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JUGUETE RABIOSO

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NUDO BORROMEO: SEGURIDAD SOCIAL PARA ARTISTAS

Dice The Clash: “know your rights”. Bueno, el artículo 4 de la Constitución mexicana garantiza el acceso a la cultura y a la creación artística. En el artículo 123 se dice que la seguridad social (atención médica, pensión por vejez o accidente grave…) es un derecho de los trabajadores asalariados. En el artículo 304 de la Ley Federal del Trabajo se especifican los derechos de “trabajadores actores y músicos”, ninguno relativo a seguridad social. Si eres trabajador no asalariado (profesional independiente o sea freelance, pequeño comerciante, trabajadora doméstica, ejidatario) puedes ingresar voluntariamente al régimen obligatorio del Seguro Social (artículo 13 de la Ley del Seguro Social) pagando cerca de ocho mil pesos al año (si tienes diabetes, eres alcohólico o tienes sida, olvídalo).

¿Y si eres artista?

Desde 2011, la actriz y ex senadora María Rojo impulsó una iniciativa de ley para empujar el acceso de los artistas a la seguridad social por medio de un fideicomiso que cubriría la parte del “patrón”, pero que no fue votada en la Cámara de Diputados porque había “otras prioridades”. En noviembre de 2014, la diputada Margarita Saldaña Hernández presentó nuevamente una iniciativa para reformar precisamente el artículo 13 de la Ley del Seguro Social e incorporar a intérpretes, autores y gestores culturales al régimen obligatorio del IMSS sin mediación de fideicomiso, que, según entiendo, quedó pendiente de discusión.

Aquí hay un nudo. El Estado reconoce el trabajo de los artistas como un trabajo no asalariado de facto; no lo dice la ley, pero la exclusión de este sector de las leyes pertinentes y su inclusión, en cambio, en los presupuestos de cultura (cada vez más raquíticos), estímulos para la creación y becas dice de ello. De algún modo se asume (o se simula que se asume) la no subordinación (principio del derecho laboral) del trabajo artístico, y para “ajustar” ese estatus se opera una relación “de excepción” que es histórica, puesto que los artistas nunca han estado lejos del programa estatal de nación, y sin embargo sí, al mantenerlos fuera del ejercicio pleno de sus derechos laborales y sociales. El nudo se aprieta o se afloja según se vea si pensamos en las consideraciones que tiene el régimen fiscal para algunos artistas: el pago en especie de los artistas plásticos, las exenciones sobre las regalías de derechos de autor o los premios en efectivo. No garantiza derechos, sino “estímulos”.

Me dice el escritor César Cortés: “Esto depende necesariamente de las ideologías vigentes, de cómo se concibe ese Estado a sí mismo y también de qué tipo de trabajo desarrollan los artistas de tal o cual época, de tal o cual proceso histórico, de tal o cual desarrollo estético… Si pensamos en la obra como un refugio de las subjetividades, la contradicción nunca se resolvería, no debería resolverse porque el Estado necesita objetivar las distintas subjetividades de la población mediante las instituciones; entonces, claro, le conviene mantener a los artistas a raya, dentro de su perímetro y no más allá… una especie de isla ajena a la producción estandarizada de mercancías, entonces elevados a una condición de genios, o al menos de ‘creativos’ supravalorados, lo cual los aleja de las condiciones productivas de la población, ésa es la tensión que, cuando rompe dicha relación, necesariamente se desestabiliza el poder en turno…”.
La categoría “artista” le conviene, así, tanto al artista como al Estado para reivindicar o ejercer poderes asimétricos. Su asunción como artistas les merece un trato “diferenciado”, pero es la misma que los mantiene en una especie de indefensión social y laboral; les permite un cierto margen de autonomía y a la vez los mantiene dependientes de lo que el Estado decida hacer con los presupuestos, y a su burocracia.

Del otro lado está la iniciativa privada, las empresas para las que trabajan muchos artistas y gestores, y que no siempre les otorgan derechos laborales plenos, pero que (si son productivos, competitivos) les administran la posibilidad de un “mejor futuro”. O como dice César Cortés: “acá está también el problema del mercado, como el nuevo administrador de esas subjetividades porque la relación más rentable ahora es ésa, producción de subjetividades que estén encaminadas a alimentar el hiperconsumo”.

¿Cuáles son los derechos sociales y laborales de los artistas? ¿En pedir acceso al sistema público de seguridad social se juegan su autonomía? ¿Deben asumirse como trabajadores o como artistas? Quizá llegó el momento de romper ese nudo y construir una nueva relación con el Estado, la iniciativa privada y la sociedad.

Es una discusión compleja y profunda. Pueden leer, por ejemplo, las dos entregas de la columna de Rubén Ortiz en la revista Registromx* dedicadas a este tema. Esto es una punta de iceberg.

* “Irse a dormir como artista y despertar como trabajador precario” http://registromx.net/ws/?p=5699 y “Práctica artística y trabajo” http://registromx.net/ws/?p=5796.

IN THE SHIRE

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UNA AVENTURA CLÍNICA

De no ser porque suena soberbio, me atrevería a decir más seguido y en voz alta que soy un milagro médico. No haré el recuento aquí de las razones, basta mencionar que para contar el número de especialistas médicos que me han atendido a lo largo de mi vida se necesitan los dedos de mis dos manos y sospecho que de uno de mis pies. Estoy viva, soy un adulto funcional (me gusta creerlo), gracias a la atención médica oportuna. Obviamente no soy el único milagro.

Valoro los sistemas de salud pública no sólo como un derecho de los trabajadores sino como un derecho universal. De primera mano sé que el IMSS (nací ahí) y el ISSSTE (por mi trabajo tengo acceso a él) tienen muchísimos defectos y que urgentemente necesitan una mejor administración, pero lo cierto es que pueden funcionar de manera excelente, por ejemplo hace 30 años cuando le abrieron de oreja a oreja la cabeza a mi padre para extraerle un tumor en su frente.

