os franceses contemporáneos a la Revolución Francesa tenían temas de sobremesa que hoy no tenemos el placer de sostener: ¿pueden hablar las cabezas recién decapitadas? Bueno, podríamos si la ruta de nuestro conocimiento fuera por ahí.
En esta novela de Alexandre Dumas (1802-1870), se reúnen a cenar varios personajes de un pueblo luego de que ocurriera un hecho extraordinario: uno de los vecinos decapitó a su esposa, y la cabeza de esta última le dirigió unas palabras terribles antes de quedar inmóvil.
Uno de los comensales también presenció una historia parecida, y luego otro, hasta que sabemos que cada uno de ellos tiene en su haber una historia que involucra una historia con una cabeza parlante. Así que lo extraordinario no lo es tanto. Un invitado sin experiencia en las cabezas que hablan habría sido visto como algo insólito. Esas cabezas cortadas fueron, todas, miembros de la mejor sociedad, de la aristocracia francesa, las que ascendieron a la guillotina, casi siempre con la más alta dignidad (según dice la novela).
Pero, ¿para qué, si al final iban a dar ese triste espectáculo de ir a dar al cesto de los decapitados? Los verdugos, quienes más familiaridad tuvieron con ellas, dan constancia de la furia de este estamento social: en las noches se podía escuchar el rechinado de sus dientes, y cómo con su furia mordían el cesto que las guardaba, por lo cual se tenía que cambiar constantemente.
Ridícula despedida de la Historia la que tuvo la aristocracia. Qué nostalgia, se fueron y se llevaron con ellos el arte de la conversación. Antes, se podía sentar a la mesa y se tenía asegurado un rato inolvidable. Lo consignan los antiguos, los que tuvieron la suerte de acudir a las reuniones más notables. Pero todo eso se perdió, algo alcanzó a ver Dumas, que nació poco después de la Revolución.
Por esa razón, su libro es una evocación. Detrás de todos estos asuntos de sana curiosidad científica, se encuentra poco menos que la nostalgia por la buena charla. Una tarde que se convierte en noche y que transcurre con el placer de los cuentos. Muy pronto, el tema de las cabezas se disgrega y toma caminos varios, como el de los vampiros o el de los fantasmas que vienen a vengar alguna blasfemia.
Estás historias comienzan como una indagación científica sobre lo desconocido, y terminan dándole voz a las leyendas que provienen de la superstición. Pero qué importa, la línea es delgada, se comienza a hablar y la imaginación va ensartando los temas. Como si esta narración (que forma parte de la serie Los mil y un fantasmas, publicados en 1849) nos dijera que la ciencia tiene un umbral, más allá del cual no puede avanzar. De todas maneras, qué importa, verdad y verosimilitud tienen el mismo peso especifico en estas narraciones
Alexandre Dumas. Las tumbas de Saint-Denis y otros relatos de terror, tr. Mauro Armiño, 3ª ed. Madrid, Valdemar, 2006.