Escribir un cuento es en sí mismo un problema de tres elementos. Lenguaje, estructura y personaje.
Flannery O´Connor, una cuentista norteamericana impresionante dice –en unas fotocopias que extravié- que separar a un relato en esos tres elementos es tan estúpido como decir que un rostro se divide en nariz, ojos y
Aniela Rodríguez reúne en forma de su segundo libro de relatos un puñado de cuentos que responden a esta peculiaridad. Son cuentos complejos, con personajes disímiles que se encuentran en el corazón mismo del caos. Viven bajo la amenaza constante de quedarse locos o idiotas. O peor aun: enamorarse. Les aterran las consecuencias de sus actos. Y por eso mismo viven del lado de los extremos. Cualquiera diría que un cigarro no puede arder al mundo, concluye uno de estos personajes malditos. Sin embargo está equivocado: un cigarro puede hacer arder al mundo, al universo, al libro. Hay pequeños detalles de una vida que la modifican para siempre: como caerse desde una gran altura y quedar en coma.
Aniela está consiente de que escribir cuentos eficientes es un enorme problema. Juega con las posibilidades del género haciéndonos creer que estamos leyendo más bien un sueño o la historia que escribe un niño aspirante a escritor para entretener a su mamá. De repente el narrador se vuelve la asombrada conciencia majadera de los personajes. De repente Aniela misma le pregunta a sus personajes: “¿Qué putas, Elías?”. Esta múltiple intención vuelve a los cuentos una casa en la que no sabemos dónde están los encendedores de luz. A oscuras avanzamos entre las vidas de estos sujetos sin opciones.
“con los ojos resecos, como dos enormes balines enrojecidos…” dice el narrador en un cuento. Y en el párrafo anterior:
“con dos capulines en lugar de ojos…”
Aniela Rodríguez, El problema de los tres cuerpos. Fondo Editorial Tierra Adentro. 2016.