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MILO MANARA, CELEBRAR EL CUERPO DE LA MUJER

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alvo en los pocos ámbitos en los que se ejerce la lectura sin prejuicios, el cómic se salva de una condena súbita por presentar a la mujer como un objeto. México tiene gran tradición en las historietas de contenido picante, en donde se relatan amoríos con finales comúnmente burlescos o trágicos. Las mujeres suelen ser representadas con cuerpos de enorme frondosidad, en medio de hombres que las anhelan y acosan hasta lograr algún “favorcito” de su difícil voluntad.

No es difícil hallar en los puestos de periódicos una pequeña sección de esta forma de entretenimiento, casi escondida por las fajillas usuales que los etiquetan como productos “sólo para adultos”. Esto para acentuar que en este país los cómics eróticos aún se consideran un subproducto para individuos con más libido que inteligencia o parejas sexuales.

En la tradición europea, el italiano Milo Manara (n. 1945) ha destacado por su extremoso refinamiento para dibujar el cuerpo de la mujer, en especial, en posiciones eróticas y sexuales. Manara, un clásico vivo de la historieta, afiló su notoriedad entre los adultos asiduos al cómic para lectores exigentes, cuando dibujó la serie de Los Borgia (2005) en colaboración con Alejandro Jodorowski, quien nunca ha dejado de estar vinculado al mundo de las historietas para adultos, con tramas sangrientas, místicas o espaciales.

No obstante, Manara ya era una celebridad por series como El Click (1983-2001), las aventuras de Giuseppe Bergman y, de manera especial, El perfume del invisible (1985), un hito del dibujo erótico puesto al servicio de una trama delirante. Su obra es distendida y lo mismo puede dibujar una serie del Kamasutra, que colaborar con ese otro maestro del cómic que fue Hugo Pratt (1927-1995). El gran Hugo Pratt.

He sentido gran satisfacción al reencontrarme con los dibujos de Manara en ediciones modernas y traducciones pulcras, en papel de alta calidad y con los debidos contratos editoriales, con lo cual su pase a las siguientes generaciones está garantizado. Hubo un tiempo en que sus obras circulaban como si fuesen un objeto prohibido, en reproducciones que demeritaban un trabajo de calidad, confundiéndolo con la cháchara usual que produce la siempre decepcionante industria del porno.

En la parte literaria, debe decirse, Manara cede más de lo debido a la parte mágica de la realidad, y sus historias quedan subordinadas al estallido de la pulsión erótica. En El perfume del invisible, por ejemplo, se relata la historia de un científico que desarrolla una sustancia que produce invisibilidad, además de frenesí sexual en quienes tienen la suerte de tenerlo a su disposición. Esta historia, además de otras, se resuelve con alguna persecución entre individuos encuerados, la culminación de un acto sexual o una masturbación delirante. Lo que importa es el dibujo, quiero decir.

Manara, dibujante envidiable de trazo sintético y casi perfecto, se inclina por las soluciones del género y celebra el cuerpo de la mujer como una caja de Pandora, que una vez abierta genera consecuencias a propios y extraños. Su gran deleite es el cuerpo de la mujer. Manara dibuja para celebrarlo, confesar su pasión por sus bordes y olores y también para dar un ejemplo —uno de los últimos con un alto nivel de exigencia por lo que hace al concepto de la valentía—, de que el arte no debe reparar en mojigaterías o teorías culturalistas que intentan desbarrancar una devoción milenaria.

Dudo que sus dibujos sean de la preferencia de las feministas radicales —para quienes será otro enemigo de su reivindicación—, aunque sí podrían ganarse el beneplácito de las lesbianas y, en general, de cualquier mujer con el suficiente criterio para concluir que un dibujo del cuerpo de la mujer jamás implica demeritar a una condición de género, o como quieran llamarle.

Ningún arte, en este caso el de Manara, debería verse limitado por las ideas políticas de la sociedad, pese a que se muestren favorecidas por una mayoría rabiosa y purulenta. Ya en demasiadas ocasiones se ha probado que la masa, anónima y rijosa, se equivoca con facilidad.

La soltura de su trazo ha sido influencia para varios dibujantes, quienes imitan su modo de resolver las curvaturas del cuerpo de la mujer en el espacio infinito. Las mujeres que aparecen en sus cómics no serían feministas o, si lo fueran, apenas se inclinarían por desconfiar del hombre, su compañero histórico y proveedor de placer en grado supremo. En el vasto universo de los cómics, y en el reducido mundo de los cómics eróticos que ameritan visitarse, la obra de Manara no sólo es eso sino también un lujo visual en tiempos en los que las violencias del revanchismo nos obligan a bajar la vista y al silencio.

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