ODISEA BURBUJAS Y PLAZA SÉSAMO: HISTORIA, MÚSICA Y EL MUNDO

En algún lado Sigmund Freud escribió que “infancia es destino” y creo que en mi caso su afirmación es cierta, aunque yo propondría la variación: “televisión infantil es destino”. Aunque desconozco la extensión y profundidad, sé que todo lo que vi en la televisión cuando era niña influyó en mi perspectiva del mundo y en el mundo que vivo, contribuyó a mis gustos y decisiones posteriores. De todo el maremágnum televisivo que atravesó mi infancia dos programas ocupan un lugar especial.

Vamos a despegar
hacia nuevos mundos
que esperando están.

En toda mi vida, la única razón por la que me he levantado temprano por mi propia voluntad y de buena gana (esto es importantísimo) fue para ver Odisea Burbujas el fin de semana. Yo era un niña muy pequeña, no tenía ni cuatro años y ya era fan de un programa de televisión. Tenía el acetato y cantaba las canciones del programa, jugaba con los muñecos de los personajes, en una pared de mi recámara había dos posters (uno de Patas Verdes y otro de Mimoso Ratón) e insisto ¡me levantaba temprano a verlo!

A Odisea Burbujas le debo mucho de la persona que soy, con algunas variantes que dependen de las circunstancias, soy una consumidora de historias, lectora y amante de los animales (en algún momento pensé en ser Bióloga, y creo que de haber seguido esa ruta ahora sería ecoterrorista). Así pues, Patas Verdes (elegante sapo con corbata de moño, chaquetín de bolsón y sombrero de copa), Pistachón Zig Zag (abejorro y corresponsal del Chisme cachetón), Mafafa Mosguito (coqueta lagartija y fotógrafa profesional) y Mimoso Ratón (apapachable roedor amarillo) conformaban el equipo comandado por el Profesor Memelowsky, científico pelirrojo y de ascendencia eslava.

La canción que presentaba el programa predicaba “Dale vuelo libre a tu imaginación” y lo cumplía. Para el peculiar ensamble no había límites, por eso sus aventuras me levantaban de la cama. Ellos eran increíbles. Exploraban el interior de los libros en el Exprimidor de libros, otras épocas en el Tobogán del tiempo, u otros planetas a bordo del entrañable y prodigioso Popotito 22. Creo que las incursiones de los personajes de Odisea Burbujas me preparó para ser lectora y para seguir viendo la televisión. Sí, en un programa televisivo (producto de Televisa, por cierto) la lectura, el conocimiento y la televisión eran presentados como una aventura y un viaje.

Cuando se evoca Odisea Burbujas, mención especial merece el Ecoloco, villano del programa y antítetsis del Profesor Memelowsky. Su propósito era evitar que el científico pelirrojo junto con su equipo desarrollaran, lo que ahora llamaríamos, una tecnología verde o ecológica, puesto que el Ecoloco amaba la mugre, la basura y el smog, así como crear desastre: tumbaba arbolitos con todo y pajaritos. En consonancia, tenía la cara sucia, el pelo enmarañado y se transportaba en el Mugremóvil. Además vestía una bata negra y un sombrero morado, lo que le daba el aspecto de un brujo y acentuaba la asociación entre la suciedad y la actitud antiecológica del personaje. Su apariencia contrastaba con la del equipo de Memelowsky, todos limpios y usando prendas de colores brillantes. Por otra parte, la colaboración al interior del grupo sugería que el ser humano podía cuidar al planeta si lideraba a otras especies.

Yo quiero un monstruo que sea mi amigo.

Otro programa que me acompañó desde mis primeros pasos fue Plaza Sésamo, versión mexicana de la gringa Sesame Street, y creada para preparar a los infantes en su ingreso a la escuela. Una parte del programa se dedicaba a las historias de los habitantes de la vecindad que le daba su nombre al programa, entre esos personajes estaban Montoya, un enorme pájaro verde, y Bodoque, un ser café, que vivía entre huacales y era muy gruñón.

