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SOY SUPERVIVIENTE

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NO HAY TIEMPO QUE PERDER

Viernes, 24 de septiembre de 2010
Abro los ojos y quiero pensar que acabo de despertar de una pesadilla, pero no: la realidad está ahí, esperándome.

Tardo años en pararme de la cama y meterme a bañar. Bajo la regadera, repaso una y otra vez los movimientos de la autoexploración sobre mi seno derecho.

Hoy me toca hacer una entrevista en los Viveros de Coyoacán, así que aprovecharé para caminar un rato, tomar aire, respirar profundo y, si se puede, pensar.

Hoy no es “Gracias a Dios es viernes”; hoy es, desafortunadamente, viernes.

Sábado, 25 de septiembre de 2010
Me levanto temprano, tengo que ir al hospital a hacerme todos los estudios que me pidió el doctor. Van a acompañarme mis hermanos. Llegamos, y como estamos a nada de que empiece octubre, los lazos rosas inundan las promociones. Los veo y me chocan.

Entro a la que va a ser mi primera mastografía en la vida. Estoy asustada. Las que dijeron que duele mucho, se quedaron cortas. Es horrible la presión que hacen las dos planchas, terriblemente frías, en los senos. He soltado varios gritos y se me han escapado algunas lágrimas. Por si fuera poco, he tenido que acomodarme en posiciones muy raras.

Paso al ultrasonido. Me ponen un gel igual de frío que las planchas del mastógrafo. Cuando la laboratorista que me está atendiendo pasa el sensor sobre la bola de mi seno derecho, comienza a hacerme preguntas incomodas; que si sé cuánto cuesta el tratamiento contra el cáncer de mama, en qué consiste la cirugía, si tengo seguro de gastos médicos mayores. Yo me quedo muda, no sé qué responder, pero su tono no me gusta, me hace sentir invadida, ignorante, torpe. Al ver mi cara completamente perpleja, cínicamente me dice que no me fije en todo eso, porque las mujeres que tienen un tumor como el mío más bien deben preocuparse por saber cuánto cuesta un funeral. Siento ganas de decirle cosas horribles, de soltarle una bofetada. Me contengo sólo porque está embarazada.

Voy a un cuarto de rayos X donde me piden que deje mi bata abierta de la espalda. Es el paso final y es muy rápido, aquí sólo me toman una telemetría (radiografía) de tórax.

Salgo con todas las preguntas de la laboratorista en la mente y su tono burlón inundando mis pensamientos. Mi hermano me pregunta qué me pasa y cuando les cuento, ambos quieren regresar a poner una queja contra la laboratorista. Yo prefiero irme, es que no tiene caso enredarme de más con el tema.

Lunes, 27 de septiembre de 2010
Al mediodía salen los resultados de mis estudios. Yo no sé qué esperar.

Mi hermana va a recogerlos, pero cuando llamamos para pedir cita, nos dicen que el doctor está· en un congreso y que estará fuera de la ciudad toda la semana. Nosotras sabemos que no hay tiempo que perder.

Por la tarde, mi hermana consigue cita con un mastólogo muy afamado. Va a revisarme mañana.

Continuará

METROPOL

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EL INFINITO TURBULENTO

La poésie
est la toxicomanie
de la parole
Anise Koltz

Para los espíritus sensibles, la distancia que separa lo normal de lo patológico suele ser discreta y sutil, casi una insinuación. Inmersos en la cotidianidad que todo lo asfixia con su aplanadora de tedio -uno de los nombres más exactos del tormento es la rutina-, solemos reaccionar de manera temerosa o violenta ante los agentes o circunstancias que nos recuerdan que la vida es un delirio. La finalidad del arte y las pasiones, como la de los excesos y las drogas, es demostrarnos que lo extraño no es vivir al límite de uno mismo, sino en la esquina opuesta a la fascinación permanente. Ser consciente de la vida sigue siendo el mayor de los milagros.

El precio que pagamos por mantener en órbita la vida civilizada –paraíso siniestro donde abunda el plástico y la desdicha– es el de vivir en un letargo funcional que pretende olvidar que la existencia es un furia de sensaciones, recuerdos y experiencias contradictorias de las que resulta imposible reponerse: vivir es testimoniar el asombro y el horror en un mismo parpadeo. Vivir, en suma, es celebrar el disparate.

