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EL ZORRO EN EL ÁTICO

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i le pudiéramos preguntar al protagonista de este libro, el joven Augustine, qué tipo de novela habría de inspirar su historia, seguramente respondería que una de amor. Una apasionada novela de amor con las aventuras típicas de este tipo de narraciones. Con algo de folletín, porque al final del volumen –el primero de una trilogía inconclusa­– no sabemos aún si será consumada su pasión por su prima Mitzi.

Esta prima, que no nos ha parecido a lo largo de la narración especialmente simpática, tiende, por el contrario, al misticismo y a la reclusión. Augustine, por su parte, tampoco es un personaje atractivo. De hecho, ha huido de su Inglaterra natal porque luego de rescatar el cuerpo de una niña entre las marismas de Gales, su carácter hosco y distante lo convierten, a ojos del pueblo, en el principal sospechoso de asesinarla. Por esta razón, decide escapar a Alemania, en donde tiene familia, igualmente aristocrática, que habita el castillo de Lorienburg, un sitio imaginario pero situado en las orillas del Danubio. Allí conoce a sus parientes, y en especial a la mencionada Mitzi, una joven ciega de la que se enamora repentina y apasionadamente.

Novela de amor, dije arriba… Y sin embargo, esta obra tiene como centro un momento sombrío: el mes de noviembre de 1923, cuando Adolf Hitler irrumpió en la Historia alemana, intentando un golpe de estado, en una cantina de Múnich. Estos hechos llegan relatados por un personaje, al castillo en que Augustine vive su historia de amor.

Hasta cierto punto, los personajes centrales de la historia toman con cierta indiferencia las noticias de Múnich, pues finalmente son vientos lejanos, noticias de los diarios, nada trascendente… Mientras tanto, Hitler huye a esconderse a casa de un amigo suyo, Ernst Hanfstaengl, adonde lo capturó la policía días más tarde. Es la historia del primer fracaso (aparente) de Hitler, su entrada a la Historia con el pie izquierdo, pero asimismo el arraigo y lento crecimiento de una enredadera venenosa.

Por desgracia, sólo conozco la primera parte de esta serie, la cual está escrita con una gran delicadeza y narrada desde insólitos puntos de vista. Con frecuencia, el narrador elige continuar la historia vista desde la habitación de uno de los mayordomos, desde una cabaña abandonada o desde el inquietante ático que le da título al libro. O bien, desde esa cantina alemana, escenario del fracaso de Hitler. Escenarios azarosos, como queriéndonos decir que desde cualquier lugar salta la liebre. O la muerte. La cual no salta, pero nos hace caer por sitios bastante curiosos.

Sé que Richard Hughes (1900-1976) entrevistó a gente cercana al Führer y que documentó los días de Hitler hasta su ascenso al poder. Para finalizar, me gustaría decir que, para más señas sobre la calidad de este autor, Hughes fue gran amigo de Robert Graves, y que juntos hicieron una revista literaria en su juventud.

Richard Hughes. El zorro en el ático / The Fox in the Attic (1960), tr. de Claudia Casanova, introd. de Hilary Mantel. Barcelona, Ático de los Libros, 2015.

TODA UNA VIDA ACTUANDO

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Fotografías: Sofía Villanueva

onocí a Morganna hacia 2009 o 2010, cuando ella ensayaba en el Sistema Nacional de Fomento Musical (SNFM), coordinación del extinto Conaculta. Era integrante del Laboratorio de Investigaciones Escénico Musicales (LIEM), agrupación de carácter social que montaba óperas para luego representarlas en barrios populares. De vez en cuando entraba a mi oficina a pedirme algo, unas partituras o un atril. Me saludaba de beso, situación que a los técnicos de la Orquesta Carlos Chávez les causaba gracia debido a la condición de Morganna o más bien de Saúl, como ella misma lo aclara cuando le cuento esta historia. En un país donde la educación sexual genera fuertes debates y tensa las relaciones entre la Secretaría de Educación Pública y el ala más conservadora de los padres de familia que consideran que sólo ellos tienen el derecho de hablarles a sus hijos de reproducción y salud sexual, no es de extrañar que palabras como transgénero, transexualidad o disforia de género queden al margen. Porque, ¿cómo hablarles a los niños de esos temas cuando la palabra condón aún posee la fuerza necesaria para ruborizar a ciertos sectores?

Para no cometer un error, me voy con tiento. Lo primero que le digo a Morganna es que me parece un ser humano muy valiente, porque supongo que no todos los que tienen disforia de género se animan a dar el último paso: la reasignación de su sexo mediante una intervención quirúrgica.

—No todas necesitamos dar ese paso, más bien hay mucha gente que termina haciendo el cambio nada más de género: hombres y mujeres transgénero. Las personas transexuales sí necesitamos una cirugía, pero eso ya es cuestión de lo que tienes en mente. Creo que es perfectamente justificable que no todo mundo se atreva a dar este paso porque la sociedad te castiga, incluso con la muerte, como lo escribí en el libro. Nada más por haberlo hecho, por haber decidido que querían ser libres, plenas y que creían en ellas mismas, han matado a algunas de mis amigas. Por eso entiendo que no todo el mundo se atreve. Ahora, no lo veo como una cuestión de valentía: para mí era cuestión de vida o muerte, porque si me quedaba así iba a morirme de depresión o de cualquier cosa que se muere una persona que es buleada toda su vida. Era una vida que no era tal, solo sobrevivía.

Con el libro en la mano, le leó a Moragnna una frase: “El pene era la fuente simultánea de dos sensaciones contradictorias: placer y repulsión”, y luego le digo que me resulta difícil imaginar que un día yo no quisiera tener pene.

—Claro, tú no tienes disforia de género, no naciste como una persona transexual. Ves tus genitales y están bien, todo es fuente de placer en cuanto al sexo y así debería ser siempre, pero en algunos casos nacemos con que las circunstancias de vida te plantean que tus genitales no te pueden dar placer porque tu cerebro te dice otra cosa, tu cerebro te dice que quieres placer en esa zona pero no con eso que tienes ahí.

¿La disforia de género es como estar encerrado en un laberinto que es el propio cuerpo?

—Yo no sentía que todo mi cuerpo estaba mal, me gustaban mis piernas, me gustaba ser delgada, pero sabía que no era una mujer. El problema eran todo el tiempo mis genitales, esa era la bronca. Te sientes angustiada todos los días, en todo momento y en todo lugar, y por eso era muy católica en ese entonces, durante mi adolescencia, pues era la única herramienta que podía hacer milagros, Dios en este caso. Esa desesperación, esa angustia y esa ansiedad que vivía siempre sólo se iba cuando lloraba y le pedía a Dios que me cambiara el cuerpo, sobre todo los genitales, que a la mañana siguiente ya no tuviera pene… y bueno, se cumplió. Se me concedió el milagro.

