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TERCIOPELO

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MALAS HEREDERAS

La voz de Julio era de azoro “Recuerdas a Hilda, la antropóloga, dice que las feministas son una viejas locas”, azoro… Según Julio los únicos que intentaron comprender tal declaración fueron él y Ricardo, dos varones enterados de la teoría de género aunque no militantes. Julio me contó que para Hilda (como para cierta escritora de vista sensible —es escritora porque escribe y tiene vista sensible porque una teta la asustó, y no, no me refiero a la película peruana—), ya había suficiente igualdad y no tenía caso seguir exigiendo lo que ya se tenía, que la sociedad había llegado a su estado de mejora actual no por el feminismo sino porque así debía ser… Julio a veces deja su piel de hombre suave y gracioso y opta por la de artillero, “Si no hubiera sido por esas feministas tú no podrías haber estudiado en la universidad, y tendrías que pedirle permiso a tu marido (presente durante este intercambio verbal) quien podría decirte que te callaras en cualquier momento. Y si algunos hombres somos más igualitarios es porque gracias al feminismo crecimos con otros valores” (quizá le echa mucha crema a sus tacos, pero he sido testigo de su impaciencia). Hilda no entendió el punto.

Martha Debayle, locutora de radio autoasumida como mujer pensante, reduce cualquier indagatoria científica, social o política a frivolidades. Es el modelo más acabado de neoconservadora, desvirtúa de varias maneras lo que toca: una, aligerándolo por medio de comparaciones imprecisas que inician con la frase “es como…”, o, aún mejor, con la expresión calificativa más vacía de nuestros días “¡está increíble!”; dos, ejemplificando con anécdotas personalísimas, donde habla de sus viajes, de su vida de pareja, de sus amigas; tres, una vez que el entrevistado ha expuesto su saber, ella duda sistemáticamente “¿Será?”, “Quién sabe en qué pueda parar algo así”. De esta manera la teoría de la relatividad —si es que este personaje quisiera exponerla en su programa— quedaría reducida a: “está increíble, haz de cuenta que es lo que sucede en Back to the Future (la locutora chapucea el inglés a discreción), ¿no?”. Al hablar de los beneficios de la leche de almendra, soya o coco, insiste en que ella no va a tomar la de coco porque engorda. Sintonizar su programa es escucharla escuchar sus pensamientos en voz alta, con trabajo de producción, pagado por patrocinadores.

Al igual que la escritora asustadiza y que Hilda, la locutora de radio mira al mundo desde el plácido conformismo. Estas mujeres pertenecen a una élite: universitarias o con estudios equivalentes, insertas activamente en el mercado laboral, aunque figuran en dicha élite como estadística, sin actuar el pensamiento crítico universitario, sin preguntarse por las demás mujeres, con ellas basta.

Este conformismo anestésico podría tenernos sin cuidado, por supuesto (¡hay tanto!), sin embargo las tres mujeres aquí referidas, repudian las voces de las pioneras feministas y de sus descendientes vivas y muertas por su radicalidad, al tiempo que gozan parte de la herencia. Y es que uno decide qué heredar, es decir, qué legitimar: los beneficios o las deudas. Los reclamos de locas feministas no son sus reclamos, ni sus intereses son los suyos, ni sus cuerpos son los de ellas. Conformes con sus beneficios, para ellas la historia social de las mujeres acaba en sus propias historias.

Áurea tiene sonrisa de brackets y un mohicano teñido de morado al que trenza en ocasiones, vivaz, activa, crítica, el estimulante campo de la literatura infantil y juvenil es su espacio. Zoe es emprendedora cultural, grandes ojos, grande ella, sonriente y persuasiva, nadie le dice cómo vestir y su cuerpo es el más conveniente. Novia Sirena es Gerardo, es Gerry, trabaja con reclusos en penales, y tanto en su vida personal como en sus acciones artísticas, insiste en elaborar el género como problema respecto del cuerpo en que habitamos. César es atleta, gay, divertido, lector, “¿Por qué no hay rolas gays de pop o rock o de banda (él es de El Fuerte, Sinaloa) que hablen de los desamores homosexuales?”… Más jóvenes que yo, andan en sus veintes o arañando los treinta. Asumen como propios los reclamos de lo que aún falta, añaden los suyos, el mundo como está resulta insuficiente. No cabe duda, hay de herencias a herencias, y de herederos a herederos.

