DINERO EN CRUDO
Una diferencia entre los jóvenes del Instituto Cumbres y Christian Grey de las sombritas, es el que el segundo amasó su riqueza gracias a una mecenas y a su inteligencia, representa el cliché del héroe que se hace a sí mismo (self made man), un Don Draper con las mismas contradicciones de origen (pobres, salidos de los bajos fondos sociales). La triada “joven, empresario, exitoso” seduce a cualquier romántica de nuestros tiempos, se trata de no saber de dónde proviene el dinero, de suponer que proviene del trabajo, y claro, de un trabajo honesto… Al final del día, estas mujeres se creen subyugadas por el amor, cuando lo están por el dinero.
El poder que brinda el dinero en México es absoluto. Nos ofusca con sus resplandores de esfera de espejos. En nuestro país el dinero compra seguridad, consigue poner a muchos en los lugares correctos, lugares como el Instituto Cumbres, porque ¿de qué sirve el dinero si no logras perpetuarlo por medio de los lazos de sangre? El dinero amuralla, deja fuera a los indeseables, a la prole, a los asalariados que se contentan con mirar la esfera de lejos y desde abajo. No sólo se trata de cosificar a las mujeres, sino de decirnos al resto que ellos siempre han podido hacer eso y más, el tiempo y el espacio en esas alturas no acontecen como a nivel de piso. Estos jóvenes no estudian en el Instituto Cumbres, viven y ensayan en su comunidad los valores que han mantenido a su clase en la cima que los aguarda.
Para variar de enfoque, el machismo rampante del video de graduación -que algún escándalo ha causado entre las ingenuas conciencias (aquellas que consideran que Televisa practica los valores que publicita en sus campañas imbéciles)- no es lo de más. La cosificación de las mujeres tampoco asusta ahí, ahí es previsible. Lo que asusta ni siquiera es la vida superflua que llevan estos jovencitos (¿a qué pueden dedicarse que no sea a lo propio de la clase ociosa?), asusta el desprecio que viene con la impunidad de sus acciones. Y a esa impunidad aspiran quienes se empeñan por adquirir los lujos del dinero, ya sea lavándolo, hurtándolo del erario, dedicándose al crimen, o sacándolo de la bolsa de quienes ya lo tienen, como hacen los Legionarios.
Ellos no están por encima de nosotros, sino más allá de todas nuestras ambiciones, en la utopía social del capital narcisista. Hubo un tiempo en que los prole éramos necesarios para esa clase (incluso las divinidades rondaban sus imaginarios), ahora dioses y sociedades somos prescindibles, ni siquiera necesitan mirarse en el reflejo en nuestros ojos, basta el de los suyos.