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PuebLONDON

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DE CORAJE EN CORAJE
Andrea Avila

Al vivir en PuebLondon y malabarear cotidianamente con las inconveniencias de la burocracia canadiense, pelearme mentalmente con la frialdad de la sociedad (y del invierno) y suspirar hondo y profundo ante la mención de los tamales, el mole y las fritangas, muchas veces me he preguntado qué es lo que distingue a un país desarrollado de uno que no lo es y sabemos, o intuimos, nunca lo llegará a ser. ¿Por qué si los latinos somos tan cálidos, bullangueros y -alcanzado el precio justo- resolvemos problemas de volada, tenemos economías patéticas y gobiernos criminales? Y entonces me entra un coraje…

Una de las razones que vienen de forma inmediata a la mente es la baja tolerancia que las sociedades desarrolladas tienen hacia la corrupción. Botón de muestra: la ciudad de Toronto despertó el miércoles de esta semana indignadísima por la prepotencia de sus oficiales de policía. Exigen el despido de algunos patrulleros (que ya han recibido una reprimenda pública) por un comportamiento que dista mucho de ser, como se espera de ellos, ejemplar. La razón, se encontraron coches de policía estacionados en lugares exclusivos para discapacitados, sin que hayan estado ahí persiguiendo criminales o atendiendo llamadas de la población (en cuyo caso hubiera sido aceptable, tampoco hay que ser cuadrados).

Mi primera reacción (después de haber leído las declaraciones del relator de la ONU sobre la policía mexicana y su uso cotidiano de la tortura) fue lanzar un “awwwww”, pensar que los canadienses buscan hasta la última pequeña razón para indignarse y levantar así un poco el nivel de emoción en sus vidas, que tiran hacia lo anodino. Pero hay que reconocer que dejar pasar un comportamiento así da lugar a que, al día siguiente, los policías sean captados durmiendo plácidamente la siesta en el lugar para discapacitados mientras los gangsters del barrio asaltan una pequeña tienda de conveniencia.

Otra razón que salta a la vista para colocar países como líderes o como seguidores, es su adaptabilidad a las tendencias económicas mundiales. Indigna hasta enfermarnos que el presidente de la nación mexicana haya viajado hasta Londres para entregar de propia mano el último recurso que le daba viabilidad al país. Pero lo verdaderamente nocivo es que como nación, nadie perciba que la economía global inició una tendencia en la que, como proveedores de servicios y mano de obra baratos, no tenemos ningún futuro.

Estados Unidos y Canadá se enfrentan ahora a una novedosa cultura de consumo que va a causar problemas en el frente del empleo y la producción en poco tiempo, aunque tal vez sea la única para salvar al medio ambiente de un colapso: compartir en lugar de comprar. Un estudio del New York Times acerca de la Generación Z y sus patrones de consumo, hizo que muchos economistas visitaran al cardiólogo porque la generación Z ha vivido la mayor parte de sus vidas bajo la sombra del desempleo de sus padres, escuchando sobre crisis financiera e inestabilidad de los mercados, son cada vez más conscientes de que deben ahorrar en vez de gastar. Como han escuchado hasta la náusea que el planeta está en serio peligro de una crisis ecológica global, buscan reciclar y rentar en vez de comprar objetos nuevos.

Los peligros son evidentes: si los Gen-Z no quieren comprar coches porque ya hay demasiados, ¿qué va a ser de la industria automovilística? Si no quieren adquirir una casa porque no se quieren sentir atados a una propiedad, ¿qué va a pasar con mercado inmobiliario? En Estados Unidos y Canadá están surgiendo comercios orientados a la renta de bienes y a la cultura de compartir. Por ejemplo, los pequeños negocios de alquiler de autos (atrás quedaron Herz o Discount) son organizaciones locales que ponen en contacto a dueños que tienen el coche sin usar en el garage dos días a la semana y están dispuestos a rentarlo a alguien que lo necesita solamente dos días para ir a un concierto a otra localidad. Quienes poseen herramientas que no usan el 90% del tiempo, se ponen de acuerdo con gente que las usará solo una vez y no tiene por qué (ni quiere) comprar una nueva que usará solamente un 1% de la vida útil de “la cosa”.

¿Qué hacen las economías desarrolladas al respecto? Se adaptan e integran a la nueva tendencia generando nuevas formas de hacer negocios, instauran jornadas laborales de menos horas para evitar gasto innecesario y con el ahorro que generan, continúan pagando los mismos salarios a sus empleados. ¿Qué hacen las economías en perpetuo desarrollo? Continúan ofreciendo los mismos servicios, abaratándolos hasta que el último obrero, trabajador o empleado caiga muerto de inanición y cansancio, al mismo tiempo que los acusan de no “aguantar”; de ser “flojos” y querer vacaciones; de “desestabilizar” al pedir condiciones justas y hacer uso de su derecho a la resistencia civil.

En el círculo de la educación, en lugar de dar prioridad a producir entes pensantes que desarrollen soluciones e inventen cosas, generamos empleados de fábricas de coches y trabajadores de la construcción que no serán necesarios en poco tiempo. Como nación, atraemos las fábricas contaminantes que otros países no quieren en su territorio, tan felices, tan sonrientes, tan serviciales.

