IN THE SHIRE

IMPULSOR

Para Matías que es una estrella.

Mi niñez transcurrió en una ciudad a la que no dejan de crecerle edificios, avenidas y personas. Me gusta presumir que aprendí a caminar sobre la avenida Reforma de la mano de mi joven abuela, ella me cuidaba y me llevaba (casi) a todas partes. Una de las visitas obligadas era el banco donde se pagaba mes con mes la hipoteca de la casa de mis abuelos. Estaba sobre Reforma. Mi abuela también me introdujo a la vida citadina, yo la acompañaba al mercado, a cobrar la renta de la casa en Lago Ontario (o sea, en Tacuba) e íbamos cada 28 de octubre a escuchar misa en San Hipólito. Aunque no faltaba el dinero, tampoco sobraba, así que buena parte de los trayectos los hacíamos en camión y metro. Creo que esas primeras incursiones urbanas en compañía de mi abuela me insuflaron el gran amor que le tengo a las ciudades, a caminar por sus calles y al transporte público (por controversial que sea), así como entrenaron mi sentido de la orientación.

Durante mi infancia no sólo tuve la suerte de participar en incursiones por la ciudad, sino que con mis padres salí varias veces de viaje a visitar a nuestra cuantiosa parentela desperdigada por el territorio que llamamos provincia. De alguna manera esas travesías me ayudaron a comprender que el mundo era más grande que mi casa y mi colonia, que otras personas habitaban el mundo, además de mi familia, quizá me dieron el impulso para aceptar vivir fuera de mi país.

Sin embargo, en esos viajes nunca me percaté de cómo mi hermano y yo éramos vistos y tratados por los adultos de esos lugares que no eran nuestra casa. Algunos eran parientes, unos jugaban con nosotros y otros no, otros nos daban regalos, algunos dulces y galletas y otros nos dejaban jugar, pero no nos causaba gran preocupación. Solamente a los adultos se nos ocurre fijarnos en el modo en que otros adultos reaccionan ante la presencia de los infantes, porque estas criaturas están tan absortos en ser niños que nosotros les importamos en la medida en que necesitan o (sobretodo) quieren algo. Yo soy una mujer adulta que siempre observa el comportamiento de los niños y de los adultos (se trate o no de sus padres o parientes) hacia los primeros, lo hago porque constantemente evoco mi infancia y con más acuidad si hay chamacos cerca de mí.

Las últimas dos semanas un niño de casi dos años y su mamá nos visitaron en Oxford. Su estancia me consintió el honor no sólo de ser testigo del comportamiento y la espontaneidad del chamaco, sino que me permitió observar en primera fila la reacción y conducta de varios adultos. Cabe acotar que mi principal referencia sobre los niños en estas tierras había sido lo que me contó una amiga. Ella ha vivido en Oxford por casi cuatro años, pero no es inglesa. El año pasado tuvo una linda bebé y un día mientras ella, su esposo y la bebé hacían fila en la caja del supermercado una persona, inglesa ella, les hizo la plática mientras pasaba el tiempo y se aproximaban a pagar. ¡Fue la primera vez en tres años que alguien les dirigió la palabra en una fila y todo porque traían un bebé con ellos!

Yo misma pude comprobar que la presencia de un niño sirve como un impulsor de la conversación casual y la sonrisa (espero) espontánea y sincera en estas tierras de fanáticos del cricket. Pude probarlo en el lugar donde vivo. Mi esposo y yo rentamos un departamento en el segundo piso de un pequeño edificio y las escaleras son la única vía para llegar a él, no hay elevador y eso dificultó cada regreso porque había que, al menos, subir la pañalera, desarmar la carriola y subirla y, por supuesto, subir al chamaco sin desarmarlo. En dos ocasiones distintas, con varios días de separación, dos vecinas nos encontraron en la entrada realizando la operación carriola. En ambos momentos, las dos saludaron, sonrieron, una le dijo algo sobre su mamá al niño y la otra se ofreció a ayudarnos. ¡Cosa jamás vista! ¡En todo un año que he vivido acá me han saludado pero no se han ofrecido a ayudarme cuando me ven con mil bolsotas del mandado, ni me han hecho la plática!

Cuando salimos a la calle varias veces me ofrecí a empujar la carriola, de este modo pude observar que, por un lado, las calles del centro de Oxford están inclinadas y que sin freno el cochecito se mueve peligrosamente hacia el flujo de vehículos. Por otro lado, la gente me dejaba pasar al ver la carriola, veían al nene y me sonreían o viceversa. En dos tiendas departamentales pude atestiguar como las vendedoras lo miraban sin reserva, le sonreían embelesadas y le dirigían palabras de aprecio. Otro día, en el autobús, una señora le dijo algo acerca del chamaco a la mamá y, en otro autobús, un hombre que estaba sentado en el asiento opuesto comenzó a hablarle en tono bastante amigable al niño. Casi en todos los lugares que visitamos el niño llamó la atención, con excepción de aquellos donde había otros chamacos.

El punto más alto de esta experiencia fue un día que fuimos a Londres y al chamaco lo vistieron con abrigo, bufanda y boina inglesa (flat cap por acá). Causó sensación. Por ejemplo, mientras caminaba de mi mano por Baker Street dos mujeres sentadas en una cafetería nos sonrieron y luego dijeron (leí sus labios): “So, cute”. Es innegable que el niño se veía encantador, pero también cierto es que resultó una linda novedad porque acá los niños pequeños no usan boinas inglesas, yo no he visto ninguno.

No sé a qué obedezcan las reacciones hacia el niño. No sé si dentro de la contención de la personalidad (¿la cultura?) inglesa (suponiendo que todas esas personas son inglesas, porque nuca se sabe) se vale ser cariñoso y amigable con los infantes. Estoy segura de que no se debe a la escasez de infantes en tierras inglesas, porque aquí niños hay, situación que no sucede en otros países europeos. Quizá se deba a lo que Gaby Hinsliff apunta en Remaining childless can be wise and meamingful, retomando el comentario del Papa Francisco acerca de no tener hijos, esto es, los infantes dan esperanza, juventud y riqueza a la sociedad:
http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/feb/13/remaining-childless-wise-pope-should-know?CMP=fb_gu

Además, me parece enigmático que la presencia del chamaco aprobara las sonrisas y la conversación hacia el adulto que lo acompañara ¿Por qué les resulta más fácil socializar si un niño preside el encuentro? Por otra parte, no creo que el niño recordará a las personas con las que se encontró en Inglaterra o este viaje. No obstante, sinceramente espero que de alguna manera esta experiencia abone para que en él crezca la certeza de que el mundo es más grande que su casa, que muchas personas habitan el mundo.

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