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PuebLONDON

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LA EDAD DE LA INDECENCIA
Andrea Ávila

Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto como los últimos dos días, con el escandalazo canadiense que desató el hackeo del sitio web (canadiense) Ashley Madison, a mediados de julio. Y todo porque, gracias a ellos, nos enteramos que uno de cada cinco habitantes de La Capital de la Nación -como los canadienses llaman a Ottawa, reverencialmente- son adúlteros o al menos, tenían la intención de serlo.

Ashley Madison es un sitio de citas que tiene la particularidad de dirigirse públicamente a personas casadas. Su grito de guerra es: “La vida es corta. Ten un affaire” y la sugerente imagen de portada es la del rostro de una mujer en el que no se revelan los ojos. Tiene el dedo índice pegado a unos labios carnosos, jóvenes, pintados de rojo pasión. Su gesto invita a la secrecía, al silencio, y su dedo anular exhibe una hermosa alianza matrimonial. Debajo de la fotografía se exhiben todos los premios y acreditaciones de Ashley Madison como un portal que ofrece alta seguridad. ¿Así, o más claro? Una “cana al aire”, total, nadie tiene por qué enterarse.

El detalle que le pone picante a esta historia es la locación. Ottawa es la capital política de Canadá, la ciudad que acoge al Parlamento, donde se toman las decisiones más importantes para la colectividad. Ahí viven los ministros, los parlamentarios (equivalente en el sistema político a nuestros benditos diputados y senadores), es lugar de residencia de los diplomáticos y burócratas de alto nivel. Durante los días laborales de la semana, Ottawa vibra de actividad y se respira ahí la atmósfera de importancia, de cosa seria, que se da en los sitios donde se decide el futuro de una nación. De noche se espera que todos esos funcionarios se vayan a dormir solitos a sus departamentos.

Por la noche, los fines de semana y durante las vacaciones, Ottawa languidece. Cada viernes una flota de aviones lleva a los representantes de vuelta a sus comunidades, al igual que los días festivos, y el silencio baja a Parlament Hill. Ottawa se convierte en un pueblo como PuebLondon, que sus habitantes califican de sleepy, adormilado, aburridón. O eso pensábamos.

En una ciudad de poco más de un millón de habitantes, más de doscientos mil están registrados en el sitio para adúlteros. Esto deja fuera a los niños, algunos ancianos y, claro está, los solteros. No es demasiado aventurado decir que la gran mayoría de los habitantes casados de la Capital de la Nación está interesado en tener un romance fuera del matrimonio. En una ciudad donde el 72% de la población se declara cristiana, esto implica que hay mucho que explicar. Otro detallito: el 51% de los habitantes de Ottawa son mujeres. Chín.

Los hackers que se pusieron a jugar con el sitio exigieron que sea cerrado o de lo contrario, exhibirán la información “confidencial” de sus miembros a pesar de que el sitio web insiste en que pueden borrar los datos de los subscriptores e, incluso, cobran la “módica” suma de diecinueve dólares canadienses por hacerlos desaparecer cuando los adúlteros quieren dejarlo. Pero los vándalos cibernéticos se encargaron de recordarle a todo el mundo que ningún dato que se ofrezca en línea queda realmente borrado. Además, sus cuotas y pagos por remoción de su perfil se realizan casi siempre con tarjeta de crédito y las transacciones bancarias no se retiran del ciberespacio.

El grupo que pide el cierre de Ashley Madison y su sitio “hermano”, Established Men (que pone en contacto a hombres maduros y exitosos con chicas jóvenes y bellas), realizó su primer comunicado el quince de julio y como que nadie los tomó demasiado en serio, aunque el número de suscripciones bajó discretamente. Pero el veintidós de julio cundió el pánico entre la comunidad porque los ciberladrones hicieron públicos los primeros datos a su disposición. Dijeron que se trataba de dos hombres, uno canadiense que vive en Mississauga y otro de Brockton, Massachussets (un poblado de menos de cien mil habitantes…). De ellos sólo han revelado sus nicknames, el tipo de mujer con quien querían tener un affaire y sus “fantasías sexuales”, además de que uno de ellos -¡el pobre!- dice valorar la discreción por encima de todo… ¡ja!. Sin embargo, los hackers aseguran tener acceso a sus nombres reales y direcciones físicas.