Por eso, cuando una biopsia sugirió que yo tenía cáncer en la tiroides no dudé en operarme en el ISSSTE. Siempre que lo cuento recuerdo los ojos dilatados y la cara de sorpresa de alguien-que-conozco (que es clasista y detesta el IMSS, supongo porque no es el Hospital Ángeles) al escucharlo. Durante nuestra primera cita, el oncólogo me preguntó el motivo de mi presencia y yo le dije que era derechohabiente, o sea he pagado mis impuestos al estado, ahora le toca a éste retribuirme. No me quejo. Mi oncólogo siempre ha estado al pendiente de mí, ¡hasta por celular nos comunicamos!

Debido a la cirugía perdí la tiroides y las paratiroides, es decir vivo con hipotiroidismo (el metabolismo lento que deviene en sobrepeso es el síntoma más evidente, no el único) y con hipoparatiroidismo (para absorber el calcio que mis músculos y mi sistema nervioso requieren, mi cuerpo necesita suplementos). Ambas condiciones desquiciaron mi sensación de normalidad, me hurtaron la soberanía de mi cuerpo. Me he quejado profusamente de los síntomas, de los cambios fisiológicos, de los nuevos hábitos y de la dificultad de aceptarlo, todo eso y lo que venga, pero esta vez prefiero concentrarme en otro aspecto.

El primer aniversario de mi tiroidectomía (la operación mediante la cual perdí la tiroides) lo cumplí en Oxford. Para esa fecha puede decirse que estaba encontrando cierta estabilidad. Sin embrago, meses después fue evidente que mi cuerpo estaba teniendo problemas para absorber calcio. Cuando sucede una crisis de hipocalcemia (baja de calcio) se experimentan hormigueos y entumecimientos, de moderados a intensos, en diferentes partes del cuerpo, cuando se agudiza ocurren calambres en los músculos o su contracción involuntaria, o sea brincan.

Así fue como llegué al National Health Service (Servicio de Salud Nacional, o NHS en el Reino Unido). La NHS como la BBC (el servicio público de radio y televisión) me han arruinado para bien y para mal los servicios de salud públicos y la televisión respectivamente. La BBC intenta ofrecer una programación variada, entre sus mejores producciones están sus documentales escritos y presentados por especialistas en el tema. Después de ver varias decenas ya no soporto Discovery Channel. Ennoblece su calidad, la ausencia de comerciales, porque la BBC se financia mediante el erario público, en consecuencia no admite patrocinios, ni renta su espacio para el anuncio de productos y servicios.

La NHS es otra institución pública del Reino Unido y también se costea con los impuestos. Fue creada en 1948 a partir de la idea de que un buen sistema de salud debe estar disponible para todos los habitantes, incluidos aquellos que no son británicos, como es mi caso. Ofrece todo el rango de servicios médicos y, en ciertas condiciones, exenta a los pacientes del pago de medicamentos, es decir, son gratuitos. Entre quienes disfrutan de este beneficio están los adultos mayores o las personas con condiciones permanentes, como la epilepsia.

Para recibir atención médica tuve que registrarme en la clínica más cercana a mi domicilio, la mía está a cinco minutos a pie. Una vez hecho el registro pude pedir cita con el médico general, en mi caso, es una mujer que ha sido lo bastante comprensiva para no interrumpir mi tratamiento. En cuanto vio mi resumen médico solicitó que me refirieran con un oncólogo y en pocas semanas pude solicitar la cita, es más, ¡me llegaron cartas recordándome que la hiciera!

Entonces, comenzó la aventura, primero, hay que llamar para pedir la consulta médica, y entre el acento de quién me atendía y mis nervios de novata yo sufrí. El siguiente inconveniente fue que la cita me la dieron para un par de meses después. Me impresioné porque me asignaron el Churchill Hospital que pertenece a la Universidad de Oxford. Las instalaciones no le piden nada a ningún hospital privado en México (sí, pienso en el Ángeles). No obstante, por encima de lo accesorio, en la sala de espera, sea en México, sea en Inglaterra, los pacientes de oncología nunca vamos solos a consulta con el especialista, alguien nos acompaña, los padres, la pareja, los amigos. Una diferencia notable es que en esa sala hay niños que van a revisión, mientras que en México ellos van a otra área con un médico diferente.

Llegada la consulta surgió otra complicación, durante ella el oncólogo sugirió que deberían suprimirme una de las hormonas que tomo. Supusimos, mi esposo y yo, que era el desdén hacia los diagnósticos de mis muy mexicanos médicos. Después nos enteramos que la producción de esa hormona es cara, aunque yo tomo una dosis muy baja. Todavía ignoramos que lo motivó. Afortunadamente, mi esposo siempre me acompaña y entre los dos hemos convencido a la médico general (no al oncólogo) de que suprimir esa hormona me hace daño, lo cual es cierto.

El problema principal fue que nadie solicitó una prueba de sangre para ver cómo estaba mi nivel de calcio y para octubre yo estaba sufriendo de calambres. La médico general hizo lo que pudo y terminó solicitando que me atendiera un endocrinólogo (como debió hacerlo desde el inicio). Volví a pasar por el trámite, los nervios, llamé, pedí cita, pero me la asignaron tantos meses después que primero viajé a México y visité a mis médicos antes de que ésta tuviera lugar. Me asignaron una endocrinóloga joven y comprensiva. Hizo varios ajustes a mis dosis ¿y todo para qué? Cuando tuve que comunicarle los resultados de un examen de sangre me enteré que se fue a Birmingham.