Por ello no es extraño que en la historia de la cultura hayan sido los poetas, filósofos y otros proscritos de la razón quienes se hayan fundido con la luz de ese fuego permanente que consume a los más conspicuos, prodigándoles, en un gesto, la llama liberadora: sólo los que bailan con el diablo conocen las dimensiones del Infierno.

En un ensayo publicado por el New Yorker John Lanchester sostenía:

“No hay duda de que la era moderna ha sido un periodo heroico en la invención e ingestión de farmacéuticos. Y los escritores han tomado todas esas drogas, incluso en cantidades homéricas… Si ellos parecen tomar más que otras personas, quizá se deba a que los escritores –tomando en cuenta que son pocos los que escriben más de unas cuantas horas al día– disponen de un montón de tiempo libre para estar colocados y, sobre todo, para crudear a gusto”.

No digo que las drogas sean la única manera de aspirar a estados alterados o superiores: se trata simplemente del camino más corto, y por ello mismo, del más minado. Las drogas funcionan, como bien lo supo Walter Benjamin, siempre y cuando se utilicen como punto de partida y no como punto de llegada: las drogas cuentan por los infinitos interiores que revelan. Por eso la verdadera iluminación, el big-bang del cosmos en el hombre, sucede en la poesía, pero no sólo en la que escriben los poetas, sino en la que conseguimos atisbar ante un plato, un eclipse, el rostro de la noche o las nalgas de una hembra. La poesía es la droga de la palabra.

Leopolodo María Panero demostró con su vida y con obra que la locura es una provincia que colinda con la genialidad y la ruina. Hasta su muerte vivió encerrado por decisión propia en un manicomio, donde escribía.

Cierro esta columna con unos versos de La canción del croupier del Mississipi:

En el cenicero hay
ideas y poemas y voces
de amigos que no tengo. Y tengo
la boca llena de sangre,
y sangre que sale de las grietas de mi cráneo,
y toda mi alma sabe a sangre,
sangre fresca no sé si de cerdo o de hombre que soy,
en toda mi alma acuchillada por mujeres y niños
que se mueven ingenuos, torpes, en
esta vida que ya sé.
Me palpo el pecho de pronto, nervioso,
y no siento un corazón. No hay,
no existe en nadie esa cosa que llaman corazón
sino quizá en el alcohol, en esa
sangre que yo bebo y que es la sangre de Cristo,
la única sangre en este mundo que no existe
que es como el mal programado, o
como fábrica de vida o un sastre
que ha olvidado quién es y sigue viviendo, o
quizá el reloj y las horas pasan.

ANARCRÓNICAS

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BALTAZAR ON ICE

Creo que fui el primer Rey Mago negro de la historia en pesar más de 100 kilos.

Explico: era 2 de Enero y la madrota que me contrató para personificar a Santa Claus quedó tan contenta* que me volvió a llamar a finales de ese Diciembre:

–Quiero que te vayas a la pista de hielo Lomas Verdes a hacer de Rey Mago junto con tus compañeros
–Oiga, pero si yo no se patinar ni en pavimento – le respondí.
–No hay problema: ahí aprendes –hizo una pausa dramática–. Todos aprenden ahí.

Resignado, llegué a las 9:10 de aquel 2 de Enero fatídico. Mis compañeros, Hugo, un bueno para nada cuya única virtud eran su piel blanca y ojos azules; y Mauricio, un paramédico multichambas con una hija recién nacida, habían ya apañado las coronas y las barbas de Melchor y Gaspar, dejándome a mí con la túnica chillona y el betún facial con el que caracterizaría al mago que llegó de África a homenajear al Niño Jesús. Yo reclamé.

–No mamen… ¿qué no ven que soy gordo? Voy a parecer Bola de Nieve.**
–Ohhh… usted aliviánese. Pues ¿para qué llega tarde? –me contestó el ojiceleste.