A pesar de que la bomba todavía no se suelta completa, algunas personas están tomando medidas precautorias. Un periódico publicó la entrevista con una abogada en temas de Internet, quien dice que habrá una gran derrama económica para todo tipo de profesionales, comenzando por ellos, los abogados, no sólo los dedicados a delitos cibernéticos, sino principalmente los expertos en divorcios. Según ella, esto podría traer todo tipo de consecuencia financiera pues se trata de una población muy específica (la dedicada a la política) así que los acuerdos de separación y divorcio podrían ser millonarios.

Pura especulación, hasta el momento. Si los hackers de verdad tienen datos específicos de estos loquillos, la verdadera diversión comenzará a suceder en los próximos días, cuando más y más datos se vayan revelando. Aunque al parecer, a los hackers ya se les olvidó y no han vuelto a mencionar el asunto. Quién sabe, puede que la real y única derrama económica haya ocurrido para los periódicos, revistas y programas de televisión que se encargaron del tema. Ni modo, abogados, otra vez será.

Carcajadas aparte -además de que nadie volverá a ver con los mismos ojos a los “circunspectos” habitantes de la “aburrida” Ottawa o a los (ejem) miembros del Parlamento- hay que pensar mucho sobre las gracias y desgracias de la sociedad de la información en la era de la indecencia. Canadá es un país en el que la privacidad se defiende a capa y espada, y sin embargo, sus habitantes son consumidores ávidos de servicios y productos en línea. Una y otra son difícilmente compatibles, ya que uno compromete su información privada en cuanto entra a Google a hacer una búsqueda inocente sobre, digamos, ofertas en refrigeradores. Ya sea que uno piense o no en comprar un refrigerador, la búsqueda originará una serie de anuncios y recordatorios sobre las ofertas de refrigeradores más cercanas a nuestra locación actual haciendo uso solamente de la dirección IP de nuestra computadora. Yo busqué Ashley Madison en Google para ajustar la información de este artículo y ahora mi página de Facebook rebosa de anuncios de sitios para buscar pareja: ahí está Plenty of Fish, Lavalife, Match punto com y por supuesto, Ashley Madison. Si me hubiera suscrito, la publicidad sería aún más personalizada. Lo mismo sucede con cada búsqueda en la que aceptamos que Google tenga acceso a nuestra dirección, como por ejemplo, una película para ver en el cine más cercano. Cada vez que quiero ir al cine Google sabe ya qué tipo de film y qué cine sugerirme. ¿Cómodo? Extremadamente. ¿Seguro? Según el punto de vista de cada quién. ¿Privado? Jajajajajajaja.

Cada vez cedemos más espacio de nuestro mundo personal a las corporaciones en favor de nuestra comodidad. El año que viene llegará a Canadá el primer refrigerador (para seguir con el bonito ejemplo) completamente computarizado, que no solo regulará la temperatura de acuerdo con los productos que se tengan guardados en él, logrando con ello un gran ahorro de energía, sino que también detectará cuando hacen falta las verduras y enviará a tu androide una lista de compras generada de forma automática. Es más, la computadora del refri puede “ponerse de acuerdo” con la computadora del centro comercial y mandarle directamente la lista a ellos para que al final de la semana tu compra esté a la puerta de tu casa justo a la hora en que tú te encuentras también, gracias a que la compu del refri tiene acceso a tu agenda vía tu cel. ¿Cómodo? Si le encargas a Google la lista del mandado, a tu lavadora la fecha y hora en que hay que lavar la ropa y a tu teléfono la organización de tu vida, ¿cómo le puedes pedir a Google que se quede callado cuando le encargas que te consiga una cita “discreta” sin que se entere tu “persona especial”? Si queremos privacidad, no damos nuestros datos, se me ocurre opinar… Por cierto, ¿cuál será el mejor nombre de usuario para usar en Lavalife?

