ifícil hallar a un novelista capaz de resistir la tentación de perfilar una geografía imaginaria, tan cerca o tan lejos de la realidad aparente como sus inquietudes lo requieran. Es un espacio-recipiente para derramar al interior el cúmulo de obsesiones que, finalmente, lo hacen escribir. El caso más radical de este acto genésico es la literatura fantástica, en donde parte del código implica una refundación de todo cuanto puede hallarse en el mundo, dando espacio para concebir incluso más allá de lo probable. No son pocos los autores hispanoamericanos que han sentido este magnetismo y lo han llevado a sus obras.
La escritura de Bibiana Camacho (Ciudad de México, 1974) no se allana fácil a ninguna convención y luego de varias entregas de cuento y novela, alcanza su paroxismo con Lobo, una novela de exploración de los límites de la realidad a partir del internamiento de su protagonista en un sitio desértico, con el objetivo de realizar una investigación. Los hechos suceden en el escenario de una geografía arquetípica, de apariencia de realista, llamada como el título de la novela. Este espacio mental sirve a su autora para sembrar en la protagonista (y los lectores) preguntas casi olvidadas sobre la naturaleza de lo real. ¿Es verídico lo que vivimos? ¿Estás leyendo esta oración que lo enuncia?
En el avance de una trama que parece narrar hechos anodinos, con el trasfondo de un pueblo al parecer abandonado y constante flujos de migrantes que viajan hacia algún sitio (pretendidamente el “norte”), casi todos los personajes que se cruzan en la vida de la protagonista terminan ausentes, muertos o desaparecidos. Es una secuencia de horrores sugeridos, en donde la línea entre ficción y realidad nunca es clara y se abre paso a cierta lectura simbólica de los hechos que se narran. Lobo es un paseo de sombras que revuelve el consabido pacto entre autor y lector y en sus páginas todo lo que parece verídico podría ser la proyección de un holograma, que se apaga gradualmente según la protagonista se arrellana en una cama para buscar alguna resignación.
Sería tan fácil ceder a que los hechos de Lobo son “rulfianos” como sugerir alguna solución fácil propia de la televisión: que todos están muertos, que unos son espectros y otros están en vías de serlo, que todo es un sueño de la protagonista, que el lector está muerto y lo descubre cuando termina el libro, etc. Pero esta facilidad no arroja luz sobre los hechos de una novela que se lee inquietante porque nadie podría afirmar que lo narrado es lo único que sucede. Y es que a la manera de los sitios que hacen brotar aspectos insólitos de la realidad, sea por hallarse lejos de la sociedad o sea porque son lugares míticos de acceso controlado, la hacienda de El Lobo es una fisura en el tiempo y en el espacio que debe explicarse con una hermenéutica. Es un libro que debe, más que leerse, intervenirse para ser aprehendido.
El juego que propone Camacho implica leer su novela como si no sucediera nada más que lo que ahí se narra, y también asumir que nada es lo que parece. No obstante, sembrar en el lector la intuición de que la forma de la realidad es plástica y de ser una línea recta con una secuencialidad en apariencia invariable, puede transformarse a través de las palabras en una oportunidad para cuestionar lo que parece imposible de entender en otro sentido. Que una novela se proponga cometido semejante no sólo la justifica, sino que la subraya en un panorama acomodaticio de entregas infinitas para reafirmar la rotunda circularidad del cero. Esta lectura da la oportunidad, además, de confirmar que la literatura que importa no es aquella “escrita por mujeres” o de “asuntos femeninos”, sino la que suda por el lenguaje y lo hace andar en una dirección pese a cualquier inconformidad.
Me pareció natural y fue un alivio que Lobo no haya sido apenas mencionada en las listas de los mejores libros de 2017. No es posible confinarla a la producción anual. Esta es una novela expansiva y que amerita utilizarse para mostrar a los demás cómo se destruye la realidad colectiva a través de un planteamiento casual, casi etéreo.
Bibiana Camacho, Lobo. Almadía, 2017.