Inicio Blog Página 57

ANARCRÓNICAS

0

BAÑOS DE CANTINA. UNA INTRODUCCIÓN

Un chico no se hace hombre cuando tiene trato carnal con alguna damisela, ni cuando se ve involucrado en una pelea mano a mano con el matón de la escuela, ni cuando gana su primer sueldo en un McJob. La verdadera hombría, el blasón de gloria que distingue al vikingo del estilista, se obtiene, se gana, en el momento en que, luego de departir en una cantina de mala muerte con los amigos, tiene que pararse para ir al baño. Así es, querido lector, desde el momento en que ese muchacho siente el retortijón ineludible, se para de su silla y entra por ese par puertas desvencijadas deja de ser un mocoso y se convierte en un campeón de pelo en pecho.

Y es que sólo los hombres hombres pueden estar más de tres segundos en tales sitios sin morir.

Antes de continuar, aclaremos lo que es un verdadero baño de cantina: un rincón macilento, lleno de moscas y cucarachas, –los ciempiés son un plus–, con el suelo lleno de una sustancia extraña y corrosiva, en donde el guerrero debe deponer sus deshechos corporales sin vomitar y –por supuesto–, sin contagiarse de alguna enfermedad que haga que el ébola parezca un chorrillo vulgar. Por ello, en este texto les regalo a los jóvenes lectores de esta columna un checklist de supervivencia para enfrentar esos sitios de muerte y destrucción:

1) En primer lugar, se debe entender que una verdadera cantina es aquella en donde sólo hay individuos que en su vida han conocido un desodorante o un gastroenterólogo; un lugar en donde los tragos valen menos de diez pesos, y que el parroquiano, luego de degustar su bebida, se pasa la mano frente a los ojos para constatar que aún no está ciego. Una cantina no es, por supuesto, ninguno de estos antros en donde los hipsters juegan a darse baños de pueblo y los sanitarios están trapeados con Poett y aromatizados con lavanda. Un verdadero baño de cantina se limpia –si es que hay suerte–, cada tres meses, con lejía y no huele a otra cosa que no sea masacre.

2) ¿Recuerda la película Transpotting? ¿Recuerda el famoso “Baño más asqueroso de Escocia? Pues era un quirófano en comparación con los de las cantinas del centro de la Ciudad de México. De hecho, en algunos se ha encontrado un nivel de radiación equivalente al de Chernobyl.

3) En un verdadero sanitario de cantina los excusados no tienen puerta, porque los hombres hombres no se inhiben frente a otros ni a la hora de defecar. Por eso, cuando usted llegue a hacer uso de tan finas instalaciones ponga su cara más maldita, pues corre el riesgo de que, si suelta un pujidito demasiado fino, sus compañeros de cagatorio limpien el piso con su persona.

2Bis. Si usted está en un baño de cantina-bar gay de barrio –por ejemplo, el mítico Las Adelitas, de Garibaldi–, debe cuidarse también de los travestis que lleguen a hacer uso del mingitorio. Ell@s lo mirarán con ojos de barracuda mientras le ofrecen ese instrumento que, si bien esconden mientras son mujeres, es perfectamente funcional. No abra la boca –y ni siquiera pregunte la razón–.

4) Un verdadero baño de cantina de hombres no tiene agua corriente –eso es para maricas–, así que usted tendrá que buscar un tambo lleno de agua y una cubeta oxidada con los cuales drenar la taza. Trate de hacerlo sin ver el interior de la misma, pues corre el riesgo de entender esa frase de Nietzsche que más o menos reza: “cuando miras a la oscuridad, la oscuridad te regresa la mirada”.

5) Si no hay ni tambo con agua, ni cubeta, prepárese: es probable que la taza esté rebosante y que usted tenga que hacer uso de toda su capacidad acrobática para zurrar. Así que tendrá que practicar la pose yogui conocida como Brahivdagta Lakaka (“De Aguilita”,en español) en donde se parará del borde del excusado mientras se sostiene de las paredes. Le recomendamos que, cuando esté en la operación, piense que usted es un río que fluye y se renueva, que fluye y se renueva.

6) Por el amor de Dios, cuando esté en dicha pose de Aguilita, NO se distraiga. No vea hacia abajo. Si cae a la taza nadie lo podrá salvar. Es más, los servicios de emergencia ni siquiera se tomarán la molestia de asomarse al agujero por donde usted se fue. ¿Le suenan nombres como Ambrose Brice, Jimmy Hoffa o Manuel Muñoz Rocha? Pues ellos se distrajeron en el momento en que no debían.