Fui a convertirme entonces en mi personaje: me vestí con una túnica amarilla con naranja que me apretaba el estómago, me maquillé lo suficientemente oscuro como para parecer dictador del África Central y me calcé los patines para hielo que serían mi martirio por los siguientes días. Por último, me coroné con el turbante que la tradición adjudica al más moreno de los magos de oriente. Por primera vez, me deslicé sobre la superficie helada, aterrado de pensar que en cualquier momento ésta se rompería para hundirme sin remedio junto a todos los niños que orbitaban a mi lado, causando una desgracia digna de película de Richard Gere. Mis compañeros, patinadores expertos, me invitaban a seguirlos con risitas burlonas. En ese momento, aprendí la primera de las lecciones de patinar sobre hielo:

1.- Que los gordos podemos estabilizarnos mejor, pues nuestro peso hace que las cuchillas tengan mejor agarre.

Emocionado por mi éxito, aceleré. Me puse al nivel de mis compañeros mientras todos sonreíamos y saludábamos a la concurrencia. Hugo-Melchor me felicitó por mi dominio, y Mauricio-Gaspar se adelantó para ir al saludar a un chiquillo cerca de la puerta de emergencia. Mi otro compañero se le unió, y yo, de repente, al dirigirme a toda velocidad hacia ellos, aprendí la segunda lección de patinar sobre hielo:

2.- Lo fácil es avanzar. Lo difícil es frenar.

El rey negro –o sea, yo–, colisionó contra los otros monarcas. Afortunadamente un niño se pudo hacer a un lado antes del desastre. Luego de un buen madrazo, un amasijo conformado de tela brillante, barbas postizas, coronas de cartón y empleados de temporada se deslizó hasta la pared que separaba el hielo de las gradas. Yo fui el primero en levantarme –siendo que, al ser el que golpeó, fui el que recibió menos daño–, y sólo se me ocurrió hacer una caravana a la concurrencia y decir:

–Uste peldone, negrito no acustumblado a hielo.

La gente aplaudió, pensando en que todo era parte del show. Mis otros monárquicos compañeros se pusieron en pie con trabajos. Hugo-Melchor tenía el dedo de la mano hinchado, y Mauricio-Gaspar cojeaba. Los dos me imitaron y saludaron al público, mientras por lo bajo me mentaban la madre.

En esos cinco días aprendí a patinar sobre hielo –sobre todo, a detenerme–, a patinar en cemento –con patines de línea y túnica–, y que el racismo es patente también en las tradiciones decembrinas: de los tres magos de oriente, a mí era al que menos importunaban. Sólo cuando los otros dos estaban ocupados era cuando alguno de los infantes se acercaba a mí y, con mala cara, me explicaba lo que quería para el seis de enero. Uno de ellos, de plano, me dijo al retirarse.

–Oye… Pero le dices a ellos, ¿no?

Era como si los niños asumieran que el moreno del África era el que menos presupuesto tenía para sus juguetes, o que los otros monarcas sólo lo llevaban para cargar o recoger las cacas de las monturas.

En fin, que con su mirra se lo coman.

* Ver “La vida secreta de Santa Claus”: http://ow.ly/Hle1m
** Célebre cantante cubano conocido por su hermosa voz, su sobrepeso y su piel azabache.

PuebLONDON

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PALABRAS PROHIBIDAS Y DIETAS ROTAS

¿Ya empezaron su dieta post navideña? La propuesta de quienes han decidido que no quieren saber nada de dietas ni regímenes saludables es que, después de declarar oficialmente terminado el puente Guadalupe-Reyes, se haga una pequeña pausa (después de la Candelaria) para ponernos en forma y cruzar el puente del 14 de febrero al 10 de mayo (Vale-Madres) el cual representa más adecuadamente nuestro concepto mexicano sobre la gordura y sus consecuencias. No por nada el 2014 representó la elevación del nivel de obesidad entre los mexicanos hasta el 33%, con un nada envidiable 70% de personas con sobrepeso. Menos del 25% de la población de México está dentro de los parámetros idóneos de peso y talla y (¡sorpréndanse!), esos connacionales que logran mantener la línea pertenecen al sector de quienes tienen mejores ingresos y educación. El 85% de los paisanos somos, entonces, ignorantes, pobres y gordos.