En las últimas semanas tuve hipercalcemia (nivel alto de calcio en la sangre) y es desagradable, la peor parte fue padecer vértigo y náuseas por una semana. Según un examen de sangre reciente persiste el nivel alto, no sé cuándo me acabarán de calibrar. No es fácil e ignoro de dónde saco la paciencia. La aventura continúa. De igual modo, en las últimas semanas comenzaron las campañas rumbo a las elecciones generales en el Reino Unido. Entre los varios asuntos de interés público la NHS representa un tema que se ha discutido casi todos los días por varias razones. Es una institución inmensamente apreciada por los residentes, pero está rebasada en su capacidad para ofrecer el servicio que se espera de ella. Algunos sectores políticos sugieren aumentar su presupuesto. Otros sectores proponen cesar su gratuidad para inmigrantes, en lo personal me parece ingrato porque los trabajadores inmigrantes también pagan impuestos. En menos de un mes se sabrá de qué modo los votantes decidieron calibrar esa institución y espero que no les dé calambres.

VIERNES SANTO CON LOS DIABLOS

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Los aviones que descienden hacia el aeropuerto de la ciudad de México marcan de ahora en adelante el ritmo de todos los partidos que los Diablos Rojos del México disputan en el estadio “Fray Nano”, su nueva casa durante las siguientes dos o tres temporadas. Camino hacia la pista de aterrizaje, a baja altura, cada minuto un avión cruza el jardín izquierdo, tiempo necesario para que el pitcher efectúe su lanzamiento hacia home o para que el nuevo bateador se acomode en la caja de bateo. Si en promedio un partido de beisbol dura 3 horas, un espectador que no deje de contemplar el partido ni el cielo contabilizará, además de carreras, hits y errores, alrededor de 180 aparatos provenientes de casi todos los rincones del planeta.

En el “Fray Nano” los sueños de los aficionados rojos cobran vida: tras los días aciagos en el Foro Sol —una gradería gris, anónima, sin historias qué contar—, por primera vez en sesenta años acuden a la inauguración de un estadio, aunque éste no sea del todo nuevo. A pesar de ser el equipo con más títulos en la historia de la Liga Mexicana, los Diablos nunca han tenido un estadio propio. El Parque Deportivo del Seguro Social en donde jugaron desde su apertura en 1955 y que compartían con los Tigres, perteneció al IMSS hasta la temporada del 2000, año en que cerró sus puertas para siempre tras ser vendido a particulares en una operación que nunca se explicó ni justificó del todo. La transacción fue una puñalada trapera contra el alicaído beisbol capitalino.

De aquel gran estadio para 25 mil aficionados no queda nada, ni el nombre, pues Plaza Delta, un centro comercial, hace referencia al antiguo estadio de madera que se quemó el 26 de marzo de 1952.

De ser un deporte de masas, el beisbol en la capital perdió su arrastre y popularidad a raíz de la huelga de 1980 que ahuyentó para siempre a miles de aficionados y que sepultó la carrera de grandes peloteros mexicanos, algunos con records sin reconocer que por otra parte no han sido superados. La destrucción del estadio de la colonia Narvarte y la mudanza de los Felinos primero a Puebla y luego a Quintana Roo, enterraron aún más el ataúd del beisbol. Sin embargo, para la afición que sobrevive y que continua acudiendo al estadio para ver a los Diablos, después de padecer diez años en el Foro Sol y sus kilométricas distancias para llegar hasta las butacas, el Fray Nano representa una nueva oportunidad para que el rey de los deportes renazca de sus cenizas. Más allá de las comparaciones inútiles, los aficionados al beisbol deben de ser los más fieles, pues no cualquiera podría padecer el frío o el calor típico de los estadios tres veces a la semana, o aguardar con paciencia cuarenta y cinco minutos que por reglamento hay que esperar para que, o la lluvia deje de caer, o se suspenda el partido.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que fui a ver un juego de los Diablos. Mi afición nació el día que escuché a mi padre narrar un partido a través de la radio, cuando la XEX los transmitía. Me gustaba que fueran diablos y rojos, mi color favorito. Los ochenta fueron una gran década para los luciferinos: comandados por Benjamín “Cananea” Reyes, uno de los más brillantes mánagers que han pisado la grama, obtuvieron 4 coronas (1981, 1985, 1987 y 1988). Durante muchos años escuché los juegos por radio, a la hora mágica, las 7:30 pm, y sigo recordando con cariño a jugadores como Lorenzo Bundy, mi primer ídolo; Armando “Aguijita” Sánchez, “el almirante” Nelson Barrera, Sergio “Kalimán” Robles o Daniel Fernández.

Así que este 3 de abril, viernes santo, sí lo recordaré como el día que vine a conocer el estadio “Fray Nano”, que aunque pequeño, posee una ventaja indiscutible: se trata de un verdadero estadio de beisbol. Remodelado para cumplir con los estándares de la liga y para ser una digna casa de los campeones de la temporada 2014, en el exterior predomina la piedra volcánica, el concreto aparente y largas celosías de concreto. El aforo para 4,500 personas, incomparable ante los 25 mil que cabían en el Seguro Social y en el Foro Sol, evita que las multitudes desquicien este punto de la ciudad. Podría pensarse que la inauguración no es hoy, debido a que no hay aglomeraciones pero esto no quiere que no se sienta un ambiente festivo. En la explanada del estadio se reparten bolsas de tela que contienen el calendario oficial de juegos, un par de “aplaudidores”, una barra de chocolate de Oaxaca y una gorra que conmemora los 75 años de los Diablos y sus dieciséis títulos. Pasadas las 10:30 de la mañana, la tienda de suvenires está abarrotada y debe de ser cerrada para evitar que más gente se atiborre a la búsqueda de gorras, playeras y jerséis oficiales. Como de niño no pude tener un jersey, esta vez aprovecho el patrocino de mi hermano para tener uno.

Los puestos de comida ofrecen de todo: hamburguesas, alitas, refrescos, cervezas y los tradicionales tacos de cochinita pibil. Las edecanes de la cerveza Budlight acceden a tomarse fotografías con quienes se lo soliciten. Siempre sonrientes, enfundadas en diminutos shorts que revelan sus encantos o promueven sus defectos, se cubren del sol con sombrillas y se pasean por todo la explanada para agradar la pupila de los aficionados. Nunca he entendido por qué alguien se tomaría una fotografía con una edecán.