POPULANDIA ES LA CHIDA

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Las lenguas vienen a ser muchas cosas distintas y se utilizan para todo y de cualquier manera, pero no hay que olvidar que son un bien formidable. Vivimos en una sociedad de consumo en la que todos los bienes tienden a ser privados, perecederos, escasos y caros. La lengua, en cambio, es todavía un bien universal, duradero, inagotable y gratuito. En un tiempo de individualización radical, es incluso un bien comunitario que postula la solidaridad humana.
Joseba Sarrionandia

Si usted es uno de esos pulcros policías del correcto español, fiel a las buenas costumbres y a la pauta moralina de lo que se debe decir y lo que no (en público o privado), si es fanático del arrebujado lenguaje diplomático que reina en la podrida farsa interestatal, y en reinos más pequeños, por ejemplo, el social, el “intelectual” o el laboral, le invito a abandonar esta lectura.

La lengua (masa de músculos cubierta por una membrana mucosa) no reconoce rangos ni sabe de jerarquías de la pronunciación, no posee preferencias, le da igual decir calcetín que hipopotomonstrosesquipedaliofobia que hijo de puta, y es bien sabido que goza desplumando, desmenuzando y royendo asuntos tabú.

La lengua coloquial es nuestra casa, y allí nos expresamos, al igual que nos pedorreamos, a nuestras anchas, con plena confianza y naturalidad. Es allí donde en realidad somos y existimos, en ese revoltijo de frases comunes enlazadas a otras hiperbólicas, baladís, crueles, extraordinarias, poéticas, obvias, repulsivas, falsas, alusivas, intrigantes, cursis, rebuscadas, sorpresivas, discriminatorias, barrocas, simples, imperativas, hilarantes, incompletas, fóbicas y demás categorías pertinentes a la fraseología y todas sus islas y sus ismos y archipiélagos.

La lengua de uso común, el habla popular y su genética expresiva, todo lo recoge y lo utiliza como una herramienta para obtener, o intentar obtener, lo que es deseado; para justificar ante los demás nuestros actos u omisiones. En la conversación corriente, como su epíteto lo indica, cabe todo, y la conversación con uno mismo, esa extraña disparidad entre la conciencia y el ser físico tallado en carne y su alter-ego de espejos y retratos (el triunvirato de la identidad), es mucho más rica aún que la románticas, bastas, y las más veces huecas, charlas filosóficas, en cuanto a expresión refiere.

En una sociedad, lo formalmente instituido “es lo que debe reinar”; todo lo contrario representa caos, salvajismo, es un opuesto y por lo tanto encarna una amenaza, es un agente extraño, un enemigo. En un mundo sembrado de pobres, predomina la represión en todas sus acepciones; no es la pobreza el adversario de lo establecido: son los pobres. Ante tales paradojas es necesario, para evadirse de la ley y la sujeción, escapar de la censura. Hace falta mucho ingenio y güevos. Recordemos que todo el aparato de la iglesia católica (soldados de las buenas costumbres y los correctos modos) ha fungido como líder moral y espiritual durante siglos, y más para mal que bien heredó sus estragos; la huella mnémica se encamina hacia la actitud servil, la hipocresía, la güevonada, el chismerío, la valoración de lo subjetivo por encima de lo tajantemente demostrable. Peor aún, hoy las nuevas hordas de tropas cristianas y evangélicas (lo mismo pero más ortodoxo) prometen acabar con el maligno en la Tierra, a base de diezmos, exorcismos, espectáculos metateatrales y alabanzas pop, reggae y metal.

