MALINALCO: EN LA BOCA DEL INFRAMUNDO

Malinalco fue un bastión militar azteca. Es un pueblo mágico enclavado en la parte sur del Estado de México, en la frontera con la Sierra Norte de Morelos, a tan solo hora y media en auto desde el Distrito Federal. Si uno va en camión hay que salir desde la estación de autobuses de Observatorio. Solo salen uno o dos al día, por lo que lo mejor es viajar a Chalma –el segundo santuario religioso más grande de México- y de ahí tomar un colectivo hacia una de las localidades más místicas del país.

Malinalco golpea en el ánimo de varias maneras. Apenas se deja atrás la región boscosa de La Marquesa, ese centro turístico preferido por los defeños al poniente de la capital, el paisaje y el clima del Estado de México cambia radicalmente.

En esta ocasión viajo en auto con unos amigos. Ellos nunca habían ido a Malinalco. Yo sí. Apenas dejamos atrás el Valle del Conejo en La Marquesa, se me vienen a la mente muchas cosas. Les cuento que ahí, en ese mismo paisaje boscoso, en el municipio de Ocoyoacac, fueron ejecutadas 24 personas, en septiembre de 2008, a manos de Raúl Villa Ortega, el “R”, jefe de la policía del municipio mexiquense de Huixquilucan, y del “El Indio” o “El Chayanne” (apodo derivado de un supuesto parecido con el cantante puertorriqueño), este último, en la jerarquía mayor del temible Cártel de los Beltrán Leyva, solo superado en la estructura de esta organización por “La Barbie”, “El Grande” y Arturo Beltrán. El Departamento de Estado de Estados Unidos tenía reportes de “El Indio” desde 1997 pero tuvieron que pasar más de 10 años y un tórrido romance con la ex Miss Universo, Alicia Machado, así como innumerables muertes a su cargo, para que fuera capturado en 2010.

En el auto, mientras nos detenemos en Almoloya del Río (no confundir con Almoloya de Juárez donde se ubica el penal de alta seguridad) para cargar gasolina, comentamos que uno no se explica cómo una de las mujeres más bellas del planeta se habría dejado seducir por el dinero o el poder de Gerardo Álvarez Vázquez, nombre real de “El Indio”, sanguinario sicario de facciones indígenas, responsable de la violencia en Morelos y Guerrero en aquellos años, así como lugarteniente de esa terrible organización criminal en Huixquilucan, con quien habría procreado a la pequeña Dinorah, bautizada en una ceremonia en la que habrían acudido presuntamente los propios Arturo y Héctor Beltrán Leyva, así como “La Barbie”, según la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/359/2008, aunque la conocida modelo venezolana haya desmentido dicha paternidad, adjudicándosela a un empresario mexicano. Lo que es de cierto es que el testigo protegido que señaló dicha relación fue ejecutado el 1 de diciembre de 2009, en la Colonia del Valle de la Ciudad de México.

Huixquilucan es una lujosa zona residencial al poniente del Distrito Federal donde viven varias de las familias más pudientes de México. En ese municipio se ubica La Herradura, área de ostentosas residencias. Al sur, Huixquilucan colinda con el municipio de Ocoyoacac, donde el viernes 12 septiembre de 2008 fueron llevados 22 albañiles y dos jardineros originarios de Puebla, Veracruz e Hidalgo que trabajaban en diversas casas residenciales y edificios de lujosos departamentos de la zona, por un comando de supuestos policías de la extinta Agencia Federal de Investigaciones (AFI) y policías municipales de Huixquilucan para conducirlos a dos casas de seguridad en Jardines de La Herradura donde fueron salvajemente torturados por varias horas, antes de ser conducidos en un convoy hacia el paraje La Loma de San Pedro Atlapulco, en Ocoyacac. Aunque los pudientes vecinos de La Herradura escuchaban ruidosas fiestas y balazos en esos domicilios nunca lo denunciaron ya que solían llegar lujosas camionetas escoltadas por policías federales y municipales.

Los que sí denunciaron fueron los campesinos de Ocoyoacac aquella madrugada del sábado 13 de septiembre pues habían encontrado al menos 24 cuerpos semidesnudos, amordazados de pies y manos, y ejecutados con tiro de gracia. La PGR filtró a la prensa el lugar donde habrían sido secuestrados estos hombres desde el lunes 8 y el martes 9 en los que el referido comando irrumpió en una vecindad donde los 24 vivían hacinados en 11 cuartos de 4×4 metros cada uno, solo dos de ellos con baño independiente. En esos cuartos llegaron a dormir hasta seis personas, según la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/302/2008.