Sin embargo, hay que admitir que las naciones perpetuamente subdesarrolladas no tienen toda la culpa. Para que las naciones en perpetua bonanza lo sigan siendo, necesitan que “allá abajo”, “de aquel lado”, haya siempre alguien dispuesto a vender su fuerza de trabajo a la mitad del precio, su petróleo por un cuarto de lo que vale, su dignidad y su orgullo por una palmada en la espalda. Si los subdesarrollados persisten en su práctica de la corrupción, los desarrollados pueden regañarlos y exhibirlos, argumentando que su falta de calidad moral los tiene donde están. Si los pobres siguen siendo pobres, seguirán aspirando a venderse al “hombre blanco”. Si dejan de serlo, estamos todos amolados; todos tendríamos que limpiar nuestra casa, planchar nuestra ropa y lavar nuestro baño, ¿o no?

LA EXUBERANCIA ES UN LUJO DE CARÁCTER TROPICAL

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Edgar Pérez Pineda

Un día en la plaza José Azueta (junto al muelle fiscal de Acapulco) un grupo se conformó espontáneamente por dos chavos con uniformes de secundaria, dos señoras regordetas con elegantes sombreros de moda (turistas nacionales), un tercero fotografiándolas, se sumaron a un par de promotores que charlaban con unas fajitas de folletos metidos bajo la axila, y próximas al jardín estaban otras dos mujeres, la primera yacía apoltronada en un banco, es la dependiente de un tenderete que no puede decirse que sea exclusivamente de suvenires ni de golosinas, sino una hibridación que incluía juguetitos de plástico, chicles, paletas Tutsi, mazapanes del Cerezo, cigarros sueltos, calcomanías y agua jabonosa para sopladura de burbujas y fundas para teléfonos celular. La dependiente vociferaba su queja, cómo le dolía desde el seno izquierdo hasta media espalda, mientras su escucha se mostraba interesada. De un instante a otro nos tocó presenciar el lento y majestuoso arribo del buque NK-05, un tremendo carguero donde los tripulantes parecían pequeñas figuras, atestiguamos cómo fue emparejándose despacio y suavemente, hasta el paralelo del muelle.

El ingente artefacto se acomodó mientras los turistas captaron el suceso en imágenes y el resto nos mantuvimos atentos. El buque tenía bandera de Panamá y desde abordo algunos marineros vestidos con monos color naranja señalaban hacia puntos de la ciudad y de las montañas, comentaban la bahía. De repente surgió la impresión de que iban saludarnos pero el entusiasmo no fue suficiente a ninguno de ambos bandos. La mujer que antes describía sus dolencias esta vez arrancó se arrancó a entonar una canción: la del “Mariachi loco”. El simple deslizamiento de tan grande barco constituyó un espectáculo. En el muelle unos lotes de coches Beatle nuevecitos esperaban ser empacados. La mujer vocinglera del tenderete se dirigió a un chico que se había aproximado a la escena, para recordarle, a modo de lo que resultó como una guasa desalmada, que se bañara, porque al rato él iba a trabajar en la cargada de los autos al navío, el vozarrón de aquella robusta morena parecía aludir indirectamente a los desconocidos alrededor, quienes resistimos centrando nuestra atención en las maniobras del navío. Entonces aquella mujer impuso sus asuntos, sabía que la escuchábamos, alardeó que ella llevaba muchos años trabajando en este parque José Azueta y que situaciones como el arribo de un transatlántico las había presenciado en demasiadas ocasiones, nos echó que tenía ya más diez años allí.

La gigantesca embarcación se detuvo y terminó el espectáculo de arribo. Estábamos ante un Fuerte de San Diego que también ha presenciado muchísima historia y todas las llegadas de los barcos modernos al puerto. En medio del calorcito sopló el viento. La espontánea escena cotidiana y popular fue diluyéndose, primero se fueron los chavitos de secundaria, luego las turistas, a quienes la orgullosa mujer del tenderete gritó cuando ya iban bastante lejos y sujetándose las pamelas para que no se las arrancara el viento arreciado: “¡Niñas, aquí les vendo unos listones para que no se les vuelen los sombreros!” Y el chico de sandalias y playerita sin mangas, el moreno a quien jocosamente le pidieron bañarse, interpeló a la mujer que había estado voceando sus asuntos personales: “Ay, mamá, si se estuvieron aquí como una hora, ¿por qué no les dijiste antes?”.

La mujer se sobresaltó como si le hubieran atizado la dignidad: “Óyeme, tú, déjame trabajar, ¿sí?”

Por eso digo que la exuberancia es un lujo de la índole.

ANARCRÓNICAS

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BREVE INSTRUCTIVO DE LA MEADA DISCRETA

Orinar es un placer muy infravalorado. Sólo tenemos que recordar la última vez que nuestra vejiga estaba como ego de poeta editado en Tierra Adentro para darse cuenta del indescriptible alivio que fue expulsar esos litros de orín. ¿Me equivoco? Un goce sólo superado por la eyaculación luego de años de abstinencia sexual.

