LAS “QUIJOTADAS DE LA CULTURA” A DEBATE

ás que en ninguna otra disciplina artística, las temporadas en prisión de los escritores, sean justificadas o no, se romantizan hasta el punto de estimarse como puntos de inflexión en sus respectivas trayectorias. Esto, como si los barrotes tuviesen facultades oraculares y de visión extendida, por las que los internos ganarían más perspicacia para apuntalar su tarea creativa.

Incluso es costumbre que los escritores o artistas en libertad, amigos de los implicados, redacten sendas misivas al poder público para atenuar las penas que enfrentará su defendido. Algunos casos célebres: Charles Maurras, Jean Genet, William Burroughs y, en el ámbito nacional, José Revueltas.

Álvaro Mutis (Bogotá, 1923-Ciudad de México, 2013) habría llegado a México en la huida por lo que luego se denominarían “quijotadas de la cultura”. El autor colombiano habría desviado recursos propiedad de la Esso de Colombia y con un destino definido, para dedicarlos a diversas actividades de índole cultural y política. La legislación penal de cualquier país equipara estas acciones al fraude o al robo calificado, o se les denomina abuso de confianza. Esto referido por él mismo a Elena Poniatowska, que en otro episodio de su periodismo sensible —Encierro que arde. Álvaro Mutis desde Lecumberri (2018)—, vuelve a los días negros de la prisión de Lecumberri en los que visitaba a Mutis (circa 1958-1959), y también a otros internos.

Así lo explicó Mutis en 2002: “A México llegué en el año 1956. Allí fui porque tuve un problema cuando trabajaba para la Esso en Colombia y dispuse de algunas sumas que había para ayudar a hospitales y sitios de beneficencia. Y yo dispuse ese dinero para ayudar a una serie de amigos que estaban en peligro: escritores, periodistas y pintores (que pertenecían al partido comunista) durante la dictadura del general Rojas Pinilla. Y lo que yo hacía darles un recibo para cinco camitas en el hospital cual (no sé cuál). Y ese dinero lo recogía ese amigo y tomaba el avión y se largaba. Pues eso es un fraude en cualquier parte del mundo (ABC.es/29/01/2002)”.

Y es que durante los años más calientes del priismo, en los que la figura presidencial era intocable al igual que la del Ejército mexicano, Lecumberri se volvió un hot spot turístico para visitar a intelectuales y activistas liados con las prácticas autoritarias. Poniatowska sabía dónde buscar las mejores notas.

Este libro, que debe leerse en conjunto con el Diario de Lecumberri (1960) de Mutis, permite asomarse a la forma lírica de sus cartas en donde la conquista de la libertad se vuelve un valor fundamental. Al parecer, no se necesitan demasiados años de prisión para hacer meditar a los escritores sobre la condición del hombre en libertad y en el encierro. Mutis hizo grandes amigos en México, entre ellos el propio Paz, unos de los firmantes de la carta publicada en su defensa. Según se lee en el libro, esas amistades habrían logrado no sólo poner en libertad al escritor colombiano, sino incluso rehabilitarlo y hasta darle residencia productiva en el país. El retrato que hace Poniatowska está perfilado por la querencia y el apego, así que lo pinta como un conversador casi genial, un escritor atajado por las circunstancias y otro caso de creatividad desbordada que lucha por abrirse paso en un mundo de injusticias.

La reimpresión del libro, veinte años después, pudo haber servido a Poniatowska para ampliar la crónica, en especial por lo que hace a cómo fue desactivada la acción legal en contra de Mutis. Esto no sucede. Se cuenta una historia parcial en la que un escritor que cometió delitos en perjuicio de una persona moral, es liberado por la presión de algunos intelectuales. Apenas hay más explicaciones que las que requiere un lector que intuye que la norma jurídica es susceptible de manipulación.

Mutis, en una de las cartas, refiere que la experiencia del encierro lo cambió para siempre. Esto es cierto, aunque los usos de la prisión lo hicieron conocer a velocidad relámpago los intríngulis de la identidad mexicana. Los albures, el argot, la “transa” y otras modalidades de la experiencia callejera, lo sintonizaron con el país que le daría cobijo, al igual que a Gabriel García Márquez.

Al igual que sucede con otras entregas semejantes de Poniatowska —ver Octavio Paz o Juan Soriano—, esta reconstrucción de un segmento de vida ha resultado de auxilio para investigadores y biógrafos. No deja de ser lamentable, empero, que el acercamiento nunca sea crítico sino fervoroso y enaltecedor.

La mirada es enternecida y empática. Escasamente se lee en cualquiera de estos libros líneas para poner el dedo en la llaga. Es un paseo de saludos y risotadas, caricias de palabras y ecos de reuniones, en donde lo que interesa es la celebración de la amistad y además que perdure. Es un modo de ejercer el periodismo que se aleja en el tiempo, con lo que se pierde esta forma maternal de acercarse a un personaje privado de su libertad por entregar a la cultura lo que no le correspondía.

Elena Poniatowska, Encierro que arde. Álvaro Mutis desde Lecumberri, Planeta, 2018.

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