La situación de los canadienses es muy diferente: su población adulta obesa alcanza 1 de cada 4 individuos (alrededor del 25%) mientras que los niños obesos ya son 1 de cada 10. Una de las diferencias en las estadísticas mexicanas y canadienses es que Canadá tiene más escrúpulos al reportar a su población con sobrepeso, pero la calculan en cerca de 41%. Los reportes del sector de población en el que se encuentran es similar: cerca del 50% tienen nivel de educación bajo, son económicamente vulnerables y de tamaño “grande”. Además, están peleando duramente por su derecho a ser tratados igual que el resto de la población y a ser considerados “bellos” porque cada cuerpo tiene, necesariamente, un atractivo implícito.

Canadá y México siempre están compitiendo con Estados Unidos acerca de los niveles, la sutil diferencia es que al sur de la frontera se pelean los primeros lugares en enfermedades, criminalidad e ignorancia, mientras que al norte se trata de logros sociales, pago de impuestos y conquistas económicas. Los mexicanos ya desplazamos a los estadounidenses en número de gordos. Ellos ya no son el país más obeso del mundo, somos nosotros y hay que ver que costó mucho trabajo desbancarlos por motivos de peso. En Canadá disputan ahora el primer lugar en atención a la población obesa y como en ninguno de los tres países, están tratando de aplicar programas de prevención para reducir las cifras y evitar la incidencia de problemas de salud que acarrea el sobrepeso.

La sicología y el control de peso están íntimamente ligados y por ellos es importante prestar atención a la forma en que nos expresamos al respecto, lo que ello dice de nosotros y de los dos estilos tan diferentes de abordar una crisis. En México aún no tocamos los extremos del miedo al lenguaje que ataca a las culturas anglosajonas, pero nos desbarrancamos en la banda opuesta cuando nuestro vocabulario representa las fobias que nos corroen. En México escuché a una joven referirse a otra como la “asquerosa cerda marrana” que no podía dejar de “tragar”.

Dejando de lado las redundancias, no es difícil percibir un ligero desprecio hacia la persona obesa que no controla su apetito. Si generalizamos esta percepción y nos asomamos a la estadística, podríamos concluir que sentimos lo mismo hacia el 85% de la población, a menos que estemos en el confortable 25% de los delgados con carrera y billetera. Nos miramos en un espejo que nos desagrada, no hacemos nada por mejorar la imagen y cerramos los ojos ante nuestras propias carencias económicas y de conocimientos para consolarnos con un tamal.

En la otra orilla del manejo de lenguaje, los canadienses consideran el uso de la palabra “gordo” (fat) como inapropiado. Una palabra que puede describir una situación real se considera un insulto, se saca del diccionario. En su lugar se debe usar la palabra “grande”, a pesar de que no describe la situación pues una persona grande puede serlo de estatura o de constitución sin haber rebasado la línea del sobrepeso.

No estoy cómoda con ninguno de los dos estilos. Me parece cruel y profundamente dañino considerar asquerosos a los gordos, y me parece ingenuo hacernos, literalmente, de la vista gorda y mejor llamarlos “grandes” para no ofender. La primera reacción tiene como consecuencia el agravamiento de la presión social e individual sobre quienes tienen problemas para controlar su peso. La segunda lleva a los gordos a la negligencia: se les brindan carritos automáticos para que puedan moverse con libertad en la ciudad a pesar de que sus piernas no resisten el peso; se les asignan asientos especiales en el transporte público y en general se les trata como minusválidos cuando tendrían la posibilidad de llevar una vida más sana.

Ambos extremos del uso del lenguaje nos revelan la falta de solidaridad y una intención de no relacionarnos con el otro, a quien consideramos inferior. En el norte de América del Norte se disfraza detrás de una intención de respeto, pero no se admite que, aunque las palabras no suenen, mantenemos el sentimiento que las genera. Yo opino, aunque se arme la gorda.