Para nuestra desgracia, el artilugio que se utiliza para orinar es el mismo que utilizamos para conocer de manera bíblica a las personas de nuestro entorno. Por lo tanto, es bastante comprometedor que en cualquier parque público, oficina, parque de diversiones o avenida, nos lo saquemos para liberar los deshechos líquidos de nuestro cuerpo. Hostigamientos por parte de policías, múltiples mordidas, y una que otra visita al Ministerio Público son las probables consecuencias de desobedecer esta prohibición.

Además, existe otro problema, por lo menos en los hombres: el implemento utilizado para orinar es, con mucho, el trozo más querido de nuestra anatomía. Esos quinientos gramos (bueno, está bien: doscientos), de cartílago, piel y nervio no son sino lo que le pone sabor al caldo (bueno, está bien: cien). Sin ellos, la vida de muchos de nosotros, varones amantes del sexo, sería un páramo aburrido y doloroso por el cual nos arrastraríamos (bueno, está bien: cincuenta). Por lo tanto, sacarlo a destajo en cualquier lado nos expone a que un perro, una feminista radical o un jardinero distraído nos despoje de ese Pedacito de Amor. Orinar es un placer y una carga, pues no en cualquier lugar se puede hacer libremente –como el amor, claro está–, solo que es mucho más fácil aguantar las ganas de coger que las de orinar.

Claro, a menos que tenga uno un método infalible –para orinar, claro está–.

El otro día, cuando llevé a mi esposa a ciertas oficinas que están sobre la carretera federal a Toluca, viví en carne propia el sufrimiento que implica tener la vejiga rebosante. Estacionado sobre la mencionada vía, a la hora en que los empleados llegan a sus oficinas, me era imposible buscar un arbolito amigable o aplicar la técnica de los taxistas, la cual consistente en abrir el cofre y orinar mientras se finge revisar una avería en el auto. Estaba atrapado, pues no podía dejar el coche, ya que corría el riesgo de ser enganchado por la grúa. Pensé en aguantarme la vergüenza y orinar en el parabús cercano, aunque me vieran los transeúntes, pero en el momento en que lo iba a hacer el plan se frustró: a escasos diez metros de mí, una patrulla con sus dentados tripulantes se paró para extorsionar a otro automovilista. Está de más decir que, si me veían hacer mi desfogue hidráulico, el ciudadano extorsionado, y probablemente remitido, pasaría a ser yo.

Así fue que, gracias a la madre de todos los inventos, desarrollé una técnica infalible para el automovilista que pretenda orinar en público sin ser detectado. Se las comparto como un servicio a la comunidad:

1) Conserve la calma.
2) Vaya usted al asiento trasero de su automóvil y finja que está buscando el celular o la cartera.
3) Hágase de un envase adecuado cuya entrada amolde perfectamente a la punta de su glande (puede ser un garrafón de agua).
4) Acomode el recipiente justo a la entrada de su uretra sin dejar ningún espacio libre (bueno, está bien: una botella de agua Bonafont de dos litros).
5) Deje correr ese torrente amarillo y caliente sin derramar nada en las vestiduras. Precaución: Si usted es de chorro efusivo, agarre bien el implemento o al llenarse el recipiente se hará a usted mismo un Golden Shower.
6) Tape el frasco utilizado (Bueno, está bien: de 500 ml).
7) Discretamente, abra la portezuela y coloque el frasco junto a su llanta. Si llega algún policía a interrogarlo acerca de la naturaleza del líquido, diga que es Agüita de San Simón, muy milagrosa para encontrar trabajo o sacarse una beca del CONACULTA (bueno, está bien: una botellita de Yakult).
8) Si el policía insiste, dígale que es Té verde, muy bueno para la cruda. El oficial de seguro le arrebatará la botella y se la empinará con desesperación.
9) Si es el caso, meta el acelerador a fondo. No sea que reconozca el sabor y lo quiera remitir por envenenar a un oficial de policía.
10) Si el mencionado policía es policleto –es decir, que lleva bicicleta y no patrulla–, puede darse el lujo de no contestarle, arrancar el auto y luego arrojarle el frasco destapado en la cabeza. Le aseguro que su placer se multiplicará cuando escuche las mentadas de madre del azul.
11) Si hace esto, regrese por su señora esposa o correrá el riesgo de perder el mencionado Pedacito de Cielo.

Y, sobre todo recuerde esa máxima: todo lo que tenga que ver con fluidos y agujeros corporales, es delicioso y es pecado.

PuebLONDON

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NIÑOS: REYEZUELOS SIN RIENDA NI ESPERANZA

Una de las características de los canadienses que más me ha llenado de curiosidad es su relación ambivalente con los niños. Por un lado, son recipientes de todas las ayudas, bondades y beneficios del sistema. Ante la ley y las buenas costumbres sociales, son casi intocables. Un padre, abuelo o cualquier otro adulto que esté a cargo del cuidado de los niños puede ir a la cárcel si alguien (posiblemente el mismo infante) le denuncia por maltrato. Maltrato, por otro lado, puede referirse a un grito bien puesto que lo haya asustado, o a una actividad educativa que lo estrese (léase tarea o examen). Los niños tienen derecho a jugar y ser felices y nadie puede interferir con ello, punto.