Me sorprende que Saúl, de adolescente, se identificara y encontrara cierta salvación en la religión católica, sobre todo cuando esta se niega a reconocer a homosexuales, lesbianas, transgéneros, etc.; es una religión opresora…

—Sí, es raro que me haya refugiado ahí. Lo hice por la experiencia que tuve a los dieciséis años al estar en este grupo católico, porque ese lugar era el único donde me aceptaban sin hacerme el bullyng que sufrí en la escuela; me respetaban, me decían qué bonito cantas, con ellos mi vida estaba bien. Cuando me salí del grupo empecé a ver el mundo desde afuera y decidí abandonar la religión.

Antes de hablar del doctor Eusebio Rubio, quiero precisar esto: en realidad Saúl no era homosexual, sino una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre. ¿Correcto?

—Exacto, era una mujer, nunca me sentí identificada con mi sexo biológico, nunca sentí que yo fuera un hombre. Pasé por una etapa donde pensaba eso porque no tenía información, pensaba que era un hombre y que como me gustaban los hombres, era homosexual; en realidad sabía que no, lo sabía porque todo el tiempo pensaba que yo era mujer. Después me enteré que eso es la disforia de género.

¿Cómo conociste al doctor Eusebio Rubio?

—A finales del 2008, empecé a investigar qué me pasaba. Escribí en mi laptop “nací hombre pero siempre he creído que soy mujer”, y se desplegaban páginas de transexualidad. Di con los mejores terapeutas en cuanto a sexualidad, y por ahí vi el nombre de Eusebio Rubio pero no le di importancia. Acudí a un centro de sexualidad y reproductividad, y no sé que cara me vio la mujer que me abrió porque llegué muy desesperada, y le dije “creo que soy transexual, ¿me pueden ayudar?”. Ella me dio los datos del doctor Rubio, su dirección y teléfono. Me mandaron con uno de los mejores y pues aquí estoy viviendo lo que él me dijo: una vida plena.

¿En México se hacen estas operaciones?

—Sí, hay doctores que las hacen. Ahora hay más, pero hace cinco años yo no me sabía de nadie que las practicara en México, no sé si se hacían en la clandestinidad o qué pasaba, pero yo quería hacerlo con el mejor. Había leído en internet que estaba en Bangkok, Tailandia. Ahora sé que hay uno muy bueno en Tijuana y también en Guadalajara. Cuando me hice la orquiectomía, el doctor que la realizó me dijo que él y otros compañeros estaban dispuestos a hacerme la cirugía pero me daba miedo; quería hacerlo con alguien que tuviera mucha experiencia y que todo quedara bien. Por eso lo hice allá, con el doctor Preecha, que fue pionero en este tipo de cirugías. Él empezó a practicarlas y ahora va gente de todo el mundo a operarse con el.

Hiciste una película, tienes presencia en las redes sociales, ¿por qué te interesaba hacer un libro, un objeto arcaico, en un país donde la gente no lee?

Creo que un libro es algo que nunca va a pasar de moda y es un objeto que la gente puede llegar a tener cerca del corazón; quería hacer un libro porque me interesa entrar al corazón de la gente. Quiero que la gente siempre tenga presente esta información en el corazón, porque creo que solamente así se pueden cambiar los prejuicios y toda esta basura social que padecemos. Si empezamos a sentir algo por los demás, amor tal vez se oye muy utópico, pero sí compasión y sobre todo respeto. Siempre me ha gustado leer y aunque la gente diga que es algo que está en extinción para mí es mágico, yo me crié en una familia donde nos inculcaron que leer te podía llevar a muchos mundos y lo constaté.

Hace un momento dijiste una palabra precisa… desnudarse, y eso implica un riesgo: mostrarte tal cual eres.

Creo que después de todo lo que he vivido, por todo lo que he pasado, el riesgo de poner mi foto y mi nombre y hablar de mis vivencias más íntimas, las que nadie sabía, ya no implica ningún riesgo. Sé que la vida es una y se va rápido y siempre he creído que es mejor hacer algo por los demás, hacer algo que pueda inspirar para salir adelante o a cambiar un poco la situación actual de la gente. Si me iba a arriesgar lo iba hacer bien. Al principio no quería que hubiera fotos, pero me puse a pensar que podría haber un niño como Saúl que puede estar pasando por lo que yo pasé, y se puede sentir identificado, o un papá o una mamá que tienen una hija o un hijo como este niñito y no entienden nada.

¿Por qué dejaste la ópera?

—En realidad no la he dejado, me estoy enfocando en otras cosas, porque también es algo que quería hacer: toda la vida quise cantar música pop, electrónica y rock, y la ópera la tengo como en pequeñas dosis. En todos los conciertos que doy canto un par de árias de ópera más lo que se me antoje. Hacer ópera implicaba un recuerdo de lo que era Saúl y no es que quiera olvidarlo, siempre va estar en mi corazón, pero me limitaba: cuando cantas ópera no puedes bailar por el escenario, no puedes perder la pose, no puedes bajar por las escaleras y cantarle a la gente. Yo quiero hacer eso, lo quería desde hace mucho tiempo. Ahora estoy haciendo fusiones de ópera con pop.

Ahora que hablas de Saúl, ¿qué pasa con él, con todos esos recuerdos? ¿Haces como que eso no pasó y te dedicas a recuperar el tiempo perdido?

—Saúl tiene todo mi respeto, todo mi agradecimiento por todo lo que vivió, pero lo veo a la distancia y ya no siento que fui Saúl. De hecho veo las fotos y siento como si fuera otra persona, ahora digo que es mi hermano gemelo que se fue a vivir a Tailandia. Siento que siempre va estar ahí, siempre voy a saber que yo fui Saúl. Ya empecé a vivir otras cosas; es otra vida la que estoy haciendo. De repente tengo actitudes de una niña de nueve años y mis amigas o mis amigos me dicen que no reaccione así porque eso no lo hacen las mujeres y les digo ¿neta me estás diciendo a mí lo que hacen las mujeres y lo que no deberían hacer en una sociedad que dice que si eres mujer no puedes hacer esto, si eres hombre tienes que hacer aquello, tienes estos derechos o no los tienes? A mí me importa un comino que digan que como mujer tengo que ser o hacer lo que está permitido. “Es que deberías cocinar”, me dicen, “porque eres mujer”.

Lava los trastes Morganna…

—Exacto… trapear, barrer, lavar, si no, no sirves. Yo veo las cosas desde otro punto de vista, el punto de vista masculino, y ahora sé perfectamente que la testosterona rige la vida de los hombres porque me paso a mí.

¿Qué sigue en tu vida? ¿Cuál es tu futuro?

