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MENOS DE TRES MINUTOS PARA LA MEDIANOCHE

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Tiene usted algún sueño incumplido? ¿Sus noches de insomnio están dominadas por la urgencia de llevar a cabo un plan que no ha terminado de cuajar? ¿En sus visitas al sicólogo habla de cuánto mejoraría si vida si solo pudiera escribir ese libro, dirigir esa película, comenzar ese negocio o tener ese hijo? Si está completamente convencido de esa urgencia, le tengo malas noticias: si no se apura, tal vez no le quede tiempo. El reloj del Fin del Mundo indica que quedan menos de tres minutos antes del final, final. Es por eso que voy a dejar de hablarle de usted y pasaré directamente al más amigable “tú”. Vamos a tutearnos, porque es probable que no tengamos oportunidad de ir quitando las formalidades con el tiempo. No se trata de tu edad o de la mía; de tu puesto en el trabajo o del mío; de nuestra posición social; cosas demasiado pequeñas y relativas si nos enfocamos en la “big picture”, en el horizonte global, en donde las cosas se pueden estar yendo al carajo en este preciso momento, sin permitirnos ir rompiendo el hielo del modo que se hacía en el pasado.

¿Qué por qué tan pesimista? Nada, que me levanté con la noticia de que el reloj del Fin del Mundo se adelantó medio minuto en los últimos meses, lo cual me cayó fatal, porque además de todo no tenía idea de la existencia del bendito reloj. Resulta que en 1947, apenitas después de que los héroes de occidente habían decidido tirar la primera bomba atómica sobre Hiroshima y la segunda sobre Nagasaki, los científicos del mundo se voltearon a ver y dijeron “¡rayos!, esto podría causar el fin del mundo”.

El daño ya estaba hecho, pero pensaron que si creaban una metáfora poderosa acerca del final de los días, podrían ayudar a que el común de la gente pensara un poco más en la seriedad de la amenaza atómica y el verdadero riesgo que enfrentaba la humanidad si las amenazas y bravuconadas de los líderes mundiales comenzaban a convertirse en ataques reales. Crearon entonces el famoso reloj, el Doomsday Clock. En la metáfora, la media noche representa el momento exacto de la destrucción global. Para que la humanidad sintiera el rigor de la cuestión, los científicos atómicos hicieron cálculos probabilísticos y tradujeron la posibilidad de desastre nuclear a 7 minutos antes de la media noche, publicándolo en el boletín de su asociación. Así de cerca estábamos en 1947 de que algún loquito presionara el botón rojo en Estados Unidos.

Los científicos atómicos no tenían idea de qué tan ignorado y ridiculizado sería su esfuerzo, hay que decirlo. En lugar de trabajar en favor de la paz, el desarme, y esas cosas tan complicadas que requieren de convencer a tanta gente, las personas comunes y corrientes comenzaron a construir refugios nucleares, a comprar armas para defenderse y a almacenar agua para beber en sus sótanos. Medidas preventivas de una inteligencia profunda. Pero los científicos son obstinados y siguieron la lógica de su cálculos. Cada vez que una nueva amenaza brillaba con reflejos radiactivos, el reloj se actualizaba. Para 1953 Estados Unidos comienza a hacer pruebas con la bomba de hidrógeno y 9 meses después, los rusos contestaron más tests de la H. El reloj dio un salto dramático a los 2 para las 12, dos minutos antes de la hora final, y publicaron en su boletín: “tan solo unos movimientos más del péndulo y las explosiones atómicas sumirán a la civilización occidental en la media noche”. Terror absoluto.

Para 1960 parecía que crecía el entendimiento de que, si las cosas seguían como iban, la vida no valía nada, y los líderes de Estados Unidos y Rusia comenzaron a negociar, si no un desarme, por lo menos acuerdos de no agresión. Los científicos trabajaban y trabajaban para realizar observaciones y cálculos de cómo podría efectuarse un desarme pactado sin riesgo para las potencias. Ya para 1963, ¡albricias!, se firma un tratado para prohibir parcialmente las pruebas atómicas. El mundo exhala un suspiro y el reloj se retrasa hasta 12 minutos para la medianoche.

