ara los nacidos durante los años setenta, decir José José era enunciar el estado de las cosas. El tono sentimental de los tiempos. Barítono. Apretado. Desgarrador en su liberación. En 1980 Fernando Valenzuela debutaba con los Dodgers. En la pequeña medianía, los niños de los Infonavit del país jugaban a contarse el chiste del señor que reclama un baño y le responden: Espera un pooco, un poquiiito máaas.
Había inocencia pues, quiero subrayar, que José José es una época así para muchos. Había, por ejemplo, que ir a la única tienda departamental de la ciudad, las Novedades de Vicente, “el gran almacén”, a comprar el nuevo disco de José Rómulo Sosa Ortiz.
En aquellos días las tiendas departamentales aún no se pensaban como ecosistemas. En el lado oscuro de la memoria, José José también musicalizó la angustia de ciertas noches en que papá y el tío llegaron borrachos a sacar las pistolas y escandalizar la unidad habitacional, mientras al fondo de cada balazo resonaba: Estoy preso entre las reedes de un poeema. José José ha estado ahí siempre, es lo que quiero decir.
En 1981 se registró el primer caso de sida en México.
El Banco Mundial otorgaba préstamos al país como quien tira a las palomas pan. Crean el instituto de la educación para adultos.
Queen se presenta en Monterrey. Como en tantos rincones de este país, una familia resiente la cada vez más onerosa escalada social, justamente cuando la realización parecía alcanzable pierden la casa de sus sueños, de dos pisos y alberca.
En un instante los tiempos mejores dejan de serlo. Quedarían postales como la de aquel día de playa, de regreso por la carretera, mientras sonaba el radio del LeBaron: Quiero peerderme contiigo, coomo se pieerdee el horizonte, como las aaves en la nooche. Y ante el ocaso se adivinaba la mano de mamá sobre la pierna de papá.
Y se podía saber que quedaba algo entre ellos, que quedaba hogar para un rato más. Con un par de Tecates en los recipientes del tablero.
Es esa orquestación que sólo acentúa la línea vocal de José, la que sigue produciendo la magia. Voy a llenarte tooda, tooda, y a cubrirte con mi amor, todo tu cuerpo.
Miguel de la Madrid se hizo presidente y todo comenzó a perfilarse “neoliberal”. Esa palabrita que nada comprende de romanticismo.
Hasta siempre a Efraín Huerta Romo. Se incendia la Cineteca. Padecemos una devaluación sistemática del peso e incremento de la canasta básica. Lamento nacional profundo, pero eso sí, bien entonado.
El registro de la nostalgia lo da José José. Ese vibrato que nos emboba como a Angélica María en la OTI. Aprendimos que es mejor sufrir sabroso con las canciones del nacido en Azcapotzalco, que triunfar al aséptico modo europeo. Triunfar sí, pero suciamente, sufriendo como hizo el Príncipe, como hizo José Alfredo.
Para eso estamos la medianía, para admirarlo ahí en las portadas de sus discos, vestido con su conjunto de casimir al estilo narcotráfico de Miami, ostentando gruesas pulseras y anillos de oro.
Con sus facciones romas y su semblante de eterna cruda. Cabezón el príncipe, con su cabellera aborregada y todo. Y uno en las ansias de llegar a la adolescencia al menos para poder proponer a alguna chica: Amiga, hay que ver cómo es el amor.
Luego el cachetadón de aquella señora por andar de boca floja.
Todo ello es José José. ¿Me explico? Un ingenuo charlatán. Y esa temprana y tentadora invitación a rodar de acá para allá, ser de todo y sin medida, y jurar por Dios, que nunca llorarás, por lo que fue mi vida. Entonces que un saxofón acompañe. Qué seducción. Quiero ser bohemio. Todo acá. Elegante. Jugador. Ser de los pocos que saben amar.
José José también estuvo ahí cuando el mundial de futbol España 82.
En los tiempos de la fiebre por la película de E.T. Sustento de la Frecuencia Modulada el hijo de cantante de ópera. Radio Lobo, la estación que sintonizaban las sirvientas que trabajaron en mi casa, la dulce compañía.
La rúbrica bien impresa en el recuerdo de tanta cosa inútil: “Lobos, lobitos, lobeznas, láncense a atrapar su presa.” Entonces un aullido longo y atiplado se disparaba hasta ese corazón de niño de aquellos días, de los que se nutrieron muchos chicos olvidados de esas generaciones; mientras los papás luchaban hasta diez horas en la calle para elevar el nivel y conseguir una educación mejor. O peor.
