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SIGUE EL DINERO

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éxico. País en guerra contra las drogas. Miles de personas mueren como resultado de un ataque feroz contra productores, distribuidores, traficantes y consumidores, lo mismo que por las batallas entre ellos. En corto, es una lucha de todos contra todos por el control de un negocio tan lucrativo que le da al así llamado “crimen organizado” los recursos suficientes para devolverle la vida a comunidades enteras, enterradas bajo décadas de crisis y abandono. No por nada los capos han sido reverenciados históricamente por la población más indefensa como sus protectores, padrinos, benefactores. Al menos hasta antes de que los enfrentamientos entre cárteles hicieran víctimas a los civiles en su lucha por el control de los mercados. Es una trifulca interna, que no debería ser considerada “guerra”, y es un absurdo en el que el billonario negocio se pone por encima de los intereses y las vidas de todo un país.

Canadá. País con una enorme población de usuarios de mariguana. Hasta este mes de junio, vender y comprar la hojita que te hace reír han sido prácticas ilegales, por lo menos cuando se trata de usarla solo por diversión. Sus cualidades analgésicas han sido ampliamente estudiadas y, como resultado, su uso medicinal ha sido autorizado hace muchos años. Sin embargo, en los próximos días el uso recreativo de la hierba podría ser declarado legal. Todos los pronósticos indican que la moción presentada por el primer ministro Trudeau en abril será aprobada por una respetable mayoría. De ahí, todo el mundo se irá a fumar un churro y pasarán a los asuntos realmente importantes: cómo, cuándo, dónde y a quiénes se les expenderá el pastito.

En una acción planeada y pensada, con una estrategia logística de grandes alcances, se calcula que, una vez que la propuesta se convierta en ley, pasará un año antes de que la mariguana se pueda comprar abiertamente en alguna tienda. ¿Se acuerdan de los tres días en los que Vicente Fox iba a solucionar la crisis de Chiapas? ¿Pueden oír todavía las declaraciones del candidato Trump de resolver, en los primeros cien días de gobierno, los problemas que el presidente Trump todavía no puede empezar a entender? Los grandes cambios, las grandes acciones, llevan tiempo y necesitan ser meditadas. Pero ninguno de los dos personajes metidos a políticos entendieron esta regla básica de gobierno, y los resultados están ahí para que los vea todo el mundo.

En el caso canadiense, una promesa de campaña ha tomado más de un año para volverse iniciativa de ley y tomará otro año más en ser realidad en las calles. Mientras los entusiastas de la regulación de la hierba miraban al horizonte y reflexionaban que, “sí, man… sería bien padre que fuera legal”, la oposición se tomaba un Valium y arremetían con argumentos fundamentados. No que los otros no los tuvieran, solo que no les gusta tanto discutir.

La razón fundamental por la que los liberales propusieron la legalización es simplemente que, de esta manera, se despoja a los delincuentes de una de sus principales fuentes de ingreso. Querían, según declararon, poner los intereses del país primero, en lugar de una “victoria” ante el crimen organizado. No se trata de inventar el agua tibia, simplemente se preguntan: si la venta ilegal se realiza indiscriminadamente, con precios que se establecen según la demanda (y se sabe que un producto adictivo genera una demanda constante), además de no generar impuestos, se trata de una industria que intercambia un alto grado de riesgo para los que se embarcan en ella pero que genera ganancias que ningún otro tipo de producto se atrevería a soñar. No hay control, el producto de menor calidad se vende de todas formas porque los usuarios lo necesitan, y el de mejor calidad se cotiza muy alto.

Ojo, para los países consumidores todas estas historias de guerras entre cárteles, vendetas y luchas de control, están fuera del horizonte. Eso se lo dejan a los países productores. Que se peleen “allá abajo”, en lo que la corrección política evita ahora llamar el Tercer Mundo. Lo propio es ahora el Sur Global, igual de jodido y humillado que siempre, pero con más muertos y nombre nuevo. Al Norte Global, a los países rubios, el producto llega, no importa cuántas vidas se hallan talado para conseguirlo. Los habitantes de este norte fantástico marchan y se desgañitan reclamando su derecho a fumar, cocinar o untar una planta que al final de cuentas, es mucho menos perjudicial que, digamos, el tabaco. (O eso es lo que argumentan). Si hay una demanda tan visible, y cubrirla representa un negocio tan interesante para un grupo delincuencial con una sofisticada red para saltarse las regulaciones, el sentido común dictaría que lo más conveniente es la legalización para controlar la calidad del producto, a quién se le vende y que paguen impuestos que, más adelante, se podrán utilizar para someter a los usuarios a rehabilitación o para atender los problemas de salud que el consumo les provoque. Ni modo, eso pasa y se gasta un dineral en atender esos problemas médicos.

