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FÉ, ESPERANZA Y CARIDAD, CAMINOS AL INFIERNO

Si hay un tipo con un sentido del humor burlón e irónico es Luis Alcoriza, autor de las historias del tríptico Fé, Esperanza y Caridad, cada una de las cuales corresponde a las virtudes teologales del catolicismo. La procuración de ellas es también la causa o la ocasión de tantos o más vicios. Se trata de efectos no esperados o no deseados, pero sí provocados por las buenas intenciones; ésos que empiedran los caminos de los infiernos cotidianos. No existe la bondad en estado puro, sino acompañada del mal.

En este Bocaccio 70 a la mexicana, Fe es el corto que dirige Alberto Bojórquez, y cuenta sobre una mujer, Teresa, que se va a bailar a Chalma para pedir por la sanación de su esposo que no puede caminar. La peregrinación resulta para ella un continuo sufrimiento, más por la compañía de los penitentes que por el sacrificio autoimpuesto. No obstante, si de su fe depende lograr el milagro, toda dificultad deberá ser considerada como prueba que Dios le ha impuesto. Parece una mezcla de La Vía Láctea, de Luis Buñuel, sobre el camino a Santiago, y de lo que luego habría de ser Mecánica Nacional, con ese hacinamiento bizarro y lleno de folclor acampado y que trasnocha a la mitad de la nada.

Por otra parte, la esperanza es la virtud de un faquir, Gabino, la cual le había “dado fuerza” para vencer el peligro y los momentos difíciles de su profesión. Con la ilusión de comprarle una casa a su mamá, acepta presentarse clavado a una cruz en una feria, como si fuera la mujer serpiente o algún otro espectáculo freak. Alcoriza, bajo su dirección, nos deja ver que el morbo mueve multitudes, tanto como la devoción a un santo milagroso, o que jalan más un par de clavos que un par de carretas. Si de Buñuel aprendió surrealismo, aquí se perfecciona en el hiperrealismo: la esperanza muere al último, pero muere.

Por último, Caridad, dirigida por Jorge Fons, nos da muestra de lo que es una buena católica: una anciana millonaria, reparte monedas entre santos, “sus pobres” y “sus niños”. Las que da a estos últimos acaban por desatar sendas tragedias a un par de familias miserables que, como sus demás vecinos, viven inundadas pero sin agua para beber, como si fuera un castigo de Dios. A partir de ahí, inicia el calvario de Eulogia, indefensa ante un Estado de derecho del que no puede recibirse ni limosnas. Todo ha sido el resultado de un efecto mariposa perverso: el aleteo de una moneda que desata una catástrofe en el bajo mundo.

La película nos deja ver a varias estrellas de la época de oro: Fernando Soto “Mantequilla”, en un pequeño y picaresco papel de ciego; Sara García y Estela Inda, también en pequeños papeles; a Lilia Prado en un rol secundario, así como a Katy Jurado, que se lleva la película con una actuación estelar en Caridad, por la que obtuvo el Ariel. En contraste, a la distancia de los años, llaman la atención una muy joven Sasha Montenegro, prácticamente debutante (la película se filmó en 1972), así como Fabiola Falcón, protagonista de Fe, que tuvo una carrera muy corta, no obstante que luce talento y personalidad; y la extranjera Ilya Chagall, para quien fue su debut y despedida cinematográfico.

Si bien se trata principios de los años setenta, tras un periodo de prolongado de crecimiento y desarrollo económico, la modernidad del país o de su sociedad no aparecen por ningún lado: sus personajes viven en el atraso cultural y educativo; son víctimas de la pobreza y la ignorancia; México es un país salvaje y violento en el que prevalece la impunidad, y no hay algo parecido a una justicia divina que recompense a los buenos y castigue a los malos, con todo y las muy arraigadas virtudes teologales en la idiosincrasia popular. Ni siquiera los ricos lucen como representantes o sujetos del desarrollo o el progreso: son sólo adinerados. Y el Estado es todo ogro y nada filántropo.

El conjunto de las partes resulta un tratado de la mexicanidad, distinto por completo al que configuró Ismael Rodríguez, en el que está manifiesto la doble moral, la corrupción, la transa, el burocratismo, la credulidad religiosa, la picardía, el chantaje emocional y el chisme como los resortes morales, culturales y dialógicos de nuestra mala convivencia. Para Alcoriza no caben los finales felices, sino polémicos.

