JINGLE BELLS SIN NAVIDAD
Ya tenemos encima la temporada de fin de año. En PuebLondon todavía no se siente el ambiente porque, a diferencia de otros años, la nieve se ha portado amable con nosotros. Después de un fin de semana en el que cayó de forma constante por tres días, la temperatura subió y adiós blancura. Se debe estar reservando para el 24 de diciembre por la noche para que, al día siguiente, niños y adultos puedan disfrutar de una blanca… fiesta invernal. Todos reunidos alrededor del arbusto festivo, intercambiando regalos de temporada y con una rica cena de invierno en la mesa. Si alguien me dice qué es lo que falta, le deseo felices fiestas desde lo más hondo de mi corazón.
En la época de la tolerancia, desde el país del multiculturalismo, lo único que no se puede decir en voz alta es Navidad. Pero como vivimos en una democracia, también están prohibidas las palabras Hanukka y Kwanzaa, así nadie se espanta, nadie se ofende. No seamos hiperreligiosos porque la gente con religión es muy fea, muy intolerante, se anda matando por las calles y pone bombas en las escuelas. Sin embargo, como no hay que ser amargados ni desperdiciar un muy tradicional pretexto para comprar, vender e intercambiar, sigamos regalando cosas.
En Canadá todo el mundo celebra la Navidad. Son muy pocas las familias con una tradición religiosa diferente a la occidental, que se niegan al consumismo, se ofrecen para trabajar en los turnos que a los demás les interrumpen la celebración o que se rehúsan a felicitar a los demás por estas fechas. Sin embargo, los que sí festejan, la han despojado de todo significado religioso. Alguien me lo explicaba como “no se conmemora el nacimiento de nadie, sino el solsticio de invierno”. Bueno, decía yo, entonces por qué no cambiamos la fecha al 21 de diciembre, alrededor del día en que se da el solsticio. Por qué no dejamos de llevar regalos como si fuéramos al nacimiento de ese que no podemos nombrar, como los hicieron los magos reyes (para que no suene tan religioso) y cambiamos de un plumazo la tradición. “Ah, no. No se puede, está demasiado imbuida en el inconsciente colectivo”. Pero entonces sí es Navidad. “No, no es.” Cuando mi amiga Ana me habló por primera vez del “arbusto festivo”, que se pone en las casas canadienses y al que no se le llama “árbol de Navidad” porque suena religioso, casi se me salen los ojos del asombro. Ya me acostumbré, pero creo que sigo sin dar crédito.
En esta era del miedo al terrorismo y a las acciones de “fanáticos religiosos” que bombardean a la gente decente (blanca), es muy conveniente quitar a los ataques todo tipo de implicación política y sobre todo económica, dejando a la religión como el único motivo por el que estos grupos se lanzan contra el orden establecido. Mientras las personas renuncian a la religión porque ésta los vuelve intolerantes y “radicales”, los Estados (Unidos) en dios confían. Una más de tantas ironías de esta época contemporánea.
No puedo decir que yo nunca haya sido religiosa. Tuve mi época de pretensión de volverme monja y toda la cosa, pero superé la etapa e incluso comencé la crítica de la iglesia desde adentro, por su incoherencia y contradicciones. Ya después, viendo cómo estaba la cosa, mejor me salí. Será por eso, o por una muy natural tendencia a llevar la contraria, pero la noción de que toda religión es nociva en todo momento y para toda la gente, me molesta cantidad.
Los pseudo liberales canadienses no se tocan el corazón para calificar de ignorantes a las personas religiosas. Todo aquel que acuda a un templo a rendir culto a lo que entienda por dios es tenido por retrógrada y es muy mal visto ostentar un distintivo religioso (cruz, estrella de David o hiyab) en público. En la provincia de Quebec se intentó prohibir el uso de cualquiera de ellos en el área de trabajo, al menos en oficinas gubernamentales, porque alguien podría resultar ofendido ante su vista. En el país de la libertad de culto, la libertad más grande a la que se puede aspirar es la de no realizar el culto.
Hace unos años, cuando aún estudiaba en la universidad local, un grupo de mexicanos decidimos organizar una posada para el departamento de español. Ibamos a romper una piñata que haríamos entre todos y a “pedir posada”. Como buenos paisanos, queríamos un pretexto para tomar ponche y reunirnos a bailar en la que tal vez sería la noche más larga del año, el 21 de diciembre. Algunos compañeros se quejaron por lo que consideraron una exclusión de nuestra parte, al llevar a cabo una celebración TAN mexicana, pero sobre todo religiosa. No hay que agregar que abortamos la misión.
En ese momento concluí que no se trataba de religión, no se trataba tampoco de acabar con regionalismos dañinos. Lo que se actualmente se pretende al cambiar el lenguaje es derrotar a la diferencia. Pensamos que al no mencionar las creencias, al inventar una forma de no decir de qué género somos, al no hacer comentarios racistas, esas cosas desaparecen y nos volveremos iguales siendo, como somos, profundamente diferentes. Seguiremos opinando.
En el fondo toda forma de discriminacion esconde un miedo a lo diferente y desconpcido. En gringolandia tienen mas paranoia y son mas violentos los camafienses son mas pasivos pero tienen el mismo temor eso duemuestra su ignotancia