Dentro del estadio, el sabor del beisbol comienza a sentirse. Las butacas poco a poco van llenándose y el sonido local anuncia la segunda llamada para el comienzo de la ceremonia inaugural. Por sus dimensiones, este estadio que lleva el nombre del cronista deportivo Alejandro Aguilar Reyes, fundador de la Liga Mexicana de Beisbol y del periódico La Afición, permite una cercanía inusitada con el terreno de juego y por ende con los jugadores que apoyados en el cerca del dugout esperan saltar a la grama a ocupar sus posiciones. En su espalda pueden leerse sus apellidos: Albaladejo, Vázquez, López, Urías, Amador. A diferencia del Foro Sol, aquí una gran malla se extiende desde las alturas de la techumbre hasta el backstop, protegiendo a todos los aficionados detrás del home plate y de las rayas de primera y tercera. Así recuerdo las gradas del Parque del Seguro Social y un malla similar que, por el paso de los años, el sol, el frío y la lluvia, tenía varios agujeros por donde podía pasar una pelota y matar a un aficionado.

La ceremonia inicia con la presentación de los ejecutivos del equipo, entre ellos Alfredo Harp Helú, propietario del equipo, y Roberto Mansur, presidente ejecutivo. Esta vez la madrina es la actriz venezolana Marjorie de Sousa, quien atestigua la entrega de los anillos de campeones a todo la novena, incluyendo al mánager Miguel Ojeda. Se canta el himno nacional y se destacan los 16 títulos de los Diablos a través de una serie de fotografías con los héroes de cada época, como Alonso Perry, Lázaro Salazar, Nelson Barrera o Benjamín “Cananea” Reyes. Tras una lluvia de fuegos artificiales que no se alcanza a apreciar del todo porque es de día, pasadas las doce del día comienza en primer juego de la temporada: los Diablos enfrentan a los Toros de Tijuana. A través del sonido local se invita a todos los aficionados a cantar el primer playball de la temporada y del nuevo estadio.

El juego transcurre empatado. La pizarra electrónica no funciona del todo, por lo que el sonido local tiene que recordarnos la cuenta a cada rato. Aunque los boletos están numerados, no faltan las personas que se sientan donde no deben o quieren sorprender a otras diciendo que esos son sus lugares. Nada pasa a mayores, a no ser por algunas personas que se acomodan en las escaleras y deben ser removidas por cuestiones de seguridad. Tijuana anota la primera carrera en la historia del “Fray Nano”. Es la cuarta entrada pero los Diablos empatan en la parte baja y en la quinta se van al frente.

Una mujer del equipo de seguridad privada del estadio hace sus rondines una y otra vez, hasta que un aficionando, animado por la cerveza, le grita cosas como “Tengo problemas con la justicia pero contigo me readapto”. Cada que regresa a la tribuna izquierda, aguarda a que su admirador, desde las alturas, siga piropeándola. Otro persona sentada más abajo, le pide una fotografía para el recuerdo. Primero quiere negarse pero ya después acepta con gusto. Su otro admirador le grita, mientras ella se aleja hacia el otro extremo del estadio: “Poli, todas las mujeres son iguales”.

La fatídica séptima entrada rinde frutos a los Toros, que empatan el marcador. Para desgracia de las 4,500 personas que asistimos a este juego, en la novena el pitcheo de los Diablos se desinfla y permite 7 carreras. Aunque los milagros existen, si Cristo resucitó al tercer día y se elevó a los cielos, todos en el Fray Nano sabemos que esta vez será imposible una remontada con la marca de la casa. Los comentarios de los aficionados más conocedores se oyen a mis espaldas: “Debió de haberle dado la base intencional con la primera base vacía para buscar el doble-play. Ahí se equivocó el mánager”. Y es que el beisbol tiene eso: o respetas sus reglas básicas que suenan a lugares comunes, o te lo cobra caro.

Con el marcador 9-2, cae el out 27. En su primer juego en el Seguro Social, el 14 de marzo de 1955, los Diablos vencieron a los Sultanes de Monterrey 18-14. Debió de ser la locura. Esta paliza quedará registrada para siempre. Los Diablos se ocultan en la caseta. Al rato viajan a San Diego para jugar contra los Padres. Ya pasan de las tres de la tarde. En Iztapalapa, como cada año, ya crucificaron al Nazareno pero el cielo no se ha nublado como dicta la tradición. Más aviones siguen surcando el cielo y así lo seguirán haciendo durante toda la tarde y toda la noche, y durante toda la temporada hasta que en dos o tres años, si todo sale bien, los Diablos se muden por última vez, a su primer estadio.

MALINALCO: EN LA BOCA DEL INFRAMUNDO

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Malinalco fue un bastión militar azteca. Es un pueblo mágico enclavado en la parte sur del Estado de México, en la frontera con la Sierra Norte de Morelos, a tan solo hora y media en auto desde el Distrito Federal. Si uno va en camión hay que salir desde la estación de autobuses de Observatorio. Solo salen uno o dos al día, por lo que lo mejor es viajar a Chalma –el segundo santuario religioso más grande de México- y de ahí tomar un colectivo hacia una de las localidades más místicas del país.

Malinalco golpea en el ánimo de varias maneras. Apenas se deja atrás la región boscosa de La Marquesa, ese centro turístico preferido por los defeños al poniente de la capital, el paisaje y el clima del Estado de México cambia radicalmente.