PuebLONDON

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SANTANA CANTA GRATIS

Estoy en el D.F. por motivos de trabajo (¡¡¡tres hurras porque tengo trabajo! ¡Hurra, hurra, hurra!!!) y mi visita coincidió con el concierto gratuito de Santana a dos cuadras de donde me hospedé con mi supervisora. Después de tremenda mojada gracias a que tuvimos que caminar desde el Museo de Arte Moderno hasta “el Ángel”, llegamos al apartamento con la única intención de secarnos, beber un vaso de vino e irnos a dormir. Pero las notas de la primera canción del concierto nos sacaron del sopor y corre que te corre, alcanzamos la segunda canción a la mitad.

Para la profesora canadiense que realiza una investigación en México fue una sorpresa que, con credencial de maestra en mano, no le cobraran la entrada a las exposiciones del MAM, sin importar que fuera extranjera. Además, fue totalmente inesperado tener un concierto de una figura internacional totalmente gratis, al que asistió acompañada por miles (MILES) de personas más que, aunque invadieron su espacio personal y hasta la tocaron, no representaron ningún peligro para su integridad. Al día siguiente, en nuestro camino hacia el Museo de Antropología e Historia (donde ella sí tuvo que pagar por ser extranjera, pero yo no) volvió a asombrarse por la cantidad de defeños bicicleteros que tomó la ciudad por asalto como cada semana todos los domingos. Su comentario fue: “cerrar una de las avenidas principales de la ciudad para que la gente pasee en bicicleta, es de lo más civilizado”. La miré, buscando el sarcasmo o la ironía en su rostro, pero no, lo único que había era genuina satisfacción.

Hoy ella ha vuelto a Canadá y yo sigo aquí, encontrando razones culturales para amar esta ciudad. Mi hermana ganó boletos gratis para ver a una compañía de danza de Montreal (oh, ironías de la vida) a la que yo no tendría acceso viviendo en PuebLondon, porque me queda nada más a 11 horas de distancia en carretera o 575 dólares en avión. Cosas como ésta me hacen preguntarme qué diablos hago allá, donde apenas ayer cayó otra nevada y se espera que la temperatura vuelva a números positivos hasta la semana entrante, ya en el mes de abril.

Tal vez la diferencia más grande entre México y Canadá sea la curiosidad cultural del primero y la indiferencia artística del segundo. No ayuda que en Canadá las artes sean reguladas por el mismo sistema que los Estados Unidos. En ambos países son los particulares los que deben recaudar fondos para sostener compañías de teatro, danza, música; son los artistas quienes pagan sus exposiciones, a menos que estén muertos y sus cuadros valgan muchísimo dinero gracias a eso. No hay artista o grupo más desprotegido que el que está activo, vivo y comiendo. La otra parte de la ecuación en PuebLondon la conforma el desinterés general por lo que no es conocido, que no proviene de Inglaterra o Francia, que no es considerado Cultura, con mayúscula. Una sociedad conservadora no se arriesga. Consume solo lo que conoce, hasta el extremo de pensar que no existe nada más.

Sin embargo, en México las becas y los subsidios acercan el arte a la gente. No vamos a ser ingenuos y pensar que Santana canta gratis, pero sí que hay un porcentaje de los impuestos que todos estos millones de mexicanos han pagado que ponen a Santana en el Ángel pese a la oposición de muchos otros millones que quisieran que, en cambio, se respetara la Hora del Planeta. El peligro del espectáculo y la cultura gratuitos radica en la famosa ecuación pan y circo, que se aplica para aplacar. Sin embargo, cuando el circo es variado, profundo y fomenta la reflexión, se genera una sociedad más sensible. Las tensiones entre los beneficios y las fallas de la cultura al alcance de la población son más que evidentes, ciertas, irrefutables, lo que quieran, pero mi espíritu prefiere que exista con fallas a que tenga una ausencia perfecta.

