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POESÍA PERSONAL Y EXPERIMENTAL

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ablaré como habla un narrador sobre un poemario. Hace algunos meses preguntaba a un amigo que practica la poesía: ¿existe algo parecido a la verosimilitud en el poema? ¿Existe la verosimilitud poética en general? Es decir, ¿cómo se establece un contrato de lectura con una obra poética, mediante una noción de verdad, de verosimilitud, de autenticidad? Si un poema está “basado en hechos reales”, ¿vale por ese simple motivo?, ¿se arroga acaso una plusvalía literaria si se versifica lo vivido?

Y más allá, ¿cómo juega o trabaja el poeta con hechos verificables?, ¿los intensifica?, ¿los dramatiza?, ¿los exagera?, ¿se enfoca en el detalle y no en el conjunto?, ¿cómo se poetiza un hecho real?

Estas preguntas —que alguien pensará absurdas o superadas— me surgieron al leer Escenas del jardín de Brenda Ríos pues en el tiempo de su aparición, y de mi primera lectura de este libro, recuerdo que en redes se entablaba un somero y superficial debate acerca de dos tipos de poesía que, si me apresuran, quizá resulten dos praxis literarias: la poesía visual —que cuando me acerco a ella siempre me queda la impresión de que no se trata de otra cosa sino de un divertimento ingenuo y por lo regular vacuo— y la poesía de la experiencia —la poesía que algunos asocian cándidamente con la meritocracia, el “de qué va a escribir si no ha vivido”—, praxis a las que yo añadiría una tercera relativamente contemporánea, que abreva de las anteriores: la poesía de proyecto, aquella que se organiza y se escribe para la obtención de un estímulo o premio, un mal que aqueja a nuestra literatura subvencionada.

Y hablo de todo esto para intentar acercarme a la poesía de Brenda Ríos en Escenas del jardín, una literatura que me parece cercana en lo personal y que no puedo situar en otro casillero que en de la poesía experiencial.

Pero a diferencia de otros trabajos del estilo, el de Brenda se aleja de la tentación sentenciosa o pedagógica y se acerca sin remedio —y por fortuna— a una poesía de la evocación y del deseo, a veces canta el desamparo de sus contemporáneos, la nostalgia sin orillas y, en otras, la recurrente imposibilidad de una convivencia humana y duradera.

He leído y oído las lecturas que se hacen de este poemario y curiosamente hay coincidencias que yo comparto: en Escenas del jardín existen dos polos que atraen a otros poemas o que sirven de referencia a los demás: los poemas sobre el padre y la muerte: “Morgue”, “Los puentes”, “Los alacranes” o “Los hijos”, y el poema largo “Los amantes”. En esta breve serie, diría se concentran las inquietudes no sólo poéticas sino intelectuales de Brenda Ríos (y para prueba basta leer los ensayos y artículos de la autora): la cotidianidad a veces frívola e indolente cercenada por la fatalidad del tiempo, y un ejercicio periódico del amor, ocurrente e improvisado, siempre tarde, oscilando entre la pasión enferma y la más redonda apatía. Y es curioso, alguien diría que los temas por antonomasia de la literatura se hallan representados en esos dos polos que aquí menciono: la muerte y el amor.

De “Los amantes”

Mis dos amantes me piden dinero

Les entrego los cheques de buen papel

Y corren al banco

 

Me dijeron: eres maravillosa

Es imposible no quererte

 

Aislada de ellos, imagino

que dicen algo sobre volver y cocinar

 

Quizá esta sea la última vez

que mi amor deja la ventanilla del banco

desmoronándose

 

Perderme, eso quiero

dije a mis dos amantes

y extendí los mapas.

Aquí surge, sin embargo, otro tema que a mí me interesa, ese fino intersticio — un cruce de caminos— donde se toma la decisión de resolver un motivo literario mediante las herramientas de la narrativa, el ensayo o la poesía.

¿Qué posibilidades o ventajas ofrecería escribir la muerte o el amor con las argucias de la poesía?: ¿la brevedad, la posibilidad del abandono del poema, apelar a la abstracción? Porque la narrativa, para recrear lo vivido, necesita por fuerza aquello de lo que hablamos al principio, el cimiento o el maquillaje de la verosimilitud. Por tanto, ¿el poema que da cuenta de lo real qué necesitaría para escribirse además de palabras? Quizá sea más sencillo de lo que podría creerse y esas herramientas estarían fuera del papel.

Es romántico pensarlo pero aquello que sospecho necesita el poeta y que en Escenas del jardín se lee son dos cosas intangibles y a veces fugitivas: congruencia y sinceridad.

Brenda Ríos,Escenas del jardín. Mantis Editores, 2015, 73 pp.

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