En esta ocasión viajo en auto con unos amigos. Ellos nunca habían ido a Malinalco. Yo sí. Apenas dejamos atrás el Valle del Conejo en La Marquesa, se me vienen a la mente muchas cosas. Les cuento que ahí, en ese mismo paisaje boscoso, en el municipio de Ocoyoacac, fueron ejecutadas 24 personas, en septiembre de 2008, a manos de Raúl Villa Ortega, el “R”, jefe de la policía del municipio mexiquense de Huixquilucan, y del “El Indio” o “El Chayanne” (apodo derivado de un supuesto parecido con el cantante puertorriqueño), este último, en la jerarquía mayor del temible Cártel de los Beltrán Leyva, solo superado en la estructura de esta organización por “La Barbie”, “El Grande” y Arturo Beltrán. El Departamento de Estado de Estados Unidos tenía reportes de “El Indio” desde 1997 pero tuvieron que pasar más de 10 años y un tórrido romance con la ex Miss Universo, Alicia Machado, así como innumerables muertes a su cargo, para que fuera capturado en 2010.

En el auto, mientras nos detenemos en Almoloya del Río (no confundir con Almoloya de Juárez donde se ubica el penal de alta seguridad) para cargar gasolina, comentamos que uno no se explica cómo una de las mujeres más bellas del planeta se habría dejado seducir por el dinero o el poder de Gerardo Álvarez Vázquez, nombre real de “El Indio”, sanguinario sicario de facciones indígenas, responsable de la violencia en Morelos y Guerrero en aquellos años, así como lugarteniente de esa terrible organización criminal en Huixquilucan, con quien habría procreado a la pequeña Dinorah, bautizada en una ceremonia en la que habrían acudido presuntamente los propios Arturo y Héctor Beltrán Leyva, así como “La Barbie”, según la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/359/2008, aunque la conocida modelo venezolana haya desmentido dicha paternidad, adjudicándosela a un empresario mexicano. Lo que es de cierto es que el testigo protegido que señaló dicha relación fue ejecutado el 1 de diciembre de 2009, en la Colonia del Valle de la Ciudad de México.

Huixquilucan es una lujosa zona residencial al poniente del Distrito Federal donde viven varias de las familias más pudientes de México. En ese municipio se ubica La Herradura, área de ostentosas residencias. Al sur, Huixquilucan colinda con el municipio de Ocoyoacac, donde el viernes 12 septiembre de 2008 fueron llevados 22 albañiles y dos jardineros originarios de Puebla, Veracruz e Hidalgo que trabajaban en diversas casas residenciales y edificios de lujosos departamentos de la zona, por un comando de supuestos policías de la extinta Agencia Federal de Investigaciones (AFI) y policías municipales de Huixquilucan para conducirlos a dos casas de seguridad en Jardines de La Herradura donde fueron salvajemente torturados por varias horas, antes de ser conducidos en un convoy hacia el paraje La Loma de San Pedro Atlapulco, en Ocoyacac. Aunque los pudientes vecinos de La Herradura escuchaban ruidosas fiestas y balazos en esos domicilios nunca lo denunciaron ya que solían llegar lujosas camionetas escoltadas por policías federales y municipales.

Los que sí denunciaron fueron los campesinos de Ocoyoacac aquella madrugada del sábado 13 de septiembre pues habían encontrado al menos 24 cuerpos semidesnudos, amordazados de pies y manos, y ejecutados con tiro de gracia. La PGR filtró a la prensa el lugar donde habrían sido secuestrados estos hombres desde el lunes 8 y el martes 9 en los que el referido comando irrumpió en una vecindad donde los 24 vivían hacinados en 11 cuartos de 4×4 metros cada uno, solo dos de ellos con baño independiente. En esos cuartos llegaron a dormir hasta seis personas, según la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/302/2008.

La PGR encontró en Ocoyoacac 90 casquillos percutidos por una sola arma, una pistola escuadra calibre 9 milímetros que los victimarios fueron turnándose. El principal verdugo habría sido Raúl Villa Ortega, apodado el “R”, jefe de la policía municipal de Huixquilucan y propietario de una empresa de seguridad privada en Ecatepec con 300 guardias, encargada de custodiar instalaciones de la PGR en hangares, juzgados y casas de seguridad en Jalisco y Nuevo León, así como de las empresas Tequila Herradura y Constructora Urvi, según la investigación de Francisco Cruz Jiménez, plasmada en el libro “Tierra narca” (Planeta, 2010) en el que se develan las filigranas del crimen organizado en el Estado de México durante la administración de Enrique Peña Nieto.

De acuerdo a la declaración del testigo protegido “Claudia”, también miembro de la policía municipal de Huixquilucan, alguna vez encargado del área antisecuestros de la Procuraduría del Estado de México y quien habría estado presente en el lugar de los hechos, los 24 ejecutados no pertenecían al crimen organizado como el “R” supuso en un principio. El “R” y “El Indio” los habrían ejecutado como estrategia de “La Barbie” para imponer terror y comenzar a cobrar cuotas en Naucalpan y Huixquilucan a empresarios y comerciantes.

El que las víctimas fueran confundidas es una información corroborada por los líderes de los cárteles del Centro y La Mano con Ojos, ambos escindidos del Cártel de los Beltrán. “Esa gente era de la Familia (Michoacana) y me querían chingar”, le habría dicho el “R” a “Claudia”. “No son albañiles, son sicarios”. Pero no, no lo eran.

El “R” no era ningún desconocido en el mundo del crimen organizado. Otros dos testigos protegidos lo ubican como ex escolta de “La Tuta”, fundador de La Familia Michoacana y de Los Caballeros Templarios. El “R” se había cambiado de bando para convertirse en operador de “El Indio” en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

Pero todo había salido mal. Después del artero acto, “La Tuta” le habría enviado un mensaje al “R”, corroborando lo que otros criminales ya sabían, que la Matanza de La Marquesa había sido uno de los episodios más deleznables de la historia del Estado de México: “Pobres inocentes a los que mataron, porque ni siquiera trabajan para nosotros”, escribió “La Tuta”.

