienso, nosotros somos quienes ven separados el amor y el odio, pero no esta mujer, incapaz de hacerlo: en su mente ambos sentimientos forman un ser único e indivisible, que exprime con vehemencia los corazones de sus víctimas.

Decía que los muertos claman por respuestas, los vivos nos conformamos con algunas más modestas, por ejemplo: por qué no se encuentran estos sonetos integrados a las obras completas de la autora, y no se ha terminado de explicar su sentido dentro de su poesía.

Sakoto Tamura. Los sonetos de la muerte de Gabriela Mistral, tr. De Roberto H.E. Oest. Madrid, Gredos, 1998. (Biblioteca Románica Hispánica fundada por Dámaso Alonso. II. Estudios y ensayos, 408)

 

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