La diferencia entre ambos sistemas es económica, pero resuena en el resto de las áreas de la vida de todo un pueblo. Porque cuando hay fiesta y la gente baila (o lo intenta) en una calle atestada de gente, se vive en carne propia la tolerancia que en Canadá, por ejemplo, se proclama en el discurso pero no se ve en las calles. Cuando una persona puede entrar de forma gratuita a un museo y contemplar su herencia cultural en un ámbito majestuoso, como el de Antropología e Historia, un orgullo discreto y cálido se asienta en el espíritu y esa persona puede entender su origen como una épica que ha dado como resultado la sociedad que somos hoy. Se puede, entonces, empezar a cuestionar si la imagen de México diseminada por el sitio web de la embajada de Estados Unidos es tan real como ellos la presentan. Se puede salir a defender la mexicanidad sin que suene cursi, o chauvinista. Podemos dar la cara y preguntarles a los demás: ¿dónde ves tú, en esta ciudad de 20 millones de habitantes, al huevonazo que no se mueve para subsistir?

La pobreza que existe en esta ciudad y sale a saludarnos todos los días en las calles, es de dinero, es material y muy real. La corrupción está ahí, observándonos, viéndonos a los ojos para atacar en cuanto bajamos la guardia. Hay que estar muy al tiro o nos chamaquean. Sin embargo, podemos salir un sábado a escuchar música, bailar con los ojos cerrados, sea cual sea nuestra edad, y regresar a casa completos, a salvo, contentos.

VHS

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¿CÓMO VES? UNA PEQUEÑA ESTAFA ROCANROLERA

A quince años del primer Vive Latino, para los jóvenes ha de ser muy difícil imaginarse que ver a sus bandas favoritas en vivo o en pantalla era cosa difícil, que ni siquiera escuchar la música que les gustase en grabación era tan fácil. Y hace 30 años, pequeños chispazos de rock o algo parecido entusiasmaban como pozos de agua en el desierto. Lo que hubiera estaba bien y había que festejarlo. Algo así pasó con ¿Cómo ves?, muy celebrada en su momento como gran neta que revelaba la marginación que sufrían muchos jóvenes y el rock como un movimiento contestatario y catártico.

Ni siquiera es una película completa. Se supone que no se concluyó por falta de presupuesto para su coproductora gubernamental, el Consejo Nacional para la Atención de la Juventud (Crea). Aun así, se exhibió como producto terminado de 59 minutos. Se trata, eso sí, de algo bastante curioso que aporta datos visuales para pensar la ciudad, las juventudes y los cambios al paso del tiempo. Por ejemplo, que antes de Chela Lora hubo una época en la que El Tri valía la pena.

La película se la lleva Alex, al menos por el tiempo que le dedica Paul Leduc, el director, que parece su fan. En este sentido, está emparentada al cine de musicales, como cuando Pedro Infante o César Costa cantaban ene cantidad de canciones por película a modo de videoclips promocionales de los discos.

La historia, narrada fragmentariamente y entre rolas, nos cuenta lo duro que es ser obrero u obrera en la periferia metropolitana, sea como empacador de bultos de cemento o desescamadora en una pescadería; de la violencia latente y constante, sea en los terregales de futbol o en las balaceras al calor de las bravuconadas en las fiestas. Cansados, hartos o frustrados, un grupito se integra a una banda delictiva que opera en la Zona Rosa, lo que nos permite adentrarnos como cinevidentes a algunos bares donde se presentaba Rockdrigo González o había shows travestis, como el de Tito Vasconcelos.

La pobreza ya no es la de las vecindades viejas de las colonias céntricas de la ciudad, sino la de paracaidistas que germinan nuevos rumbos con carencias de servicios y nombres pendientes por definir, entre casuchas de cartón o viviendas en obra negra, cuartos a mitad de ser casas, primeros pisos con aspiraciones a segundos, o azoteas para lavaderos propios y baños a cielo abierto, donde las calles de tierra tienen nombres y numeración pendientes.