Siempre me ha divertido esa gente que idolatra a Shakespeare (maestro indiscutible del doble sentido anglosajón) y se escandaliza cuando escucha a otros alburearse. El peladaje siempre será más ingenioso que las ínfulas aristocráticas de la clase media; más aún que la vergonzosa, reducida e ignorante clase ociosa. El habla picaresca de la ciudad, el mero centro del país y del asunto, es como el hijo de la pelandusca, una salsa de todos los chiles; un collar de perlas engarzado con los mejores ribetes y repujados del idioma. Es entre los marginales que cae como maná del cielo, una vez ya pasada por la criba de todos los estratos sociales, la basurilla del idioma junto a las más esenciales proteínas de éste, para ser utilizados por los seres desechados por la formalidad, la legalidad y la apariencia.

Los barrios bajos siempre han esgrimido la lengua de germanía, ese argot utilizado por la hermandad universal de los parias, esa inventiva sagaz, versátil y escurridiza para ejercer el mal; florilegio de metáforas, en su mayoría con alusión erótica, siempre disponibles y dispuestas a sortear el orden público y las buenas costumbres. Nuestro querido Lazarillo de Tormes o Rinconete y Cortadillo y un magistral recorrido por ‘El patio de Monipodio’, Padre de ladrones en Sevilla, descrito por la insuperable mano no tullida de Cervantes, nuestro ‘Homero moderno’, puede ilustrarnos un poco el panorama acerca del antiguo uso de esta jerga, convencionalmente atribuida a ladrones, asesinos, mendigos, viciosos, estafadores y prostitutas; el hampa y el lumpen. Otra recomendación es darse una vuelta por ‘La corte de los milagros’, descrita por la poderosa pluma de Víctor Hugo en “Nuestra Señora de Paris”.

La picardía tiende a romper la solemnidad y conducirla a la alegría de la vida y a la risa. Es una expresión que iguala a los desposeídos de la fortuna con los ricos, con los poderosos, con los cultos o con los pedantes.
Salvador Novo

El uso de los retruécanos lingüísticos y composiciones de ingenio burlesco han permitido a muchos cagarse de la risa en la jeta misma de sus adversarios sin que estos se den cuentan, aunque sospechen que se están burlando de ellos, y van desde politicastros de colmillo retorcido, sa-cerdotes de alto pedorraje, curas y obispos con debilidad por los culitos, estrellitas de cartón salidas de telenovelas con discursos santurrones, cagatintas rosados que creen ser irónicos y harto malvados, amas de casa cachondas por dentro y mochas por fuera, machitos en papeles de musculosos marineros inclinados a la jotería, opinólogos moralizantes, sabios de la programación televisiva, eruditos del fútbol, chotas de a macana y lonche, milicos sanguinarios, hasta cualquier compadrito hijo del vecino. No necesitamos recurrir a Chaucer ni a Boccaccio para desglosar, someramente, la evidencia de que la palabra es el último resquicio de la libertad; y necesitamos pasar desapercibidos cuando de asuntos ilícitos se trata, porque hoy en día todo lo que atenta contra el orden establecido es ilícito, aunque él atenta, ya no contra la vida digna, sino contra la vida misma.

En el habla, la intención es lo que cuenta. La sin hueso facial puede soltar frases ocurrentes, incluso ingeniosas, pero hay que saberla guardar, porque también puede despachar insultos vejatorios, envidias lascivas, verdades cínicas, reproches descocados, mentiras sobradas, alusiones hirientes, chismes baratos, dardos emponzoñados, dagas letales.

Existe, en el cajón de la ‘asociación de padres de familia’, junto a la Biblia y el Manual de Carreño, otro manual de ‘palabras y frases correctas’, y un apartado dentro del mismo que contiene la categoría de las ‘malas palabras’. Estas mal vistas y desdeñadas, a la vez que inocentes, entidades simbólicas, son discriminadas; sus conservadores “dueños”, sus “amos” caretas, se avergüenzan de su nacimiento. Mas sé de buena fuente que las palabras buenas hablan muy mal de las malas palabras.