7) Si usted es amante de la poesía, no deje de apreciar los versos, epigramas y minificciones de las paredes del baño. Son un verdadero canto a las musas que harían que Bukowski se sonrojara de pudor. Por supuesto, también disfrute los románticos dibujos que los parroquianos han hecho de las meseras del lugar. Por si no lo sabe, José Luis Cuevas sacaba de esos lugares su inspiración.

8) Recuerde que las cantinas y pulquerías más antiguas construyen los baños en los lugares más inverosímiles: clósets viejos, cubos de escalera, alacenas antiguas. Esto hace que sean lugares, además de insalubres, terriblemente pequeños. Si es el caso, cuídese de no pujar con demasiada fuerza, pues corre el riesgo de quedar atrapado entre la taza y el lavabo y morir de asfixia.

9) Cuando se disponga a orinar, recuerde que, si trata mal a los meseros o si no deja una buena propina, la próxima vez que asista al lugar le pondrán a su trago los hielos del mingitorio

10) Cuando se lave las manos, no espere jabón líquido ni gel antibacterial. Cuando mucho, habrá un pedazo de jabón Zote o una bandeja llena de Detergente Roma. Aséese con ellos y de gracias a Dios si del grifo sale un chorrito de agua con el cual enjuagarse.

Luego de estas sencillas sugerencias, esperamos que su experiencia en esos lugares Lovecraftianos sea más pasadera. Hasta la próxima.

Imagen tomada de: http://www.polycount.com/forum/showthread.php?t=93386

NIVEL 0

0

Les presentamos el primer el video de NIVEL 0. Se trata de mirar la ciudad a ras del suelo y de escuchar sus sonidos. Las imágenes fueron tomadas en el cruce de las avenidas Benjamín Franklin y Avenida Revolución. Muy pronto más videos tomados en el centro de la ciudad. También puedes ver el video en nuestro perfil de vimeo: https://vimeo.com/135276913

Nivel 0 Revolución-Benjamín Franklin from Metrópoli Ficción on Vimeo.

IN THE SHIRE

0

VERANO, TRÁNSITO Y AUSENCIA

Para todxs mis amigxs (pocxs pero macizxs).

En Oxford durante el verano van y vienen tres tipos de personas. La primera especie son los turistas, que llegan a fotografiar y tomarse selfies con los edificios representativos de la ciudad y de la universidad, cuya mayoría está ubicada en el centro, alrededor de High Street. La segunda especie la conforman los adolescentes, que provenientes de diferentes partes del mundo y enviados por sus solventes padres, asisten a los cursos de inglés que distintas instituciones ofertan.

La experiencia de los turistas en Oxford es externa como en cualquier parte del mundo. Yo misma he sido turista. Sé que a pesar de tener la mejor disposición y una genuina receptividad a la vivencia del lugar que se visita, su brevedad impide apreciar hábitos, costumbres, la temperatura del aire a lo largo del día, la diversidad de sus flores y si no valorar, al menos reconocer las diferencias. A los turistas se les reconoce por la vestimenta —si hace calor usan bermudas, si llueve traen paraguas— y porque entran a todas las tiendas de recuerditos que se les atraviesan en su andar.

Mientras que la experiencia de los adolescentes me resulta más lejana, porque yo nunca he estudiado en el extranjero, hace muchos años que dejé de ser adolescente, mis padres nunca tuvieron el dinero suficiente para mandarme a experimentar otra cultura fuera de mi país y viajé fuera de México por primera vez cuando era una joven mujer adulta. Ignoro hasta qué punto la muchachada puede advertir que están en una de las principales capitales del conocimiento y la investigación. Acaso para ellos sea más relevante esta ciudad porque fue la locación para varias escenas de las siete películas de Harry Potter. A los adolescentes enviados a estudiar inglés se les identifica no sólo por cierta indeterminación en sus rostros o en sus cuerpos, sino porque son muy escandalosos, destilan hormonas, todos cargan con un distintivo de la institución donde están estudiando —una credencial, una mochila de color brillante— y porque no saben andar en transporte público (se quedan parados en la entrada del camión), ni saben caminar en una calle transitada, van papaloteando para desesperación del resto de los transeúntes que sí sabemos a dónde vamos. No es una casualidad que me recuerden a los estudiantes de primer ingreso de licenciatura en mi amada Facultad de Filosofía y Letras, que cada inicio de ciclo escolar provocan la impaciencia de todos por su lentitud al desplazarse por los pasillos de Filos.

