JUGUETE RABIOSO

ASAMBLEAS: A CADA JUGUETE SU RABIA

El mismo día que publiqué por primera vez esta columna en Metrópoli Ficción, Adrián López, amigo y colaborador de Registromx, me escribió para contarme de la existencia del libro Política y subjetividad: asambleas barriales y fábricas recuperadas, de la argentina Ana María Fernández y otros autores. En este libro hay un capítulo titulado “Los juguetes rabiosos de los barrios: la lógica situacional de las asambleas” de la propia Fernández. Como expliqué en la primera entrega, esta columna le debe su nombre a la novela de Roberto Arlt, pero ¡ay!, cuando uno suelta su juguete rabioso, éste sigue su camino de furia (sí, vi Mad Max: Fury Road, y me enloqueció) y se encuentra con otros juguetes rabiosos, y como los Grémlins, se multiplican apenas les cae agua encima, y también con esa fugacidad se pueden deshacer. Así, el vértigo inicial, el vacío, pasa de ser un tirador solitario a convertirse en una potencia colectiva. Así, este angry toy (como lo llama Brenda Ríos, colaboradora también de MF) se encontró rizomando y comiendo pinole casi sin darse cuenta.

De eso se trata el artículo de Ana María Fernández, de cómo “la potencia de vacío”, “la brutal vertiginosidad”, “la radicalidad de la inmediatez” producen encuentros de personas o grupos de personas que además de reaccionar quieren accionar en el radio de un barrio. Fernández se centra en las asambleas vecinales, pero bien puede extrapolarse a asambleas de otro tipo, como las muchas que han surgido en México a raíz de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa. No es que no hubiera asambleas antes, es que esta vez brotaron con la inercia del suceso, y además ahora tenemos redes sociales. No es que no hubiera asambleas antes, es que yo no las veía ni me importaban. Universitarias, interuniversitarias, barriales, de gremio, las asambleas aparecieron como un síntoma natural y urgente. Yo que nunca en mi vida estuve en una asamblea ni de muñecos, veía el fenómeno y pensaba que claro, tenemos que organizarnos; que, obvio, estamos reaccionando a la emergencia. Y sí, Ana María Fernández ve en las asambleas un ejercicio de recuperación no solo de espacios discursivos y públicos de los barrios, sino también de los espacios subjetivos tomados por los controles y poderes que rigen los sistemas económicos, de vigilancia, de coerción, etc., del mundo (microfascismos); las asambleas son el paso después de la rabia solitaria, la indignación inicial, si se activan, si resisten y se organizan le hacen frente a la devastación social y económica que vemos por todas partes. Transforman.

A la vez, comencé a ver que muchas comunidades del país se organizan en asamblea desde tiempos inmemoriales y discuten y piensan y deciden colectivamente, como el caso de los mixes en Oaxaca (igual que muchos otros pueblos indígenas). Ya sé, parezco nueva, pero es que de verdad, por muy rabioso que sea este juguete, la palabra asamblea me sonaba a cosa que hacen los sindicatos, cuando mucho. Hay rabias que son lobos solitarios.

Ana María Fernández denomina “juguetes rabiosos” a los dispositivos y “situaciones” que los vecinos instalan en un barrio para combatir la depredación. “Rabiosos no por acciones de violencia, por las que podría desplegarse la ira, sino rabia que aporta potencia de invención y afronta alternativas comunitarias al colapso. Juguetes, no por divertir en los desvíos del ocio sino como sitios de experimentación de nuevos modos de productividad económica, simbólica, organizacional, que, a su vez, establecen inéditos modos de subjetivación”.

El juguete rabioso tuvo un corto circuito. El encuentro con otros, de por sí difícil, de por sí complejo, se complejiza en el terreno de la asamblea: hay tensiones, enfrentamiento, desorganización, falta de consenso, caos, pero, según Ana María Fernández, en ese proceso de ajuste la asamblea ya gana de por sí en “la construcción plural de su autonomía”. “La intemperancia frente al que piensa de otro modo, la dificultad de escuchar no se diluyen de un día para otro”. Las asambleas son un juguete rabioso que debe vérselas con la paradójica relación de lo urgente y lo paulatino, el proceso y la intervención, la acción y la reacción, la discusión y la puesta de cuerpo. En hacerlo, en intentarlo, ya se habrá ganado, si la asamblea resiste y se transforma y transforma, entonces contagia, sale al encuentro de otros juguetes rabiosos para unir fuerzas, intercambiar experiencias. Sale al encuentro de lo que el psicoanalista Leonardo Leibson llama “la asamblea de los parlantes”, ahí donde el delirio tiene un lugar y existe un horizonte de salida saludable para la psicosis.

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