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TAMBIÉN SOMOS LOS MALOS

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En su nuevo libro Una sociedad de señores, Mario Campaña (Guayaquil, Ecuador, 1959) nos dice una verdad que ya sospechábamos: que el sistema democrático del cual se jacta occidente, sólo es un acuerdo legal, regido por una serie de leyes y reglamentos que, en el papel, declaran la igualdad del hombre. Sin embargo, la tesis de Campaña es que una sociedad de señores ha sobrevivido desde la Grecia clásica, adaptándose y camuflándose para continuar con sus privilegios y ostentarse como patrones, jefes, aristócratas o señores por medio de la preeminencia, el poder, los privilegios, el clientelismo, el linaje y la honorabilidad.

A la manera de Nietzsche en La genealogía de la moral, Mario Campaña dice que la verdadera revolución democrática debe ser de índole moral, para destruir de una vez por todas a la sociedad de los señores.

Me vino a la mente una imagen respecto de lo que es un escritor: una persona que se para frente a una maraña de hilos y que de pronto descubre una punta y con mucha paciencia empieza a desenredarla. Quizá no llegue a sacarla por completo, pero dejará un muy buen trecho para que alguien más continúe. ¿Te parece adecuada esta imagen, también en relación con tu nuevo libro?
Eso lo que ha pasado por lo menos en este libro. Yo, como lector, miraba la maraña, identificando en un cierto momento la punta de un hilo y he empezado a observar ese hilo, a tirar de él y he tratado de seguir su recorrido, un hilo que requiere una cierta profesionalidad para indagar en ese terreno por una guía histórica, sociológica.

Yo no soy ni historiador ni sociólogo, pero he podido seguir ese recorrido con lo que está a mi alcance. Soy un escritor y un lector, entonces en tanto el lector he podido identificar en la bibliografía, en la literatura, en la historia escrita, y luego tanto como ciudadano y escritor, he podido hacer observaciones en la vida práctica del mundo de hoy, de la sociedad de hoy, y al final he llegado a conclusiones que me animaron a escribir el libro y comunicar de un modo más o menos responsable para que pueda ser discutido, analizado, reflexionado, sobre nuestras sociedades, las democracias occidentales, y ayude a que se animen profesionales de la historia, la sociología, la historia política, la democracia, la antropología a hacer investigaciones más profesionales.

¿En qué momento descubres la maraña y luego el hilo? ¿Cómo encuentras el tema para este libro?
Es un libro que tiene un origen literario, puede parecer curioso porque el tema no lo es, yo soy literato, escritor, pero en las lecturas maduras que he estado haciendo de la literatura griega durante los años 2006-2008, los poemas homéricos, por ejemplo, me di cuenta de una cosa: que los grandes personajes de la literatura clásica, griega y romana, especialmente la griega, son reyes o hijos de reyes o son padres de reyes; es decir, forman parte de una clase social, son la nobleza y la aristocracia de la antigüedad. Los personajes que enunciaban ideales sumamente elevados y al mismo tiempo tan atroces en sus acciones expresan valores de la aristocracia.

Después me sorprendió enormemente encontrar valores similares, incluso idénticos, en la novela del siglo XIX europea, la novela inglesa, francesa, italiana… ¿cómo es posible esta coincidencia? Si encontrar valores en 2,800 años atrás y 100 años atrás y después en la observación práctica todavía los ves hoy, encuentro que hay una línea de continuidad, que hay valores principios, costumbres e ideales que encuentras hoy y también seis siglos antes de Cristo.

Ahí empiezo a hacer una investigación una poco más sistemática que se convierte en el tema del libro. Cuando estudio regularmente el pensamiento aristocrático entiendo que todo esto es la continuidad de una manera de entender la vida, la sociedad, la humanidad, las relaciones sociales, de una clase social, la clase aristocrática; entonces todo esto que estoy viendo en la sociedad de hoy, en la democracia de hoy, ¿qué ha pasado?, porque la aristocracia o la nobleza ya desapareció, pero era necesario indagar en qué sentido esos valores están presentes hoy, en las democracias.

