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PAYASITO, PAYASITO

Entre los múltiples oficios que tuve en mi juventud, estuvo el de ser payaso de fiestas infantiles.

Fiesta Tips se llamaba la agencia organizadora de eventos que me contrató cuando yo tenía apenas diecinueve años. Era comandada por un tipo al que todos conocíamos únicamente como “H”, serio, de lentes y moreno, que tenía actitudes de capo de tutti cappi, pero que en realidad parecía contador de la Secretaría de la Reforma Agraria. El personal lo conformábamos desde universitarios que querían ganar un poco de dinero –como era mi caso–, hasta cuarentones que habían fracasado en la vida y que no encontraron más opción que maquillarse todos los fines de semana, tomar un amplificador, una grabadora y un micrófono, e ir a decir chistoretes por dos horas frente a niños mal educados, papás borrachos y mamás de cuerpos de gimnasio.

Recuerdo a J, un biólogo bilioso al que corrieron de la preparatoria en donde impartía clases por embarazar a una de sus alumnas; a B, un multichambas flaco y lleno de cicatrices que sobrevivió a un accidente de motocicleta a 180 kilómetros por hora y al que todos apodábamos Mum-Ra por obvias razones; a G, un aspirante a ingeniero eléctrico que, a punto de graduarse, se cambió a Letras dentro de la misma universidad en la que estudiaba; a A, una guapa edecán de más que generosas curvas que un día me fajó en los vestidores de un centro comercial mientras nos preparábamos para el show, dejándome con una erección que me costó mucho disimular bajo el holgado traje de payaso.

Tres momentos recuerdo de mi incursión al mundo de la payasada:

1) La vez que a mi y a mi partner nos contrataron para llevarle un show a quien en ese momento era el presidente municipal de Naucalpan. Nos citaron en una enorme casa cercana al campo militar y nos salieron a recibir siete guardaespaldas armados hasta los dientes –uno traía incluso una AK-47–; luego de verificar nuestras identificaciones, llamar a Fiesta Tips, y catearnos hasta dentro de los zapatos de payaso –¡en serio!–, nos llevaron a un jardín en donde solamente se encontraba el festejado, sus dos hermanos, tres primos y los papás de todos. Un enorme pastel, desproporcionado para la magra concurrencia, presidía la reunión, y al lado, una torre de regalos esperaba el momento de que el festejado los abriera. Fue una fiesta muy triste, de un niño sin amigos, confinado por los miedos. Mi compañero y yo hicimos nuestro mejor esfuerzo en extraer alguna carcajada a un público malencarado y desdeñoso. Curiosamente, quienes más se rieron de nuestras improvisaciones fueron los guaruras. Al final, el presi nos agradeció con un apretón de manos nuestro número y ordenó a sus centuriones que nos dieran una generosa propina –el doble de lo que costaba el show–. Al salir, fueron ellos quienes hasta de abrazo nos despidieron, agradeciéndonos –así entre nos, carnalito–, un cambio en su rutina diaria.

2) Una llamada falsa para una fiesta en Cuautitlan. Mi compañero y yo llegamos conduciendo un Volkswagen, ya maquillados, a encontrarnos con miradas hostiles y gestos de miedo. Estuvimos por dos horas dando vueltas por las infinitas unidades habitacionales de la zona, perdidos entre los cientos de edificios color ladrillo, transitando entre calles solitarias. Un espíritu generoso nos explicó algo perturbador: “No, joven, lo que pasa es que han secuestrado varios niños y andan diciendo que los secuestradores vienen vestidos de payasos… Mejor váyanse, no sea que los vayan a balacear”, cabe decir que salimos como alma que lleva el diablo de la zona.

3) Una fiesta para adultos –que también las atendíamos–, en donde llevamos un show mucho más picante que el de niños. Era una fiesta de parejas y a medio show, algunas de ellas habían comenzado a besarse y abrazarse en dos, en tres, en cuatro… Miré a mi partner pidiéndole explicación. “Es una fiesta swinger”, me dijo. Al salir, cuando los ánimos ya estaban bastante caldeados, sentí una mano apretándome la nalga. Al volverme, me encontré al anfitrión guiñándome el ojo “Quiubo, payasitos, si quieren, quédense al desmadre”. “Perdone, señor”, contestó mi compañero, “pero se nos chorrea el maquillaje”.

Salí de Fiesta Tips hace veinte años. Lo último que supe fue que cambiaron de giro y actualmente, con otro nombre, se dedican a regentear strippers y edecanes que hacen, obviamente, otro tipo de payasadas.

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Omar Delgado (Ciudad de México, 1975). Facedor de ficciones, tejedor de pesadillas y explorador de tugurios. En 2005 publica su primera novela, "Ellos nos cuidan", bajo el sello de Editorial Colibrí. En Febrero de 2011, gana el premio Iberoamericano de Novela Siglo XXI Editores- UNAM- Colegio de Sinaloa por la novela "El Caballero del Desierto". Su trabajo se encuentra en varias antologías tales como "El Abismo. Asomos al terror hecho en México" (Editorial SM, 2011), "Bella y Brutal Urbe" (Resistencia, 2012) y "Festín de muertos" (Océano, 2014). "De mujeres ¿Mujeres y traiciones?", su primer libro de relatos, fue publicado en Febrero de 2015 por Casa Editorial Abismos.

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