—Estoy enfocada totalmente en la música. Desde hace ya algunos años me enfoqué en planear, producir conciertos y llevarlos a diferentes partes de la república o del mundo. Hace poco fui a Canadá con Guadalupe Loaeza, canté cosas de Agustín Lara y creo que tengo un campo bastante amplio de géneros musicales, pero hay que hacerlo bien. Ya me preparé ocho, diez años, y creo que tengo la oportunidad de cantar lo que a mí me gusta. Ahora, estoy conciente de la edad, ya no puedo ser la princesa del pop, pero sé que los sueños se hacen realidad y a mí no me pueden decir que no; uno tiene que luchar por lo que quiere porque así se tarde treinta y dos años en alcanzarse el sueño o la cirugía, llega, y creo que cuando realmente quieres algo, perseveras y lo alcanzas, y cuando lo alcanzas vale mucho la pena. También quiero seguir actuando, me gusta mucho; estuve en un cortometraje llamado Oasis, y me fue muy bien, recibí muy buenas críticas a mi trabajo como actriz. Me gustaría seguirme preparando, estudiar actuación porque si ya viví toda una vida actuando, que no pueda hacerlo en la pantalla.

Morganna, En el cuerpo correcto, Grijalbo, 2017.

 

 

PEDRO DE ISLA

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¿Qué es escribir? ¿Cómo se hace? ¿Hay recetas, secretos, hábitos? Los 7 hábitos de los escritores altamente efectivos es una posible respuesta a estas preguntas. Además, nos ofrecen la visión particular de cada creador, sus manías, acciones y costumbres. El escritor mexicano Pedro de Isla nos cuenta cómo lo hace:

 

1.- Observo más que escribo. Gente, periódicos, situaciones. Imagino la vida de quienes me topo en el banco, en la calle, en una fiesta. De ahí surgen ideas que, si sobreviven una semana en mi cabeza, pueden convertirse en algo digno de pasar al papel. De lo contrario, no les dedico más tiempo y adiós. Hay algunas, sin embargo, que vuelven a surgir en otro momento. A esas vale la pena darles una segunda oportunidad.

2.- Antes de poner la primera línea, traigo la idea en la cabeza dando vueltas. A veces cuando lo paso al papel ya me sé de memoria las primeras 20 o 30 líneas, que las he repasado y modificado hasta el hartazgo. No es raro que aún así haya cambios entre la cabeza y el papel.

3.- Escribo en la tarde, noche, cuando sé que ya no va a sonar el teléfono, ningún cobrador llamará, Telmex no me ofrecerá planes de LD a Nueva Zelanda y Ghana con tarifa plana, y sólo cuando la idea que he estado rumiando todo el día está a punto de lápiz.

4.- Tengo una libreta para cada proyecto, incluso los que se mueren. Si quieren regalarme algo, libretas y plumas fuentes son bien recibidas. Muchas de las libretas son diferentes, pero todas de un tamaño manejable.

5.- Casi siempre escribo primero a lápiz, tacho y rayo en la libreta, luego lo paso a la computadora y finalmente hago anotaciones en las hojas impresas.

6.- Si la idea no me convence, se muere. Suficiente es que me decepcione a mí como para, además, andarla divulgando. He mandado a la basura textos de 40 mil caracteres o más sin mucho remordimiento.

7.- Luego, los textos pasan al cajón del añejamiento. Algunos llegan a pagar sus culpas y son liberados, alguno más se siente Edmundo Dantés y se escapa sin que el vigilante se dé cuenta. Esos le han costado severas reprimendas al carcelero, algo que por cierto se salta Dumas padre en su novela.

Pedro de Isla (Monterrey, Nuevo León, México, 1977) Premios: Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo, Radio Francia Internacional, París, con el texto “Papá se pegó un tiro hoy a las 6:52 de la mañana”. Premio Latinoamericano de Cuento de Puebla, con el texto “Holiveira”. Premio Nuevo León de Literatura con la novela “Tuyo es el Reyno”. Premio de Narrativa Yoremito con el libro “Batichicos”. Libros: Tuyo es el Reyno. Novela. Conarte, 2017. Los Andamiajes del Miedo. Novela. U.Veracruzana / UANL, 2016. María Asunción y Préstamo para un sueño. Cuento. Ed. Armas y Letras, 2014. El Apóstata. Relato. Ediciones Intempestivas, 2012. Papá se pegó un tiro hoy a las 6:52 de la mañana. Cuento. JUS, 2010. del Roble-Juárez, crónica de una ciudad. Cuento. UANL 2010. Todo Hombre es como la luna. Cuento. Conaculta, 2001. Batichicos. Cuento / novela. Ed. Yoremito, 1998. Antologías Norte, una Antología, Ed. ERA, 2015. Monterrey, a sampler of narrative, UANL, 2015. Road to Ciudad Juárez, Ed. Samsara, 2014. Sin límites imaginarios, Antología de cuentos del norte de México. UNAM, 2006. Di algo para romper este silencio, celebración por Raymond Carver. Ed. Lectorum, 2005. Juntos andan, Antología de cuentos del México Contemporáneo. PlanC editores-Fundación para las Letras Mexicanas – Conaculta, 2004.

UN INTERROGATORIO ¿PERFECTO?

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ván Farías es un tipo duro de interrogar. Su cuerpo le ayuda. Corpulento, soporta cualquier tortura. Pero no por mucho tiempo. Luego de una sesión de tortura al viejo estilo, soltó la sopa y confesó el crimen. Nadie aguanta una sesión de agua mineral con chile piquín. Ya no digamos unos toques en los testículos. No llegamos a eso, claro está.

Recientemente ha publicado Un plan perfecto (Grijalbo, 2017), una novela que se lee, gracias a su prosa dinámica y ligera, en menos de lo que dura un secuestro exprés. En ella se narran las peripecias de Diego, “el Soñado”, a punto de llevar a cabo el plan perfecto que lo llevará a dejar de robar y vivir de manera, si no honesta, sí tranquila y sin sobre saltos por lo que le reste de vida. Cada plan parecer ser el perfecto, pero siempre algo se atraviesa.

Y sobre ella y otros temas, es que se ha desarrollado este interrogatorio, porque para que un delincuente confiese su crimen, sólo hay que apretarle las tuercas. También demostrar con hechos que ha sido él y nadie más quien ha cometido el crimen.

Para que un escritor confiese sus fechorías literarias, hay que darle un poco de beber, que se le afloje la lengua, llevarlo a su sitio favorito, digamos seducirlo, no en términos sexuales, claro; y si se pone rudo volver a apretar las tuercas, que siempre funciona.

 Se le acusa de ser instigador de la escritura de género negro, policiaco, criminal o como se le conozca, responda.
Placer mezclado con dolor, porque muchas veces lo casos son crueles y otras basados en la realidad. Pero sí, como me gusta mucho el género criminal uno quiere convidar a los demás para poder hablar con ellos. Lo hice con mi esposa, lo comparto con varias personas de mi familia y he ido haciendo amigos gracias este tipo de literatura. Escribo y recomiendo historias criminales porque me parece que todas son un desafío a la inteligencia.