Por otro lado, los adultos tienen para con los niños una relación distante y ajena. Se les ve de lejos como a una especie en vías de extinción. Se disfruta de su pequeñez y su risa como quien observa el lindo resultado de un experimento en un laboratorio, bajo la consigna científica de no intervenir. Aparentemente los niños son sujetos tan frágiles que hay que abstenerse de interactuar con ellos porque cualquier influencia externa puede dañar su futuro emocional para siempre.

En PuebLondon, al igual que en el resto de la provincia, existe un programa de actividades en centros sociales y deportivos para que la gente se inscriba y tome clases de, digamos, tenis, baile de salón, salsa, cumbia y chachachá, y cómo entrenar a los niños para ir al baño. Un grupo de expertos en deportes, expresiones culturales y bebés dan clases de habilidades básicas para que los padres puedan enfrentar estos hitos en la vida las personas. En Facebook hay grupos para padres que discuten los beneficios o peligros de dejar que los niños les digan qué ropa usar para ir a trabajar. Los padres de niños Montessori se dan apoyo y tips para lograr que sus hijos dejen de indicarles qué deben incluir en la cena. Los pequeños se han convertido en una especie de dictadores que someten a los adultos a un régimen de terror en el cual la sola idea de acercarse a ellos sin un manual de instrucciones es suficiente para poner a la mayoría al borde de un ataque de nervios. Hay que aclarar, claro está, que estos son adultos jóvenes, con una buena educación, de nivel económico medio que viven en vecindarios acomodados o en los suburbios de las ciudades. (Los adultos de nivel educativo bajo y condiciones económicas de supervivencia se preocupan poco por el estrés al que se ven sometidos los niños debido a sus hábitos de consumo de alcohol o drogas. Los extremos del péndulo están cada vez más alejados del punto medio. Y en cada extremo hay muchas excepciones, la generalización de ambos bandos es la que corresponde a estas estampas).

Muchos niños viven, entonces, dictando a los adultos cómo vivir y cómo tratarlos, mientras la sociedad realiza un experimento que puede tener como resultado futuros adolescentes a) con enorme confianza en sí mismos o b) permanentemente frustrados porque la realidad no responde cuando truenan los dedos, de la forma que lo hacían sus papás. Uno u otro puede ser el resultado… para los que sobrevivan. Porque en los periódicos, junto a los anuncios de cursos sobre cómo hacer que un bebé deje de llorar sin tener que tocarlo, también se publican noticias como la que tiene girando a toda el área metropolitana de Toronto: un pequeño de 3 años de edad que salió de su apartamento vestido con tan solo una playera, pañal (¡tres años y con pañal!, dirán las madres mexicanas) y botas para nieve. Salió también del edificio y horas después (¡horas!, dirán incrédulas las cabecitas blancas) fue encontrado con síntomas de congelamiento para morir al cabo en el hospital.

Las notas que se han sucedido desde el día en que el pequeño Elijah falleciera no aclaran cómo salió del apartamento, cómo fue a dar a la calle ni qué hacían sus padres esa noche. Solo hacen referencia a que lo pusieron en la cama a las 9 y media de la noche y fue encontrado a la mañana siguiente, a las 7. La temperatura durante esa noche fue de -17 grados centígrados, con una sensación térmica de -30.

Ningún adulto habría sobrevivido sin el abrigo adecuado, no podía esperarse más de un niño de 3 años. Sin embargo fue encontrado aún con vida. Hermanados en la tragedia, los vecinos levantaron una especie de altar para el pequeño, con juguetes de felpa señalando el lugar donde murió. Los habitantes de Ontario iniciaron espontáneamente una colecta de dinero para el funeral del niño, juntando 170 mil dólares, mucho más de lo necesario para darle un sepelio digno. La policía hizo una guardia de honor, hablaron de él sus padres, maestras y abuelos. Un servicio funerario como para un adulto; como un adulto lo definió su madre, como si fuera lo mejor que se pudiera decir sobre un niño de esa edad.

No son pocos los niños que han fallecido en Canadá porque sus padres los tratan como adultos con capacidad de hacerse cargo de sí mismos. Durante el verano les ha ocurrido a pequeños que dejan dentro de los autos estacionados en los centros comerciales, mientras los padres bajan a hacer una “compra rápida”. La causa de la muerte en esa circunstancia es la contraria, un “golpe de calor”. En realidad, todos esos chicos han muerto porque sus padres los ven como lo que no son: seres autosuficientes que no necesitan de cuidados, porque pueden decidir solos qué ropa ponerse para ir a la escuela y requieren solamente juguetes y dinero para sobrevivir.

HURACÁN RAMÍREZ, EL MITO QUE LLEGÓ PARA QUEDARSE

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Un agradecimiento especial a mi padre, Mario Paniagua, que me brindó la mayoría de datos.

Como la llegada a la luna marca Hollywood o La guerra de los mundos de Wells transmitida por la radio, así llegó este personaje al mundo; en concreto, al mundo del cine primero, y al de los cuadriláteros después.