La detención de Édgar Valdez Villarreal, “La Barbie”, se registró también en esta zona, en el municipio colindante de Lerma, a unos cuantos kilómetros de Ocoyoacac y de la laguna de Salazar, zona recreativa contigua a La Marquesa, también harto preferida por las familias defeñas.

Por si fuera poco, en esta zona del Estado de México también se ubica Villa Guerrero, colindante con Tenango del Valle, municipio que también debe atravesarse para llegar a Malinalco. De Villa Guerrero, se presume, salieron las 50 mil rosas rojas para el hijo de “El Chapo” Guzmán, Édgar Guzmán López, asesinado el 8 de mayo de 2008 en represalia por la presunta delación del paradero de Alfredo Beltrán, lo que desataría la guerra entre el Cártel de Sinaloa y los Beltrán Leyva. Estas 50 mil rosas rojas habrían inspirado el corrido del mismo nombre, interpretado por Lupillo Rivera.

Un paraíso semitropical
Quien viaja a Malinalco, dejando atrás el clima frío y boscoso de La Marquesa, Ocoyoacac, Santiago Tianguistengo, Almoloya del Río, Tenango del Valle, y Joquicingo, entra sorprendentemente a un paisaje semicálido, de vegetación casi tropical, que contrasta con la totalidad de la zona y la vuelve, mágica. Su clima sureño me recuerda que aquí comienza el aire que sopla del Pacífico.
Recientemente, Malinalco saltó a la opinión pública por una lujosa casa de 7.5 millones de pesos que posee ahí el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, financiada por el Grupo Higa, de Juan Armando Hinojosa, contratista durante la administración de Enrique Peña Nieto como gobernador del Estado de México. El complejo habitacional donde se ubica la casa, el Club de Golf Malinalco, incluye campo de 18 hoyos y helipuerto.

Lejos de esto, el pueblo mágico tiene dos atractivos principales: su impresionante zona arqueológica, tallada en lo alto del “Cerro de los Ídolos”, siendo el único de su tipo en todo el continente americano; y el Convento de la Transfiguración y la Iglesia del Divino Salvador, construcciones del siglo XVI que poseen paredes y bóveda con extraordinarios frescos pintados con la fauna, flora y cosmogonía indígena de la zona a dos tintas. En esos frescos se puede identificar 23 especímenes nativos, entre ellos, tlacuaches, conejos, tejón, armadillo, loros, lechuza, víboras de cascabel e insectos, así como plantas medicinales. Como señala Fray Secundino Peña Mery, “al penetrar al claustro de Malinalco se tiene la impresión de estar en los jardines del paraíso”. Y tiene razón. En la pared que da al este, se encuentra el árbol de la sabiduría, y en otro, una culebra hipnotiza a un pájaro pequeño simbolizando al mal sobre el bien.

El centro de Malinalco es también digno de resaltarse. Su tianguis es bello por colorido. Ahí desayuno con mis amigos. Les recomiendo llevar el característico pan de Malinalco hecho en horno de piedra y comprar frutas que se cosechan en los huertos cercanos, con un sabor muy distinto a cualquier fruta producida en serie. Da gusto mirar fresas, moras, mamey, zapote blanco, aguacate, guanábana o flor de colorín (que hervidas son un manjar) por todas partes.
Desayunamos en los portales rodeados de toda clase de cosas típicas: atoles, horchatas, jugos, puestos de verduras o enseres domésticos, quesadillas, o tacos de barbacoa y cecina, que por la vecindad con el estado de Morelos, suele ser tan suculenta como la misma de Yecapixtla.

Por las calles empedradas de Malinalco serpentean las casas de teja y los expendios de pulque, cocteles, piñas coladas, micheladas, vendedores de quesos, bolsas y sombreros de palma, que se agradecen por el sol semitropical, pero sobre todo las artesanías de todo tipo: aretes de plumas de ave, alajeros, corazones y cabezas de jaguar que emulan el rugido del mítico felino al igual que grillos tallados en madera que al pasar un palito por su lomo hacen sonar el tiri-tiri de un insecto real. También abundan los spas y los hoteles que usan perfumes y jabones orgánicos. Hay temazcales convertidos en saunas de lujo.

Compro un sombrero. El sol es abrasador pero no siempre es así. En otras épocas del año llueve copiosamente y apenas se puede subir a la pirámide. El vendedor de sombreros me cuenta que viene de la vecina localidad de Juliantla, municipio de Taxco, Guerrero, tierra del popular cantante Joan Sebastian, primo del ex gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa Alcocer, familia que ha sido muchas veces acusada de tener nexos con el crimen organizado. “Dios le dio inteligencia para destacar”, dice el vendedor refiriéndose al cantante. “Allá lo respetamos mucho. Tiene un rancho enorme con muchos caballos”.

Mis amigos y yo comenzamos a subir las escaleras que conducen al templo de los guerreros-águila y los guerreros-tigre, donde se consagraban quienes poseían una virtud aparte de la guerra: el haberse vencido a sí mismos. Parece increíble que casas y construcciones particulares aprisionen la entrada de una de las zonas arqueológicas más importantes del país. Me sorprende que ya haya una caseta de cobro del Instituto Nacional de Antropología e Historia cuando antes no la había. Una opinión superflua podría celebrar el hecho si es que la elevada tarifa mejorara las instalaciones o proporcionara guías para disfrutar mejor el lugar, pero ni una cosa ni otra. Las instalaciones son las mismas de cuando visité Malinalco hace varios años y el único guía que encontramos esta vez es un extraño hombre, delgado, de cabello largo y mallas pegadas con botas que se acerca a los turistas para ofrecer una charla sobre el lugar. Porta un morral con coraza de armadillo y está ataviado cual guerrero azteca. Tiene toda la pinta de aquel pasado: moreno, firme constitución física, ojos negros y profundos. Y los pies bien plantados en el suelo.