¿Es usted el líder de una banda de peligrosos escritores criminales?
La escritura es un oficio solitario. No, no creo que sea el líder de una banda, apenas tengo unos pocos amigos con los cuales puedo platicar sobre el género, el problema es que casi todos viven fuera de la Ciudad de México y el que queda acá siempre anda muy ocupado. Lawrence Block platica en sus libros de memorias que jugaba cartas con Donald Westlake cuando este aún vivía. Siempre he tenido ganas de hacer eso con Hilario Peña, jugar cartas, pero cuando coincidimos en Tijuana o en la Ciudad de México nos ponemos a hablar y a beber cerveza. No sé si él sepa jugar póker o conquián. Prefiero por sobre todo el conquián. Sé jugar truco uruguayo, póker, conquián, albures, 21, mi abuelo me enseño casi todos, menos el truco uruguayo, ese, obviamente fue un amigo oriental.

Por cierto, también se le acusa de liderar otra banda que se hacen llamar los noir, ¿es cierto eso?, responda.
A mí más que noir, me gusta el término literatura criminal. No tengo ningún liderazgo. En realidad sólo soy un necio que le gusta leer a los clásicos sajones del género. Tengo muchos amigos que escriben y con los cuales platico.

Se dice que usted es fue el orquestador del crimen y que tiene Un plan perfecto, responda.
Así es, me declaro completamente culpable. Fue una novela que me costó mucho trabajo, saltar del cuento a la novela fue algo que dolió casi como un parto. El cuento en México es bien aceptado dentro de la gente que escribe, pero al gran público no le interesa mucho así que salí del terreno protegido de la narrativa breve y salté a la novela. Un plan perfecto es una historia que nació de un fallido reportaje sobre robo de joyas y que fue derivando en una historia de largo aliento. La escribía marchas forzadas, en la madrugada, en las horas libres. Al principio iba a ser una novela coral, de personajes con igual importancia, pero pronto el Soñado me fue ganando hasta que me centré más en él.

Se le acusa de escribir ficción, ¿cómo se declara? ¿Para qué lo hace?
Culpable. Escribo mucha ficción, pero también columna de opinión de cine. Soy memorioso, me encanta hacer columnas de cine recordando viejas películas. En mi novela el personaje principal sufre de lo mismo.

¿Usted con qué ha “Soñado”?
Con tener una larga lista de novelas. Algunos quieren la novela definitiva, yo quiero ganar por acumulación. Ir soltando golpes y golpes hasta que tenga un buen grupo de lectores que esperen siempre algo nuevo de mí.

Usted afirma en su novela que uno nunca debe meterse a un lugar si no sabe cómo va a salir, ¿cómo es que se metió a Un plan perfecto, sabía cómo salir?
Tengo una obsesión con la película Ronin, esa donde aparece Robert De Niro y Jean Reno, donde un grupo de mercenarios deben robar un maletín de unos alemanes. Es una película de espionaje donde creo que De Niro hizo su último gran papel. Ahí, su personaje acomoda una pistola en la parte de atrás de una cafetería y cuando le pregunta Natascha McElhone qué era lo que hacía, Sam/De Niro le dice: uno nunca debe meterse a un lugar si no sabe cómo va a salir. Esa película la he visto cerca de cincuenta veces y no sabía que la frase había calado tanto en mi cabeza. Me metía hacer Un plan perfecto con la idea de que un ladrón con honor tendría que planear todo de manera que pudiera entrar y salir de un sitio sin sufrir daño. Yo tenía muy claro que el personaje principal de mi novela debía de morir con honor hardboiled, peor no fue así. El tipo me ganó y lo dejé vivir.

¿De dónde salieron sus compinches Diego el Soñado y Danilo, de los otros no le pregunto porque la mayoría están muertos, es decir, qué mente retorcida tiene usted para crear a esos personajes?
Diego Rodríguez “el Soñado” es en estructura un viejo amigo de borracheras de hace años. Es el típico sujeto que hace amistades en dos o tres minutos, que acaba envolviéndote para hacer tal o cual cosa. Claro, es mujeriego y medio tranza. Sólo le agregué más edad y es él tal cual. Danilo existió en realidad, fue un presidente municipal de Tlaxcala al cual conocí muy de cerca. Al principio era “soldado del partido”, cuando tuvo poder se volvió un ojete completo. Incluso hizo enterrar una cápsula del tiempo con cosas de su administración, su foto, por ejemplo. El joyero es la síntesis de las peores personas que conocí en Polanco. El resto son mezclas de personas que uno va conociendo en el transcurso de la vida.

¿Por qué el Soñado tiene ese peculiar código moral?
Porque es un criminal a la antigua. En mi colonia, la Agrícola Oriental, cuando era niño había un ladrón al que todo mundo de la cuadra quería. Desfalcaba bancos y robaba en casas de ricos, así que la gente le tenía cierto respeto. Mantenía a su mamá y ayudaba a las señoras de la colonia a barrer o les cargaba las bolsas. Era esta ambigüedad de no escupir en donde comes. Hoy, por ejemplo, a los criminales no les importa eso. No es romanticismo, es simple historia. Hoy hay depredación, antes había un poco de hipocresía.

¿Y cómo fue que se le ocurrió ese Plan perfecto?
Siempre que voy a un lugar pienso en cómo podría escapar de ahí. En los bancos pienso en cómo se podrían robar. Cuando hice un reportaje fallido sobre robo de joyas todo se concatenó. Pude entrevistar a un policía federal y a un ladrón de joyas. Los dos coincidían lo difícil que era vender joyas robadas. Aunque, la verdad, las tres piedras son un pretexto para hablar sobre el crimen, sobre como todos estamos inmiscuidos en él.

En otro interrogatorio usted ha dicho que no le gusta atormentar al lector, explíquese.
Es que hay una moda de hacer novelas crudas, hiperrealistas, es decir, pornomiseria que confunden con literatura policiaca. Mira, yo soy muy fan de Elmore Leonard y el tipo siempre te hacía botar de la risa mientras narraba cosas como la financiación a la contra nicaragüense o cuando hablaba de los nazis en Estados Unidos. No creo que haya que ser tremendista para escribir una buena novela. Lo que quería hacer era desmarcarme de la corriente azotada y cruda.

¿Por qué no darle al lector una novela que lo haga estremecerse si no de miedo, sí de suspenso?
Porque en esta novela quería que el lector se riera mientras El soñado hacía sus triquiñuelas. Ya habrá tiempo de hacer después una novela cruda y oscura. La que estoy haciendo es más hardboiled. Tengo un libro anterior de cuentos donde la línea general es cruda y sangrienta.

A ver, ¿la literatura tiene que ser divertida? ¿Para quién?
La literatura tiene que ser divertida o dura, o cruda o ligera. Hay libros para todo tipo de estados de ánimo. Hoy en día, la regla general de la literatura mexicana, es el tremendismo, el realismo y yo quería irme por otro lado.