Por lo tanto, me parece que el valor de la película no radica en sus méritos cinematográficos, sino en que su narración no pierde vigencia en absoluto; constituye, en buena medida, un retrato del presente, tal como en su nota roja, el periodismo de lo insólito, el circo sin animales, la sempiterna mala suerte, los invitados al show de la Señorita Laura o los casos tremendistas de La Rosa de Guadalupe.

Año: 1974
Duración: 113 min.
País: México
Directores: Luis Alcoriza, Alberto Bojórquez, Jorge Fons
Guión: Luis Alcoriza, Julio Alejandro, José de la Colina
Música: Rubén Fuentes
Fotografía: Gabriel Torres
Reparto: Sara García, Julio Aldama, Fabián Aranza, Raúl Astor, Anita Blanch, Queta Carrasco, Pancho Córdova, Fabiola Falcón, Leonor Gómez, Estela Inda, Katy Jurado, Leonor Llausás, Betty Meléndez, Sasha Montenegro, Gina Morett, Guillermo Orea, Lilia Prado, Roberto Ramírez Garza, Milton Rodríguez, David Silva, Armando Silvestre
Productora: Estudios Churubusco Azteca S.A. / Producciones Escorpión

ANARCRÓNICAS

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NO HAY HÉROES EN LA NOCHE

Cuando eres niño, crees en los héroes. En los cómics, en las películas, aprendes que un hombre de valor es aquel que defiende a la chica sea cual sea la circunstancia. La escena es típica en todas las historias, desde los cuadritos de Daredevil hasta las películas del “Indio” Fernández: el mocetón se enfrenta al pérfido villano por la dama, flor de noche extraviada. Luego de una pelea brutal, el muchacho chicho remata al malo de un chingadazo en la cara o de una patada en el mentón –nunca en los huevos: eso es de tramposos–, y lo deja de tapete. La chica, entonces, redimida, se prende de los labios de su salvador y desanda las horas nocturnas para regalarse un nuevo amanecer en una nueva vida.

Nada más idiota.

Cuando creces, la realidad te rompe la nariz de un sillazo: no hay héroes en la noche. Ahí sólo priva la ley del más fuerte y mañoso, no hay reglas de caballerosidad ni respeto por quien muestra valor. La caballerosidad es una característica que se acerca peligrosamente a la estulticia. El noble, si tiene suerte, acabará apaleado en una esquina mugrienta y si no, sentirá en la espalda la frialdad de las planchas del Servicio Médico Forense.

Aquella noche era invierno: de esas brumosas que cabalgan entre la fiesta de navidad y la de año nuevo. Luego de trabajar, decidí tomar una cerveza y ver chicas desnudas en un bar de Insurgentes. Ni recuerdo el nombre del tugurio: fue uno de los cientos que como hongos aparecían de un día para otro solo para desaparecer a los dos o tres meses. Lo único memorable es que estaba frente a la gasolinería de Nuevo León, donde los travestidos venden sus encantos de utilería a los automovilistas. Me senté al lado de la pista, disfruté de dos shows aburridos de tan iguales: mujeres que, con desgana, se quitaban la ropa sin despojarse de la tanga. Mujeres feas, casi todas cercanas a los cuarenta años, de expresión agria y mal aliento.