Por qué son malas las malas palabras, quién las define como tal. ¿Quién y por qué?, ¿quién dice qué tienen las malas palabras?, ¿o es que acaso les pegan las malas palabras a las buenas?, ¿son malas porque son de mala calidad?, o sea que ¿cuando uno las pronuncia se deterioran? o ¿cuando uno las utiliza, tienen actitudes reñidas con la moral?
Roberto Fontanarrosa

De a coraza les salpico el blanco sentimiento que me embarga. Hablando la neta, a calzón quitado y con los pelos en la mano, el lenguaje subterráneo, el no oficial, la chora, la tatacha, el caliche, la jerga ñera, la herencia de Lalo Guerrero, Chava Flores y el Tin Tan, la flor de las banquetas (que no la mariposa), oficia barrio las veinticuatro horas. La villanía, la prohibición, el estraperlo citadino, defendido y utilizado por extraordinarios liróforos (Quevedo, Villon o José Hernández) se cristalizó en la Ciudad de México para perpetuarse con pensión vitalicia; y lejos de permanecer quieto, a sabiendas de que si no se actualiza y crea nuevos códigos para esquivarse de terceros incómodos morirá, sigue mutando y adaptándose a las nuevas formas de vida.

Despojándonos de todo convencionalismo y sus frioleras, el lunfardo, el slang, el caló, la germanía en sí, es el lenguaje de los desheredados, de los que no tuvieron oportunidad de elección; y siendo francos, no está en juego la supervivencia de la jerigonza, pues lo que más y mejor sabe hacer el 90% de ‘nosotros los pobres’, sin muchas veces saber siquiera en lo que se incurre, es hablar a lo puro güey, es decir: sin fundamento, y la fabricación de más pobres progres. Hoy, la comprensión popular del argot barriobajero es sumamente amplia; de hecho, parece mezclarse cada vez más, camuflándose en la boca de todos los estratos sociales. ¿Será que el crimen anda por todas partes? Parte de su repertorio ha sido difundido por el cine de corte realista y el no muy elaborado de ficheras, la historieta, el uso común de drogas, el uso común de espacios públicos, y privados como bares, antros, estadios, arenas, cervecerías, puteros, picaderos, etc.

Ya en Tenochtitlán se utilizaba un doble lenguaje expresivo, dotado de humor e imaginación, al igual que de connotaciones sexuales. Todo respetable cuicapicque dominaba los dones poéticos del lenguaje coloquial, como cualquier juglar beat o vate infrarrealista.

El albur, código inscrito en el discurso y captado por las trompas faringotimpánicas de los oyentes para al parpadeón descifrarlo en el seso y tener una posibilidad de revire, juego de palabras con doble sentido, retruécanos idiomáticos, trasposición de términos con calambur integrado; ese deporte verbal de tahúres e hijos del arrabal, de ingeniosos del tintero, de conocedores del idioma y lumbreras de la vida licenciosa, concebido en su forma moderna, cuentan las malas lenguas, desde la época novohispana entre los mineros, los constructores y los jornaleros (todos esclavos), ha evolucionado; se le nota confiado y decidido a no irse nunca.

La injuria y la ironía son un arte, mas ya habrá tiempo para tal disertación. El albur no alcanza tal dimensión, pero aporta muchísimo como inventor y reformador del habla. En todo México, principalmente en la meca, Chilangotitlán, se producen gestas épicas entre estos gimnastas cerebrales del lenguaje de babel. Resultaría inútil ejemplificar los cientos, quizá miles, de casos existentes y resultantes del habla chilanga, defeña, mexiqueña, capitalina o como guste llamarle; resultaría un libro gordo y largo para encajonar en el baúl de sus recuerdos. Además, no cometería la vileza de exponer ante todos el argot que solo a unos cuantos nos pertenece.