El paisaje es de torres de alta tensión, marañas de cables entre postes y canales de agua estancada, pero Leduc parece querer exagerar la condición de miseria o impregnarla de tintes de sordidez, al mostrar que los niños tienen a una rata como un juguete más y la hacen protagonista de sus juegos junto con cacharros de basurero.

Ese nuevo chilango no es el ñerito de las películas con Luis de Alba ni mucho menos el que habla con tonadita folclórica tepiteña o de Nosotros los pobres —hay pocos diálogos, pero suenan frescos, naturales y con un lenguaje poco cargado de caló o mentadas de madre. Tampoco es el de la Sonora Santanera, el salón de baile con orquestas o pistas de música tropical, sino el roquerito o el “punk”.

A partir de esta cinta, un muy joven Roberto Sosa habrá de representar al chavo banda de los ochenta y sus secuelas noventeras. Su personaje, del cual no se nos dice el nombre, como tampoco el de los demás, está enamorado de una chava mayor, interpretada por Cecilita Toussaint, una roquera nice que se revuelca con él y canta entre los desarrapados como una más, lo que resulta inverosímil dada su pinta de niña bien de la cabeza a los pies, y cuya presencia ahí sólo estaría justificada para el argumento como el alucine del chemo o un toque, o como evocación mental en episodios de autoerotización adolescente. Todo con tal de que Leduc la presentara como parte de la movidita roquera de la época y su chiche de lo “urbano” en las composiciones de Jaime López.

Leduc nos deja ver que, tal vez, la pureza roquera nunca existió, que no hubo una era dorada aséptica de contaminaciones tropicales, para lo cual la Ceci T es acompañada por unos de nombre Son de Merengue, para cantarse repetidamente un tíbiri con lirica ñerita y alusiones a lo urbano. Que los toquines tampoco fueron un remanso de la juventud o de los “chavos de onda”, pues, a falta de otra cosa, hacían más o menos las veces de fiestas de barrio a las que asistían desde niños, morros prepúberes y púberes hasta chavorrucas. También, que antes que la mona fue el Frutsi de chemo. Y que no existía el eslam en los toquines, sino que se bailaba de brinquito.

Coautor del guión junto con José Joaquín Blanco, basado supuestamente en textos de los escritores José Agustín y José Revueltas, entre otros, así como de José Saborit, quien actualmente es director del Museo Nacional de Antropología, Leduc nos deja algo que sin ser una joya está lejos del churro y que vale la pena considerar como una parada obligatoria para una ruta crítica en el recorrido de la cinematografía mexicana.

Aquí, la película completa:

Título original: ¿Cómo ves?
Año: 1986
Duración: 49 min.
País: México
Director: Paul Leduc
Productor: Jorge Sánchez
Productora ejecutiva: Dulce Kuri
Guion: José Joaquín Blanco, Paul Leduc
Música: Rockdrigo González, Jaime López, El Tri, Cecilia Toussaint, Son de Merengue
Fotografía: Toni Kuhn
Reparto: Roberto Sosa, Blanca Guerra, Cecilia Toussaint, Eduardo López Rojas, Ana Ofelia Murguía, Tito Vasconcelos, Jaime López, Rodrigo González, Alex Lora, José Rodríguez López.
Productora: Consejo Nacional para la Atención de la Juventud (CREA) / Zafra Films

IN THE SHIRE

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HIGH STREET (LOS ÚLTIMOS METROS)

Cuando las iglesias no están cumpliendo con su función ceremonial me cautivan. Me imantan por ser espacios silenciosos. De todas ellas, las más antiguas poseen una iluminación particular y amparan mi introversión, en otras palabras no necesito hablarle a nadie mientras estoy en su interior. Si visito una ciudad nueva me meto a sus iglesias (supongo que por mi formación católica), tristemente sólo he entrado a una sinagoga (quiero ver más) y todavía no he visitado un mezquita. Creo que lo mío es algo así como turismo religioso.