Y en sus descansos eran arrullados por nuestro José José. Ídolo. Príncipe. Porque se vuelven cadenas, las que fueron cintas blancas. Porque el corazón de darse, llega un día que se parte… El amor, acaba, my fren. Grábatelo.
Películas de Bruce Lee. Juguetes Fisher Price. Progresistas ensayos de la felicidad moderna en breves espacios multifamiliares. Las Guerras de las Galaxias. El heavy metal. Los tenis Nike.
Transculturación sin internet. A puro discos, revistas, cine y videoéxitos. Clavaste tu mente en la mía, como si fuera la espada en la roca. Y en tu escalera un peldaño al que no te importa pisar, y haceeerle daaño.
Crean Imevisión, la televisora del gobierno. También el Instituto Mexicano de la Radio. Ya urgía cierta noción de desarrollo. La deuda externa, de moda. Caro Quintero se ofrece a pagarla. Ronald Reagan. Rocky. Rambo. Lázaro Cárdenas, esperanza al fondo a la izquierda.
Adiós, Ibargüengoitia. “Hoy quiero (tam tam) saboreaar mi dolooor.” Años adelante, como adolescente que descubre que posee un linaje y demanda conocerlo, cualquiera de estas generaciones descubriría a José José y su barítono, y deseó consumirse en alguna cantina al menos una vez en su vida, preguntándose ¿dónde está el amor? Puede estar herido pero nooo, mooorirr. Puede estar dormido a la sombra del olvido.
Así pues, pido un aplaaauso, ya sabe usted para quién. Muere Rodolfo Guzmán Huerta.
Las olimpiadas de 1984 en que Roberto Canto y Raúl González fueron mamados por la televisión nacional. Nace la Ley Federal de Turismo pero muere Cachirulo.
En la pequeña medianía, un domingo cualquiera irrumpirá a todo volumen desde alguna ventana de tantos departamentos, el estro, el zangoloteo sentimental: “Mi niiiña cree een míiii, y me sieento, tan humiilde ante este amor, y a la vez, tan orgulloso de saber, que el dueño de un cariño asíii, soy yo.”
Conmovidos chicos y grandes, queramos o no. Pero en realidad: “Cuando vayas conmigo no mires a nadie”. Heredamos la profunda celotipia de papá. Cómo no, si mamá era una beldad, y ella era todo lo que él poseía. Y lo reprodujimos llegado el momento.
Así hemos ido por la vida estropeando relaciones preciosas con mujeres especiales. Por los celos. Así aprendimos. Para darnos cuenta de que al fin nos quedamos solos, justamente como en una canción del Príncipe.
¿No era lo que deseábamos?
Caía el Negro Durazo y nacía el periódico La Jornada. Ibas como en quinto de primaria o en la secu. A pesar de todo, la vida prometía
1985. José José es requerido para la versión latina de “We are the World”, aquella aparente moción pacifista de los Estados Unidos, replicada absurdamente en México bajo el irresuelto título de “Cantaré, cantarás”. También se estrena “Gavilán o Paloma”, la película autobiográfica del Príncipe; pero el mismo día del terremoto en la capital.
El presidente De la Madrid con la cola entre las patas y Zabludovsky haciendo su agosto informativo.
¿Acaso José José no participa del trágico humus nacional? Por eso se le perdonan sus interpretaciones tan acartonadas en la pantalla grande.
Fue por aquellos días en que descubriste a tu padre borracho, bebiendo solo con su alma y rugiendo a todo pulmón: ¿Y paara qué, y paara quée, de qué sirvió ser tu almohadaa? Y supiste que algo le dolía en serio al viejo duro. Que se quebraba.
Comprendiste al modo de un niño que el fracaso de papá sería el mismo que el tuyo si… Y esta nostalgia desesperante, futura, que nos devora, como elegía de un porvenir marchado.
¿Por qué te penetra así de profundo?, nunca te lo cuestionaste. La vida revelándose en canciones de José José. Ya lo pasado, pasaaado (…) Sooy feeliz. Ojalá, piensa uno.
Ese año, además de las esperanzas de una generación, también agonizaba Juan Rulfo. Un día llegará que ya, de tanto ir y venir rodando, el cuerpo me dirá no, que pare, que ya está cansado. Por no saber decir que no, al ansia de llegar más alto. Seré, un sueño que sí se cumplió, un potro al que nadie domó, sóooolo los años. Un viejo gavilán cansado…