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EL HIELO Y LA NADA

Cuando enero se acerca a su fin y el año ya no es tan nuevo, por lo regular me asaltaba la sensación de que por fin, ahora sí, ya podíamos arrancar con los proyectos, empezar a cumplir los propósitos, sentarnos a planear el futuro y cosas así que nos entusiasman tanto cuando comenzamos un nuevo ciclo. Sin embargo en Canadá el invierno simplemente continúa y no deja que mi sensación de comienzo se materialice.

Frente a mí se extiende el hielo; el único ruido que puedo percibir es de los coches que lo hacen crujir. Los animales salen rápidamente a conseguir comida y regresan a sus nidos sin chistar.

Los proyectos siguen en esa calidad de proyectos. Pongamos por ejemplo la dieta. Después de los excesos decembrinos, que se extienden por abundancia de comida a todo el mes de enero (todos los quesos, vinos, panes especiales que no se consumieron la última noche del año y duraron al menos otras dos semanas). Más adelante, por necesidad de comfort food ante la dura realidad del inicio de actividades, el régimen alimenticio saludable sigue en punto muerto. Muy muerto. ¿A alguien le extraña que el Día del Chocolate caiga precisamente a mitad de febrero? Mi teoría es que se inventó el día del amor como pretexto para regalar, regalarse y atascarse de chocolate con el fin de elevar las calorías.

En México febrero significa el inicio de la floración de las jacarandas. Uno sale a la calle y, aunque hace frío aún, se siente ya la presencia de una primavera incipiente de colores intensos, que vienen del cielo al suelo para hacer repelar a las abuelas y a todas las personas que salen a barrer la banqueta todavía. La promesa de renovación de la vida se va cumpliendo flor a flor y nos cuesta cada vez menos trabajo empujar un poquito más el acelerador para alcanzar el ritmo de las cosas. En Canadá, el principio de febrero trae las tormentas de nieve y las bajas temperatura más duras del año, el hielo es el rey de las calles y salir a tomar el autobús parece una misión suicida, que se emprende después de dejar el testamento y última voluntad visibles en la mesa del comedor.

Veamos de cerca el caso de PuebLondon. Este, como ya ha quedado claro, es un pueblo pequeño con pretensión de ciudad. Como en el caso de muchos lugares de Norteamérica con características similares, el pago de impuestos es altísimo pues se realiza en proporción a los servicios que se prestan y se apegan al presupuesto, siempre limitado, con el que cuenta el ayuntamiento. Se pagan impuestos muy altos porque mantener tibias a 300,000 personas cuando la temperatura baja a -20 grados cuesta un montón. Los autobuses van climatizados, así que el frío pega mientras corres (o lo intentas) para cacharlo a tiempo, no sea que te toque esperar 15 minutos a la intemperie hasta que pase el siguiente. Los edificios públicos están climatizados, así que la biblioteca local se llena durante el día de personas sin hogar que van ahí a hacer de todo menos leer (ya les contaré). Cuando cae la nieve, esa tan bonita, las palas mecánicas salen a limpiar las calles principales (ojo, principales) para que los autos no se atasquen en la tan bonita cosa blanca. Las banquetas, bueno. Los edificios públicos, oficinas privadas, hospitales, escuelas y otros lugares de alta concentración de personas, proveen de sal anti-congelamiento para que las banquetas frente a ellos se descongelen. No lo hacen porque sean buenos vecinos, sino porque si alguien que va a visitar ese lugar se cae delante de él por falta de anticongelante, pueden ser demandados por negligencia. Las mismas víctimas que demandan a la institución por dejar congelar su banqueta, no se preocuparan de tirar un poco de la misma a la entrada de su vivienda privada. Así que si pasas por ahí un día y das el resbalón, encomiéndate a la deidad de tu preferencia y región de origen.

El invierno es duro y dura seis meses. Empieza a declararse con los vientos gélidos del norte en octubre, continúa su influencia con las nevadas en diciembre y enero, y se ríe a carcajadas de la gente en febrero, cuando toda esa nieve se ha convertido en hielo duro y cínico. Sucede que la nieve, esa tan bonita, tiende a derretirse con los rayos del sol o con un ascenso mínimo de la temperatura, pero a ras de suelo el viento, cuya temperatura se mantiene por debajo del punto de congelación, no tarda nada en convertir a la bonita nieve en hielo. Mantenerse en pie, entonces, se convierte en un reto al equilibrio, a los zapatos y a la estabilidad sicológica. Porque además el inverno hace trampa y deja salir el sol brillante; los cielos azules de principios de febrero son de los más azules del año. Entre más brilla el sol y más nítido es el aire, tu cuerpo entero te empuja a salir a recibir sus rayos, pero tu cerebro, que acaba de escuchar que la sensación térmica es de menos 29, nada más quiere echarse a llorar.

No, yo no voy a empezar la dieta hasta después del 21 de marzo. Y no empezaré a ir al gimnasio sino por ahí del 21 de abril. Para entonces tendremos algunas nevadas (no hay nada más cool-ero que una nevada a finales de abril) y días fríos, pero en cuanto la temperatura se eleva a los 10 grados centígrados, los canadienses salen a asolearse en shorts y sandalias, tremendamente agradecidos por la llegada de la primavera. Una primavera sospechosamente parecida al invierno. Pero para entonces, todos podemos empezar a soñar con el verano.

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Andrea Ávila nació en la ciudad de México, donde vivió, estudió, trabajó como periodista en medios escritos (como Contenido y El Universal) hasta que, en un arrebato académico, decidió estudiar un doctorado en Canadá. Desde entonces reside en aquél país, y todos los días piensa en volver, volver, volver.

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