En 1952, en las abarrotadas salas de cine de todo México se estrenó la película Huracán Ramírez, interpretado (sin máscara) por el actor David Silva; el gladiador que realizó las escenas luchísticas fue el “Tarzán español”, Eduardo Bonada. El filme fue planeado por Joselito Rodríguez, mismo que fungió de director.

Y el mito llegó para quedarse. Corrían los mejores años del pancracio nacional y este cine de luchadores y gánsteres a la mexicana tuvo gran aceptación entre el público. Pero la ficción no bastó; pronto, fueron los aficionados los que (no pidieron sino) exigieron en las arenas al entonces ícono mediático y uno de los pioneros de éste tipo de género. Fue el mismo Eduardo Bonada el encargado de representar profesionalmente en el ring al Huracán, pero tiempo después, tras vencer en un combate Máscara vs. Máscara a Black Killer, ante un público que no podía creerlo, él mismo se desencapuchó. Bonada no quiso quedarse con la identidad del luchador, además quería luchar sin máscara.

Por ese año (1952) se filmó la primera película de lucha libre cuyo título fue La bestia magnífica, con Wolf Rubinski y Crox Alvarado. Un día se comunicó conmigo Joselito Rodríguez y me comentó que iba a hacer una película de luchadores, y que la historia giraría en torno a un gladiador de nombre “Huracán López”, pero como ya existía Tarzán López, le sugerí “Huracán Ramírez”. Él aceptó y me di a la tarea de diseñar la máscara. Las escenas luchísticas las hicimos Enrique Llanes, Rolando Vera y yo, como un luchador volador, eso fue lo que hice en la película. Pero como yo sin la máscara era ya un luchador conocido, un día en el Auditorio Municipal de Ciudad Juárez me despojé de ella, y ahí quedó Huracán Ramírez.
Eduardo Bonada. (Entrevista realizada por Javier Muñoz, revista Box y Lucha).

Ante tal acontecimiento vendría a ocupar Marco Antonio García Ramírez (quien posteriormente sería Carta Brava) la vestimenta de Huracán; éste triunfó a través de todo el norte de la República mexicana y Centroamérica, y con su técnica científica de lucha logró consolidarse como un digno sucesor de la leyenda azul y rojo (ya que de la primera máscara las grecas eran color granate). Por aquellos años, Fernando Oses también se puso el traje; también Rogelio de la Paz lo usó en 1955.

Pero recordemos que Huracán Ramírez es, desde su gestación, una marca forjada por Joselito Rodríguez. La historia no nos lega la verdad de los acontecimientos sucedidos, es más bien un ramo de probables versiones: no existe certeza de si fue la Comisión de Box y Lucha la que exigió la existencia de un solo luchador con tal nombre y traje, no sabemos si la familia Rodríguez se molestó porque no generaban regalías los “falsos” Huracanes, ignoramos si fue por un noble intento de proteger la integridad del personaje, si querían que heredara un marcado estilo que dejo bacante Bonada, si aceptar la anecdótica verdad que brindó Rhual Rodríguez (nieto) de que fue producto de la casualidad, ya que Juan Rodríguez le dijo a Joselito, su padre, que Marco Antonio García Ramírez (que venía luchando como H. R. desde hacía dos años) quería al personaje formalmente, y que por esos días otro García, Daniel García Arteaga, le llamó a Joselito para igual poder adoptar la identidad del gladiador, y éste, creyendo por lo García que era Marco Antonio, le concedió la incógnita, o si finalmente admitir la versión aceptada por la mayoría en la que Joselito junto a su hijo Juan convocaron a un casting de luchadores para ver quien sería el heredero oficial, tanto en la pantalla como en los encordados, del mítico gladiador.

Daniel García Arteaga fue el sucesor, y no sólo llevaría de vuelta al Huracán al cine, sino que comenzaría a escribir una nueva historia, la de “el príncipe de seda”. Ese mismo año, para hacerlo oficial, el 27 de agosto de 1956 la Comisión de Box y Lucha le otorgó el apelativo y la licencia del personaje.

Daniel nació en 1926 en el corazón del “barrio bravo” de Tepito, en Alfarería 53. A finales de la década de los cuarenta, tres de sus hermanos ya eran luchadores profesionales: Rudy García, Arturo (la Pantera Roja) y Guillermo (el Demonio Rojo), y no pocas veces trataron de disuadir a Daniel para que éste no tomara como profesión la lucha, por su bajo peso y sus estudios, argumentaban, incluyendo a los padres; curiosamente este es el mismo motivo bajo el cual el personaje de la película mantiene en secreto su identidad mientras finge estudiar (a la par que canta en un cabaret y lucha como H. R.). Ante la campaña familiar para desalentarlo de las llaves y los lances, Daniel tomó la decisión de pisar el ring con los guantes puestos, y algunos cronistas aseguran que llegó a ganar los “guantes de oro” en la Arena Coliseo.

Corría 1953, se estrenaba Esperando a Godot de Becket, en París; el ser humano conquista la cima del Everest; sobrevino la inundación del Mar del Norte; entre Estados Unidos y Rusia detonan quince bombas atómicas, nomás “de prueba”; en México, ¡por fin!, se permite el voto femenino; y en medio de todo esto, Daniel García llegaba, sin guantes sino con una máscara, bajo el tutelaje de Chico Veloz, enmascarado como el Buitre Blanco.