El hombre nos explica que este majestuoso templo-pirámide tallado sobre la pared de la montaña coincide extrañamente con los de Ellora, al sur de la India, con los de Petra en el Mar Muerto, los de Abú-Simbel en Egipto y algunos otros en Perú. El guía asegura vivir en el cerro de enfrente, desde donde se divisan a lo lejos cuevas. Afirma que ahí tiene su cama y una pequeña cocina, pero eso no le impide estar en contacto con el mundo porque estudió en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, de donde es egresado, y usa las redes sociales para hablar de los mundos más ancestrales, como se puede atestiguar en sus múltiples entrevistas que circulan en Youtube.

El hombre es todo un personaje en la zona de Malinalco. Su nombre es Martín García y parece tener la facultad de borrar el tiempo con sus palabras. Es autor del libro “Malinalco Orígenes” en el que se establece que la cultura mexicana –como él prefiere nombrar a la cultura prehispánica- era sumamente avanzada con respecto a la cultura europea de ese mismo periodo de la historia en casi todas las disciplinas: ciencia, poesía, filosofía, medicina o astronomía. Cuauhtemotzin, símbolo de la resistencia indígena contra los conquistadores, fue consagrado en lo alto de este cerro.

La entrada del templo es una boca de serpiente bífida que simboliza la entrada al Mictlán o inframundo. Tras una serie de pruebas, rituales y ceremonias mágicas al interior, los guerreros salían convertidos en los legendarios guerreros águilas o tigres, que miraban desde ahí la totalidad del mundo. La boca de esa serpiente representaba la entrada al universo primigenio. Los guerreros hacían ofrendas de sangre, pero no en el sentido occidental del sacrificio, sino como privilegio de quien devuelve a los dioses algo de sí.

Martín explica que el guerrero que era agresivo era maldito entre los aztecas y su valentía no era tomada en cuenta, por lo que era excluido para gobernar. Según Fray Bernardino de Sahagún, para que un guerrero pudiera serlo debía ser sabio, prudente, amoroso, animoso, osado y valiente. Algo muy distinto a lo que sucede hoy en día. La pirámide tallada en la ladera de la montaña tiene varios niveles de trece escalones que simbolizan los niveles de la cosmogonía indígena. El espacio en el que vivimos, el que abarca la tierra hasta las estrellas, es solo uno de estos niveles. En él, fluye el tiempo, los años, los minutos y las horas, así como el tiempo espiritual. Pero hay más niveles: más arriba de las estrellas el tiempo no existe, asegura Martín. Arriba de las estrellas habría un presente constante originando todas las posibilidades de existencia. Aquellos serían cielos que solo habitan los dioses y las diosas. Y en un lugar mucho más alejado se hallarían los últimos niveles de la evolución donde no habría llegado ni siquiera ellos porque ahí brotaría el espíritu invisible del cosmos que se transforma en todas las cosas, desde la vía láctea hasta las plantas en una fuerza llamada Moyocoyatzin, una energía que a sí mismo se inventa y que a sí misma se transforma. La primera creación del Moyocoyatzin sería el Ometéotl, o la dualidad: la fuerza doble que genera el cosmos: la noche y el día, la vida y la muerte: lo masculino y lo femenino: el cuerpo y el espíritu. Ideas que sabios como Miguel León Portilla, Antonio Caso y Alfredo López Austin, han estudiado profundamente dejándolas plasmadas en sus libros.

Cerramos el día no antes sin probar las nieves Mallinali, que incluso tienen una especialidad: la nieve del mismo nombre dedicada a los dioses, con una mezcla de ingredientes que incluyen calabaza en dulce, almendras, manzana y piñón. Luego nos dirigimos a uno de los pequeños arroyos de Malinalco donde un montón de restaurantes y negocios se apuestan para edificar estanques con truchas que se ofrecen en distintos guisos, desde empapelados hasta al mojo de ajo, en una exquisitez que más fresca parece imposible.

Pronto nos cae la noche. Ya casi somos los últimos visitantes a pesar de que aún no dan las siete de la noche. Es como si todos huyeran hacia el Distrito Federal o Cuernavaca, las ciudades más cercanas. Y no sabemos por qué. Vemos pasar varias camionetas con música norteña. Incluso en uno de los negocios se canta sinaloense. Los hombres del lugar visten camisas a cuadros y pantalones de mezclilla pero en lugar de sombreros traen gorras y chamarras de piel. El calor desaparece y cae el fresco. Uno de esos hombres ha traído a su familia a comer al mismo restaurante de truchas donde estamos nosotros. Desde que se sienta llama a un trío norteño que vaga por ahí. Hace que le canten lo mismo “Caminos de Michoacán” que “Acábame de matar”. Los hombres levantan sus cervezas y brindan con nosotros. “Les invitamos una canción. Bienvenidos a Malinalco”. Una de mis amigas piensa rápido, ocultando su nerviosismo. “Tranquila”, le digo. “Vienen con niños, no pasa nada”. Ella pide “El golpe traidor”, tema que canta lo mismo Antonio Aguilar que Los Tigres del Norte y al hombre le complace la elección. El bajo sexto, el contrabajo y una tarola comienzan a sonar. Procuramos terminar rápido con la sensación de que nos hemos quedado solos en este pueblo donde la luz del inframundo aparece apenas se oculta el sol místico que lo ha iluminado por siglos enteros.
Cuando dejamos atrás este paraíso tropical en medio del bosque pienso que me encantaría vivir aquí, que por algo este lugar ha atraído lo mismo a políticos que a amantes del mundo prehispánico, y que Martín, ese extraño joven guerrero azteca posmoderno que vive en la ladera opuesta a la pirámide, tiene toda la razón: no solo para gobernar hay que ser como los guerreros que se consagraron en lo alto de aquella montaña: sabios, prudentes, amorosos y valientes. Para vivir en Malinalco también hay que ser eso mismo. Al fin y al cabo sería un completo honor habitar el mismo sitio donde se ofrecieron al cosmos los más grandes hombres de aquello que aún solemos llamar “México”.