Sin embargo, los conflictos entre lo dos gigantes atómicos no eran los únicos. El resto de los países tenía sus propios problemas y habían aprendido de sus mayores que la mejor forma de mantener al enemigo en vilo era poseer armas nucleares (y amenazar con usarlas). No se iban a quedar con los brazos cruzados esperando a que un par de megalómanos enfermos de poder nos mandaran a todos al otro barrio, cómo iba a ser. Para no ser víctimas de una situación así comenzaron a armarse ellos mismos. Si alguien va a destruir el planeta, que no se diga que lo hicieron solos. Israel, los Estados Arabes, India, Pakistán, Francia, China, quién más se les ocurre. Todos comenzaron a probar, estudiar, ensamblar sus pequeñas bombas. El reloj se precipitó adelante hasta 7 minutos antes de la medianoche.

Las naciones atómicas parecieron entonces darse cuenta del sinsentido de aniquilarse entre ellas. Comenzaron (de nuevo) negociaciones serias para detener el absurdo al que se llamó “carrera armamentista” y el boletín de los científicos advirtió que, a pesar de la buena actitud, todavía había que ir más allá y desactivar las bombas ya existentes. Cautelosamente ajustaron el reloj 10 minutos antes de la medianoche, tomando en cuenta que Israel, India y Pakistán se rehusaron a firmar siquiera la primera parte del acuerdo.

Entre 1974 y 1984, a pesar de los esfuerzos, negociaciones e intermitentes escaladas de violencia, el reloj osciló entre los 12 y los 4 minutos, pero en 1984, cuando la relación entre la ex URSSS y los Estados Unidos alcanzaba su punto más débil en la historia, el reloj se acercó 3 minutos antes de la medianoche. Los estadounidenses, con el primer actor Ronald Reagan en el papel del presidente, deciden que van a respetar los acuerdos de no hacer pruebas nucleares en tierra ni construir más bases militares atómicas, pero en cambio, comenzará a construirlas en el espacio exterior. Los misiles serán armados, probados y disparados desde bases extraterrestres. Es la Guerra de las Galaxias. El mundo tiembla.

Pero no todo en la vida es política ni armamentismo. También la economía juega un papel en estas lides y la sociedad civil tiene su parte en las decisiones. Los países del entonces llamado Bloque Soviético comenzaron a independizarse. Rusia, como nación, no cuenta con los recursos suficientes para evitar la desbandada y en unos pocos años se anuncia con bombo y platillo el fin de la Guerra Fría. Cae el muro de Berlín, el Mundo Libre es cada vez más libre y McDonald’s y Coca-Cola pueden proceder a abrir negocios en la Europa del Este. La Tierra es otra vez un lugar bello y lleno de esperanza, el boletín de los científicos atómicos publica: “la ilusión de que 10 mil armas nucleares garantizan la seguridad nacional, ha sido arrancada” y retrasan el reloj a su punto más lejano hasta ese momento, situándolo en 17 minutos antes de la media noche.

Desde entonces, lo sabemos, los conflictos van y vienen. Oriente Medio, Asia, Irán, Corea del Norte, cuentan ahora con armas nucleares, la situación de la paz en cada una de esas regiones es, por decir lo menos, de inestabilidad. Los científicos observan que, además del peligro de las armas nucleares, la humanidad enfrenta el riesgo del cambio climático. Todo conspira en contra del pequeño planeta azul, que flota aterrado en un rincón del universo. No le teme a amenazas del exterior, sino a sus propios habitantes. Cursi, pero cierto. El reloj avanza: 10, 9, 5, 3 minutos antes de la medianoche en 2015 y los sabios claman: “estamos a solo 3 minutos porque los líderes internacionales están fallando en su deber más importante: asegurar y preservar la salud y vitalidad de la civilización humana”. No me queda muy claro que esos líderes sepan que su cometido es ese…

Toda esta larga perorata sobre el reloj para decirte que, en efecto, volvió a avanzar. Los científicos atómicos no ven ninguna posible solución a la situación del armamento, ni a la del posible desastre ecológico que se cierne sobre el planeta, pero sí ven un nuevo riesgo: la escalada de odio y el lenguaje racista y agresivo del niño nuevo en el patio de juegos, otra estrella de la tele, el señor Trump. Su actitud, en combinación con el resto de los factores con que los científicos atómicos arman sus cálculos, nos han puesto a 2’30’’, dos minutos y medio antes de la media noche. Ellos explican que no se puede todavía evaluar del todo el riesgo que la presidencia de Trump representa para la seguridad del planeta, y por eso solamente avanzaron medio minuto en el reloj. Por eso y por que son conscientes del impacto sicológico de poner la hora metafórica de regreso a su punto más bajo en los últimos 70 años. Si alguien se estuviera fijando, claro está.