La PGR encontró en Ocoyoacac 90 casquillos percutidos por una sola arma, una pistola escuadra calibre 9 milímetros que los victimarios fueron turnándose. El principal verdugo habría sido Raúl Villa Ortega, apodado el “R”, jefe de la policía municipal de Huixquilucan y propietario de una empresa de seguridad privada en Ecatepec con 300 guardias, encargada de custodiar instalaciones de la PGR en hangares, juzgados y casas de seguridad en Jalisco y Nuevo León, así como de las empresas Tequila Herradura y Constructora Urvi, según la investigación de Francisco Cruz Jiménez, plasmada en el libro “Tierra narca” (Planeta, 2010) en el que se develan las filigranas del crimen organizado en el Estado de México durante la administración de Enrique Peña Nieto.

De acuerdo a la declaración del testigo protegido “Claudia”, también miembro de la policía municipal de Huixquilucan, alguna vez encargado del área antisecuestros de la Procuraduría del Estado de México y quien habría estado presente en el lugar de los hechos, los 24 ejecutados no pertenecían al crimen organizado como el “R” supuso en un principio. El “R” y “El Indio” los habrían ejecutado como estrategia de “La Barbie” para imponer terror y comenzar a cobrar cuotas en Naucalpan y Huixquilucan a empresarios y comerciantes.

El que las víctimas fueran confundidas es una información corroborada por los líderes de los cárteles del Centro y La Mano con Ojos, ambos escindidos del Cártel de los Beltrán. “Esa gente era de la Familia (Michoacana) y me querían chingar”, le habría dicho el “R” a “Claudia”. “No son albañiles, son sicarios”. Pero no, no lo eran.

El “R” no era ningún desconocido en el mundo del crimen organizado. Otros dos testigos protegidos lo ubican como ex escolta de “La Tuta”, fundador de La Familia Michoacana y de Los Caballeros Templarios. El “R” se había cambiado de bando para convertirse en operador de “El Indio” en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

Pero todo había salido mal. Después del artero acto, “La Tuta” le habría enviado un mensaje al “R”, corroborando lo que otros criminales ya sabían, que la Matanza de La Marquesa había sido uno de los episodios más deleznables de la historia del Estado de México: “Pobres inocentes a los que mataron, porque ni siquiera trabajan para nosotros”, escribió “La Tuta”.

La detención de Édgar Valdez Villarreal, “La Barbie”, se registró también en esta zona, en el municipio colindante de Lerma, a unos cuantos kilómetros de Ocoyoacac y de la laguna de Salazar, zona recreativa contigua a La Marquesa, también harto preferida por las familias defeñas.

Por si fuera poco, en esta zona del Estado de México también se ubica Villa Guerrero, colindante con Tenango del Valle, municipio que también debe atravesarse para llegar a Malinalco. De Villa Guerrero, se presume, salieron las 50 mil rosas rojas para el hijo de “El Chapo” Guzmán, Édgar Guzmán López, asesinado el 8 de mayo de 2008 en represalia por la presunta delación del paradero de Alfredo Beltrán, lo que desataría la guerra entre el Cártel de Sinaloa y los Beltrán Leyva. Estas 50 mil rosas rojas habrían inspirado el corrido del mismo nombre, interpretado por Lupillo Rivera.

Un paraíso semitropical
Quien viaja a Malinalco, dejando atrás el clima frío y boscoso de La Marquesa, Ocoyoacac, Santiago Tianguistengo, Almoloya del Río, Tenango del Valle, y Joquicingo, entra sorprendentemente a un paisaje semicálido, de vegetación casi tropical, que contrasta con la totalidad de la zona y la vuelve, mágica. Su clima sureño me recuerda que aquí comienza el aire que sopla del Pacífico.
Recientemente, Malinalco saltó a la opinión pública por una lujosa casa de 7.5 millones de pesos que posee ahí el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, financiada por el Grupo Higa, de Juan Armando Hinojosa, contratista durante la administración de Enrique Peña Nieto como gobernador del Estado de México. El complejo habitacional donde se ubica la casa, el Club de Golf Malinalco, incluye campo de 18 hoyos y helipuerto.

Lejos de esto, el pueblo mágico tiene dos atractivos principales: su impresionante zona arqueológica, tallada en lo alto del “Cerro de los Ídolos”, siendo el único de su tipo en todo el continente americano; y el Convento de la Transfiguración y la Iglesia del Divino Salvador, construcciones del siglo XVI que poseen paredes y bóveda con extraordinarios frescos pintados con la fauna, flora y cosmogonía indígena de la zona a dos tintas. En esos frescos se puede identificar 23 especímenes nativos, entre ellos, tlacuaches, conejos, tejón, armadillo, loros, lechuza, víboras de cascabel e insectos, así como plantas medicinales. Como señala Fray Secundino Peña Mery, “al penetrar al claustro de Malinalco se tiene la impresión de estar en los jardines del paraíso”. Y tiene razón. En la pared que da al este, se encuentra el árbol de la sabiduría, y en otro, una culebra hipnotiza a un pájaro pequeño simbolizando al mal sobre el bien.