ANARCRÓNICAS

1

LAS ADELITAS

Parecían moldeadas en barro: morenas, húmedas por el sudor que les corría por entre los pliegues de la barriga y les goteaba entre las piernas. Los senos les colgaban como animales muertos, coronados por pezones del tamaño de una colilla de cigarro. Subían desnudas al escenario, sin ningún pudor, y esperaban con rostro de desgano a que el diyei marcara el inicio del show. Llegaban unos veinte hombres, casi todos sardos, con erecciones tan duras que hasta dolía verlas; también taxistas, cargadores y comerciantes ambulantes de las calles cercanas. Muchos sólo se sacaban la verga para, luego de malcolocarse un condón, atacar esas vaginas aplastadas como flores marchitas. Bombeaban con furia, con odio. Otro se acercaba a la mujer por detrás e irrumpía en su ano. Algunos más le metían el miembro a la boca. Ellas los recibían por todos sus orificios con el hastío de una secretaria de Tesorería. Los despachaban rápidamente, primero uno, luego el otro, luego dos, y así… Los parroquianos regresaban a sus mesas como gallos desplumados. Al final, las mujeres prevalecían. Desde el escenario, cubiertas de sudores ajenos, de semen, de maquillaje corrido, retaban a la concurrencia, escupían, y bajaban tan desafiantes como habían llegado.

Eran las estrellas del espectáculo de sexo en vivo en Las Adelitas, en Garibaldi.

Nadie que se preciara de conocer el ambiente nocturno de la década de los noventas podía dejar ir al Catorce, también llamado Las Adelitas. Era originalmente una disco gay que había sido el local de unos baños públicos, lo que aún se notaba: se veían en las paredes restos de las tuberías que llevaban agua caliente a los saunas; existían parches de azulejo en las paredes, y en el piso se notaban las divisiones de las regaderas. El noctámbulo llegaba ahí luego de navegar por otros bares, pues la cerveza era muy barata –7 pesos–, y el ambiente era la onda: gays, lesbianas, vestidas, bugas, chichifos, chacalones, todos iban allá a bailar y –si apetecía–, a ligar. La atmósfera era muy tolerante: si llegabas solo, con ganas de tomar una cerveza, nadie te molestaba; si llegabas con ansia guerrera, podías ligar y ser ligado por cualquier ser de la noche que eligieras.

La noche en Las Adelas tenía dos momentos especiales: a las dos y a las cinco de la mañana. En principio, el dijey pedía que la gente dejara la pista de baile; acto seguido, se encendían los estrobos y comenzaban las imitaciones de las vestidas: Daniela Romo, Gloria Trevi, Amanda Miguel… Imitaciones burdas, pero divertidas, aderezadas con maquillaje corrido y pelucas percudidas. Luego de la sesión de música de Stereo Joya, llegaban los meseros a colocar taburetes hediondos. Era en ellos en donde las estrellas de la noche, las protagonistas del Live Sex, colocaban sus adiposas humanidades para hacer el show.

Fui varias veces al Catorce: la primera, acompañado de un amigo. La segunda, solo. En otra ocasión fui con un tipo que era taxista que, ni tardo ni perezoso, subió al escenario a acompañar a las Venus prehistóricas –uta, fue como meter el dedo en un frasco de Nescafé–me dijo al terminar. En otra ocasión fui con una amiga quien se excitó tanto con el show que se acomedió a masturbarme por debajo de la mesa mientras el show estaba en su apogeo.

Sin embargo, la mejor anécdota del Catorce fue cuando llevé a los compañeros de mi primer trabajo. Ellos buscaban emociones fuertes, y sabían que yo conocía lugares.
–Pinche Omar, ya llévanos a donde haya pelos
–No aguantan..
–A fuerza, verás que sí. ¿qué no?

Los llevé primero al Latino´s, lugar que ya mencioné en otra crónica. Luego, entonados, les platiqué del 14 y aceptaron ir gustosos. No habían pasado la puerta cuando ya querían regresarse: el ambiente cargado de adrenalina, olor a semen y sudor les hizo corto circuito.

–Ya, güey, nos van a violar.
–Ora se aguantan, putos.

Pedimos una mesa y todos, los ocho compañeros, nos arrejuntamos como pingüinos. Temían que alguno de los concurrentes les metiera mano.

–No mamen –me burlé–, ni que tuvieran tan malos gustos.

Jorge, un ingeniero de espaldas anchas y sonrisa fácil, se hizo el valiente. Fue al baño a pesar de las advertencias de los demás. Cuando regresó, estaba pálido.

–No mamen, me agarraron el pito.

A mí se me olvidó decirle que los baños eran comunes, y que el lugar de mingitorios había un largo urinal que albergaba –nunca mejor dicho–, hombro con hombro, hasta siete personas al mismo tiempo. Cuando Jorge fue a orinar, uno de sus vecinos de meada, un travesti muy cotorro, le tomó el chostomo para saludarlo.

–Mucho gusto, don Pito. Me llamo Vanessa.

Jorge salió despavorido y me rogó que saliéramos; no fuera que regresara Vanessa en plan de ligue y él se dejara convencer de albergarla. El regreso fue sombrío, ninguno habló. Al despedirnos, hicimos un pacto de caballeros: al otro día nadie mencionaría el asunto.

Mal dicho, al otro día, en la empresa, hasta la de Recursos Humanos sabía de nuestra incursión, y del faje que le habían puesto a Jorge. Por supuesto, todo mundo también sabía que yo había sido el instigador de la excursión.

–Ay, Omar… A qué lugares los andas llevando –me comentó Enriqueta, la encargada de Reclutamiento.

Dos meses después, hubo recorte de personal. Fui el primer nombre en la lista.

Ahí aprendí a no llevar a cualquier hocicón a los pliegues de la noche.