Si usted gusta saber más sobre el tema, comience echándole un ojo a “Letreros, dibujos y grafitos groseros de la picardía mexicana” del maestro Armando Jiménez, traduzca la “Chilanga banda” del maese Jaime López, arremétase a Chaf y Queli antes de pasarle al Polo Polo, o mejor aún, métase a una pulcata o a un tugurio de los de dos en dos, sálgale a la calle y pinte barrio, y si lo abaratan, pus sin Jimena y sin Yolanda. Recuerde, si la vida le da la espalda, pues agárrele las nalgas. ¡O tons qué! Desde acá, Felipe y con tenis, saludos pa’ la raza. Y sí señor, de lengua me como un taco.

TERCIOPELO

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LA DEL MOÑO COLORADO
Mariana Ozuna Castañeda

En la película cómica mexicana El diablo no es tan diablo (1949), hay una secuencia-sketch o cuadro de costumbres tan del uso de la época: la protagonista de la historia se encuentra de compras (perdiendo el tiempo y chismeando) en un almacén, pide una camisa para niño, el vendedor de mostrador es un anciano que se esmera por cumplir las demandas de la mujer: ¿la tiene más blanca?, más blanca pero de manga larga, más blanca de manga larga pero abullonada, blanca de manga larga abullonada pero con cuellito redondo, ah, y un moñito rojo…, el vendedor le aconseja que lo que ella necesita es una camisa de fuerza, ella le espeta un ¡grosero! y deja al pobre hombre en medio de camisas para niño fuera de sus cajas.

Decir femenino (o infantil) también significa que lleve moñito, desde los calzones, pasando por los corpiños (qué invento de ropa interior es ése), los zapatos, las calcetas, los pantalones, los vestidos no se diga, las bolsas, los sujetadores de cabello (donas, ligas, diademas, valerinas) si son para niñas o mujeres han de tener moños (o brillitos, relieves, “pendejuelas”, florecitas, olanes, cada época con sus perendengues). Los escolares ya no visten camisas con moñitos como la que buscaba Amparito Morillo en el filme, pero al parecer las mujeres debemos seguir usándolos.

Mi madre como muchas mujeres que saben (intuyen o se aventuran) cómo cortar, zurcir, deshacer una prenda de ropa para adaptarla a su gusto, odiaba los moñitos, estorbaban según ella, así que cortaba sus brassieres, les quitaba las varillas, les pegaba trozos de tela más suave, que le ayudara a transpirar; buscaba y rebuscaba en mercados, almacenes de ropa importada y tianguis el calzón a su gusto y luego lo modificaba. Hoy en día sería una interventora, digo, porque a esa práctica le dicen intervención de la moda. Los agujeros en sus prendas eran cicatrices de moñitos. Con la edad y la vista cansada dejó de remendarlo todo, se concentró en los pantalones, “no me gusta que me aprieten la panza después de comer”, para mi madre la panza debía gozar de su espacio en la ropa, debía haber sido contemplada por quienes diseñan. Yo, como muchas otras mujeres de nuestros tiempos he sucumbido a lo que hay, a lo que nos queda, ya sea porque no sabemos cortar ni remendar, sea porque preferimos sumir la panza o no comer.

No hay entidad más incluyente que el mercado (esto es una ironía), dentro de sus límites conviven las amantes de los brillitos en las carcasas de celular, los adultos infantilizados con Hello Kitty, o los infantilizados con Hello Kitty Black, hay accesorios lisos hasta para los antimoños, estamos todos, pero la lencería junto con la infancia (extraña y provocadora contigüidad) son bastiones de la mujer complaciente, el reino del encaje, los olanes y los moñitos.

Parece que hay más de dónde elegir, parece… Resulta casi imposible salirse de los moñitos o de los colores de tendencia del imperio sanguinario de la moda (sanguinario por sus imposiciones de tallas, por los costos sociales de su producción industrial, por los efectos de sus estereotipos femeninos, por la homogeneización de las personas, en especial de las mujeres y de los infantes). Y cuando se elige dejar los moños y la tendencia y los “cortes que te favorezcan”, llueven sobre las disidentes las frases aceptadas de “qué mal gusto”, “ se ve rara”.