Sin embargo, los otros segmentos fueron las que mantuvieron mi atención y justo son los que recuerdo. Un segmento consistía en videos donde aparecían las marionetas del programa gringo doblados al español. En ellos explicaban algún concepto, como la distancia, mediante una historia o una canción que lo ejemplificara, sus protagonistas eran Archibaldo (un ser azul y torpe), Beto y Enrique (sobre cuya relación amorosa se sigue especulando), el Conde de Contar (un vampiro adicto a las cuentas), el Monstruo Come Galletas (no necesito decir su atributo principal) y la Rana René, que solía hacer reportajes disparatados, y con cuya presencia se realizaba un crossover con otro de mis programas favoritos, El show de los muppets.

Ahora bien, esas intervenciones no eran exclusivamente pedagógicas, las había también poéticas como la inolvidable rola “Yo quiero un monstruo (que sea mi amigo)” y base de mi educación sentimental. Interpretada por una niña pequeña (una marioneta, en realidad), la canción con reminiscencias de cabaret transita del lamento hacia la petición de un monstruo para compañero de juegos “peludo y también lanudo”, porque ella tiene claro lo que quiere y a quién quiere, aunque sea diferente de lo que otras niñas prefieren.

Otro segmento del programa se conformaba por breves caricaturas y animaciones. Entre las primeras recuerdo una sobre la necesidad de respetar a los árboles y otra más acerca de la importancia de ser activos, en ella las rodillas hablaban; pero son las animaciones las que me siguen intrigando, en su momento (y todavía) me parecían abstractas. Introducían y mostraban distintos conceptos a la audiencia, como la presencia de figuras geométricas en la vida diaria, por ejemplo los triángulos o la noción del tamaño. Estas animaciones contrastaban con el resto del programa por la poca presencia o la ausencia de lenguaje pero no de la música. Resultaban hipnóticas, verlas inducían un estado extático.

A nadie se le escapa el fin didáctico como un común denominador entre Odisea Burbujas y Plaza Sésamo pero éste es un razonamiento de adulto que a veces no entiende porque a los infantes les gusta ver tele, o en estos tiempos ciertos videos en youtube como Pepa Pig. Es obvio que su éxito no provino únicamente de su afán pedagógico. Para mí lo importante eran las historias, el uso de la imaginación y la música (no está demás mencionar que existen varios estudios sobre los aspectos positivos de Plaza Sésamo). La música determinó mi predilección por los programas y su permanencia en mi memoria.

La música de Odisea Burbujas fue compuesta por el talentoso Juan García Esquivel y Silvia Roche (creadora del programa) se encargaba de la letra de las canciones; mientras que la música de Plaza Sésamo era el resultado del trabajo de varios compositores como Joe Raposo, Jeff Moss, Christopher Cerf y Danny Epstein, aparte de los encargados de la traducción al español. Me asombra que entre los compositores e intérpretes de las animaciones abstractas estuviera Philip Glass. Y vivo con el desasosiego de haber escuchado en un programa de radio el nombre del compositor de la música de varios de esos segmentos (músico vanguardista, por cierto) y de haberlo olvidado. Si alguien lo conoce, por favor, dígamelo.

Odisea Burbujas y Plaza Sésamo apelaban a mi imaginación y mis ganas de jugar, dos elementos primordiales para el crecimiento intelectual y emocional de un infante. Ambos programas cumplían la descripción de arte que Brian Eno dio en una conferencia para la BBC hace un par de semanas: al jugar aprendemos a imaginar, así construimos otros mundos por medio del arte y estos nos ayudan a habitar éste, para que un científico sea ayudado por otras especies, o mejor aún, éste las ayude a cuidar el planeta o para que una niña pueda jugar con lo que ella quiera y sienta que el mundo está hecho también para ella.

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