El centro de Malinalco es también digno de resaltarse. Su tianguis es bello por colorido. Ahí desayuno con mis amigos. Les recomiendo llevar el característico pan de Malinalco hecho en horno de piedra y comprar frutas que se cosechan en los huertos cercanos, con un sabor muy distinto a cualquier fruta producida en serie. Da gusto mirar fresas, moras, mamey, zapote blanco, aguacate, guanábana o flor de colorín (que hervidas son un manjar) por todas partes.
Desayunamos en los portales rodeados de toda clase de cosas típicas: atoles, horchatas, jugos, puestos de verduras o enseres domésticos, quesadillas, o tacos de barbacoa y cecina, que por la vecindad con el estado de Morelos, suele ser tan suculenta como la misma de Yecapixtla.

Por las calles empedradas de Malinalco serpentean las casas de teja y los expendios de pulque, cocteles, piñas coladas, micheladas, vendedores de quesos, bolsas y sombreros de palma, que se agradecen por el sol semitropical, pero sobre todo las artesanías de todo tipo: aretes de plumas de ave, alajeros, corazones y cabezas de jaguar que emulan el rugido del mítico felino al igual que grillos tallados en madera que al pasar un palito por su lomo hacen sonar el tiri-tiri de un insecto real. También abundan los spas y los hoteles que usan perfumes y jabones orgánicos. Hay temazcales convertidos en saunas de lujo.

Compro un sombrero. El sol es abrasador pero no siempre es así. En otras épocas del año llueve copiosamente y apenas se puede subir a la pirámide. El vendedor de sombreros me cuenta que viene de la vecina localidad de Juliantla, municipio de Taxco, Guerrero, tierra del popular cantante Joan Sebastian, primo del ex gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa Alcocer, familia que ha sido muchas veces acusada de tener nexos con el crimen organizado. “Dios le dio inteligencia para destacar”, dice el vendedor refiriéndose al cantante. “Allá lo respetamos mucho. Tiene un rancho enorme con muchos caballos”.

Mis amigos y yo comenzamos a subir las escaleras que conducen al templo de los guerreros-águila y los guerreros-tigre, donde se consagraban quienes poseían una virtud aparte de la guerra: el haberse vencido a sí mismos. Parece increíble que casas y construcciones particulares aprisionen la entrada de una de las zonas arqueológicas más importantes del país. Me sorprende que ya haya una caseta de cobro del Instituto Nacional de Antropología e Historia cuando antes no la había. Una opinión superflua podría celebrar el hecho si es que la elevada tarifa mejorara las instalaciones o proporcionara guías para disfrutar mejor el lugar, pero ni una cosa ni otra. Las instalaciones son las mismas de cuando visité Malinalco hace varios años y el único guía que encontramos esta vez es un extraño hombre, delgado, de cabello largo y mallas pegadas con botas que se acerca a los turistas para ofrecer una charla sobre el lugar. Porta un morral con coraza de armadillo y está ataviado cual guerrero azteca. Tiene toda la pinta de aquel pasado: moreno, firme constitución física, ojos negros y profundos. Y los pies bien plantados en el suelo.

El hombre nos explica que este majestuoso templo-pirámide tallado sobre la pared de la montaña coincide extrañamente con los de Ellora, al sur de la India, con los de Petra en el Mar Muerto, los de Abú-Simbel en Egipto y algunos otros en Perú. El guía asegura vivir en el cerro de enfrente, desde donde se divisan a lo lejos cuevas. Afirma que ahí tiene su cama y una pequeña cocina, pero eso no le impide estar en contacto con el mundo porque estudió en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, de donde es egresado, y usa las redes sociales para hablar de los mundos más ancestrales, como se puede atestiguar en sus múltiples entrevistas que circulan en Youtube.

El hombre es todo un personaje en la zona de Malinalco. Su nombre es Martín García y parece tener la facultad de borrar el tiempo con sus palabras. Es autor del libro “Malinalco Orígenes” en el que se establece que la cultura mexicana –como él prefiere nombrar a la cultura prehispánica- era sumamente avanzada con respecto a la cultura europea de ese mismo periodo de la historia en casi todas las disciplinas: ciencia, poesía, filosofía, medicina o astronomía. Cuauhtemotzin, símbolo de la resistencia indígena contra los conquistadores, fue consagrado en lo alto de este cerro.

