Como preámbulo de la entrevista, presencié y grabé toda la charla, poco más de hora y media de preguntas y respuestas con ex becarios de la fundación que le preguntaron sobre sus libros y acerca de su experiencia como escritor. A manera de breve resumen, transcribo algunas de sus ideas y conceptos:
“Tuve muy poca relación con escritores y me hubiera venido muy bien, al menos para ahorrarme tiempo y no cometer determinados errores”.
“Me importa mucho la historia, me importa mucho la política pero lo que más me importa son las palabras. Un escritor es un tipo que piensa acertadamente que a través de la forma, de la estructura, de la batalla con las palabras, se puede llegar a lugares a donde no se puede llegar de ninguna manera”.
“Un escritor que no es formalista no es un escritor sino un escribano porque la literatura es forma y de alguna manera la forma es fondo”.
“El Quijote es una tontería: un señor que se vuelve loco leyendo libros de caballería; Madame Bovary es una tontería: una señora que lee novelas románticas; pero vienen Cervantes y Flaubert y las convierten en grandes historias a través de la forma”.
“La expresión escritor valiente es un pleonasmo; escritor o escritora cobarde es un oxímoron, una contradicción de términos, como matrimonio feliz, más o menos”.
“Las verdades de las novelas son siempre ambiguas, poliédricas, complejas, contradictorias, esencialmente irónicas. Don Quijote está como una cabra pero es el hombre más cuerdo del mundo; es un personaje ridículo, grotesco, la gente se ríe de él pero al mismo tiempo es heroico, el rey de los hidalgos tristes; esas son las verdades de la novela. Las novelas no son claras, nítidas, taxativas, inequívocas, por eso los tiranos siempre han ido contra las novelas, las han proscrito; la ficción es un peligro”.
“La literatura es una invitación a rebelarse contra la realidad y a decirte que la realidad es más compleja de lo que tú crees, y a negar las verdades taxativas, inequívocas, las verdades que lo explican todo”.
“Las novelas no expresan opiniones, son conocimiento”.
Al concluir la charla, Javier firmó varias decenas de ejemplares. Luego se acomodó en un sillón y como si reviviéramos tiempos pasados, le di las gracias por el tiempo a sabiendas de que estaba un poco apurado, “un poquito”, contestó, y a que seguramente se encontraba cansado, “un poquito también”.
En El punto ciego dices que la verdadera literatura es aquella que no suena literatura. ¿Podrías ahondar un poco más en este concepto?
¿En qué momento comenzaste a crear tu concepto sobre lo que es una novela?
Explícitamente he tardado mucho, la prueba es que este libro es tardío [El punto ciego]. Este libro es el fruto de mi experiencia como escritor. Primero viene la práctica luego va la teoría, o sea los escritores no funcionamos a base de teorías previas; primero no tienes una idea de la novela y luego la aplicas, eso no es así, es lo contrario: primero escribes novelas que salen de una determinada manera, que son fruto de unas determinadas lecturas y luego, si llega el caso, y tienes conciencia de ello y puedes hacerlo, elaboras una teoría sobre la novela, como el caso de El punto ciego, pero esto ha sido para mi el fruto de la práctica como escritor.
En ese sentido, el novelista comprometido —comprometido la definición de El punto ciego— debe construirse su propia teoría sobre la novela?
No hacerlo explícitamente pero detrás de toda obra realmente valiosa hay una visión distinta de la novela. Esa idea sobre la novela se puede hacer explícita o no, puedes escribir un ensayo explicándolo o no, pero es evidente que Cervantes tenía una determinada idea de la novela, y de hecho está en el libro, no la escribió en un ensayo, está en el propio libro; es evidente que Joyce tenía una visión determinada de la novela, Flaubert tenía una visión determinada de la novela, que está en sus cartas, por cierto. No hay novelista que no tenga una visón peculiar, distinta y valiosa de la novela, no hay novelista sin teoría. Esto funciona así incluso entre los novelistas más anti intelectuales. Rulfo, el prototipo en México del novelista anti intelectual, y el gran novelista mexicano, sin duda tenía una visión de la novela.