Repentinamente, se sentó a mi lado. Era morena, de cabello corto y uñas mal pintadas. Llevaba una falda de mezclilla minúscula y un top. Manito ¿Puedo sentarme? Claro. ¿Me invitas una copa? Te invito una cerveza. No, no, sólo agua mineral. La vi de cerca: la mirada extraviada, pupilas de plato, boca seca. Me duele bien harto la cabeza, manto. ¿Te sientes bien? No, la neta, no. Ando mal de la garganta desde la mañana: es mi primer día por acá. Le toqué la frente: ardía. ¿Tomaste algo? Nada más las copas con los clientes, pero me siento bien mal. La mujer se veía legítimamente madreada. Oye, le dije, ya me voy. ¿En dónde vives? Por Coacalco. Me condolí, tenía tiempo de sobra, y traía el automóvil de la empresa en donde trabajaba. Si quieres, te llevo. Ella me observó con suspicacia. No pienses mal, respondí. En serio te veo mal. Oye, pero tienes que pagar mi salida ¿traes? No, pero vamos a hacer esto: voy a pagar mi cuenta, salgo y camino a la esquina. Me fumo un cigarro. Si sales, te llevo a casa. Va, me dijo, apretándome la mano. Hicimos el plan según lo convenido. Ya en la esquina, quince minutos después, se me apareció vestida y con su maleta. Gracias, manito, en serio. Caminamos media cuadra, y cuando menos esperé, ya nos habían rodeado diez de los meseros y garroteros del bar. ¿Qué pedo, culero, por qué te la llevas?, me empujó uno flaco y correoso. Yo no la saqué, le dije. Ella salió por sí misma. Nos vale madre. Tienes que pagar la salida. Ni madres, cabrón, le dije mientras me quitaba su mano de mi solapa. ¿No ves que está bien enferma? Me vale pito, la chica no puede salir hasta que acabe su turno. No mames, así ¿de qué les sirve? Pues o pagas o te puteamos. En eso, pasó una patrulla, se estacionó frente a nosotros, en el lado sur de Insurgentes. De inmediato cambiaron el tono. Amiga, le dijeron a ella, no te puedes salir. Ven con nosotros. Pero me siento muy mal. Ándale, ahorita te damos algo para alivianarte. El patrón mandó por tí. Pero mi niño… Mañana lo ves. Tengo que ir al doctor. Ahorita con una chela te alivianas. Poco a poco la fueron rodeando, llevándosela despacio, como una jauría de hienas. Algunos me dedicaron miradas sanguinarias, de promesas de futuros y violentos encuentros, hasta que desaparecieron en la puerta del bar.

Me quedé varios minutos helado, esperando a que se me bajara la adrenalina. Intenté prender otro cigarro, pero el encendedor se me cayó de entre los dedos. Pensé muchas cosas en ese momento: quizá si hubiera descontado al más pendenciero, al jefe, se hubieran amedrentado. Quizá si hubiera gritado a la patrulla, diciéndoles que intentaban secuestrar a la chica, ellos hubieran corrido. O quizá me habrían tundido hasta dejarme con muerte cerebral, como acostumbraban hacer en otros tugurios. El héroe de esa noche nunca apareció, sólo el payaso, quien caminó hacia el automóvil de la compañía en la que trabajaba por aquellos años.

PuebLONDON

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COMO CHAPULÍN ON THE GRILL

Para mi hermana, que siempre me recibe con generosidad

Vivir a caballo entre dos países implica una gran cantidad de diferencias culturales, choques, “caídas de veinte” que suelen ser casi tan satisfactorias como intimidantes y requiere de muchas estrategias para intentar mantener la comunicación en el lugar de origen y, al mismo tiempo, tratar de entablar nuevos vínculos en donde se reside de momento. Esto es más o menos de lo que se habla en blogs, revistas como ésta, o en las conversaciones del día a día con otros inmigrantes (porque siempre, siempre siempre, nos las arreglaremos para reunirnos donde quiera que estemos), porque la diferencia cultural es, sin duda, importante, intrigante, fundacional.

Sin embargo, ¿a alguien le han hablado de los efectos físicos que tiene inmigrar y volver al lugar de origen, digamos, un par de veces al año? Existen, están de la patada, y te traen like a grasshoper en el comal. Ni más ni menos esto me ha sucedido en los últimos días, cuando por motivos de trabajo viajé a México por un mes y regresé a PuebLondon con dolor en el termostato (Cecilia dixit).

Dejé el Pueblo en los primeros días de marzo, con una temperatura promedio de -5 grados C, armada de chamarra y bufanda (mientras no se llegue a -10, el gorro y las botas son lo de menos).

