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TERCIOPELO

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MALA MADRE

Los gritos desesperados de un niño en el supermercado, en el probador de un centro comercial, en plena calle, con la indiferencia de sus padres por respuesta; o bien los gritos, humillaciones, insultos y a veces golpes de los progenitores hacia sus hijos para lograr que se callen son escenarios cotidianos de la crianza en nuestro país. Yo crecí con el segundo método. Ante los padres permisivos hay nostalgia generalizada por la “disciplina” pues, total “no salimos tan malos”. No sé si no salimos tan malos, lo cierto es que salimos dañados. El famoso dicho “una nalgada a tiempo…” cifra una sabiduría horrenda: la violencia persuade instantáneamente; de lo que pocos hablan es que eso suele iniciar una escalada disciplinar, si una nalgada no funciona, quizá dos.

Las malas madres son ahora las que permiten que sus hijos agujeren los paquetes de papel de baño, las que golpean a sus hijos mientras los bañan, las que prefieren el celular a conversar con ellos (la versión setentera era la de mamás que nos dejaban frente al televisor), las que prefieren trabajar, las que sólo son amas de casa. Hay muchas versiones nuevas de malas madres que es prácticamente imposible gozar de la santidad (¿impunidad?) que disfrutaron nuestros padres.

Y es que desde hace décadas se habla de la doble o triple jornada laboral de las madres, de la demanda de más horas de trabajo en cualquier empresa, de lo que no se habla mucho es de los efectos del abandono en esos hijos, los más frágiles en la pirámide familiar.

Hace más de un año, en el McDonald’s del Parque de los Venados un amigo y yo nos cansamos de buscar a los padres de una niña que insistía en jugar con mi hijo, quien la empujó, celoso de su presencia y nadie habló por ella. Nos quedamos ahí azorados: los niños mayores la empujaban y ella insistía en pertenecer. A lo lejos vimos a su madre enfrascada en rica charla y enviando mensajes… Los pequeños son tratados como estorbos, como molestias, tanto por la estructura estatal como por la económica, no es pues de sorprender que muchas mujeres prefieran no procrear. La entrega en la maternidad no está a la alza. Las mujeres nos tenemos a nosotras mismas, una vez que lo decidimos; los hijos sólo tienen a sus padres, a aquellos que decidan serlo.

Con todo, sí hay intuiciones claras de cómo ser una buena madre o un buen padre sin distingo: se trata de ser constante, de ser paciente, de escuchar, de fingir que se escucha cuando ya no se puede escuchar más, tiene que ver con el amor. Algo así diría Ted Kramer, interpretado por Dustin Hoffman, en aquella película de 1979. Ser mala madre no se acaba en las mujeres, nos rebasa; de hecho literalmente trasciende. Así que a la pregunta insidiosa sobre cuándo quieres/no quieres tener hijos, mejor valga un fuerte y claro CUANDO ME DÉ LA GANA, porque un hijo es irrevocable.

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En un de repente está en la década de los cuarenta (nació el día de reyes de 1974), es madre soltera de un hijo que actualmente tiene 4 años y con quien disfruta plenamente aprender a ser su mamá. Imparte cursos en la carrera de letras de la UNAM (esto a veces la hace profesora universitaria, a veces no). Es feminista lo cual le ha aclarado asuntos del mundo en que vive y de cómo quiere vivirlo y compartirlo, también ha ahuyentado amistades y acrecentado otras. Cafeinómana, lectora, adicta a la imagen narrativa y escritora fragmentaria. Se considera mejor conversadora que bebedora, y mejor bebedora que lectora de modas. A pesar de lo dicho, suele recordársele por su cabellera afro.

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