Al final decido no llamarlos valores aristocráticos sino cultura señorial porque incorpora un matiz: en los dos últimos siglos a esta cultura antigua, aristocrática, se le incorporan elementos del mundo moderno, del mundo del comercio, de la industria, de los inversionistas, esa mezcla antigua con la modernidad, y termino con la convicción de que esta es una sociedad señorial con valores señoriales, en el sentido de que están formados por una mezcla de la antigua ideología de la aristocracia más la combinación con los principios modernos del capitalismo que no rechaza los principios antiguos sino que los incorpora, los modula y que ponen como centro a un personaje al que llamo “el señor”, el patrón, un personaje que siente superior porque en esta estructura de valores hay una gran división entre superiores e inferiores.

Esa es la ideología aristocrática que consiste en afirmar que existe una división entre los hombres, entre los seres humanos, unos son superiores y otros inferiores, no hay igualdad de valor entre las personas, unos valen mas que otros, unos son superiores y otros inferiores. Esto tiene enormes consecuencias prácticas. Por eso concluyo que existe un personaje central de esta cultura, el señor, que esta es una sociedad de señores, dominada por la figura esta del patrón, del que se cree superior, que ejerce una dominación sobre los que considera inferiores. No hablo de lo material, no hablo de que unos son ricos y otros son pobres: hablo de condiciones morales, de valor y de dignidad humana.

Hay una palabra central que acompaña prácticamente todo el libro: independientemente de las revoluciones científicas, tecnológicas, independentistas o sociales nunca se llegó a una transformación de índole moral, que es justamente lo que ha permitido que los señores provengan desde la antigua Grecia y sobrevivan.
Es muy curioso porque efectivamente la historia está llena revoluciones como la francesa, e incluso las revoluciones socialistas, pero en general, en la línea de oposición a la historia dominante, nunca se ha focalizado ni se ha subvertido ese orden que yo llamo moral en oposición a lo material.

Me refiero a los elementos inmateriales, intangibles de la sociedad, entonces ahí hablamos ya de valores, de principios, de ideales, de hábitos, de sentimientos, de pensamientos, de ese conjunto de una especie de magma de elementos intangibles que en definitiva forman parte de la regulación de las relaciones.

Las relaciones están determinadas por condiciones materiales; entre el patrón y el obrero por condiciones materiales como el sueldo, el trabajo, etcétera, pero también están reguladas por condiciones inmateriales: qué sentimientos tienes hacia la raza, hacia el pobre…

Mi libro postula que la existencia en esta sociedad de un tejido inmaterial que yo llamo moral, regula la vida de la sociedad y no es democrática pese a que está presente en lo que llamamos democracia.

Cuando hablas brevemente de Nietzsche y La genealogía de la moral, queda claro que él vislumbro este asunto de la moral y sus valores torcidos de nacimiento…
Sí, Nietzsche entrevió el tema, fue el único. Cuando él descubre las raíces de ciertos conceptos, ciertas palabras que todavía usamos, se da cuenta de que la palabra noble señala lo bueno, y queda establecido que el bueno es el miembro de la clase social llamada nobleza, Nietzsche avanza y se da cuenta que se asocia con cierto tipo racial, cierto color de la piel, cierto color de cabello: el bueno, el noble es el rubio.

En sentido contrario, el malo es el de piel oscura. Nietzsche se da cuenta de que se trata de revolucionar la estructura de valores, por eso su proyecto era elaborar, transformar los valores. Lo que pasa es que Nietzsche va por un lado que de todas maneras es aristocrático porque va en contra de la noción de igualdad. No se trata ahora de discutir la posición de Nietzsche, no lo discuto en el libro, pero en definitiva el libro se aparta de su proyecto porque en definitiva Nietzsche tampoco cree en la democracia y yo sí.

Mi libro postula una defensa de la democracia; plantea como única alternativa para este momento la profundización de la democracia, pero no la democracia de las instituciones, sino la democracia de la cultura, de nuevos valores, valores democráticos en el sentido que se trata de valores fundados en la igualdad, una igualdad moral en sentido de igualdad, de idéntico valor humano, idéntica dignidad.