Llegar a la Gran Tenochtitlán llena siempre de calidez el corazón, hasta un poco antes de tocar tierra en el avión y sentir de un trancazo los 2 mil metros sobre el nivel del mar a los que el mismo corazón se opone con brincos dentro del pecho y la sensación de que se va a parar en cualquier momento. Esto no dura demasiado, quizá una hora corta, que pasa rápidamente entre migración y aduana, carrusel del equipaje y espera del taxi. Para cuando el vehículo acomete el Circuito Interior, la maquinaria cardiaca ya ha recordado que no hay pex, sí se siente altito, pero igual, de aquí soy. Poco a poco se va recuperando el ritmo al caminar, que se había vuelto pesado por la falta de oxígeno y para el final del día 1 la sangre chilanga ya palpita a todo lo que da.

Pasé dos semanas en el D.F. bendecida por los “días santos” que hacen el milagro de desaparecer a los defeños del lugar y dar paso a la transformación de la urbe en bosque. No queda sino imaginarse qué sería de la ciudad de México sin la voracidad de sus gobernantes, que tiran árboles como si a éstos les costara una semana volver a crecer. Desde los edificios altos, o alguna terraza cómoda, se reconoce cómo el asfalto le va ganando espacio a los jardines y, sin embargo, como una maravilla de la resiliente naturaleza, las copas de los que quedan aún dominan el escenario y dan sombra a quien los respete. Los 22 grados centígrados de temperatura en la ciudad de México son, sin duda, lo que en otras partes del mundo se conoce como El Cielo. No se suda, no se tiembla, uno no se cansa. Es una maravilla.

De ahí, a Tabasco que, no señores, no es un Edén. No se dejen engañar cuando les digan “ven, ven, ven”. Ahí hace menos calor que en Mérida (Carmen dixit), pero su ciudad capital ha adoptado los usos y costumbres del D.F.: tirado árboles, construido edificios de concreto que conservan la temperatura en el interior y refractan los rayos del sol al exterior aumentando exponencialmente la temperatura. Esos días de 38 (sí, 38 grados centígrados) con sensación térmica de 42 cayeron sobre mi organismo como una colonia de abejas, hinchando mi cuerpo y doblegando mi espíritu. Lo único que yo quería era dormir.

Sin embargo, cerca de ahí está la selva y las pirámides de Palenque y los ríos y la vegetación. Uno se pregunta cómo es que los estados del sur de México son tan pobres teniéndolo todo; en primer lugar de la lista, el agua que corre hasta con violencia y el también violento verde de la vida. Para el tercer día en Villahermosa mi cerebro se había licuado.

De vuelta al D.F. durante un día y después de regreso a un PuebLondon que me recibió con los brazos abiertos y 23 grados de primaveral temperatura, solo para hacer lo que siempre hace: atacarme dos o tres días después con la “ocasional” nevada de abril. Una tarde, recién llegada, vi granizo. Unos momentos después ya era nieve, el termómetro marcaba -5 grados y yo no supe si habíamos regresado en el tiempo hasta noviembre o si simplemente, como canta Sabina, alguien me había robado el mes de abril. A la mañana siguiente, la capa de nieve cubría el jardín, la temperatura se acercaba a -10 y ya había hinchado mi cuerpo y doblegado mi espíritu. Lo único que yo quería era dormir.

Aun así, esto debe ser como lo que dicen sobre los embarazos: inmediatamente después de dar a luz, cuentan, uno olvida el dolor. Yo ya espero la próxima ocasión para volver a México, comer mariscos (aunque me hinchen los labios y parezca recién iniciada en las artes del botox), abrazar a la gente y hablar en mi lengua. Y también viajar al sur, donde vive la selva… o lo que queda de ella.

GUÍA NO TURÍSTICA DE CHIMALHUACÁN/ 2

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SEGUNDA PARTE

Para el año 2001 la empresa familiar atendió un proyecto para Coca-Cola Femsa, que en ese entonces era un cliente importante. Cabe resaltar que mi familia y el nuevo régimen político no guardaban vínculo alguno, de no ser por una prima lejana que vivió una temporada en Celaya y años atrás había llevado a su mascota a la veterinaria del primer marido de Martha Sahagún. Ella cuenta que la otrora primera dama era muy buena bañando perros y, quien lo iba a decir, más tarde compartiría lecho en la residencia oficial con el hombre que sacó de a mentiritas al PRI de Los Pinos.

