Aquella tarde, Esther me recibió con una sonría amodorrada; estaba cansada por el viaje Saltillo–Cuidad de México pero aún así se le notaba de buen humor. Nos sentamos en el lobby del hotel. Durante nuestra charla, la mesera del restaurante del hotel se nos acercó tres veces para preguntar si se nos ofrecía algo. Ninguna ordenó nada. Nos tuvo entretenidas una charla casi familiar, aunque ninguna de las dos nos conociéramos de antes, así lo parecía.
Mucho se puede decir del papel que actualmente las mujeres están tomando en la sociedad. Lo cierto es que a pesar de todas las iniciativas de ley y las movilizaciones por parte de la sociedad civil, la igualdad sigue sin llegar ¿Cuál crees que sea el papel que deben asumir las mujeres en este proceso?
Seguir fuertes, porque ha habido un cambio mínimo. En la pasada Feria del Libro platiqué de eso con cónsules de Cuba —me había tocado hacer una charla feminista acerca del papel de la mujer en la literatura y cómo se ha luchado en este entorno del machismo y la misoginia—. Ellos me decían que para llevarse a cabo un cambio cultural se debía atacar desde la raíz, desde la sociedad misma, cambiar todos los paradigmas. Un ejemplo es el caso de las masculinidades de los hombres, es difícil pedir respeto hacia la mujer porque esto no es algo que se les haya inculcado por siglos. Estos patrones se tienen que ir cambiando porque actualmente la sociedad ya no funciona así, sus cimientos antiguos están trastabillando y hay que darle y darle, por medio de la voz de todas. Es algo que han facilitado las redes sociales en pro de la mujer y la movilización a través de.
La convocatoria a través de las redes sociales ha permitido la difusión de los movimientos en pro de los derechos de la mujeres. En Saltillo existe una comunidad muy cerrada, con valores machistas arraigados; a pesar de los años, a raíz de todos estos esfuerzos, es que se están logrando algunos cambios. Necesitamos mujeres fuertes, que estén en pie de lucha, que demuestren que no somos el sexo débil. Creo que vamos por buen camino.
Creo que ha habido desde años atrás un trabajo muy interesante de escritoras mexicanas y latinoamericanas, por ejemplo María Auxiliadora Álvarez, en su libro Cuerpo, que denunciaba desde 1970 la violencia obstétrica que tienen las mujeres a la hora de parir, un hecho monstruoso, y cómo la maternidad, por toda la presión social que tienes encima, te puede volver loca. El asunto de cómo debes de ser una buena madre y que a veces no es así. Toda esa onda romántica de que la vida es rosa. La vida no es así, la vida es jodida y una se cansa y una no duerme.
Tenemos una tradición literaria femenina muy interesante, con escritoras muy fuertes y creo que la mujer es mucho más cruda y más directa. Es cómo una daga que se clava en el cuello. En lugar de este lenguaje metaforizado y rebuscado, la mujer es más directa y por ente te queda mucho más claro la imagen que te está mostrando en la poesía.
Existe un cambio importante en México, con todas estas mujeres que están escribiendo, por ejemplo: Sara Uribe con su libro Antígona González que ha sido la portavoz de todos estos desaparecidos y de la violencia que se vive en México. Creo que la voz de las mujeres está muy fuerte ahora.
¿Consideras tu trabajo una poética para la militancia?
Sí, antes dudaba de esto. Cuando me decían “feminista” pedía que no me dijeran así porque era cómo decir que estoy salada, pero luego me puse a investigar, me puse en los zapatos de las otras mujeres y en sus vivencias, incluso en tu misma familia. Me puse a pensar en mi mamá que fue obrera en Ciudad Juárez y en cómo sacó adelante a sus cinco hijos cuando mi papá era un alcohólico. Me puse a revisar toda mi obra y dije: ‘Claro que yo soy feminista, claro que yo estoy en la militancia y creo que se tiene que alzar la voz’.
Tampoco quisiera caer en las etiquetas de “Literatura para señoritas”, porque tampoco es así, puede leerla y degustarla quien sea, pero creo que lo mío es de denuncia y política.
Sí, pero no por el hecho de vivir en una sociedad violenta, sino porque me crié en un núcleo violento. Tenía un papá alcohólico. Cuando fuimos de Ciudad Juárez a Saltillo, éramos pobres, vivíamos en una casa destruida, con ratas y cucarachas. A veces no había que comer, no había agua para bañarnos. Cuando tuve un buen trabajo, mis papás reventaron. Se volvieron muy violentos. Muchas de esas cosas y muchas de esas vivencias han hecho de mi literatura eso. No es algo rosa o bonito. Lo mío no es algo cómico, es algo dramático, algo que realmente le sucede a todos, lo que lo hace más universal, porque puedes entender porque has estado ahí, lo has vivido, por eso puedes hermanarte y darle el brazo a otras personas.
¿Crees en la honestidad a la hora de enfrentarse el poema?
Sí, yo creo que si no eres honesto no vale la pena que escribas. Hay mucha gente que ficcionaliza demasiado y es muy rimbombante, se va totalmente de lo humano. Yo creo mucho en eso, en mostrar ese lado humano, grotesco y violento, lo que realmente somos y en lo que estamos sumergidos.
Los escritores que se evaden pueden ser realmente genios y ganarse premios pero esa literatura es para leerse, arrancarse y limpiarse el culo con ella. La olvidas, yo creo que eso no vale la pena. No te mueven nada, no cambia nada en ti.
A lo largo de tu proceso creativo, ¿qué ha cambiado y qué se ha conservado intacto?