¿Qué le contesta a sus críticos, a Roberto Pliego en específico?
Con Pliego he echado tragos y lo que le dije en corto se lo digo en vivo. El viejo sabe de muchas cosas menos de policiaco. Mira que creer que Fred Vargas es lo mejor de la novela negra o que Jo Nesbo es el gran escritor, cuando únicamente recicló en Europa lo que viene haciendo Michael Connelly. Lo que pasa es que Pliego está enojado y lo que no se adapta a su forma de ver la literatura lo desprecia. Sin embargo, ese es su trabajo.

Entonces, ¿para qué y por qué escribe?
Escribo porque soy muy mentiroso, porque uno acaba siempre siendo un fabulador. Soy de esos que no puede contar una anécdota si quiere exagerar o mejorar algo. Ahora al escritor le han puesto muchos deberes pero una primera instancia un escritor es un contador de historias, el tipo que sabe hacer pausas cuando deben de ser, el que escoge las palabras correctas y resume mejor el hecho, al que le dicen: mejor explícale tú, a ti sí te entienden. Escribo porque si me quedara callado reventaría.

¿Ha asesinado, robado, cometido algún pecado?
Asesinado, sólo los sueños de mis abuelos que querían verme titulado. Pecado, sí, mucho, la lujuria y la soberbia son los favoritos. Robado, sí, hubo un tiempo que fui un malandrín y me arrepiento de todo eso. La verdad es que hubo un tiempo que dormía en diferentes lugares, moteles, la playa, la parte de atrás de una camioneta, incluso alguna vez un auto viejo fue mi casa en Xalapa. Aprendes a sobrevivir.

¿Qué es el crimen?

Como dicen en La jaula de asfalto, es una forma equivocada de vida. El crimen es la forma equivocada en que las personas enfrentan la vida. Muchas veces sólo ignorancia, en otras el crimen es la maldad. Es, en resumidas cuentas el Mal.

¿Cuántos segundos dividen a un héroe de un criminal, por qué?
Unos breves segundos. Un día estábamos tomando, yo tendría como 16 o 17 años, era 15 de septiembre y llevamos alcoholizándonos varias horas. Era de noche y el grupo de amigos que formábamos, puro malandrín, estábamos en un callejón atrás de un mercado. Ya sabes, el sitio ideal donde no se mete la policía y puedes beber sin que te molesten. En ese momento entró un borracho que nos dijo algo y luego se desmayó. Un tipo lo empezó a bolsear y otro a patear. Yo me quedé quieto, quería unirme a la golpiza, porque en ese tiempo sentía que el mundo me debía todo pero algo dentro de mí me pidió que detuviera eso. Empujé al golpeador y le dije que lo dejara en paz, el tipo que le había robado la cartera se fue de ahí con el botín. Fácil le hubiera ido mal al borrachín. Éramos seis chamacos mensos esperando vivir la aventura. Así de rápido decides joderle la vida alguien.

¿Qué es la rueda de la fortuna, cómo es subirse en ella, en qué consiste?
La rueda de la fortuna no es tal. La suerte está echada desde que naces en una colonia u otra. No es lo mismo estudiar con un futuro delegado o senador, que estudiar con el Borrego, un amigo que cayó preso por vender placas falsas de taxi. La suerte está echada desde que naces.

Su carrera delictiva en la literatura va en ascenso, ¿cuáles son nuevos “planes”, sus siguientes crímenes?
Pues no sé si vaya en ascenso pero me va bien. Hay una cosa que aprendí de los autores de novela negra que admiro, a ser prolífico. Cuando veo la obra de Lawrence Block, de Patricia Highsmith del mismo Leonard, sé que siempre debe haber un próximo proyecto. Estoy revisando un libro de cuentos para hacerlos más policiacos y trabajo en una novela corta sobre una heredera y un tesoro escondido.

Iván Farías, Un plan perfecto, Grijalbo. 2017.

“PAPÁ, SE CAYÓ LA CASA”. LA HISTORIA DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ CARPIO

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La familia Velázquez Carpio vivió durante más de cuarenta y seis años en la calle Río Bravo 1354, en el sector Reforma de Guadalajara, hasta que el 22 de abril de 1992 una explosión en el colector de drenaje derrumbó su casa y cambió para siempre la vida de la familia.

na señora de unos ochenta años de edad me abre la puerta el día que visito la casa de la familia Velázquez Carpio, ubicada en la calle Lucas Alamán número 854, en la colonia Calzada Olímpica, del sector Reforma de Guadalajara. La cerradura cuenta con dos chapas, que le toma un tiempo liberar. Me invita a pasar y me pide que tome asiento en uno de los sillones de la sala, me quedo solo por algunos minutos hasta que aparece Silvia, con quien había hablado unos días antes por teléfono.

Silvia es una de los diez hijos de Jesús Velázquez Arámbula y María de Jesús Carpio López. La familia Velázquez Carpio vivió durante más de cuarenta y seis años en la calle Río Bravo 1354, entre Río Tuberosa y Río Nilo, en la colonia Quinta Velarde, hasta que un 22 de abril del año 1992 una explosión en el colector de drenaje derrumbó su casa y cambió para siempre la vida de la familia.

Silvia tiene ahora 46 años. Cuando aparece en la sala de su casa me saluda con una sonrisa en su rostro, toma asiento y también toma la palabra inmediatamente. Me cuenta que en esa casa han vivido durante más de veintitrés años; compraron el terreno y construyeron la casa con el trabajo de su padre y de sus cinco hermanos varones. La indemnización que recibieron de parte del Patronato de Reconstrucción del Sector Reforma, meses después de las explosiones, sólo alcanzó para comprar el terreno donde ahora me encuentro sentado.

Una mujer nos mira desde la cocina: es Irma, hermana mayor de Silvia. Lava los trastes. Es un sábado por la tarde y puedo intuir que no hace mucho ha comido la familia en una pequeña mesa de plástico, que se encuentra recargada justo frente al fregadero donde Irma escucha atenta la conversación proveniente de la sala.

Silvia es una mujer de muchas palabras; es ella quien dirige la conversación, a la que le da un giro de ciento ochenta grados repentinamente. Me dice: “Después de las explosiones nos hicimos muy creyentes”. Me cuenta que hace unos meses ella y su madre conocieron Tierra Santa —se refiere a Israel—, y que después viajaron a Alemania, la República Checa y Croacia, donde acudieron a un encuentro de jóvenes creyentes. Me explica que es una semana de actividades en Croacia a donde acuden católicos de todas partes del mundo. Conoce detalladamente la historia de ese país; habla de la separación y extinción de Yugoslavia, de las tensiones sociales y religiosas que provocaron unas de las guerras más sangrientas en la historia contemporánea de Europa.