Dado el parque de frigoríficos que Coca Cola posee, la relación comercial con el negocio familiar tenía un poco de historia. El proyecto que encabecé tras volver al país implicaba trabajo de campo para visitar gran parte de los miles de comercios en los que la refresquera tuviese un refrigerador como punto de venta. Para efectos de control de calidad, mediante un muestreo estadístico, elegía puntos de la Zona Metropolitana para supervisar personalmente el trabajo de los técnicos. Un día a la semana dejaba el trabajo de oficina a fin de recorrer unos 15 o 20 negocios. Elegí visitar de nuevo Chimalhuacán. Al llegar a uno de los comercios en la parte baja del Cerro de las Palomas, venía de regreso un camión de reparto, resguardado por un hombre armado con un rifle como los que utiliza la policía federal. El chofer se detuvo frente a la tienda en la que yo conversaba con el propietario. Los cargadores y el chofer vieron que llevaba papelería con el logotipo Coca-Cola, y me preguntaron sobre lo que hacía. Les entusiasmaba que su empresa al fin pusiera atención a la zona que ellos cubrían, un tanto abandonada, salvo por los vendedores que levantaban los pedidos y a veces llevaban carteles de propaganda. El siguiente negocio que me tocaba visitar estaba calle arriba. Les pregunté cómo llegar pero en vez de responder guardaron silencio, intercambiaron miradas y su recomendación fue que mejor no subiera. “Hay apaches allá arriba”, me dijeron, luego señalaron al guardia armado que estaba en el camión; entendí. Se despidieron con amabilidad para seguir su jornada de reparto. El propietario del negocio reiteró que, en efecto, ese era el último punto más o menos seguro de la zona, y que era mejor no avanzar las 4 o 5 cuadras de la empinada calle. Poco antes de abordar el auto me percaté de un perrito junto a la banqueta: estaba muerto. El dueño de la tienda me dijo sin complejo que luego así se quedaban, por el hambre. Sopló un terregal y salí de ahí, quizás rumbo a Chicoloapan o Texcoco.

Luego de aquella segunda ronda de visitas fui una vez más al municipio, casi al final de aquel proyecto para la refresquera. El improvisado puente por el que pasé para evitar el Cerro de las Palomas estaba inundado de basura, principalmente botellas de refresco y bolsas de frituras. Un desagüe que hasta el momento no he visto ni en la película realista más asquerosa (las de Reygadas o Amat Escalante no cuentan, son bastante fresas ante el Chimalhuacán de aquellos años). El destino era “Ciudad Alegre”, una colonia cuyas calles están bautizadas en homenaje a licores: Bobadilla 103, Viejo Vergel, Don Pedro. Los domicilios en la documentación oficial deben despertar al menos una mueca burlona cuando los ve por vez primera algún burócrata de reciente ingreso. Tras la visita al comercio no hubo mayores incidencias, de no ser por la originalidad de los nombres, el asco que me duró varios días y la normalidad con la que vi a más niños desnutridos. Ahora que lo pienso, tan pronto se asimila un evento apocalíptico, la conciencia lo neutraliza y por ello deja de conmover. Aquella vez, en lugar de perrito, el cadáver era de un gato al que habían atacado las ratas.

Por distintas circunstancias durante los años siguientes recorrí en numerosas ocasiones la carretera México-Puebla. Al dejar atrás la Calzada Ignacio Zaragoza para incorporarme a la autopista siempre miraba hacia la izquierda, desde donde podía contemplar en la lejanía el Cerro de las Palomas, la sede de los “apaches”. No sé exactamente a qué se refería el dueño de la tiendita que reafirmó la advertencia de los hombres del camión repartidor, pero puedo imaginar muchas historias de terror. Durante alguno de esos viajes inicié un relato que poco a poco fue ocupando más y más cuartillas. En esa ficción un chico asiste a la misma facultad en la que estudié algunos semestres. Sólo que él se inscribió para Administración Pública, pues confía en que podrá cambiar algo de su realidad. La novela iba tomando forma hasta que me cayó una cubetada de agua fría, vía el hombre de las esculturas de fierro pintado.

