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PATAS DE GALLO

Envejecer con dignidad se reduce a mero eslogan comercial, humor negro de nuestro tiempo. Permanecemos prosternados ante la juventud perenne seducidos por ser jóvenes; parecer joven, imitar la ridícula juventud: Katy Perry, Madonna, Marthita Debayle, Adal Ramones; santificamos la creciente galería de monstruos: Lyn May, Irma Serrano, Meg Ryan, Barry Manilow, Mickey Rourke… Los padres de una niña de 7 años en Dakota decidieron “arreglar” sus orejas con cirugía plástica para evitar el bullying; no es cosmética, es apoyar a su hija.

Y es que después de los 25 nada es igual y todo se sale de su lugar… con tendencia a expandirse. La caída de las carnes, su aflojamiento irreversible y la extrañeza de sus movimientos, sucede sin previo aviso. ¿Acaso alguien nos habla de los síntomas? ¿Hay síntomas tan tempranos a los 26 años, quizá desde los 7? Las mujeres vivimos acosadas por el fantasma Patas de Gallo, el síndrome Axila de Elefante, la todopoderosa diosa Celulitis. En los varones a la persecución de las canas, le sucede la deforestación de las frentes y el irónico empelusamiento de las orejas. El afofamiento no discrimina…

El mercado en continua expansión sin duda es el cosmético: mascarillas, dentadura, cirugía, implantes (donde quieras, tamaña Pamela Anderson), spas, masajes, vendas de yeso, vendas frías, baños de lodo, inyecciones, cápsulas de alcachofa, blanqueamiento dental, blanqueamiento de piel, maquillaje que iguale los tonos de la piel morena (nomás ver a Beyoncé o a Rihanna); todo se relaciona con bajar de peso para conseguir la silueta perfecta, silueta de jovencita de 19 años; o alimentos que incrementan la masa muscular cuyo endurecimiento sea una erección constante. Sin duda la eterna juventud está próxima, del esoterismo a la ciencia ficción y a la ciencia finalmente.

Esta ciudad glorifica los cuerpos firmes, fuertes, las pieles suaves, tonificadas, y es impía con los envejecidos; su crueldad se reconcentra en los puentes peatonales, imposibles para los ancianos, dificultosos para los “adultos contemporáneos”; los ancianos prefieren arriesgarse a ser atropellados en una luz roja —la velocidad es juventud. Las luces rojas nunca duran lo suficiente, las rampas no tienen la inclinación justa, subir a un pesero pone a prueba las rodillas y brazos de los viejos. Una de las mayores ironías es que cuando los ojos caminan hacia la ceguera, por arte tipográfico la escritura de cualquier etiqueta, de un contrato bancario se convierte en patas de mosca, manchitas alineadas irreconocibles. Mi madre se rindió al esfuerzo de leer.

Mi padre trabaja con lupas, es calígrafo, el pulso ya no es lo que fue pero sigue trazando hermosas letras. Sus encías desdentadas no le avergüenzan, ni su calvicie, ni tropezarse, se ríe y hace bromas, lo único que puede con él es el inmovilismo, la vejez para él es dejar de trabajar, de pagar por su comida. Hace años mi madre y yo fuimos al Mercado de la Merced, caminamos hacia Pino Suárez y por una ventana de una casa una mano flaca, blanca, salía de un camisón, una viejecita greñuda le gritaba “Ven, ven a platicar conmigo…, ¡ven, mira ven!, ¡te pago!”. ¿Cómo no aferrarse a la juventud? A mí me gustaba la suavidad de la piel arrugada de mi abuela materna, sobre todo de sus manos; me gustaba pensar en que algún día podría usar sandalias de pata de gallo como lo hacía mi abuela paterna, doña Tomasa, a ella no le salían ampollas, sus manos gruesas y poderosas que rasgaban las matas plátano, que rompían varitas para hacer fuego. Mi abuelo José se introducía una moneda de 10 centavos (acuñada con una mazorca de maíz) entre sus velludas orejas, y mis primos jugaban a sacarlas sigilosamente mientras dormitaba frente al televisor: nunca pudieron, el juego era de él, el juego era coger la muñeca del atrevido y pegarle tamaño susto. Las excentricidades de los viejos suelen ser libertarias, quizá así comienzan a dejar de temer a la muerte. En tanto nosotros somos devorados por el ansia de lozanía, poco distantes de la locura que viene de las ninfas, de la que nos habla Calasso.

Seguramente un día no habrá más viejos, ni bocas chimuelas, ni arrugas, ni pellejos caídos, ni voces cascadas. Los cuerpos serán jóvenes siempre, perfectos… iguales.

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En un de repente está en la década de los cuarenta (nació el día de reyes de 1974), es madre soltera de un hijo que actualmente tiene 4 años y con quien disfruta plenamente aprender a ser su mamá. Imparte cursos en la carrera de letras de la UNAM (esto a veces la hace profesora universitaria, a veces no). Es feminista lo cual le ha aclarado asuntos del mundo en que vive y de cómo quiere vivirlo y compartirlo, también ha ahuyentado amistades y acrecentado otras. Cafeinómana, lectora, adicta a la imagen narrativa y escritora fragmentaria. Se considera mejor conversadora que bebedora, y mejor bebedora que lectora de modas. A pesar de lo dicho, suele recordársele por su cabellera afro.

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