Poco hemos avanzado en realidad. La primera reacción que se ha registrado en Estados Unidos, y también en Canadá, es un repunte en la industria de la construcción. No, no para dotar de vivienda digna a los trabajadores con sueldos más bajos, ni en un esfuerzo por recibir más refugiados por las guerras comenzadas por las naciones del mundo libre. El rubro que ahora se regodea en la abundancia es el de la construcción de refugios nucleares.

Sin romper la confidencialidad que su posición exige, Gary Lynch, dueño de la compañía Rising S Bunkers, dio una entrevista a la CBC Radio en la que explicaba que, desde la toma de posesión del locutor de televisión como presidente de EEUU, las órdenes para comenzar a construir refugios familiares y empresariales han escalado. Según el empresario, estos encargos vienen de ambos lados de la frontera, tanto de su país como de Canadá, y aunque muchos de los ciudadanos preocupados por la seguridad post-apocalíptica son personas comunes y corrientes, celebridades y políticos también están colaborado a la explosión de su negocio.

Con profesionalismo y un qué-sé-yo de inocencia, Lynch explicó que los clientes frecuentes de un negocio como el suyo tienden a ser “del tipo conservador”, pero ahora son los liberales quienes quieren protegerse ante el riesgo de que se inicie una guerra con el nuevo presidente a la cabeza. Y de ahí pasa a describir el tipo de pedidos que le han llegado: desde el “bunker estándar”, con capacidad para dos personas, con estufa, calentador de agua, regadera y baño completo y bodega para alimentos. Hasta el otro extremo, un modelo de lujo con costo de 14 millones de dólares. Este tiene un establo para caballos de pura raza. La persona que le encargó este refugio está muy preocupada por la situación de sus valiosos equinos en caso de desastre nuclear. Quijada al piso…

Un búnker decente tiene alberca, jacuzzi, hasta pista de boliche. Algunos poseen un centro de comunicaciones con todos los avances tecnológicos en el rubro y comunicación satelital (parten de la premisa de que los satélites seguirán funcionando…). Con toda discreción, el empresario cuenta que un cliente en Canadá, cuyo nombre no revelará ni bajo tortura, encargo un bunker con capacidad para 10 personas, con alberca y sauna. Lo construyó antes que su casa, que ahora mismo se encuentra en proceso, pero para que pudiera cumplir todos los requerimientos debía estar justo debajo de su lujosa vivienda y tener pasajes y puertas secretos. “Se trata de alguien responsable que está tomando acciones para defenderse a sí mismo y a su familia”, dice el ingeniero. También cuenta sobre el cliente que en su refugio construyó un arsenal. “En mi bunker yo tengo mi propio cuarto para armas, porque soy coleccionista, ¿sabes?” y da otro dato escalofriante, como si hablara de las ventas de computadoras personales: el pasado Black Friday, en EEUU, se registró un récord en el comercio de armas. Obviamente, dice, la demografía de las personas que las compran en el país ha cambiado. La gente siente la necesidad de defenderse.

Para terminar de deleitarnos, la conductora de la CBC entrevista a Joseph Cirincione, autor del libro Nuclear Nightmares: Securing the World Before It’s Too Late. Le pregunta si un refugio anti-bombas salvaría a una familia del apocalipsis nuclear. No voy a decir que suelta una carcajada, pero por su voz tú sabes que el hombre está sonriendo del otro lado del micrófono. “Si vives en una ciudad, un refugio no va a ser de mucha ayuda. Es un poco más útil si vives en un suburbio lejano, o en las praderas, donde no vas a ser el blanco de un ataque nuclear directo. Vamos a imaginar que Estados Unidos decide atacar con un misil nuclear tu estación de radio en Toronto. Un solo misil, disparado desde un detonador submarino, tiene capacidad de 450,000 toneladas de explosivos, alrededor de 30 veces la capacidad de la bomba que cayó sobre Hiroshima. En cuanto el misil toca la estación, tú y todo lo que exista a 10 kilómetros de distancia, han sido instantáneamente vaporizados. En un diámetro de 20 kilómetros, hay una lluvia de fuego radiactivo, y después, la radiación va acabar con todo lo que halla en un diámetro de 40 kilómetros a la redonda”.

Pues ahora sí, vamos a continuar disfrutando el desayuno, opino.

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