Para 2014 Chimalhuacán volvió a ocupar un lugar en la memoria colectiva. De nuevo con algo nada grato: El Guerrero, ese objeto metálico de intención escultórica y nula estética que llega como bofetada: más de 30 millones pagados sin menoscabo del nulo criterio ético de Sebastián como proveedor de pedidos “artísticos” para la clase política. La funcionaria pública de turismo municipal se enorgullece de su corredor turístico tras inaugurar algo espantoso. Habrá que volver de nuevo al municipio, verificar que a casi 20 años de aquella primera visita a esa zona las calles estén pavimentadas, las alcantarillas sin basura, el desagüe sin botellas de PET, los perritos con dueño, pero principalmente, los niños sin desnutrición. De otra manera, quizá valga la pena pensar en desmontar la enorme mole de fierro y vender el acero por tonelada para iniciar un fondo de ayuda que propicie el desarrollo regional. Luego dar seguimiento a un verdadero proceso de crecimiento sin fines electoreros. Tras el planteamiento de la utopía, y una vez resueltas las necesidades básicas quizá se puedan considerar factores de cosmética urbana en una población que desde tiempos inmemoriales ha sido dejada al olvido. Tal vez su cercanía con el proyecto del nuevo aeropuerto sea un buen pretexto para pedir auxilio, pues buena falta le hace a esa zona de la mancha urbana. Imagino desde ahora cuando los aviones desciendan hacia alguna de las pistas y los visitantes deban conservar como primera imagen de este país una escultura monumental que bajo sus pies tiene un suelo plagado de miseria, eso sí, bien escondido con un plan de turismo municipal e inundado de botellas de PET, bolsas de frituras y cadáveres de animalitos domésticos que murieron de hambre

EL LADO TIERNO Y SEXY DEL COSPLAY

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A los cinco años me dieron una barba postiza y un disfraz para que hiciera de Santa Claus en una fiesta infantil. Desde entonces, mi destino está ligado a esos trajes. Denme un casco, un caballo y una espada, y en cinco minutos habré compuesto a un héroe de esos con los que el público se emociona. –Charlton Heston.

Primera parte
Ser una cosplayer en una ciudad pequeña y con fama de conservadora tiene un efecto sumamente extraño, una intromisión a la vida de la cosplayer que quizá ni ésta alcance a darse cuenta. Faryuuzaki, personaje de ficción, como aparece en las redes sociales, es el nombre de la cosplayer Fabiola Pedroza, una mujer que se ha dedicado a este trabajo de forma profesional los últimos años.

Supe de Fabiola hace mucho tiempo, cuando vivía en Aguascalientes, donde ella radica. Por amigos en común vi más de una vez fotos de ésta, disfrazada de Mujer Maravilla o de algún personaje de anime que no identificaba. Mis amigos y conocidos hablaban de ella, compartían sus fotos e, incluso, supe por ellos que era también modelo y dentista, que iba al gimnasio o que había bajado de peso. ¿Cómo podían saber tanto mis amigos sobre esta chica, si la mayoría nunca había cruzado palabra con ella o la habían visto en persona?

Pues fácil, entre el conservadurismo del estado y las redes sociales como Facebook, sale a la luz cualquier personaje que haga apenas algo diferente a lo convencional. Así, buscando a alguien interesante sobre quien escribir y aprovechando que me encontraba unos días en la ciudad, me di a la tarea de contactarla por Facebook y pedirle una entrevista, Fabiola accedió amablemente, tan amable y dulce como también me habían contado que era.

Ahí estaba ella, al medio día, afuera de un café esperándome. Sentada en una banca junto a otras personas, fue fácil distinguirla. A primera vista pasa por una atractiva edecán, buen cuerpo, una cabellera larga y negra, bien cuidada, una apariencia impecable. La saludo, pedimos un café y comenzamos la entrevista. Al momento noto que un hombre en la mesa de al lado no deja de mirarla, éste mantiene la atención en nuestra conversación durante largo rato.

¿Qué significa ser una cosplayer?
Cosplay es el conjunto de palabras custom y play, jugar a disfrazarte, pero la diferencia a un disfraz común y corriente es que el cosplay es lo más exacto posible al personaje. Como cosplayer estudias caracterización, estudias si tiene detalles de vestuario, florecitas, aretitos… de cierta forma, todo lo haces lo más semejante posible al personaje. Es como un pasatiempo, pero luego realmente terminas súper envuelto en él.