Siempre fui muy rápido y ágil; mi estilo gustó y me hicieron una oferta para irme de gira a Colombia. A mi regreso me presenté con el promotor de la arena Coliseo para ver si me programaba.
–Soy el Buitre Blanco, hermano de los García—. El empresario se me quedó viendo. —¿Tú eres el Buitre Blanco? Pero mira qué cara tienes, ¿esa nariz…? ¿Qué número ocupas con tus hermanos?
—El quinto— respondí.
—Ya está, entonces serás Chico García. Sí, así te vas a llamar— me dijo.
—¿Y mi máscara?— pregunté.
—Qué máscara ni que nada— respondió.

Daniel García (reportaje realizado por Daniel Aldana Arana, La Jornada, 04/06/2004).

Su carrera como Chico García duró poco. Para cuando llegó a vestir al Huracán, ya había desarrollado una fundamental experiencia. Lo único que cambió al traje fueron los motivos rojos de la máscara por el color blanco.

Entre 1956 y 1961, la leyenda del esteta blanquiazul dentro de los cuadriláteros se consolidó, y acabó ganándose el respeto de los gladiadores que ponían en duda su calidad con la creación de la hurracarrana.

Yo fui el creador de la hurracarrana, dice mientras muestra una foto en la que se encuentra montado sobre un oponente, quien yace de espaldas. Nadie pudo escaparse jamás de esta llave. Yo la inventé. Cuando la aplicas nadie puede evitar quedar de espaldas y le pueden contar ¡uno, dos y tres! Seguro ganas. René “Copetes” Guajardo me retó y me dijo que él sí podía quitarse esa llave. En una lucha se la apliqué y por más esfuerzos que hizo no pudo zafarse.”
Daniel García (reportaje realizado por Daniel Aldana Arana, La Jornada, 04/06/2004).

Su estilo de lucha era virtuoso, un luchador aéreo en toda la extensión de la palabra, y un gran escapista de candados y llaves. Era agresivo, rápido, dominaba muy bien las cuerdas, las patadas voladoras y los topes invertidos; sus patadas siempre iban a la altura del cuello o a la frente, buscando una oportunidad para poder con los pies trenzar al enemigo y hacerlo caer aturdido y maltrecho. Podía alcanzar en un salto, con su cuerpo suspendido en el aire completamente horizontal los dos metros, ¡y caer de pie!; lo mismo que de un brinco se paraba sobre la tercera cuerda para rematar con topes o tijeras, nos relató alguna vez Blue Demon al respecto a unos cuantos levantapesas que le atosigábamos de preguntas, hace casi quince años en su gimnasio de avenida Cuitláhuac, en Azcapotzalco. Pero el estilo táctico no es lo mismo que el técnico, y Daniel, iniciado en los puños, lo mismo podía soltar un upper a la mandíbula a espaldas del réferi o picar de frente los ojos del contrincante para tomar ventaja; el ¡pícale los ojos, Huracán!, fue muy popular por entonces.

La película había servido al luchador de publicidad, su fama era enorme en Guatemala, Honduras, Cuba, Panamá, Costa Rica, Puerto Rico, Colombia, Venezuela, Haití, República Dominicana y Bolivia; en éste último país llegó a ser considerado un verdadero héroe, más importante que El Santo y (el entonces tan lejano) Superman.

Cierta tarde se encontraba tomando café en un restaurante ubicado en el centro de Bogotá cuando el boxeador colombiano Carlo Spinelli, el “Tigre francés”, le increpó y aprovechó para, ante los comensales atónitos por la escena, retarlo a un combate, Huracán como luchador y él con los guantes. La contienda se hizo oficial y se pactó a quince minutos, Spinelli debía vencer por nocaut y Huracán por sumisión o conteo de espaldas planas. El colombiano ignoraba que el enmascarado se había iniciado como púgil (oriundo de la cuna de las cumbres del boxeo mexicano, Tepito). Tras doce minutos de batirse cara a cara, Huracán logró dominarlo y lo subyugó con una estaca india. El “príncipe de seda” proclamó así el predominio de la lucha libre sobre el boxeo por aquellos ayeres.

1962 vino a ser el año en que se rodó y estrenó la segunda película del personaje, El misterio de Huracán Ramírez. El éxito en taquilla fue rotundo, su fama creció aún más, y esta misma lo catapultó a Estados Unidos y Japón, país oriental en el que llegó a ser tratado como un héroe mundial del deporte. Pero ese mismo año quedó impreso un hecho que sería sepultado contra viento y marea, el 17 de marzo la revista Arena de Box y Lucha publicó un reportaje llamado “La nota roja”, reportaje que antes ya había sido publicado por La Prensa, relataba que un luchador que conducía en estado de ebriedad había atropellado a tres peatones, el hombre tras el volante respondía al nombre de Daniel García Arteaga (una de las ventajas de poseer una doble identidad). Sus problemas de alcoholismo se acrecentaron, pero su eficacia dentro del ring permaneció intacta por varios años más, hasta que comenzó a faltar a funciones programadas, incluso varias veces llegó a luchar en estado de ebriedad (entonces sus lances eran más arrojados).