La señora María —madre de Silvia— aparece en la sala, se sienta junto a mí y se suma a la conversación: “Siempre fue mi sueño conocer Tierra Santa”, dice. Ambas narran con detalle las experiencias del viaje: los sacerdotes que las recibieron en cada ciudad que conocieron; los buenos y malos tratos por los que pasaron. Silvia se ríe con cierto orgullo cuando habla de un hombre en Berlín que la llamó india cuando se enteró de que era mexicana. La sonrisa en ambas no desaparece cuando hablan del viaje, hasta que la señora María asienta enérgicamente: “Somos una familia humilde, no te creas que tenemos para estos viajes, fueron años de estar ahorrando. Ofrécele un vaso de agua a este muchacho”, le dice a Silvia, “y vamos a contarle sobre lo que vino a preguntarnos”.

Hace semanas que leo sobre las explosiones en el colector de drenaje en las colonias Quinta Velarde, Atlas, San Carlos, Las Conchas y el barrio de Analco. Creo conocer lo sucedido: una tragedia que le quitó la vida a centenares de personas, que dejó a miles de heridos y a más de cuatro mil familias sin hogar y sin un dictamen convincente de lo ocurrido aquella mañana; pero existe una enorme brecha entre documentarse sobre una tragedia que sucedió hace veinticinco años y estar frente a un grupo de sobrevivientes que experimentaron el horror y que hoy me lo comparten en la sala de su casa.

Me resulta difícil saber por dónde comenzar, cuál es la primera pregunta que debo hacer. Aparece entonces en la sala Jesús, padre de la familia; se sienta en un sillón individual, justo frente a mí. Le pido que me hable de cómo era el barrio cuando llegó ahí. Pasa la mano derecha por la frente, se toca el poco cabello blanco que aún queda en su cabeza, como si tratara de hacer memoria, y habla: “Nosotros caímos en el año de 1946, compramos un terrenito. La gente te apoyaba en ese entonces, recuerdo que la señora a la que le compramos el terreno lo partió a la mitad, porque no alcanzábamos a comprarle todo. La gente empezó a comprar lotes y a levantar sus casitas. Había una o dos casas en una manzana completa. Conocías a toda la gente. Cuando llegamos a la colonia no había agua potable. Había un señor que vivía en la calle Río Suchiate, se llamaba don Domingo, era un albañil y tenía un pozo de agua. A nadie le negaba el agua”.

La señora María le interrumpe: “Teníamos que ir a lavar al Agua Azul, ahí había lavaderos públicos”. Don Jesús retoma la palabra: “Había un gran terreno en la colonia, donde sembraban maíz, que abarcaba desde Olímpica hasta Río Bravo, el dueño era don Porfirio. Lo tenía bardeado. Años después los vecinos comenzamos a tumbarle la barda por la noche para poder transitar hasta Río Nilo. Ahí se juntaban dos colonias: la Quinta Velarde y la Atlas. Al barrio caía gente trabajadora, la mayoría obreros. Era una colonia tranquila, imagínate, había veces que ni siquiera cerrábamos la puerta durante toda la noche.

En los años sesenta, los terrenos de don Porfirio los convirtieron en campos de fútbol. De ahí salieron buenos jugadores. Después vendieron esos terrenos y se formó la colonia Olímpica”.

Silvia toma la palabra: “Para cuando yo estaba chica la colonia Quinta Velarde estaba ya habitada y se vivía bien, teníamos todo cerca, el templo de La Luz, el parque Walt Disney, el Parque González Gallo, el Agua Azul. El centro de Guadalajara no estaba lejos, recuerdo que íbamos a comprar ropa en una tienda que se llamaba El Barón. Incluso antes de las explosiones nos conocíamos todos, conocíamos a la señora de la carnicería, la de la farmacia, los del mercado, todos. Ya se empezaba a ver la droga entre los muchachos, pero hasta ellos cuidaban la colonia. Después de las explosiones queríamos que reconstruyeran el barrio tal como estaba, así éramos felices”.

En 1992 esa colonia de la que hablan Jesús y Silvia, con una nostalgia que les es imposible ocultar, sería escenario de una tragedia de una magnitud aterradora. Semanas antes del 22 de abril la colonia Quinta Velarde comenzó a ser testigo de un fuerte olor a gasolina, proveniente de las alcantarillas, que impregnaba el interior de las casas. Los vecinos de la zona reportaron la anormalidad tanto al Sistema Intermunicipal de Agua Potable y Alcantarillado (SIAPA) como al Departamento de Protección Civil. Agentes de ambas dependencias acudieron al lugar. Los vecinos de la colonia nunca recibieron ningún informe de lo que ahí sucedía. Tampoco nadie fue evacuado de la zona.

El día 19 de abril —domingo de la Semana Santa— la familia Velázquez Carpio había regresado de una peregrinación que realiza año con año para visitar a la Virgen de Talpa. Al entrar a su casa notaron un fuerte olor a gasolina proveniente del baño. Al día siguiente se dieron cuenta de que agentes de protección civil y bomberos estaban destapando las tapas de las alcantarillas en su calle. Los agentes les manifestaron que no había peligro alguno, que realizaban una revisión de rutina.

El miércoles 22 de abril la mayor parte de la familia se encontraba en su casa. Para poder reconstruir los hechos sucedidos ese día resulta fundamental conocer a los miembros que integraban la familia en ese entonces. El cuadro siguiente muestra el árbol genealógico de la familia hasta la mañana del 22 de abril de 1992.

Las siluetas indican la identidad de los miembros de la familia Velázquez Carpio.

 

ra el 22 de abril de 1992, alrededor de las 9:30 h. En la finca marcada con el número 1354 de la calle Río Bravo se encontraban la señora María de Jesús Carpio López con sus hijas Irma, Gabriela, Silvia, María Eugenia y Hortencia Velázquez Carpio. Además, en la casa se encontraban los hijos de Hortencia: Alberto y Monserrat Castro Velázquez, de uno y cuatro años de edad, respectivamente.

En la misma calle jugaban José “Pepito” Castro Velázquez (hijo de Hortencia) y sus primos Fernando y Carlos Velázquez González (hijos de Fernando Velázquez Carpio y María González).

A tan sólo unas puertas, en el número 1358 vivía Fernando Velázquez Carpio, con su esposa, María González García y sus tres hijos, Fernando, Carlos y Patricia Velázquez González. Esa mañana María había regresado del mercado y estaba dentro de su casa junto a su hija Patricia, de seis años de edad.

Ese mismo 22 de abril era el cumpleaños de María Eugenia, hermana de Silvia, por lo que las mujeres en la casa comenzaban a preparar la comida para la celebración de la tarde, un platillo típico de la familia: tacos de pollo al horno era lo que iba a cocinar la señora María.

Los varones de la familia habían salido temprano de casa rumbo al trabajo. En ese entonces el señor Jesús tenía un taller de torno, cerca de la avenida Lázaro Cárdenas, en el municipio de Tlaquepaque. En el taller trabajaban sus hijos Fernando, Ricardo y Jesús.

La primera explosión del colector de drenaje sucedió a las 10:05 h en la esquina de la Calzada Independencia y la calle Aldama. A las 11:02 h explotaría el colector de la calle Río Bravo en su cruce con Río Nilo, justamente la calle donde se encontraba la casa de la familia Velázquez Carpio. Fue la octava de diez explosiones en total, en un rango de ocho kilómetros.