En tanto edificios son un prodigio de la arquitectura y, para una extranjera como yo, son el lugar ideal para sentarme sin tener que comprar un café (aunque termino comprando estampitas religiosas para mi parentela), donde me siento segura y a salvo de un asalto, por ejemplo. En Oxford de vez en cuando se puede escuchar los ensayos (sin albur) con el órgano (me pasó en la catedral de Christ Church college) y también se pueden escuchar gratis un concierto de música clásica, hace meses asistí a uno en St Mary Church.

St Mary Church es la iglesia de la Universidad de Oxford, de hecho su nombre oficial es The University Chuch of St Mary the Virgin. Forma parte de la Iglesia de Inglaterra, cuyo origen más inmediato se remonta a su separación de la Iglesia Católica y su reconocimiento de la Reina (o Rey) de Inglaterra, y no del Papa, como jefe de la misma allá cuando Enrique VIII armó tremendo argüende para separarse de Catarina de Aragón, su primera esposa, y casarse con Anita Bolena.

La torre es el elemento más antiguo de la iglesia, fue construida en el siglo XIII. El segundo elemento más añejo es el chapitel (aguja) que remata la torre, construido en el siglo XIV. Si se camina por High Street se aprecia la parte más alta de la torre y el chapitel, pero para verla completa hay que doblar a la derecha sobre Catte Street a un costado de la iglesia, pero ese camino lleva a la Camera Radcliffe y a la universidad, ya de ellas escribiré en otra columna. Sobre High Street existe un acceso a la iglesia flanqueado por dos columnas salomónicas que conduce a la nave principal, cuyo estilo gótico data del siglo XV. A mí me gusta mirar sus vitrales, el órgano, su púlpito esculpido en madera y su techo azul marino (¿azul Oxford?) donde resplandecen unas incrustaciones doradas en forma de estrella.

Al salir de St Mary y de regreso en High Street, si se cruza hacia la acera opuesta, la izquierda, pocos pasos adelante está ese lugar que induce a la bancarrota conocido como librería. Este recinto con tres aparadores enmarcados en azul es moderado, no es la librería más grande, ni estrambótica de la ciudad, no tiene cafetería, pero se trata de la Oxford University Press Bookshop. En otras palabras se trata de la librería de una de las mejores universidades en el mundo y, para muchísima gente en el mundo (yo incluida) sus publicaciones representan cuidado del texto, validez intelectual y consistencia académica.

Al lado de la librería universitaria se localiza un negocio que me atrae pero al que nunca he entrado y quizá nunca lo haga: la sastrería Ede & Ravenscroft. Me embelesa porque me gustan los trapitos bien hechos. Ninguna pieza de ropa puede competir con un atuendo hecho a la medida. Cortar y zurcir es un arte que en México es medianamente accesible, si ponemos de lado la hechura de camisas formales, trajes y vestidos de novia, pero en Inglaterra, si duele pagar por una simple alteración, Ede & Ravenscroft representa un lujo costeable por pocos.

Fue fundada en 1689 y su rango de servicios va de la confección de trajes y camisas, pasando por la ropa casual y la ropa de diseñador, a los trajes de etiqueta, smoking y frack, cuellos y sombreros de una calidad que haría llorar a quien a usado un traje rentado. Una frivolidad, quizá, pero es una sastrería con siglos de vigencia y varias sucursales en una sociedad donde haber nacido aristócrata, no digamos príncipe o reina, tristemente abre puertas y donde el aparato de representación importa como si estuviéramos en el siglo XIX.

Después de la sastrería, si se avanza unos metros aparece a la izquierda un callejón que lleva a The Chequers, un pub que nos regresa a la realidad. Empezó en el negocio en el siglo XV, por ello se le considera historic pub (pub histórico). Por eso, es un buen ejemplo de un pub tradicional. Tiene una barra donde se pide cerveza, vino y cocteles, hamburguesas y fish’nd chips, para sentarse hay sillas y sillones que generan una atmósfera de gran sala familiar junto con la chimenea y, si el clima lo permite, se puede beber o comer en el jardín o la terraza.