Ha cambiado mucho la forma como me veo yo. Antes me veía de una forma totalmente diferente. Yo no tenía compasión por otras mujeres, yo era de la guerra contra la otra, yo necesito resaltar, entonces para hacerlo necesito destruirte a ti, porque eso nos enseñan a las mujeres, nos enseñan a tirar a matar. Era un mundo de mucha competencia e incluso algunos tutores literarios que he tenido lo dicen: “esto es una competencia, hay que tirar el mordisco a la yugular”, pero creo que aprendí a ser más compasiva, a conocerme, ser paciente y disciplinada, tanto en la escritura como en la vida.
Lo que he conservado es ese rasgo violento; yo me considero un animal, una palabra que me decía mi mamá; “eres un animal porque eres lo desbordado, lo que no se puede controlar, lo que anda libre”. Gracias a eso he podido ver más aristas de lo humano y de cómo somos las mujeres. Esto me ha ayudado a no cerrarme.
¿Cuánto de tu familia y las cosas vividas han influenciado tu obra?
Todo, todo. No recuerdo que escritora decía que si tuviste una familia feliz, difícilmente ibas a poder escribir o ser artista. Como lo era Buda, que al inicio no veía la maldad, la muerte y la decadencia, pero creo que cuando te quitas las máscara y ves todo esto y lo ves en tu familia y en el ambiente en el que te desarrollas y también en lo particular, puedes entender mejor los procesos y puedes intentar resolver todo esto desde la poesía.
No, no, no, me falta muchísimo pero siento que me faltaría mucha vida para decir todo lo que quiero. Hace diez años cuando yo empecé a escribir, empecé a escribir a los diecisiete y el mundo era muchísimo más cerrado en cuanto a estos temas. Si en el 2008 mostrabas Bitácora de mujeres extrañas podía darles hueva o restarle importancia por tratar temas sobre mujeres.
En este libro podemos apreciar un lenguaje descarnado y sin miramientos ¿Es Esther igual de derecha en la vida?
Sí, creo que hasta más, soy muy cruda y muy directa en la vida. Creo que en este libro hay un proceso más empático, porque yo batallo mucho para ser empática. Pienso que escribiendo es mi manera de empatizar con los demás, porque en general soy una persona muy apartada y muy solitaria, me cuesta acercarme a los dolores ajenos pero el escribir ha hecho su proceso. La literatura me ha hecho acercarme a las personas.
¿Es la poesía un camino hacia la catarsis?
Creo que casi toda la literatura es una suerte de catarsis personal, de una u otra manera sacamos algún monstruo interior, alguna ola sucia que traemos adentro, incluso de manera subconsciente, afloran en los poemas, en la narrativa, en la dramaturgia. Llega a salir siempre algo de nosotros aflora en eso. Podemos hablar de la estética confesional: se puede decir que algunos de los poemas que he escrito son así, pero también tienen un dejo de ficción. Las cosas vividas son una gran herramienta literaria, eso también funciona a la hora de escribir, si lo sabes utilizar.
Creo que me dio una mirada diferente, yo nunca me he sentido atraída por las grandes ciudades ni por vivir en grandes urbes como la Ciudad de México o Guadalajara; aunque en lo cultural creo que me enriquecería muchísimo, no las creo necesarias para mi trabajo artístico. Creo que esos pequeños núcleos de los que se alimentan las historias, de los que se alimenta la literatura están en todos lados, no necesitas estar en la ciudad a la que todos corren y todos emigran, porque puedes ser artista dónde sea, así estés en un hueco bajo tierra y no veas a nadie, va a salir algo.
¿Qué rescatas de habitar la frontera?
Lo que siempre está en la orilla es lo que nadie quiere, de lo que no se habla, lo que todos evitan y creo que es muy necesario hablar de eso, hacerlo notar aunque no se quiera ver.
En mucha de tu obra la maternidad tiene un papel protagónico. ¿Cómo explorar un campo tan trillado sin caer en el lugar común?
Se relaciona mucho con la anterior pregunta porque siempre hablamos de la maternidad como todo eso bueno, como esa Diosa Madre envuelta en un halo de luz, pero yo creo que la maternidad es como estar comiendo mierda y venir de lo oscuro, transmutarte en animales rastreos. En el libro más reciente, Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas, concebí a la madre como una tarántula, como un ser que da miedo pero que protege a sus criaturas hasta la nausea, que se deja devorar por ellas si hay necesidad, pero también hay arañas que pueden destruir a sus hijos para poder sobrevivir. Eso es algo que se ha dicho poco en la literatura: hay muy pocas voces hablando de esto y es algo que se debe visibilizar. No damos más asideros a las mujeres para verse y reflejarse.
¿Te consideras una poeta de lo incómodo?
No me considero así, ni siquiera me nombro “poeta”. Creo que soy una persona que escribe, a pesar de los premios, las publicaciones y las becas me parece lejano, es como el aire que está ahí en todos esos huecos. No podría, nombrarte así es ponerlo en letras mayúsculas y no va mucho conmigo.
Narrativa, aunque me gusta disfrutar y ver la poesía experimental, me gusta verlo, escucharlo pero en eso se queda, en un momento. En cambio lo otro, Gonzalo Rojas, Juan Gelman, Maria Auxiliadora Álvarez, los leo y estoy días pensando en eso. Quizá por la construcción, por la imagen o por el libro completo pero pienso en la vida de esas personas que te están narrando algo y que te sorprenden mucho. Creo que eso es lo que importa, que te hiera. Puede ser que la poesía experimental lo logre pero conmigo no funciona.
Imagen de la autora tomada de El Heraldo de Saltillo.