Tanto los turistas como los adolescentes de las escuelas de verano están de paso. Ambos tipos de personas quieren comprender la ciudad para moverse en ella por algunas horas o días. Su conducta puede resultar engorrosa, pero es breve. En cierta medida beneficia a la ciudad por los servicios que consumen.

El tercer tipo de personas que parten durante el verano en Oxford son los amigos. No me refiero a aquellos que aprovechan el hospedaje gratuito en nuestro departamento para visitarnos a mi esposo y a mí y de pasadita conocer la ciudad, que los ha habido y son bienvenidos. Me refiero a los amigos que se hacen inmersos en una cultura ajena, en una ciudad ubicada en otro continente (al mío por lo menos) y que no comparten conmigo, ni yo con ellos, la misma lengua materna, sino que recurrimos a la mediación de otro idioma, el inglés, para comunicarnos. En estas condiciones la excepcionalidad de la amistad se condensa.

A los amigos no se les identifica por el tipo de ropa, o porque usen un paraguas cuando llueve, tampoco porque sepan a dónde van. Amasar una amistad requiere la combinación precisa como desconocida de varios elementos, por ejemplo la personalidad, los intereses, el tiempo compartido y la disposición, esa agüita que la alimenta. Esa mezcla casi mágica genera esa especie maravillosa de personas, los amigos, seres en quien confiamos y que a su vez se fían de nosotros, de cuya compañía disfrutamos, que nos hacen sentir acompañados y nosotros a ellos.

Los amigos se van de Oxford en el verano, porque es una temporada de vacaciones que permite transitar de un grado académico a otro, o al mundo laboral, pero también de un trabajo a otro (acá los contratos permanentes no son la norma y hay que buscarse el sustento). Quizá sea la mudanza de una ciudad inglesa a otra, quizá a otro país o continente. Los amigos que se van de Oxford son esos que conocen pubs escondidos cerca del río, esos que saben donde comprar buen pan y que valoran la BBC porque tampoco tienen buena televisión de calidad en sus países de origen. Los amigos que se van de Oxford durante el verano hacen pensar en la mudanza propia.

JUGUETE RABIOSO

0

“NOSTALGIA” DE CASTAS (PARTE I)
Isaura Leonardo

Internet lo potencia todo, para bien y para mal. Superada la efímera impresión del video del concurso de baile en el que se izó una bandera nazi en Guadalajara, el veintidós de julio pasado circuló una fotografía no polémica, ominosa, de un grupo de fiesteros de Ensenada, Baja California, sujetando por el cuello con una cuerda a un indigente, mientras posan sonrientes para la cámara. Una “diversión” propia de Calvin Candie, el personaje de Django Unchained. Pero no, no es ficción y no es divertido. Sucedió aquí, en este país que se niega a asumir su filón racista, clasista y discriminador.

Todo en esta foto es profundamente sintomático de una cosa muy arraigada: el enorme clasismo que corre por las venas de nuestra cultura. Es evidente que en la imagen se ejerce un perverso poder real (usar a un hombre sin más para “jugar” con él “al esclavo” y tomarle una foto) y simbólico (porque “en realidad” no es un esclavo) sobre el indigente. No se llega a esa composición sin pasar por el tamiz de los privilegios de la jerarquía social, del irrespeto absoluto, de la fantasía del dominio sobre otro en desventaja, del abuso. Pero la cosa lleva muchas idas y vueltas.

Vemos que las personas de la foto se configuran como “el opresor” en ése su juego estúpido. Es revelador que uno de ellos haya declarado que “el hombre ya traía la cuerda puesta”, porque, claro, lo que se sigue es obvio, uno toma la cuerda y hace como que es “el amo” (¿?). Sí, el fantasma de las castas. Pero el clasismo y el racismo en México no suceden sólo en estos dos grandes bloques que muestra la imagen, no sólo los más privilegiados discriminan y maltratan, y no sólo los indigentes son vulnerados. Esto es, se ha asumido que la discriminación y la exclusión se dan sólo en escenarios como éste en los que la asimetría es bien evidente, tendiendo así un velo espeso sobre los ejercicios de opresión y autoritarismo cotidianos, los propios incluso, y sobre las políticas de exclusión históricas, y las que se dan desde el Estado.