IN THE SHIRE

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LA OTI, EUROVISIÓN Y UNA RESPUESTA

Conchita Wurst cantó Rise like a Phoenix para cerrar el último programa de 2014 de The Graham Norton Show, uno de mis programas preferidos de la televisión británica porque su conductor, Graham Norton, conversa con celebridades con una jiribilla que me mata de risa por su irreverencia. Conchita Wurst es la cantante austriaca que ganó Eurovisión el año que recién acabó y que será recordada, por más de uno, porque se trata de un travesti barbado.
https://www.youtube.com/watch?v=MYGc6MMalLk

Para mí, 2014 será evocado –junto con otros eventos– como el año de mi primer festival de Eurovisión, o Eurovision Song Contest, cuando mi contendiente favorita, Conchita, ganó, y espero con apetencia el concurso de este año que recién comienza. Eurovisión no representa un acontecimiento tan extraño, digo yo, para quien llegó a ver alguna edición de la OTI (y mientras lo escribo pienso que por esta referencia ya di el viejazo), ese festival donde le fue negado el primer lugar a José José en 1970 después de su mayestática interpretación de El triste, inmortalizada en nuestros días en youtube.com).

La OTI, oficialmente llamada Gran Premio de la Canción Iberoamericana, pero mejor conocida como Festival OTI de la Canción o Festival de la OTI, era una competencia donde los países miembros de la Organización de Telecomunicaciones Iberoamericanas (OTI) concursaban con una canción. El propósito del festival emulaba la finalidad de Eurovisión, es decir propiciar la integración cultural de la región, la unidad europea en el caso de Eurovisión y la correspondiente iberoamericana en el caso de la OTI. Sin embargo, la OTI nunca tuvo la popularidad ni la aceptación del festival europeo y desde el año 2000 no se realizó más.

Sorpresivamente, Eurovisión permanece vigente, tiene casi 60 años celebrándose, este año los cumple, y en él compiten representantes no sólo de países europeos, sino de no europeos como Israel o Armenia. Todavía no logro comprender el motivo de su inclusión, pero espero desentrañarlo este año. No niego que me entusiasma la edición 2015 del concurso, porque aviva mi curiosidad profesional (en tanto Licenciada en Estudios Latinoamericanos, me parece que Europa y los europeos merecen ser examinados por pura justicia histórica), así como porque aguijonea a la pequeña antropóloga que habita mi corazón y observa con fascinación a los nativos de esas tierras.

Por otro lado, Eurovisión también me entusiasma por la fiesta que se produce alrededor de ella. Desata tal euforia y pasión entre los europeos que me deja atónita. Confieso que nunca antes pensé que ellos, los europeos (salvo los españoles o los italianos) tan referenciales y reverenciales para las aspiraciones imitativas de las clases media y alta de México, podrían emocionarse por un evento de música popular y un fenómeno de la cultura de masas. Yo estaba prejuiciada, la raza se impuso al espíritu, lo acepto.

En particular, los escandinavos se toman la competencia muy en serio. Fue en casa de una danesa que reside en Oxford, junto con una sueca, dos alemanas y otra danesa, que igualmente viven en esa capital del conocimiento, que tuve mi primer experiencia de Eurovisión. Este año espero que se repita, aunque sin problemas me puedo saltar la parte en que terminé un poco borracha y dormida en un reposé.

Sé que en 2015 no se podrá repetir un acontecimiento similar al de Conchita Wurst, pero reconozco que lejos estoy de ser una experta en Eurovisión y lo mío es pura corazonada. Creo que pasará tiempo antes de que ascienda otra figura que aglutine como ella y su barba, su reivindicación antidiscriminatoria y su mensaje de respeto, su canción sobre el renacimiento y sus alusiones a los temas musicales de James Bond.

Conchita me reclutó entre sus seguidores no sólo por solidaridad con el movimiento LGBTTI, sino por el performance que ella ejecuta. En su apariencia ella reúne características de los dos géneros sexuales tradicionales, por decirlo de algún modo. Ahora bien, su acto travesti no exagera atributos femeninos así como su maquillaje y su voz no intentan emular el de otra mujer, sino que enfatizan la propia mujer que Conchita es, la mujer que todo hombre es. De igual modo, me reclutó porque su canción, tanto la letra como la música, me emociona. Entre diversos géneros musicales, crecí escuchando baladas (algunas ganadoras del OTI) y temas de James Bond.

Graham Norton elogió a Conchita Wurst diciendo “You are the answer to many of our questions” (“Tú eres la respuesta a muchas de nuestras preguntas”). Creo que Graham habló en tanto hombre homosexual, pero añadiría yo que en su enunciado admite sin esfuerzo alguno también una apuesta a favor de la tolerancia étnica que en Reino Unido y Europa se ha estado viendo amenazada.