A partir de ahora, los hechos son narrados en las palabras de Silvia, el señor Jesús, la señora María y Jesús, hermano de Silvia.

La historia en palabras de Silvia
Corrimos, yo descalza y con cinco niños en mis manos

Esa mañana estábamos yo y todas mis hermanas con mi madre en la cocina, cuando entró mi sobrino Pepito, pidiéndole dinero a su madre, mi hermana Hortencia, para ir a jugar a las maquinitas que estaban en la farmacia justo a la vuelta de la casa. Mi otra hermana, María Eugenia, fue quien aceptó darle unas monedas. Pepito salió corriendo a la calle con sus primos y otros amiguitos del barrio.

En la puerta de la entrada de la casa estaba sentada mi sobrina Monserrat, para ese entonces tenía cuatro años de edad, cuando llegó a la casa mi hermano Enrique, venía de hacer un pago al que lo había mandado mi padre. Tomó en los brazos a Monserrat y la llevó a su cuarto, sin que nos diéramos cuenta de ello.

Era el cumpleaños de mi hermana Maru (María Eugenia), por eso estábamos todas en la casa, tomábamos café, pues en ese tiempo nos encantaba sentarnos juntas a tomar una taza de café antes de comenzar a preparar la comida por el cumpleaños. Unos minutos antes había llegado mi cuñada Lupe, dejó un ramo de flores para Maru, pero no se quedó, regresó a su casa con Pati, mi sobrina.

Mis papás vieron siempre a mi cuñada Lupe como una hija, porque ella quedó huérfana de niña. Es extraño, Lupe llevaba días muy triste, a una vecina le confesó que llevaba semanas preocupada, pensaba que sus hijos quedarían huérfanos, tal como a ella le sucedió.

Ahí estábamos, sentadas en la mesa cuando se sintió un temblor; antes de que explotara la tierra se movió, fueron segundos y de repente se escuchó un trueno, uno que yo nunca había escuchado en mi vida. Nos vinieron muchas cosas a la mente: fue un tanque estacionario, un ataque de otro país que tiró una bomba, era el final del mundo. No sé cómo se escuche una bomba pero fue algo tan fuerte que a las personas le reventaron los oídos del puro ruido. Quedamos sordos por segundos.

Hubo un silencio absoluto y de repente se oscureció todo, como si fuera de noche. Por eso lo llaman el miércoles negro. Nos quedamos mudos por minutos, no sólo nosotros, no se escuchaba nada en ningún lugar. Me imagino que la gente perdió el habla por la impresión, hasta que se empezó a oír a la gente gritar, llorar.

En mi casa se cayó la parte de enfrente. Cuando pudimos hablar, mi hermana Hortencia comenzó a gritar: ¡Mi niña! ¡Mi niña! Porque mi sobrina Monserrat estaba sentada en el ingreso de la casa. Mi hermano Enrique salió al comedor pero no podía hablar para decirnos que él tenía a Monserrat. Pasaron minutos hasta que pudo decirnos que la niña estaba en el cuarto, a salvo.

Fue entonces cuando la casa empezó a venirse abajo. En eso, mi hermana Hortencia reacciona y grita: ¡Pepito, los niños, Lupe! Comenzamos a pensar en la familia.

Cuando logramos salir a la calle, no había más calle, lo que había era un pozo de más de tres metros de profundidad. Yo salí descalza, en pijama. Gritábamos los nombres de mis sobrinos. Sólo veíamos casas despedazadas, gente ensangrentada; ya estábamos muy mal. Mi hermana Hortencia entró en crisis por su hijo y nuestros sobrinos, que no sabíamos si estaban vivos o muertos.

No sé cómo logramos bajar y volver a subir el pozo que había al salir de la casa, cuando logré salir, corrí en búsqueda de mis sobrinos. Pepito, Fernando y Carlos venían corriendo hacia mí. Lograron sobrevivir porque estaban a la vuelta de la casa, en la farmacia, jugando maquinitas y la explosión fue a tan sólo metros de donde ellos estaban.

Cuando mi hermana Maru le dio el dinero a Pepito para que fueran a las maquinitas sólo quedó un amiguito de ellos jugando con la pelota en la calle, era un niño de unos nueve años, le decían “Chucky”. Él no sobrevivió; a Chucky lo encontraron muerto entre los escombros.

Fernando y Carlitos preguntaban por su mamá, yo sólo les decía que su papá iba a venir a salvarla. Había gente corriendo que gritaba que iba a volver a explotar, eso nos puso aún peor.

Mi hermana Irma me dijo: “Vete con los niños”. Tomé a mis sobrinos: los tres hijos de mi hermana Hortencia y a los dos hijos de mi hermano Fernando. Pati, su hija, estaba en casa de mi cuñada Lupe y no sabíamos nada de ellas.

Antes de irme vi a Maru, la del cumpleaños, salir de la casa ensangrentada, pero yo tuve que correr con los niños. Caminamos a un parque cercano de la casa. La gente decía que iba a seguir explotando. Seguimos caminando hasta llegar al CODE[1].

Yo iba como loca, descalza, en los brazos llevaba a mi sobrino Alberto y con la otra mano agarraba a mis otros cuatro sobrinos. Cuando llegamos al CODE me senté con los niños y empecé a llorar, pues yo ya no sabía que estaba pasando en mi casa. Sentía la impotencia de no poder ayudar y el compromiso de tener los niños conmigo.

Cuando me dicen que va a seguir explotando en el CODE, agarro a los niños y me voy caminando rumbo a Tlaquepaque. ¿Cómo atravesaba las calles? No lo puedo decir, era un caos la ciudad, pasaban ambulancias, gente ensangrentada, gente herida corriendo por todos lados. La gente quería huir de ahí. No te ayudaba nadie, yo los entiendo, cada quién quería salvar a su familia. Me vino a la mente que una tía vivía en Tlaquepaque, por eso caminé en ese rumbo. Pensaba que ella nos iba a salvar.

Cuando llegamos a casa de mi tía me encontré a unos amigos de la niñez. Se sorprendieron cuando me vieron. Ellos ya sabían que había explotado pero no se imaginaban a qué magnitud. Yo y los niños veníamos quemados por el sol, deshidratados, imagínate, yo caminando descalza, en pijama y con cinco niños.

Uno de estos amigos me dice: “¿Qué pasó, Silvia?” Necesito ayuda, le contesté. Me dice que mi tía ya se había ido de su casa, que había ido a refugiarse a casa de una prima que le decíamos la Güera. Esa prima vivía hasta la Central Nueva, me desesperé más porque el bebé ya venía deshidratado y los demás niños no paraban de llorar y preguntar por su madre.