No es gratuito tampoco que sean precisamente estos casos los que conmocionen más y generen un deseo colectivo de venganza, pues como dice James Scott en Los dominados y el arte de la resistencia, “La esclavitud, la servidumbre y el sistema de castas generan normalmente prácticas y ritos de denigración, insulto y ataques al cuerpo que parecen ocupar un espacio muy grande en los discursos ocultos de sus víctimas. Estas formas de opresión como veremos, les vedan a los subordinados el lujo ordinario de la reciprocidad negativa: responder a una bofetada con una bofetada, a un insulto con un insulto”. La opresión histórica y sistemática patenta prácticas, percepciones, imaginarios y relaciones que operan todo el tiempo en los discursos públicos y privados. [Me atrevo a especular que en este vértice se cruza el clientelismo partidista.]

No digo que las élites no existan y que no ejerzan desde su sitio de privilegio poderes opresivos sobre otros o prácticas de desigualdad e injusticia. Las castas tal como fueron categorizadas primero durante el Virreinato y luego después de la Revolución (“el mestizaje”, p.e.) diluyeron su determinismo fenotipo-“raza”-posición social hacia otro tipo de categorías tácitas, más sutiles, que siguen teniendo en cuenta al fenotipo (rubios/morenos) o el origen (europeos/indígenas) pero que implican también otras marginaciones: económicas, educativas, de género, étnicas, lingüísticas (hola, Lorenzo Córdova), laborales, etc. A veces todas juntas, a veces no. En ningún lado se dice que si naces de familia campesina y moreno, tu lugar en la pirámide social se circunscribe a ese sitio, pero en la práctica no parecería haber opción [“No se te olvide que eres un indio”: http://www.animalpolitico.com/2015/07/universidad-que-discrimino-a-alumno-tzeltal-en-chiapas-promete-apoyar-a-estudiantes-indigenas/” target=”_blank”>http://www.animalpolitico.com/2015/07/universidad-que-discrimino-a-alumno-tzeltal-en-chiapas-promete-apoyar-a-estudiantes-indigenas/”>http://www.animalpolitico.com/2015/07/universidad-que-discrimino-a-alumno-tzeltal-en-chiapas-promete-apoyar-a-estudiantes-indigenas/].

Es cierto, el “blanqueamiento” sigue siendo, al parecer, la moneda franca de movilidad social y del respeto mínimo. Aunque no la única. El acceso a las oportunidades continúa permeado de clasismo y lo que se antoja un enredo entre cierta “nostalgia” de castas y la homogeneización autoritaria.

Pienso de repente en las chicas morenas que se tiñen de rubio. Muy probablemente serán tildadas despectivamente de “güeras oxigenadas”, suena a una superficialidad, pero no lo es tanto. Entre las afroamericanas se habla de good hair (buen pelo), o sea, al alaciamiento del cabello para tenerlo “sedoso y manejable” como el de las mujeres blancas. Práctica que constituye una importante derrama económica para la industria de la belleza y a la que se somete buena parte de las mujeres negras de Estados Unidos. En este ritual se configura una pesada carga histórica: las primeras personas negras en alaciarse el cabello fueron los esclavos que buscaban “parecerse” más al estándar del “amo”, para ascender en la servidumbre u obtener su libertad; ellos, los de cabello estirado, no eran los esclavos de pelo crespo traídos de África, tenían otro estatus. ¿Qué opresión interiorizada se juega en el simple gesto de teñirse el pelo?, ¿cuál imaginario?, ¿en el hecho de condenarlo?, ¿qué sublevación del orden biopolítico y sus desigualdades? A lo mejor ninguna, a lo mejor sí.

Ante la opresión y el abuso, la indignación está bien, pero no basta: hay que identificar también de qué lado está el privilegio y cómo está operando. No siempre será tan evidente como en la foto de Ensenada, a veces nos incluirá. Y ese privilegio hay que cuestionarlo donde quiera que se encuentre. Desmontarlo. Y sí (*warning: frase chocante*), comenzar con uno mismo, sin autoconmiseración.

“Hola, me llamo México y discrimino”

ANARCRÓNICAS

0

VIPS DINAMARCA

Cualquier noctámbulo de los noventa sabía que uno de los puntos en donde podía arribar después de la fiesta eran los Vips de avenida Insurgentes

