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¡FELIZ CUMPLEAÑOS, CANADÁ!

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quí en el Norte más Norte de América el invierno está en su apogeo. Todo el territorio está cubierto por una manta blanca con apariencia esponjosa, que promete confort. Su presencia es como un edredón homogéneo y suave que nos invita a sentarnos frente al fuego y bla, bla, bla. Sin embargo, debajo de ella, en las banquetas, el hielo acecha, inadvertido y crujiente, esperando al que lo pise confiado para hacerlo perder la vertical y tirarlo al suelo, avergonzado, dolorido y cubierto por la white stuff. Esta podría muy bien ser la metáfora de Canadá, este territorio en el que parece que no pasara nada en la superficie, pero donde las pequeñas luchas y violencias se disfrazan por lo común bajo una apariencia de corrección política bonachona.

Este 2017, que se nos presenta en la forma de un calendario nuevecito y lleno de posibilidades, será para Canadá un año de grandes definiciones y de mucha atención internacional, para bien o para mal. Comienza con los festejos por el 150 aniversario del país como Confederación. En 1867 los territorios y provincias británicos decidieron fusionarse, lo que a la larga llevaría a la independencia legal del Reino Unido, a pesar de que Canadá aún se considera una monarquía democrática con la reina Isabel II como jefa de estado. Quebec se sumaría a la federación y ya desde entonces surgiría una oposición que se niega a abandonar su identidad de origen francés y exige estatus de nación independiente.

highlight2El aniversario trae aparejada una discusión sobre la identidad canadiense. Este país tan joven se pregunta a sí mismo qué lo diferencia de los Estados Unidos. ¿Qué se entiende por Canadá si se evitan las comparaciones, tanto con sus vecinos como con su madre patria? ¿Qué significa ser canadiense, además de tener seis o más meses de invierno al año? Estas preguntas no son simples ahora que se vive en una atmósfera globalizadora en la que Canadá se erigió como una nación de buena gente que recibía con los brazos abiertos a los desplazados del mundo.

Durante las pasadas elecciones para líder del partido conservador, la candidata Kelly Leitch levantó la cuestión de que los inmigrantes deberían tener “valores canadienses”, antes de que se les permitiera quedarse de forma definitiva. Para asegurarse de que esto se cumpla, a los aspirantes a migrar al país y a los que piden refugio se les tendría que someter a un cuestionario que revelara si comparten o no los citados valores. ¿Cuáles son esos? A decir de la política: la equidad entre hombres y mujeres, la equidad de todos los ciudadanos ante la ley y la libertad religiosa.

Hasta aquí todo iba muy bien, hasta que a la señora se le ocurrió afirmar que aceptar inmigrantes y refugiados debería tener como meta “construir una nación bajo valores canadienses históricos compartidos”. Si nos apegamos a los hechos, los canadienses no comparten el valor de pertenecer a una nación anglosajona, por ejemplo. Los quebequenses se niegan a renunciar a su lengua y costumbres, que no son compartidas por todos los canadienses. Y qué podemos decir de los pueblos originarios que tendrían que ser considerados como los verdaderos canadienses y son discriminados en su propios país. Por otro lado, cuando los inmigrantes o refugiados profesan la religión musulmana (ejerciendo su derecho y uno de los “valores canadienses”) esto les obliga a prácticas que nos son compartidas por el resto de la nación. Otra vez, ¿qué significa ser canadiense, si se llega como refugiado huyendo de la guerra? ¿Se trata de renunciar a una identidad para adquirir otra?

Son estas ideas las que hicieron que Leitch se quedara muy atrás en la carrera por ser líder de su partido. En noviembre pasado los conservadores respiraron tranquilos y se felicitaron por la decisión de no llevar a alguien como Leitch a la oficina de primer ministro, cuando ésta se comunicó con Donald Trump para manifestarle su apoyo y felicitarlo por su elección, además de replantearle su idea del cuestionario de valores. Menudo par.