La entrada del templo es una boca de serpiente bífida que simboliza la entrada al Mictlán o inframundo. Tras una serie de pruebas, rituales y ceremonias mágicas al interior, los guerreros salían convertidos en los legendarios guerreros águilas o tigres, que miraban desde ahí la totalidad del mundo. La boca de esa serpiente representaba la entrada al universo primigenio. Los guerreros hacían ofrendas de sangre, pero no en el sentido occidental del sacrificio, sino como privilegio de quien devuelve a los dioses algo de sí.

Martín explica que el guerrero que era agresivo era maldito entre los aztecas y su valentía no era tomada en cuenta, por lo que era excluido para gobernar. Según Fray Bernardino de Sahagún, para que un guerrero pudiera serlo debía ser sabio, prudente, amoroso, animoso, osado y valiente. Algo muy distinto a lo que sucede hoy en día. La pirámide tallada en la ladera de la montaña tiene varios niveles de trece escalones que simbolizan los niveles de la cosmogonía indígena. El espacio en el que vivimos, el que abarca la tierra hasta las estrellas, es solo uno de estos niveles. En él, fluye el tiempo, los años, los minutos y las horas, así como el tiempo espiritual. Pero hay más niveles: más arriba de las estrellas el tiempo no existe, asegura Martín. Arriba de las estrellas habría un presente constante originando todas las posibilidades de existencia. Aquellos serían cielos que solo habitan los dioses y las diosas. Y en un lugar mucho más alejado se hallarían los últimos niveles de la evolución donde no habría llegado ni siquiera ellos porque ahí brotaría el espíritu invisible del cosmos que se transforma en todas las cosas, desde la vía láctea hasta las plantas en una fuerza llamada Moyocoyatzin, una energía que a sí mismo se inventa y que a sí misma se transforma. La primera creación del Moyocoyatzin sería el Ometéotl, o la dualidad: la fuerza doble que genera el cosmos: la noche y el día, la vida y la muerte: lo masculino y lo femenino: el cuerpo y el espíritu. Ideas que sabios como Miguel León Portilla, Antonio Caso y Alfredo López Austin, han estudiado profundamente dejándolas plasmadas en sus libros.

Cerramos el día no antes sin probar las nieves Mallinali, que incluso tienen una especialidad: la nieve del mismo nombre dedicada a los dioses, con una mezcla de ingredientes que incluyen calabaza en dulce, almendras, manzana y piñón. Luego nos dirigimos a uno de los pequeños arroyos de Malinalco donde un montón de restaurantes y negocios se apuestan para edificar estanques con truchas que se ofrecen en distintos guisos, desde empapelados hasta al mojo de ajo, en una exquisitez que más fresca parece imposible.

Pronto nos cae la noche. Ya casi somos los últimos visitantes a pesar de que aún no dan las siete de la noche. Es como si todos huyeran hacia el Distrito Federal o Cuernavaca, las ciudades más cercanas. Y no sabemos por qué. Vemos pasar varias camionetas con música norteña. Incluso en uno de los negocios se canta sinaloense. Los hombres del lugar visten camisas a cuadros y pantalones de mezclilla pero en lugar de sombreros traen gorras y chamarras de piel. El calor desaparece y cae el fresco. Uno de esos hombres ha traído a su familia a comer al mismo restaurante de truchas donde estamos nosotros. Desde que se sienta llama a un trío norteño que vaga por ahí. Hace que le canten lo mismo “Caminos de Michoacán” que “Acábame de matar”. Los hombres levantan sus cervezas y brindan con nosotros. “Les invitamos una canción. Bienvenidos a Malinalco”. Una de mis amigas piensa rápido, ocultando su nerviosismo. “Tranquila”, le digo. “Vienen con niños, no pasa nada”. Ella pide “El golpe traidor”, tema que canta lo mismo Antonio Aguilar que Los Tigres del Norte y al hombre le complace la elección. El bajo sexto, el contrabajo y una tarola comienzan a sonar. Procuramos terminar rápido con la sensación de que nos hemos quedado solos en este pueblo donde la luz del inframundo aparece apenas se oculta el sol místico que lo ha iluminado por siglos enteros.
Cuando dejamos atrás este paraíso tropical en medio del bosque pienso que me encantaría vivir aquí, que por algo este lugar ha atraído lo mismo a políticos que a amantes del mundo prehispánico, y que Martín, ese extraño joven guerrero azteca posmoderno que vive en la ladera opuesta a la pirámide, tiene toda la razón: no solo para gobernar hay que ser como los guerreros que se consagraron en lo alto de aquella montaña: sabios, prudentes, amorosos y valientes. Para vivir en Malinalco también hay que ser eso mismo. Al fin y al cabo sería un completo honor habitar el mismo sitio donde se ofrecieron al cosmos los más grandes hombres de aquello que aún solemos llamar “México”.

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