Tomando el ejemplo de Vargas Llosa, a quien le dedicas un capítulo en El punto ciego, ¿crees que a lo largo de toda una obra el novelista está tratando de responder a una sola pregunta?
Esta tratando, probablemente, de responder a una sola pregunta fundamental. O mejor dicho de formularla de la manera más compleja posible. Sí, una o una serie, pero es posible que haya una en el corazón. En el caso de Vargas Llosa, en mi opinión, hay una a la que va dando vueltas, hay libros que no atañen a esa pregunta, pero hay una pregunta que es como el corazón palpitante de los problemas que plantea este hombre. Puede ser como el sol de una galaxia, entorno a ella puede haber diversos planetas, diversas preguntas complementarias aparentemente contradictorias, pero hay un corazón, hay algo nuclear que sólo se ve cuando esa obra ha concluido o está cerca de concluir.
¿Tú sabes cuál es la pregunta que tratas de responder?
Me temo que sí, pero no te la voy a decir, porque tendría que formularla de la manera más compleja posible y entonces dejaría de escribir. La pregunta que intento formular todavía la estoy formulando en los libros que escribo.
En El monarca de las sombras hay una distancia que se expresa mediante enunciados como “el padre de Javier Cercas…” o “la madre de Javier Cercas”. ¿A qué se debe esa distancia?
A que hay dos narradores que se alternan en el libro: uno es un historiador que reconstruye la historia de Manuel Mena, de su familia y del pueblo durante la guerra, y que lo hace con la mayor objetividad. Es un hombre que me he inventado, que se atiene a los documentos, a los hechos, que no puede inventar. Necesitaba este narrador alternado porque necesitaba poner distancia entre mí mismo y algo tan íntimo como la historia de mi familia. Ha sido un recurso fundamental para poder contar esta historia, tomar la distancia de un historiador que intenta a duras penas, desesperadamente, reconstruir el pasado. Y luego ese narrador se alterna con uno más próximo que se llama Javier Cercas y se parece mucho a mí, y que cuenta el propio proceso de hacerse la novela. La novela surge del diálogo entre ese historiador y Javier cercas. El diálogo entre esos dos narradores, entre el pasado y el presente, la historia y la leyenda, hace que surja realmente la novela.
“Hay que saber extraer cosas de los clásicos”, dices en El punto ciego, y en El monarca de las sombras haces una relectura de la Ilíada y de la Odisea…
¿Quien quiere convertirse en novelista y no ha leído el Quijote está en serios problemas?
Él se lo pierde, es lo único que puedo decir. Se pierde de una novela divertidísima, inteligentísima, absolutamente innovadora, revolucionaria, fresca, además donde están prácticamente todas las novelas. Sí tiene un problema.
Además dices que la novela es un territorio inexplorado…
Lo que hace Cervantes es marcar el territorio pero ese territorio todavía está por explorar, nos da una libertad total. Lo que dice es que este es un género cuya única regla es que no hay reglas y entonces el territorio por explorar es infinito. No sé si estamos siguiendo el ejemplo de Cervantes, la orden es ‘hagan ustedes lo que quieran’, y creo que a veces somos un poco tímidos, un poco aprensivos, no nos lanzamos a buscar cosas, al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo, como decía Baudelaire. Hay que hacerlo, es lo que dice Cervantes en el fondo, ‘vayan a explorar por ahí’. El Quijote es una novela de una libertad total y hay que recuperarla, eso es bueno.
Hay escritores que se sientan a escribir pensando que van a hacer una obra maestra…
Hay que plantearse el mejor libro que uno pueda escribir y ya está, no más. Hay que tener ambición de escribir lo mejor posible, pero si planteas escribir una obra maestra te puede salir una cosa muy rara, no sé qué significa eso.
Javier Cercas, El monarca de las sombras, Literatura Random House, 2017. Javier Cercas, El punto ciego, Literatura Random House, 2016.
Fotografía del autor tomada de El País.