Antes de las cervezas se puede abrir un paréntesis para chacharear en The Covered Market, ubicado del lado derecho de la calle y alejado de la atmósfera de privilegio de Ede & Ravenscroft. La ciudad tiene zapaterías, boutiques, cafeterías, panaderías supermercados y mercados itinerantes. Un poco de todo eso existe reunido bajo el techo del mercado en el centro, sobre High Street. En este espacio de la compra-venta hay: una tienda de galletas (horneadas casi al momento) y otra de pasteles y cupcakes (con diseños sorprendentes), una zapatería y varias tiendas de ropa, cafeterías, una tienda de sombreros, una de electrodomésticos, otra más de productos para ir de pesca o cacería, y una carnicería (donde he visto el cuerpo de un venado colgando). Mi lugar favorito es Pie Minister, donde venden pays salados, rellenos de carne de res, o pollo o queso, sobre platos de peltre.

El mercado se ubica a poco metros de las desembocadura de High Street. Antes de que está calle larga y estrecha, atávica, medieval y moderna, sitio donde se aprecian algunas de las fuerzas que rigen la sociedad inglesa, lugar de mercadeo, del estudio y el turismo, se parta en tres, St Adalgate’s Street, Queen Street and Cornmarket Street. Carfax Tower detiene la High Street, la torre que desde finales del siglo XIX marca el paso de las horas, que yace sobre el centro y punto de confluencia de los cuatro caminos del Oxford Sajón, que nos recuerda que la ciudad ha estado aquí antes de nosotros y que vaticina sobrevivirnos.

LA ÚLTIMA PREGUNTA

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TU VIDA ES UNA BOCANADA DE AIRE

Empezaré citando al gran Chesterton: “Cuál era el nombre de un hombre (o mujer) determinado, a cuánto ascendían sus ingresos o con quién se casó no son cosas sagradas, son cosas simplemente irrelevantes”. Pues bien, eso es justo lo que pienso cuando alguien toca un tema general y lo convierte en una historia personal para justificar una mirada reduccionista en la que una desafortunada narrativa intenta que todos encajemos.

Por ejemplo, quien afirma que su carrera como escritor ha estado plagada de éxitos, que se ha encontrado a una pareja maravillosa con quien compartir dichos triunfos y un representante que lo vende hasta en la Feria del Libro de Pachuca no es porque tenga una fórmula mágica para que su hacer literario haya despegado con esa fuerza ni que quienes no logran publicar sus tuits más retuiteados en el 24 horas tengan la peste bubónica. Para nuestro bien, eso de la normalidad es solo una medida estadística: cada uno estamos a nuestro paso, con nuestras experiencias, nuestros abismos, nuestras eternidades y nuestros fantasmas.

Hace un par de semanas, hubo un ir y venir de diferencia de opiniones sobre un artículo de Orfa Alarcón titulado “Contra el alarde de ser mujer”. Y pues tengo un par de apuntes que compartir, nada más eso.

Primero: no entiendo muy bien de dónde proviene esa extraña idea antagonista que intenta plasmar la autora entre el personaje Orfa y las demás: ella libre y que ofrece su trabajo que “casi se vende solo” y las demás que se agrupan porque no creen en su trabajo y solo así pueden validarse; las demás con aureolas al aire que chorrean lecha materna y ella tapadísima y muy seria para hablar de editoriales independientes; ella que no quiere que se le festeje por ser mujer y las demás sí; ella que ha tenido tres veces la beca del FONCA y que la leen en Europa y las demás que ni becas ni han sido leídas en Europa.

Bueno, me parece muy temerario el análisis este en el que se asume que existe algo así como las “Orfas del mundo” y “las demás” porque tanto en unas como en otras hay un sinfín de combinaciones: las que tienen una obra que se lee en Europa y un novio que les pega; las que son grandes escritoras y no han logrado publicar ni un solo libro; las que han tenido becas y escriben bazofia. Y así me puedo seguir hasta la náusea. Pero eso no es el punto.