Durante su carrera enfrentó a los mejores rudos: El Médico Asesino, Ray Mendoza, Dorrel Dixon, Rene Guajardo, El Solitario, Murciélago Velázquez, Karloff Lagarde, El Enfermero e inclusive El Santo (ya que éste luchó como rudo durante veinte años, desde 1942 hasta que en 1962 se cambió al bando técnico); a partir del 63 comenzarían a formar pareja hasta el retiro del “plateado” en 1982. También serían grandes amigos fuera del ring. Dos anécdotas famosas sobreviven, la primera es que tras un combate en relevos australianos (3 vs. 3) Santo, Huracán y El Solitario vs. Negro Navarro, Signo y Texano, “el enmascarado de plata” a mitad de la función sufrió un ataque al corazón, H. R. se lo llevó cargando a toda prisa a los vestidores y logró reanimarlo, salvándole la vida; la segunda es que durante una gira en Veracruz, en plena temporada de carnaval, la empresa no se encargó de reservarles hotel; encontraron una habitación disponible en un hotel de paso (quizá la única disponible en todo el puerto), iban sin capuchas, y bromeando a la recepcionista haciéndose pasar por una pareja gay, fueron rechazados por ésta; tuvieron que dormir en un parque.

Su palmarés iba en ascenso, obtuvo importantes máscaras en luchas de apuestas, las más cotizadas son las de El Enfermero, El Espanto III, Tarántula (Guatemala), Halcón Dorado, Espectro III, La Sombra, Moloch, Oro y Hermanos Muerte I y II (que ganó junto al Rayo de Jalisco); algunas cabellera son las de el Carnicero Grimaldo, el Greco y Espectro I. En 1965 ganó cuatro campeonatos: Campeonato Mundial Welter vs. Karloff Lagarde (Cuernavaca), Campeonato Nacional Welter vs. Rizado Ruiz (Puebla), Campeonato Nacional Welter de Colombia vs. The Mummy (Bogotá), Campeonato Medio del Norte vs. Chino Chow (Ciudad Juárez).

Ese mismo año salió a la venta la historieta o fotonovela: Huracán Ramírez el invencible; iniciativa del propio Daniel García y de Juan Rodríguez Mass, publicación semanal que se imprimiría durante quince años ininterrumpidos. También, se rodó y estrenó la tercera película de la saga: El hijo de Huracán Ramírez, y el público comenzó a notar (pese a que las salas seguían llenas) que la historia del justiciero azul y blanco dentro de la pantalla grande estaba caducando; el tema estaba más que gastado (y David Silva no era Pedro Infante), los problemas romántico-familiares que sufría el nada carismático personaje, que al mismo tiempo se enfrentaba en el cuadrilátero a sus colegas de profesión y después combatía a los ensombrerados jefes de la mafia que cargaban siempre un revolver bajo la gabardina para empuñarlo al final de la película y que tenían a su disposición una corte de gorilas también luchadores para hacer el mal, habían dejado de ser interesantes en una época que, el mejor en el cine y uno de los mejores en los encordados, El Santo, ya enfrentaba momias, marcianos, zombies, hombres lobo, científicos locos, demonios, brujas y sensuales mujeres vampiro, todo esto montando un auto deportivo y disponiendo de una tecnología apenas imaginable aquellos años.

Las películas que siguieron de H. R. fueron de mal en peor, no así la carrera del luchador. En 1968, ante el fervor de los Juegos Olímpicos y en un clima de represión estudiantil que ya olía a matanza, una fotografía circuló en los periódicos: “Huracán Ramírez mide fuerzas con un elefante”; esto enloqueció a los fanáticos que dieron la historia gráfica por cierta. “El príncipe de seda” se colgó así, completamente gratis, una nueva medalla en su historial mítico.

Aún recuerdo aquel ojo rojo que me miraba con desconfianza y empezó a soplar enojada. Nos tomaron la foto y me hice a un lado porque la elefanta comenzó a moverse muy enojada, agitando su trompa. ¿Qué le sucede?, pregunté. Nunca había visto a un enmascarado, me respondieron.
Daniel García (reportaje realizado por Daniel Aldana Arana, La Jornada, 04/06/2004).

La lucha siguió y los años pasaron. Daniel ingresó en diciembre del 76 a Alcohólicos Anónimos. Para entonces ya no poseía la misma agilidad ni la misma fuerza y sus presentaciones se fueron haciendo cada vez más esporádicas. Problemas con su audición y su columna vertebral (principalmente) lo fueron orillando al retiro. Además, en el segundo lustro de los setenta comenzó a tener problemas legales con la familia Rodríguez, cuando éste demandó los derechos del personaje; la versión de la familia García es que jamás existió tal demanda, y aseguran que los problemas comenzaron cuando Daniel le reclamó a Juan Rodríguez Mass (heredero de los derechos del personaje) su parte de las regalías de la historieta, en la cual había invertido en un principio para que se realizara la publicación no sólo dinero, sino que también había posado en todos los retratos para el fotomontaje durante los primeros cinco años. Cuentan las malas lenguas que el empresario se negó a pagar, y finalmente, como un santo lleno de misericordia (y a petición de su padre) prestó el personaje del Huracán a Daniel exclusivamente para ser utilizado en los encordados, quedando así a resguardo de la familia Rodríguez todo tipo de explotación de imagen del mismo. Al retirarse Daniel, el personaje en su totalidad volvería a manos de los productores cineastas.