El cosplay se asocia más con los mangas y el anime japonés, pero en realidad es de todo…
Se puede hacer de actores de películas, de personajes de cómics, de caricaturas, solamente que sea un personaje que exista. No que sea real, sino que sea un personaje que ya esté diseñado, no algo que te inventaste. Porque entonces ya no sería un cosplay, sino una caracterización que haces tú o una versión de un personaje. Ésa es la diferencia.

¿Cuánto tiempo tienes haciendo cosplay?
Aproximadamente seis años.

¿Cuántos años tienes?
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Entonces empezaste grande…
Empecé ya grande. Pero realmente creo que toda la vida lo hice. Cuando te gusta algo tiendes a estar en esa línea, de chica todo el tiempo andaba que de Mujer Maravilla, que de Supergirl, o me invitaban a fiestas de disfraces y era bien clavada y exagerada con el disfraz. En una de esas fiestas me preguntaron “¿De qué vienes?”, sacados de onda. “Ah, de la Reina Amidala.” Traía unos mega chongos y todo mundo así como de qué onda con esta mujer, está muy loca, muy intensa. En otra fiesta fui de la Sirenita, no podía ni caminar, andaba en brincos y luego era en un rancho. Cuando te gusta algo tienes eso siempre, hasta que te topas con alguien o algo que te guía hacia donde es lo que te gusta.

Y en tu caso ¿qué fue lo que te llevó a hacerlo profesionalmente?
Por medio de una amiga. Yo trabajaba en un consultorio dental, y la doctora un día me invitó a un evento, ahí fue donde me metí en el cosplay. Una convención en el salón Medrano.

¿Qué tipo de cosplay prefieres hacer?
No tengo algo muy específico, cuando los observo me doy cuenta de que tengo ciertas tendencias. Más que físicamente, las personalidades, me gustan heroínas, guerreras, que luchan mucho, que son guerreras pero a la vez femeninas; una que otra tierna aunque casi no me gustan los personajes muy tiernos. Sí me gustan infantiles pero no que tengan una personalidad tierna. Me gustan más las enojonas, con más carácter, no sé si sean proyecciones o qué sea.

En el cosplay, ¿es válido que una mujer se disfrace de hombre y un hombre de mujer?
No, ya no sería un cosplay, sería gender bender, una feminización de un personaje. Yo tengo uno de Darth Vader, de Clone de Star Wars. Si me preguntan cuántos cosplays tengo, yo por ejemplo no considero esos. Los cosplayers son muy clavados en estos temas, un cosplay es de cierta forma, un gender bender es de otra, los furbys, las lolitas son otra cosa.

Supongo que las cosplayers que tienen más éxito suelen ser también las que son más sexuales, que enseñan más sus atributos, los senos, las caderas… Incluso las mujeres que hacen esto tienden a ser figuras más exuberantes. ¿En tu caso tiendes a cosplays más sexuales?
Depende de la ocasión, hay eventos o sesiones de fotos que se prestan para eso, pero no me gusta tanto basar mi trabajo en eso. No me gusta obtener el reconocimiento por medio del cuerpo o de la cara. Si el personaje tiene ciertos atributos, no me gusta que la caracterización dependa de ello. Para mí el trabajo de cosplay consiste en una caracterización, incluso me parece una expresión teatral porque estudias al personaje, sabes los movimientos, cómo es el maquillaje, a lo mejor ni siquiera eres agraciado físicamente o no te pareces, pero te caracterizas de tal manera que te ves como el personaje. A mí me gusta más eso.

En ese mismo sentido, con los cosplays más sexuales, ¿qué percepción crees que tiene la gente de este tipo de caracterización? Existe cierta idea de que el disfrazarse de personajes de fantasía está ligado a la prostitución…
Eso es lo que perciben algunas personas, que porque te disfrazas eres accesible en ese sentido.

Incluso puedes serlo, pero no quiere decir que sea por eso.
Ajá. O para ti. Por ejemplo, tengo algunas conocidas que cuando se ponen sexys se ven súper sexys, pero en la vida real nada que ver. Es una caracterización solamente. A lo mejor es la manera en que explotas algo que tal vez no sueles hacer y te animas un poco más porque sabes que es una caracterización, un disfraz, no eres tú.