Me da gusto saber que la vida de Orfa no es una más de esas que engrosan las terribles estadísticas sobre mujeres maltratadas por sus parejas, sobre mujeres que ganan menos en el mundo editorial por el simple hecho de ser mujeres; sobre mujeres acosadas sexualmente o sobre esas que entran a la fila hasta atrás nomás por tener vagina y glándulas mamarias. Me parece genial que nunca haya pedido un trabajo en el que para aceptarla la hayan metido en un cuarto de rayos equis. Ni que en esa habitación, un médico le preguntara si está embarazada mientras le da un folleto con un feto que, casi de forma cariñosa, dice: “Mami, si sabes que estoy ahí, díselo al doctor”. Ya saben, por aquello de que las embarazadas no son buena fuerza de trabajo. ¡Qué decir de las que amamantan y que por seis meses pretenden tener dos espacios de una hora en su jornada laboral para ir a alimentar a sus críos!

Me parece maravilloso que Orfa no haya tenido que pasar por esas terribles situaciones que, por cierto, ninguna mujer debiera vivir. Es fantástico que su vida sea más igualitaria, sobre todo viviendo en una ciudad como Monterrey que no necesariamente está en los mejores lugares de desarrollo humano o igualdad de género, pero –bueno- cada quien habla por cómo le fue en la feria y, realmente, la historia de esta escritora es una bocanada de aire en medio de un desangelado panorama.

Ahora bien, lo que me irrita del texto es el disfraz malo y de mal gusto de un individualismo exacerbado que se empeña en mostrar solidez en la naturaleza humana porque, bueno, la vida de Orfa es solo suya y nada tiene que ver con las demás. Las generalidades son solo un modelo como lo es el modelo económico de los neoliberales salinistas o la tridimensionalidad atómica. No existe algo así como “todos los eventos de género” o “todas las señoras que amamantan en público”. Veo cómo los economistas o muchos científicos sociales se han comprado eso de la generalidad pero, ¿un artista que se condena a sí mismo a ser alguien de blancos y negros? No se me ocurre algo más lamentable. Quizá la única capacidad imaginativa que le quede a alguien así es ver el mal en donde lo único que se manifiesta es la cotidianidad.

Con respecto a la caduca lucha por la igualdad de género, ¡qué sé yo! Se me antoja que cincuenta años no son nada y que necesitaremos una distancia de siglos antes de poder juzgarla verdaderamente. Claro que las cosas son distintas cuando se viven fuera de la perpetua lamentación. Quién sabe a dónde nos van a llevar las cuotas de género o celebrar el Día de la Mujer, pero lo que no podemos hacer es cancelar que eso es parte de nuestra realidad y negarnos a ver el mundo una y otra vez para poder verlo de a de veras (a menos, claro, que lo que uno quiera es someterse a una castración creativa).

Soy de las que piensa, como la propia Orfa, que las emociones de las que trata la literatura son emociones universales. Punto. El artículo “Contra el alarde…” y otros tantos que lo aparejaron me parecen de un largo y un ancho carentes de profundidad, sobre todo por aquello de asumir que si se es mujer se está más que capacitada para disfrutar de una felicidad perfectamente plana, serena, es cosa de que una le eche ganas. Ora sí que sufres porque quieres, mana.

Temo decir que la de nadie es una existencia decorativa y las cosas unos días están a toda madre y otros tantos, las situaciones parecen invivibles. Para nuestra suerte y, también, para nuestra desgracia aún tenemos la oportunidad de descubrir los infiernos y el paraíso que narra La Divina Comedia.

No me molestan los optimistas inconscientes o aquellos para los que solo su verdad es satisfactoria, sin embargo, a esos les tengo malas noticias: no existe algo así como la verdad, ni objetiva ni subjetiva. Allá afuera solo está el mundo y sus infinitos recovecos y nada de lo que hagamos constituye el fin de las alegrías o los sufrimientos.

Las cándidas conversaciones que se tienen dentro del apacible y bucólico mundo literario, esas en donde los protagonistas se sienten atacados y vituperados por tener ideas geniales, a ellos les diría que su última pregunta antes de publicar debería tener como referencia una genial afirmación del escritor Yuri Herrera: “Antes de quejarse de que le odian por sus ideas asegúrese de que no está diciendo pura pendejada”.