Aun así continuó luchando por casi quince años más. En los ochenta, su físico había mermado y sus lesiones de columna le impidieron en sus últimos encuentros tomar vuelo; Huracán ya no podía despegar de la lona ni a un metro veinte de altura. Había participado en la lucha de despedida de su gran amigo Santo, había igual ayudado a cargarlo en su féretro rumbo al cementerio, y él seguía dando tumbos en la lona; había llegado la hora del retiro.

Mientras más se acercaba a la congregación de Alcohólicos Anónimos más se alejaba de los escenarios, y a principios de 1987, después de una lucha en el Auditorio de Tijuana, se destapó públicamente; creyó que así serviría de ejemplo a seguir a los beodos que no podían parar de empinar el codo. El 5 de febrero de 1988, a sus sesenta y dos años, se despidió públicamente en el Toreo de Cuatro Caminos; después de dar las gracias al público, a Dios y los propios, se despidió para siempre del ring y (está vez definitivamente) de la máscara azul y blanco, mostrando a todos su rostro.

Me destapé en una arena de Tijuana. Cuando me subí al ring me gritaban que no lo hiciera, que me quedara con la máscara que nadie pudo jamás quitarme. Pero ya me había comprometido y el espectáculo estaba anunciado, así que me la quité y ya sin ella lo primero que vi fue a una niña llorando desesperada porque Huracán había dejado de existir.
Daniel García (reportaje realizado por Daniel Aldana Arana, La Jornada, 04/06/2004).

Era verdad que había dejado de existir; la memorable leyenda de Huracán Ramírez con él terminaba. Vinieron otros, Huracán Jr. (perdió la máscara en julio de 1990 ante Black Shadow Jr.), Huracán Ramírez II (perdió la máscara ante Octagón en diciembre del 90) después se haría llamar el Huracán Sevilla, Ciclón Ramírez (fue desenmascarado en julio del 93 por Felino), El Hijo de Huracán Ramírez (lo destapó Super Muñeco en octubre del 99), El Nuevo Huracán Ramírez Jr. (perdió la máscara con El Hijo del Santo el miércoles 2 de febrero del 2000 en el Palenque de la Feria de Celaya Guanajuato; tan sólo un día después, 3 de febrero del 2000, tuvo el descaro de enmascararse y volver a apostar la tapa ante Blue Panter, por supuesto perdió y dio el rostro al público de la Arena Isabel de Cuernavaca), Huracán Ramírez Jr. (desenmascarado por La Parka en junio de 2001). Actualmente luchan dos Huracanes “oficiales”, El Huracán Ramírez Jr. y El Hijo de Huracán Ramírez (que no han sido desenmascarados, pero que tampoco acaban de dar el ancho), y se tiene cuenta de siete H. R. más, “apócrifos”. Y así, como en el lejano 1955 en que luchaban en diferentes partes de la república hasta tres Huracanes Ramírez a la vez, el mismo día y casi a la misma hora, hoy también volvemos a vivir lo mismo, sólo que los clones cada vez vienen con menos calidad.

Daniel García Arteaga murió el 1 de noviembre de 2006, víctima de un infarto. Había vívido ocho décadas completas entregadas en cuerpo y alma al deporte que dio significado a su vida, la lucha libre. Unos años antes, tentado por el demonio del merolico seco, hizo lamentables declaraciones en revistas y programas de farándula, como que Blue Demon había muerto por alcohólico y cocainómano, al igual que Wolf Ruvinskis; también llegó a decir que él fue mejor que El Santo en los cuadriláteros.

El 2 de noviembre, justo el día de muertos, fue enterrado Daniel García, y con él, sepultaban también la leyenda de uno de los máximos representantes del pancracio y del imaginario popular de los años cincuenta, sesenta y setenta de la sociedad mexicana, el héroe blanquiazul de la época dorada del deporte del catch. Lo sepultaron con la máscara puesta, y nadie podía creer que ese sujeto era él mismo que siendo adolescente, justo en la época en que sus hermanos y su madre lo desalentaban para que no tomara por profesión la lucha libre, asistió a un circo para ver a un hombre enfrentándose con un oso.

Fui a ver el espectáculo, el luchador no era tan grande, apenas de unos 90 kilos, pero el oso era impresionante, enorme. Lo llevaban con bozal y guantes para cubrirle las garras. Cuando comenzó el combate, el oso trataba de atraparlo y abrazarlo, pero el luchador lo esquivaba con rapidez. Hasta que logró pasar a la espalda del animal y derribarlo. Entonces que se le echa encima y cuenta ¡uno, dos, tres! Y que le gana. Yo estaba sorprendido por lo que acababa de ver. Y me dije: si ese hombre ha luchado y ha podido vencer un oso, por qué yo no puedo ser luchador.
Daniel García (reportaje realizado por Daniel Aldana Arana, La Jornada, 04/06/2004).