La mayoría funcionaba las veinticuatro horas, el café era barato y los gerentes no te molestaban. Llegabas a las cuatro de la madrugada, leías un rato y luego abordabas el metro o el camión para llegar a la clase de las siete a la universidad. Eran recintos seguros y cálidos en donde, además, podías conocer a lo más granado de los freaks de la ciudad nocturna: desde el chico de brazos cortos que te leía el tarot –y que juraba que era el asesor mágico de Martí Batrés–, hasta el vendedor de peluches que, venciendo su parálisis de medio cuerpo, se desplazaba por las calles de la Zona Rosa ofreciendo su mercancía y que casi siempre acababa convenciéndote de pagar cien o doscientos pesos por un conejo percudido o por un oso tuerto. Otros inquilinos del bestiario chilango eran aquellas dos mujeres mudas, madre e hija, que acostumbraban llegar a estos restaurantes perfectamente acicaladas a tomar café hasta el amanecer. Te estremecía verlas matar las horas en silencio mientras comían los bolillos con mantequilla que alguna piadosa mesera les regalaba. Si te les quedabas viendo, ellas te clavaban la vista y sacaban su lengua, haciendo que te corriera el calofrío en la espalda.

Sin embargo, lo mejor de la noche era esperar a las teiboleras. Los antros, por ley, cerraban a las cuatro de la madrugada, y muchas de las bailarinas llegaban a descansar un rato sus magulladas y lindas humanidades. Esto sucedía cuando, o bien no tenían dinero para ir a reventarse a la infinidad de afters clandestinos de los alrededores, o bien no conseguían que algún cliente les pagara unas horas de ternura comprada, o bien tenían que llevar el chivo para alimentar a sus hijos. Por supuesto, su actitud era la opuesta a la que tenían en su trabajo, pues siempre vestían sobriamente (mezclilla, pants, sudaderas), y jamás te dejaban acercarte. Eran bellas e intocables.

Por supuesto, existían sus excepciones.

No era particularmente bonita: sus dientes necesitaban de la mano de un buen ortodoncista y su cabello un tinte de calidad. Tenía caderas discretas, casi como de adolescente, y un par de senos pequeños que no necesitaban brasier para permanecer firmes. Sus pezones, por otro lado, eran apetitosos. Oscuros y grandes, se tensaban al momento en que se despojaba del baby doll con el que hacía su número. No recuerdo su Nombre artístico, pero sí su nombre real: Berenice. Luego de su baile en uno de los tugurios anónimos de la colonia Juárez, le invité una cerveza. Su charla era fresca y divertida, llena de frases ocurrentes y anécdotas de viaje. Era originaria de Michoacán y toda su vida se la había pasado viajando, desde Tijuana hasta Chetumal. Me habló de sus dos hijos, de su esposo muerto en un asalto y del hombre con el que paliaba sus soledades. Le encantaban los cacahuates japoneses y detestaba viajar en autobús foráneo. Me fui del lugar con una sonrisa en los labios.

Luego de navegar otros dos tugurios más me dirigí al Vips de Dinamarca. Ahí estaba Berenice junto a una maleta de viaje. Luego de reconocerme, me invitó a acompañarla. Platicamos un rato más hasta que la conversación subió de temperatura. Oye, que me gustaste… No, me encantaste. Tú también, me quedé con ganas de hacerte un privado. Puse mi mano en su muslo; ella no la retiró. El beso que siguió fue largo y profundo, y me erizó los pelos de la nuca. ¿Vamos a otro lado?, preguntó. No tengo dinero. Si no te voy a cobrar. No digo, para el hotel, pero no te preocupes, tengo una idea. Esperamos a que el afanador se dirigiera a los baños y me adelanté para hablar con él. Hicimos un trato, el buen hombre colocó el letrero de Piso mojado a la entrada del sanitario de hombres y me abrió la puerta. Entré. Berenice llegó un par de minutos después. Me coloqué sobre uno de los retretes, ella se quitó los jeans y se sentó sobre mí. Me cabalgó con rabia; yo pellizcaba sus pezones mientras ella me mordía el labio. Terminamos rápido. Berenice se recostó en mi torso como un gato amodorrado mientras yo intentaba conservar el equilibrio. El afanador tocó la puerta. Ya estuvo, joven. Salimos con la mayor discreción posible. Ella primero, yo un momento después, luego de lavarme el rostro. Le pagué cien pesos a nuestro Celestino. Uy, joven, nomás esta noche ya llevamos cuatro, me dijo mientras se guardaba las ganancias. Ya en la mesa, Berenice me dijo que a las ocho tomaba el autobús a Puebla. Tenía que ver a su hombre, pero me prometió regresar.

Nunca volví a verla en el tugurio en donde nos conocimos, ni en otro. Espero que finalmente haya dejado de viajar en autobús y que siempre tenga una bolsa de cacahuates a la mano. El Vips fue clausurado hace poco tiempo. Espera, junto con el edificio del que forma parte, la demolición.