Canadá tiene la experiencia de un periodo de prohibición de alcohol durante y después de la Primera Guerra Mundial. Las ligas de la decencia y las iglesias, preocupadas por la cuota moral que se pagaba alrededor de los bares y tiendas donde se vendían licores, presionaron a los gobiernos locales para prohibir la práctica. Poco a poco las medidas se fueron extendiendo de provincia en provincia hasta que Canadá se convirtió en un país “seco”, al igual que los Estados Unidos. Con una diferencia significativa: en el vecino país del sur estaba prohibida la producción. Al norte, solo la venta. Así que el alcohol canadiense fluía alegremente hacia ellos, que lo traficaban hacia las distintas ciudades con las conocidas prácticas violentas de las mafias productoras y distribuidoras. Los trabajadores canadienses, por su lado, veían melancólicos como el producto de su trabajo se les escapaba hacia otras tierras debido a la prohibición. Nadie estaba contento, y poco a poco y provincia por provincia, la situación regresó hacia la legalización del alcohol.

Durante la Prohibición Canadiense se observaron muchos fenómenos que sirven aún para ejemplificar lo que sucede cuando a la gente se le priva de su droga de preferencia, a saber: protestan y encuentran muchas y muy creativas formas de allegársela. Como las súbitas epidemias de gripe que se empezaron a dar alrededor de navidad en Toronto, entre 1918 y 1927 (cuando se levantó la prohibición en la provincia de Ontario). La causa de tanto padecimiento respiratorio se rastreó hasta la posibilidad de que los médicos recetaran “dosis moderadas” de ron para paliar los síntomas de la gripe.

Una vez legalizado el alcohol, cada provincia canadiense reguló de forma diferente sobre su venta. Quebec la abrió de forma total, como la conocemos en México: las bebidas alcohólicas se venden en supermercados, tienditas de la esquina con permiso para la venta, farmacias y derivados. Se puede comprar cerveza, por ejemplo, en cualquier establecimiento que se haya tomado la molestia de tramitar su permiso. En Ontario, por otro lado, el sistema es diferente. Acá los vinos y licores se venden exclusivamente en las tiendas del LCBO (Liquor Control Board of Ontario), propiedad del gobierno. Tanto los consumidores individuales como los restaurantes y bares deben adquirirlos por medio de ellos. La cerveza se vende en las tiendas con el original nombre de The Beer Store, más o menos de las mismas características. Las únicas excepciones son los viñedos y las fábricas de cerveza artesanales y locales, que tienen permiso para comercializar el producto en sus propias tiendas. De nuevo, no se pueden encontrar en supermercados, tienditas de abarrotes u otros establecimientos así.

El resultado ha sido no solamente adecuado en términos de venta a menores y cantidades específicas. Los LCBO tienen horarios distintos a los centros comerciales, muchos de ellos permanecen cerrados los fines de semana y muy pocos permanecen abiertos hasta las 10 de la noche. Aunque los hay, las distancias que hay que cubrir para encontrar uno de ellos lo hacen un opción muy poco atractiva. Como las tiendas solo se dedican a expender licor, los cajeros tienen todo el tiempo del mundo para pedir identificación a los jóvenes que se vean a todas luces menores de 21 años. Lo que hagan fuera de la tienda, con quién compartan el licor, es su responsabilidad. Por otro lado, en lo que toca a impuestos, ya nos podemos imaginar de qué tamaño es la ganancia para el gobierno provincial.

Las regulaciones sobre el consumo de mariguana se tratarán con la misma lógica: cada provincia podrá decidir cómo, dónde y a quién se la vende. En algunas se espera que la edad mínima para adquirirla será de 21 años. Otros proponen 25 años como mínimo. Se espera que las tiendas del liquor board sean la opción más indicada para la venta de la mariguana, pero, sorpresa, sorpresa, los trabajadores no quieren la responsabilidad que esto implica. Se habla de las farmacias, o de crear una institución independiente para esta regulación. En lo que son peras y son manzanas, las acciones de algunas empresas que producen mariguana medicinal han caído ligeramente, ya que los hombres de negocios esperan guardar sus recursos para invertir en el más amplio mercado del uso recreativo. Gajes del libre mercado.

El caso de Canadá, y el menos sonado pero igualmente interesante de Uruguay, nos ponen a pensar. Toda la resistencia a la legalización de las drogas suena mucho más interesante para los grupos que hacen de la ilegalidad su gran negocio. Ya nos lo dijo Deep-throat hace mucho… “sigue el dinero”.

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