Y más allá, ¿cómo juega o trabaja el poeta con hechos verificables?, ¿los intensifica?, ¿los dramatiza?, ¿los exagera?, ¿se enfoca en el detalle y no en el conjunto?, ¿cómo se poetiza un hecho real?
Estas preguntas —que alguien pensará absurdas o superadas— me surgieron al leer Escenas del jardín de Brenda Ríos pues en el tiempo de su aparición, y de mi primera lectura de este libro, recuerdo que en redes se entablaba un somero y superficial debate acerca de dos tipos de poesía que, si me apresuran, quizá resulten dos praxis literarias: la poesía visual —que cuando me acerco a ella siempre me queda la impresión de que no se trata de otra cosa sino de un divertimento ingenuo y por lo regular vacuo— y la poesía de la experiencia —la poesía que algunos asocian cándidamente con la meritocracia, el “de qué va a escribir si no ha vivido”—, praxis a las que yo añadiría una tercera relativamente contemporánea, que abreva de las anteriores: la poesía de proyecto, aquella que se organiza y se escribe para la obtención de un estímulo o premio, un mal que aqueja a nuestra literatura subvencionada.
Y hablo de todo esto para intentar acercarme a la poesía de Brenda Ríos en Escenas del jardín, una literatura que me parece cercana en lo personal y que no puedo situar en otro casillero que en de la poesía experiencial.
Pero a diferencia de otros trabajos del estilo, el de Brenda se aleja de la tentación sentenciosa o pedagógica y se acerca sin remedio —y por fortuna— a una poesía de la evocación y del deseo, a veces canta el desamparo de sus contemporáneos, la nostalgia sin orillas y, en otras, la recurrente imposibilidad de una convivencia humana y duradera.
He leído y oído las lecturas que se hacen de este poemario y curiosamente hay coincidencias que yo comparto: en Escenas del jardín existen dos polos que atraen a otros poemas o que sirven de referencia a los demás: los poemas sobre el padre y la muerte: “Morgue”, “Los puentes”, “Los alacranes” o “Los hijos”, y el poema largo “Los amantes”. En esta breve serie, diría se concentran las inquietudes no sólo poéticas sino intelectuales de Brenda Ríos (y para prueba basta leer los ensayos y artículos de la autora): la cotidianidad a veces frívola e indolente cercenada por la fatalidad del tiempo, y un ejercicio periódico del amor, ocurrente e improvisado, siempre tarde, oscilando entre la pasión enferma y la más redonda apatía. Y es curioso, alguien diría que los temas por antonomasia de la literatura se hallan representados en esos dos polos que aquí menciono: la muerte y el amor.
De “Los amantes”
Mis dos amantes me piden dinero
Les entrego los cheques de buen papel
Y corren al banco
Me dijeron: eres maravillosa
Es imposible no quererte
Aislada de ellos, imagino
que dicen algo sobre volver y cocinar
Quizá esta sea la última vez
que mi amor deja la ventanilla del banco
desmoronándose
Perderme, eso quiero
dije a mis dos amantes
y extendí los mapas.
Aquí surge, sin embargo, otro tema que a mí me interesa, ese fino intersticio — un cruce de caminos— donde se toma la decisión de resolver un motivo literario mediante las herramientas de la narrativa, el ensayo o la poesía.
¿Qué posibilidades o ventajas ofrecería escribir la muerte o el amor con las argucias de la poesía?: ¿la brevedad, la posibilidad del abandono del poema, apelar a la abstracción? Porque la narrativa, para recrear lo vivido, necesita por fuerza aquello de lo que hablamos al principio, el cimiento o el maquillaje de la verosimilitud. Por tanto, ¿el poema que da cuenta de lo real qué necesitaría para escribirse además de palabras? Quizá sea más sencillo de lo que podría creerse y esas herramientas estarían fuera del papel.
Es romántico pensarlo pero aquello que sospecho necesita el poeta y que en Escenas del jardín se lee son dos cosas intangibles y a veces fugitivas: congruencia y sinceridad.
Brenda Ríos,Escenas del jardín. Mantis Editores, 2015, 73 pp.