¿Se han acercado a ti hombres o mujeres con esta percepción?
En persona no, la verdad siempre han sido muy respetuosos, en general todas las personas que he tenido la oportunidad de conocer por el cosplay. Llegan y a lo mejor te dan un regalito o te dicen “te quiero mucho”, “qué guapa” y así, son cosas que realmente no incomodan. Por Facebook de repente sí me ha pasado que me hagan preguntas mensas, como “si quiero salir contigo, ¿cuánto cobras?”. Pero no he sentido un acoso fuerte. A algunas amigas sí les ha pasado, pero en mi caso no.

¿Aceptarías hacer ese tipo de trabajo?
Yo no. Les digo que es una cosa muy aparte. A veces piensan que por el hecho de que te disfraces, te vas a disfrazar así también en la intimidad, es una fantasía. Para mí realmente es un pasatiempo.

He oído expresiones como “imagínate salir con una cosplay”, “imagínate ser novio de la chica que tiene todos esos trajes…”
Sí, muchas personas sí me preguntan seguido eso, si los uso con mi pareja, o hacen comentarios como “ay, pues tu novio debe estar súper feliz” o “tu pareja debe estar súper contento, lo has de tener embobado”. O sea, si quieres hacerlo, pues lo haces, pero generalmente no es así el asunto.

Incluso puedes no ser una cosplayer y disfrazarte en la intimidad.
Sí, disfrazarte. Hay un montón de cosas padres. Realmente no tiene nada que ver una cosa con la otra.

¿Cómo afecta tu físico para un cosplay?
Para los cosplayers algo que yo sé que sí es importante es cómo luces. Pero creo que tampoco está peleado con tu apariencia física. Eso es algo que se critica mucho. “Que está gordita o que está muy morenito para ese personaje.” Es un pasatiempo, lo haces y tú tienes derecho si lo haces o no. Me gusta repetirlo todo el tiempo, porque las nuevas generaciones de pronto tienen ideas erróneas como “yo no puedo hacer tal cosa, yo no soy así”, y, vamos, no es algo que te va a quitar la vida, ni tan grave, y yo creo que sí lo puedes hacer. No se me hace padre que si estás haciendo algo diferente y quieres que te respeten y te tomen en serio haciendo cosas diferentes, pienses de esa forma, comienza tú también por respetar a tus compañeros.

¿Y no crees que los mismos animes y las mismas caricaturas generan esas ideas?
Claro, definitivamente. Incluso ves a las chicas así con una súper bubi, o sea, unas cosas muy irreales y sí te generan cierta obsesión, o cierto conflicto de que “yo quiero estar así”, pero pues eso ya no es culpa de nosotros. Realmente es de cómo lo interpretes.

¿Mantienes tu cuerpo en forma para ser cosplayer?
Yo lo hago independientemente de eso, mi trabajo es muy sedentario. Cuando estoy en mi consultorio estoy encerrada, y salir e irme al gimnasio a hacer ejercicio es también salir a socializar además de ejercitarme. Mi consultorio está en mi casa, así que no me desplazo, estoy todo el día encerrada. Por eso también le saco provecho, le meto al gimnasio y si me sirve hago el personaje de una guerrera o cualquier otro personaje que quiera hacer.
Pero sí le das cierta prioridad a algunos personajes dependiendo de tu físico, sabes que si estás más delgada puedes hacer mejor cierto personaje. Es una cuestión personal, yo lo hago de esa forma. Pero también he hecho personajes que yo no creía que pudiera hacer, creía que personajes rubias no me iban hasta que me animé. Es cuestión de convencerte de hacerlo.

Una cosa es hacer un cosplay que no se parece a ti y otra hacerlo de mal gusto…
Exactamente, esa es la situación.

¿Hacer cosplay te ha generado inseguridades sobre tu físico?
Antes de que empezara con el cosplay tenía ese problema, tenía broncas con el peso, no encontraba como la forma correcta de cuidarme. Pensaba que era como todo mágico, así de “te tomas algo y bajas”. Pero con el cosplay empecé a manejarlo de otra manera, a ejercitarme. El cosplay más bien me dio seguridad.

En la segunda parte de la entrevista, Faryuuzaki nos contará sobre los personajes que ha realizado y cómo el cosplay también tiene su lado sexy y adulto más allá del personaje que realice.

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