Hasta antes de la Primera Guerra Mundial, la nobleza europea, para seguir perpetuándose, estableció alianzas entras las diferentes casas reales: se casaban entre ellos para afianzar su poder. En México, la llamada “gran familia revolucionaria” hizo lo mismo para perpetuarse en el poder. Si revisamos los apellidos de legisladores y gobernantes, descubriremos que buena parte de ellos son familiares. Las clases políticas modernas copiaron ese modelo de la nobleza.
Una de las estrategias es el linaje. No solo lo hace la clase política pues, en general, la clase que maneja el poder es heredera de esa cultura, de esas estrategias, de esos ideales nobiliarias. La clase nobiliaria desapareció como tal clase en términos económicos y políticos, pero sobrevive porque su cultura sobrevive e influye en la sociedad de hoy a través del linaje, del tejido. Hay dos formas del tejido: el familiar y el clientelar o los subordinados a quienes se controla mediante favores, ayudas, etcétera.

Si quisiéramos entrar a una sesión de la cámara de senadores o de diputados no nos dejarían entrar. Estas “instituciones democráticas”, que no lo son, soncompletamente cerradas.
Claro, porque esta es una democracia fallida, es una democracia que esta muy a medias, sobre todo por razones históricas pues están concebidas en su origen como meras democracias de instituciones. Hoy definimos a la democracia a partir de la existencia de cierto funcionamiento mayor o menor de instituciones, pero nada más, y esas instituciones también son concebidas de manera cerrada, no como plataformas para el ejercicio de los derechos de los ciudadanos, para la protección de los derechos o el desarrollo de los derechos;

La sociedad democrática basada en instituciones tienden a provocar muchos desafectos, pues los ciudadanos de hoy no tienen una vinculación fuerte sino más bien de franco desafecto por las democracias que no los representan.

La democracia no puede ser solamente un conjunto de instituciones, pues esas instituciones solo se legitiman moralmente si en la vida de la sociedad imperan principios democráticos en la vida práctica, entre las personas, en las relaciones, en los trabajos, en las relaciones con las instituciones. De ser así, entonces, las instituciones quedan legitimadas moralmente. De lo contrario son meras encerronas, mecanismos de sugestión de los ciudadanos. Si el voto no es obligatorio la concurrencia a las elecciones es muy baja, la gente no quiere saber nada de la democracia

¿Hay alguna salida posible, algún remedio, por así decirle, para tratar de quitarnos de encima esta herencia de más de dos mil años de antigüedad?
Lo único que veo es la profundización de la democracia, los intentos de salirnos de la corriente histórica, de la construcción social que lleva tanto tiempo. Se trata ahora de profundizar en las democracias, no en las instituciones. La cultura de las democracias de hoy no es democrática. Cuando hablo de cultura hablo de valores, de la parte moral, no de la parte material —tampoco es democrática la parte material—.

¿Quiere decir qué si yo alguna vez he soñado con tener un título nobiliario, yo también estoy moldeado por este mismo pensamiento de señor?
Todos estamos moldeados por este pensamiento, todos estamos atravesados porque si crecimos en estas sociedades señoriales, nuestra educación ha sido señorial. ¿Por qué crees que uno firma con el título profesional delante del nombre? ¿Cómo se llamaba Sansón Carrasco en el Quijote? No se llamaba Sansón Carrasco, sino Bachiller Sansón Carrasco. ¿Cómo se llama el presidente de México: Licenciado Enrique Peña Nieto. El presidente de Ecuador, ¿cómo se llama?, no es Lenin Moreno sino Licenciado Lenin Moreno.

Todos estamos en eso, unos más y otros menos, a todos nos atraviesa y por lo tanto hay que hacer esta especie de conjuro a la cultura de las sociedades, un conjuro para todas las sociedades, para todos nosotros… aunque, claro, está el Señor, el que está poseído por esa superioridad; luego estamos los otros, no poseídos de pies a cabeza, pero también tenemos nuestros tics, nuestros rasgos, o sea, también somos los malos.

Mario Campaña, Una sociedad de señores. México, Jus, 2017.

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