Héctor de Jesús es veterano de guerra. Nació en Puerto Rico y desde hace más de siete años es superintendente del Mexico City National Cemetery and Memorial, uno de los veinticuatro cementerios militares que administra la Comisión de los Monumentos de las Batallas Americanas (ABMC). Estos datos no me los dice a mi directamente sino a un grupo de méxico-americanos que no ocultan su sorpresa al enterarse de que entre 1846 y 1847 se suscitó una guerra entre Estados Unidos y México, misma que le costó a la nación la pérdida de más de la mitad de su territorio. Dentro de un pequeño salón adornado con retratos de Ulises Grant y Sam Houston, cuadros que reproducen los uniformes militares de la campaña y algunos carteles que dan cuenta de la Mexican-American War, Héctor de Jesús comenta, en un español un tanto cortado, que en 1851 se estableció el cementerio para enterrar los restos de 750 soldados norteamericanos que murieron durante la toma de la Ciudad de México.
El cementerio funcionó hasta 1924; hasta entonces, fueron enterradas ahí 813 personas. En el salón en el que Héctor de Jesús deja boquiabiertos a sus escuchas, hay varios álbumes fotográficos. Si algo caracteriza al espíritu estadounidense es su deseo por estandarizarlo todo, desde los McDonalds hasta la muerte: en 1976 este cemetery memorial tenía la misma disposición de cruces que el de Arlignton o las playas de Normandía: todas perfectamente alineadas, un desfile mortuorio blanco, limpio, perfecto.
El gobierno de la ciudad compró la mitad del cementerio para construir el Circuito Interior y corrió con los gastos de dos extensos osarios donde ahora reposan miembros de la comunidad norteamericana. En total se pagaron $2,866,786 pesos, una cantidad superior a los kilómetros perdidos por México durante la guerra, pero insuficientes como para negociar una devolución.
“Eligieron este terreno porque quedaba a un lado del cementerio inglés”, dice el veterano de quién sabe cuál de todas las guerras yanquis. Dejo de ver las fotografías y lanzo una pregunta inquisitiva, similar a las que han formulado los mexico-americanos: “¿Cementerio inglés?”
Al pie de la cruz lloran su madre, María, María Magdalena, la santa prostituta, y Juan, el apóstol consentido. Y no fue un templo católico sino anglicano. Se le conoce como Capilla inglesa y fue construida hacia 1824 en un terreno que el presidente Guadalupe Victoria donó a la corona inglesa en reconocimiento al apoyo económico que sumistró durante varios años a una nación que aun hoy depende del dinero extranjero para irla sobrellevando.
Por fuera, la capilla es bastante sobria. Destacan las cuatro estatuas que custodian cada una de sus esquinas. El tezontle de sus muros revela la influencia prehispánica que permeó en todas las construcciones eclesiásticas.
En libros exhaustivos como Guía de arquitectura de la Ciudad de México, Arquitectura religiosa de la Ciudad de México (Siglos XVI al XX) y Los retablos de la Ciudad de México (siglos XVI al XX) no aparece registro de esta capilla, lo que resulta lamentable porque su apertura, junto con la del cementerio, no fue un hecho cualquiera: se trató de la primera institución cívica inglesa fundada en México, resultado de una necesidad apremiante: la de poder enterrar protestantes en territorio nacional, dada la prohibición expresa de parte de la iglesia católica.
¿Qué ocurrió con las lápidas del cementerio inglés? En la colección de fotografías, que pueden verse libremente en el memorial estadounidense, existen unas cuantas. Se nota el cuidado de un jardinero inglés. Los árboles oscurecen la vista. Dan ganas de sentarse a contemplar las tumbas adornadas de musgo y moho.
Por la melancolía que se respira es un espacio eminentemente inglés.
En este punto de la ciudad, el Circuito Interior se denomina, también, Calzada Melchor Ocampo. Esta calle, antes llamada Calzada de la Verónica, recibió el nombre de uno de los liberales más famosos de la Reforma porque estuvo enterrado, precisamente, en el cementerio inglés del que fue exhumado en 1961 para ser llevado a la Rotonda de las Personas Ilustres.
El cementerio inglés es uno de esos lugares en los que es posible percibir ciertas vibras, o si se prefiere, energías, como en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Ante la desaparición forzada de nuestra propia historia, es interesante descubrir que el lugar donde sucedió el “Halconazo”, el 10 de junio de 1971, sea el mismo en el que soldados norteamericanos y mexicanos se enfrentaron durante la Guerra de 1846-1847, en la garita de San Cosme, cerca de las rejas del cementerio inglés.