l libro revolucionario a que se refiere el autor es Cuestiones estéticas (1911), de Alfonso Reyes (1889-1959). Ya conocemos bien la anécdota: Reyes dormía por esos días (septiembre de 1911) con un fusil junto a la almohada, pues eran los días en que la Ciudad de México se había transformado en un caos. Y entonces, llegó una carta, en medio de las balas de la calle y de la incertidumbre: el filósofo francés Émile Boutroux había leído ese volumen y le escribía para invitarlo a pasear por París y charlar sobre los temas que a ambos les interesaban: el teatro, Goethe, Grecia… ¡Conversar en esos momentos!, si los europeos supieran.
Muchos de los grandes libros de nuestra literatura han sido escritos en medio de la incertidumbre, huyendo de un lado a otro. En 1911, Francisco I. Madero acababa de entrar triunfante a la capital y se encontraba por organizar las elecciones que lo llevarían a la presidencia. Aunque algo del desorden capitalino se le debía al general Bernardo Reyes, padre del escritor, pues se encontraba en plena oposición a Madero. De pronto, la realidad, insistente, se mete a nuestros asuntos literarios y nos distrae, un derrocamiento, una guerra, una bala se incrusta en la pared y nos dice que México arde en llamas, como siempre.
El autor de este volumen vuelve a esas páginas, un siglo después, aunque recurrentemente lo han hecho otros escritores, en este caso para decir que encierran utopías. Por lo menos, ésa que nos dice que ante la realidad incomprensible e inaprensible, se construye el arte, bastante más duradero. Una especie de salvación personal, pero también el proyecto de una salvación colectiva. La pequeña Grecia personal, el arte que hasta entonces no había podido ver en vivo, las obras de arte de Europa y todo eso… Son aspectos que la utopía añade para sí, lo cual me parece bien.
Tuvo gran importancia Pedro Henríquez Ureña en ese sentido, el joven recién llegado de República Dominicana que le dio consistencia a Reyes y lo apartó de la bohemia modernista. Sin embargo, veo que la editorial puso en la portada –además de Reyes y Henríquez Ureña–, a Vasconcelos y a Antonio Caso.
Ambos estuvieron en las sesiones de lectura que organizaban en su juventud, pero Vasconcelos muchos años después recibió dinero nazi e hizo una revista, Timón, de propaganda alemana. Y Caso, él todavía hasta 1946, en su último libro, sobre Sócrates, aún alababa a Hitler. Ruy Pérez Tamayo, en su libro sobre la historia de la ciencia en México, acusa al Ateneo de haber detenido el progreso científico de nuestro país. Parecía que las generaciones anteriores habían secado el tema del Ateneo, y ahora vuelve a ser novedad, algo dice actual. Ya el autor lleva, en varios libros, dándonos a conocer los aspectos pertinentes del Ateneo.
Marcos Daniel Aguilar. La terquedad de la esperanza, Cuatro cuadros circundantes a un libro revolucionario, prólogo de Armando González Torres. Nuevo León, UANL, 2015.