Mi amigo nos acompañó hasta casa de mi prima. Ahí fue cuando me sentí todavía más estresada, sentía la responsabilidad de tener los niños y con una cruda moral de no poder regresar a ayudar a la casa. Cuando mi prima abrió la puerta se impactó al vernos, yo le dije que había explotado, que nos ayudara.

Lo primero que hice al entrar a su casa fue pedirle que encendiera una veladora, pero no se podía prender fuego, por miedo a que explotara. Me acuerdo que les pregunté si no tenían una imagen de la Virgen de Talpa. Cuando me la dieron, me agarré rezando y pidiéndole a la Virgen, que hace sólo unos días habíamos ido a visitarla.

Pasaron horas hasta que llegó mi hermana Hortencia con su esposo. No sé cómo se enteraron de que estaba en casa de mi prima. Lo primero que hace mi cuñado cuando me vio fue regañarme, me sacó en cara que me llevé a sus hijos sin avisarle a nadie. Yo me partí llorando, si de por si andaba bien triste y asustada. Le dije que lo único que hice fue poner a los niños a salvo, que la gente decía que iba a seguir explotando, por eso me agarré caminando hasta Tlaquepaque.

En ese momento vi que mi hermana se acercó con mi prima la Güera y ella le comentó que ya habían encontrado a mi cuñada Lupe, muerta.

Poco después de que Silvia huyera de la colonia con sus sobrinos, sus hermanas Irma y María Eugenia salieron del lugar de la explosión con la ayuda de un hombre que les dio raite en una moto, las llevó al taller de su padre: Don Jesús, cerca de la avenida Lázaro Cárdenas, en Tlaquepaque. Ésta es la historia según las palabras del señor Jesús.

 

La historia en las palabras del señor Jesús
¿Cómo que se cayó la casa?

Llegaron al taller Irma y Maru. Maru se metió al baño, yo no alcancé a ver cómo venía, entonces le pregunté a Irma: ¿Qué pasó, Irma? No me contestó. Salió Maru del baño y le pregunto: ¿Qué pasó, Maru? Ya estaban todos oyendo (los trabajadores del taller) y que me dice: “Se cayó la casa, apá, vámonos”. ¿Cómo que se cayó la casa? Explotó, me dijo Irma. ¿Quién se murió?, les pregunté. Nadie, me dicen. ¿Cómo que nadie se murió si se cayó la casa?

Cuando menos me di cuenta ya habían corrido todos. Los trabajadores del taller eran de la misma colonia y tenían a sus familias ahí. Todos salieron corriendo como locos. Nada más me quedé yo y “el Oso” (uno de los trabajadores). Le dije: Vámonos. Bajé la cortina del taller, ni los candados puse. Salí a la avenida Lázaro Cárdenas, me subí en una camioneta que me dejó por el Rastro, de ahí caminé, llegué a González Gallo y ya cuando estaba en Calzada del Ejército vi movimiento, mucho movimiento. Fue cuando empecé a ver las tapas de las alcantarillas destapadas. Cuando llegué a Río Nilo fue cuando me dije: ¡Ah caray, qué pasó! Me encontré con una amiga que trabajaba en el taller, seguí caminando pero ya había un pozo enorme, me metí y seguí, fue cuando me encontré al “Mesías” (un vecino de la colonia) y me dice: “No se apure, don Chuy, no se apure, don Chuy, a su familia no le pasó nada”. ¿Cómo que no le pasó nada?

Cuando vi la destrucción me comencé a marear, perdí toda la fuerza. Ya no me podía salir del pozo, como pude llegué a la casa. Ahí me encontré a mi hija Hortencia.

Mi hijo Fernando salió corriendo del taller antes que yo y ya había llegado a la casa, como pudo, con la ayuda de mis otros hijos escarbaba entre los escombros buscando a mi nuera Lupe y a Pati, mi nieta.

Cuando sacaron a Lupe de entre los escombros ya estaba muerta, yo ya no pude más, ya no tenía fuerza.

 

La historia en palabras de Jesús Velázquez Carpio

Cuando mi hermana Irma y Maru llegaron al taller salimos corriendo, agarramos como pudimos raites pero en el mismo trayecto nos separamos todos. Cuando llegué a la colonia era como una guerra: casas destrozadas, vehículos en las azoteas. En la calle Gante había muchas vecindades, ahí había mucha gente enterrada.

Cuando llegué a la casa, mi hermano Fernando ya había llegado y estaban sacando en ese momento a mi cuñada Lupe. Cuando la sacaron, ya estaba muerta, pero tenía abrazada a mi sobrina Pati, viva, sólo tenía unos raspones.

Sacaron a mi cuñada, la subieron a una camilla improvisada y ya no supimos a dónde se la llevaron. Mi hermano Fernando se fue a buscarla a varios hospitales y no la encontraban. Hasta que cayeron al CODE, el que está en Alcalde, ahí tenían los cadáveres tendidos sobre el piso.

Mi hermano Fernando entró a buscar el cuerpo de Lupe y no lo vio. Andaba con un primo nuestro, Martín Carpio. Martín entró y fue quien identificó el cuerpo de mi cuñada Lupe. Lupe estaba embarazada, tenía más de seis meses.

 

La historia en las palabras de la señora María
Después de las explosiones yo estuve como en coma

Cuando salí de la casa yo no podía creer lo que veía, todo estaba destrozado. No sé cómo pero recuerdo que me bajé en la zanja que había en la calle, caminé entre los escombros, me senté del otro lado de la casa y me eché a llorar, lloraba y lloraba.

No sé cómo pero me fui caminando, como loca. Caminé y caminé, siguiendo a la gente, hasta que llegué a uno de los albergues. Ese albergue estaba donde está el Politécnico de la UdG. Cuando llegué ya venía muy mal, en crisis. Ahí me pusieron una inyección, para los nervios, yo creo. Después no recuerdo nada.

Después de las explosiones yo estuve como en coma. Ni me movía, ni comía, sólo tirada en la cama, como muerta por muchos días.

 

La familia Velázquez Carpio duró un mes viviendo en la casa de un compadre de don Jesús, ahí mismo, en la colonia Quinta Velarde. Fue difícil encontrar una casa donde vivir, pues, en sus palabras: “No le querían rentar a los damnificados, decían que esa gente no tenía dinero para pagar”.

A los dos meses rentaron una casa en la calle Río Usumacinta, 1328, una casa de dos habitaciones en el que vivieron por más de dos años, catorce personas.

El último día que veo a Silvia, se despide diciendo: “Nos tomó muchos años poder hablar de este tema, pero gracias a Dios, hoy podemos recordar ya sin dolor”.

 

[1] En el año de 1992 el CODE (Consejo Estatal para el Consejo Deportivo) Jalisco tenía una de sus sedes en boulevard General Marcelino García Barragán, número 1820. Años después se convertiría en el Club Atlas Paradero.

Fotografías de la familia Velázquez Carpio, a excepción de la foto en el encabezado: http://assets.informador.com.mx/interactivos/includes/local/explosiones20a/interactivo/explosiones.html