PESADILLAS ADOLESCENTES

ucha gente asume que la literatura infantil y juvenil es fácil de escribir y de leer, que solamente toca temas “bonitos” y que debe tener personajes ñoños y planos, como si el público al que va principalmente dirigida fuera complaciente y fácil de satisfacer. Por supuesto, esos prejuicios –como cualquier otra generalización- están muy lejos de la realidad: en la literatura juvenil, por ejemplo, hay tantos temas y formas de abordarlos como autores y autoras. Lo mismo podemos encontrar fantasía oscura que distopías, realismo sucio, ciencia ficción o novela negra.

El asesino en mí, de Margot Harrison, es un excelente ejemplo de que la calidad no está peleada con la literatura para jóvenes. Más todavía, es una prueba de que se pueden combinar elementos que tradicionalmente están asociados a géneros muy específicos; en este caso en particular, literatura negra (historias de crímenes), ciencia ficción y romance adolescente sin caer en clichés. Por si fuera poco, la novela nos presenta una protagonista tridimensional, verosímil e inspiradora, rodeada de personajes –tanto femeninos como masculinos- interesantes.

Pero como dijo Jack el Destripador, vayamos por partes (sí, es un chiste muy socorrido; pero no pude resistir la tentación).

Nina es una adolescente “normal”. Sí, es antisocial (no se habla con nadie de su escuela y sólo tiene una amiga) y recientemente tuvo un problema con drogas; pero la gente a su alrededor cree que eso es una fase pasajera, algo que a muchos chicos de su edad les ocurre. Y Nina se esfuerza porque sigan creyendo eso. Dar la apariencia de ser solo introvertida y un poco descarriada la aísla del resto de la gente, pero eso es preferible para ella, ya que la otra opción es que todos piensen que está loca. Y si ella misma, a veces, lo cree, ¿por qué no iba a ser así con el resto de la gente?

Lo que ocurre es que detrás de esa fachada hay muchísima angustia: desde que era muy pequeña, Nina ve cosas. No es que tenga imágenes del futuro o que sufra de alucinaciones como tal. Más bien que, cuando se queda dormida, su conciencia parece entrar en el cuerpo de alguien más, un chico unos cuantos años mayor que ella. Él ha estado en sus recuerdos desde que ella tiene conciencia, y ha ido creciendo, madurando, a la par que ella. Lo malo es que de un tiempo a la fecha, él ha comenzado a hacer cosas terribles.

Al principio, Nina creía que todo era una fantasía: a lo mejor eran sólo sueños, o un amigo imaginario. Pero llega el momento en que, fantasía o no, lo que ve cuando se queda dormida es demasiado horrible y es por eso que comienza a tomar estimulantes: para no tener que conciliar el sueño. Y es justo entonces cuando se reencuentra con Warren, quien fuera su mejor amigo antes de que las pesadillas la torturaran y que ahora, de tanto en tanto, ayuda a sus hermanos a vender drogas.

Nina ya no quiere drogarse. Warren ya no quiere vender drogas. Nina ya no quiere estar sola y Warren quiere, desesperadamente, creer que su vieja amiga no está loca.

Así que juntos emprenden un viaje para descubrir si de verdad existe el hombre a través de cuyos ojos Nina ha visto cosas terribles.

No les contaré más de la trama, dado que algunos de los giros merecen ser descubiertos por cada lector a su propio ritmo. Lo que sí diré es que la manera en que Margot Harrison plantea los acontecimientos es casi hipnótica, que no hace concesiones a partir de la edad o de los supuestos intereses de sus lectores y que le es fiel a la historia que nos quiere contar hasta las últimas consecuencias. Esto, sin embargo, no quiere decir que toda la historia sea cruda, mucho menos desagradable. Por el contrario, los personajes (incluido el antagonista) irradian simpatía y el lector no puede sino encariñarse con ellos. Hay varias descripciones contemplativas que logran ser memorables, verdader

os respiros entre secuencias de acción que mantienen al lector casi sin respirar; y, sobre todo, la autora jamás pierde de vista el punto de vista y los recursos con los que pueden contar sus personajes, dado que son chicos de preparatoria y no agentes secretos (un error en el que caen los autores de novelas “de acción” para adolescentes en más ocasiones de las que nos gustaría leer).

Una cosa más: el libro termina. Yo sé que está muy de moda que las historias queden inconclusas para que, en caso de tener éxito, sean parte de largas sagas; pero el que El asesino en mí tenga una conclusión es un gran acierto. Si más adelante volvemos a encontrarnos a Nina y a Warren en otros libros de la autora, será un placer; pero saber que esta historia en particular tiene el final que tiene… sin duda ayudará a que sus lectores, como Nina, puedan volver a conciliar el sueño.

Margot Harrison, El asesino en mí. Planeta. 2017

 

 

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