La marca Trudeau

Canadá decidió optar por el liberalismo en las elecciones y Canadá navega contra corriente con el capitán Trudeau al timón del barco. Por meses, la tripulación vio con adoración cada uno de los comentarios, sonrisas, ocurrencias del niño bien de ojos bonitos que se crió en Parliament Hill e hizo sonreír (¡dos veces!) a la reina Isabel. La luna de miel se prolongó hasta que el primer ministro de pasado hippie tuvo que empezar a romper promesas de campaña, como la de no construir un oleoducto que pasa por territorio sagrado aborigen y que además amenaza con contaminar amplios yacimientos de agua. Tampoco está muy segura la aprobación de su propuesta de legalizar la mariguana de uso recreativo, tal como ha sido legalizada la de uso médico. Lo del oleoducto, bueno… pero, ¡¿la mariguana?!

Ahora que los canadienses ya no sienten que Trudeau sea necesariamente el primer ministro que mejor representa su identidad, la gente comienza a burlarse de él como lo hiciera de cualquier político. La “marca Trudeau” (the Trudeau brand) que parecía ser la nueva etiqueta del país, ya no lo es tanto y la gente hace mofa de las largas pausas que el Primer Ministro tiene que hacer para hilar una frase tras otra cuando no tiene un guión pre-escrito, pausas típicas de quien se maneja en una segunda lengua, de alguien totalmente bilingüe que, sin embargo, tiene que pensar con cuidado sus palabras para darles la gramática adecuada, una característica que podríamos considerar muy extendida entre los canadienses.

Las preocupaciones por la identidad de Canadá se extienden hasta los pobladores de diferentes orígenes que se cuestionan dónde está su identidad: no se pueden considerar 100% canadienses porque llegaron ya con un bagaje cultural que muchos atesoran. Parte de las prendas que caben en esa maleta con la que arribaron al país es la de la lengua materna. Se cuida, se pule, se trata de mantener viva en la socialización con otras personas del mismo origen (chinos, hindúes, latinos, polacos, y un larguísimo etcétera). Después los cultos, los ritos, las religiones: la tradición, sale del bagaje y se deja, doblada y con bolsitas de naftalina para que no se apolille, en el último cajón. Las preguntas sobre la identidad se vuelven más largas y complejas. En lugar de cuestionar ¿qué es ser canadiense? hay que pensar ¿qué es ser latino-canadiense viviendo en una provincia de habla francesa y en una relación con un angloparlante? Elementos más, elementos menos, las identidades se van construyendo con más o menos guiones de por medio y se piensan y re-piensan.

Para aderezar la cuestión, aún no se sabe en qué derivará la situación de los potenciales nuevos inmigrantes que llegarán en masa a Canadá a partir de enero. Muchos han decidido pedir que los transfieran en sus trabajos. Algunos más optarán por la vía del refugio. Todavía es difícil creerlo, pero está sucediendo, comenzó como una broma que muchos estadounidenses comenzaron cuando aún sonaba a disparate la idea de un Donald Trump candidato a presidente, pero que con el paso de los meses se ha convertido en una sombría realidad. En efecto, los aspirantes a inmigrantes colapsaron el sitio web de la oficina migratoria canadiense y muchos iniciaron ya su proceso, dando a los burócratas aún más trabajo para solucionar en plenas fiestas decembrinas. La otra ola que se espera como un tsunami es de mexicanos, tanto los que tendrán que salir apresurados de Estados Unidos antes de que los deporten las autoridades, como de aquellos que observan cómo se colapsa la economía nacional, sacudida por vendavales internos, externos, superiores e inferiores. Los caminos de la desilusión y la frustración parecen llevar a Ontario, Quebec, Manitoba y Alberta. Un poco menos a Saskatchewan o Labrador.

Así, el 2017 pinta para Canadá como maldición china. Se vivirán “tiempos interesantes” y el joven país deberá pensar y repensar menos sobre su identidad para tomar acciones concretas para comportarse como nación adulta y tomar decisiones. Ser apariencia o certeza.

Listo, ¡ya volvimos a opinar!

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