Si la ropa sigue siendo tema en cuanto a las mujeres (qué tal el acoso callejero justificado por la ropa que usan las agredidas), qué usar durante la menstruación lo es también. Los anaqueles de toallas femeninas, pantiprotectores, o como se les decía genéricamente en mi pubertad “kótex”, ofrecen toallas para usar con tangas, de colores, con aromatizante (aromatícese el coño, todo un tema), nocturnas, de diferentes niveles: flujo regular, moderado o abundante, delgadas, ultradelgadas…, hace años vi a un padre perdido frente a ese muro de paquetes, solicitando ayuda porque su hija lo había mandado a comprarle unas toallas. Todas las marcas prometen absorbencia y no moverse (eso de que la toalla termine en el ombligo es de la chingada), y a la mayoría de las compradoras les interesa que “no se vean” bajo la ropa. Los tampones han logrado aceptación y se han adueñado de un pequeño espacio en los anaqueles.

Hasta hace unos años yo usaba tampones. A mí que no me vengan, traer una toalla es usar pañal, y claro que si usas tampones está la amenaza del SST (Síndrome de Shock Tóxico), algo que puede ocurrirte si los usas, pero la compañía advierte que no, que es poco probable, que casi ni pasa, y por supuesto, a una no le va a pasar. Ahora hay otra opción comercial, la copa menstrual que se introduce en la vagina, Wikipedia asevera que ya existía desde el siglo XIX. Ésta como las telas lavables y reutilizables no son negocio, no ofrecen variedad ni aromatizantes, hay cuestionamientos acerca de sus efectos en la salud, y eso de manipular la sangre con los dedos, introducirse una misma un objeto dentro de la vagina sigue considerándose sucio moral y físicamente.

Parece que moños y toallas se contraponen, lo que debe ser visto y lo que no ha de verse; los accesorios hacen visible el cuerpo femenino; las toallas y sus aromatizantes ocultan ese mismo cuerpo. Y sobre ambos se dictan los qué, cómo y cuánto. Ese cuerpo oculto, el de las secreciones, no sólo tiene sus sentidos sino que da sentido: un moñito rosa no nos hace mujeres, mirarse y tocarse la vulva y vagina durante la infancia (y el resto de la vida), menstruar y dejar de menstruar nos dice más a cada una que las etiquetas coloridas de regular, moderado y abundante.

CARIÑO COMPRADO

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MATEMÁTICAS PARA LA SELECCIÓN NACIONAL

Hace algunos meses, en una de tantas y frecuentes demostraciones penosas de la Selección Mexicana de futbol, se me ocurrió proponer que, más que buscar al mejor director técnico o convocar a los mejores jugadores, se debería de hacer algo como en Moneyball (2001), película protagonizada por Brad Pitt. Si no la han visto, de esto va: el gerente general de los Atléticos de Oakland, Billy Bean (Brad Pitt), un equipo con poco presupuesto en comparación con los Yanquis o los Dodgers, se enfrenta a una difícil situación: el contrato de sus estrellas ha terminado y no tiene recursos para retenerlos. Ante la imposibilidad de comprar a jugadores que les permitan sobrellevar la próxima temporada, durante una visita a Cleveland para negociar algún traspaso, Billy conoce a Jonah Hill, un joven economista, de Yale o de Harvard, quien le muestra un sistema matemático creado por él, un algoritmo, que tras evaluar las estadísticas de cada uno de los jugadores, es capaz de establecer si un jugador es apto para ocupar una de las nueve posiciones del beisbol y desempeñar un papel que beneficie al equipo. Sin creerlo demasiado al principio, Billy Bean se arriesga y… Busquen la película.

Mi comentario de aquella tarde desató cierta polémica. Me contestaron que, a diferencia del beisbol, las estadísticas del futbol son tan básicas como sus reglas y que no sería posible crear un modelo matemático que ayudara a armar un equipo balanceado y estadísticamente propenso al triunfo; comparativamente hablado, el beisbol es a la NASA lo que el futbol al curso de matemáticas de tercer año de primaria. Sin embargo, a pesar de las evidencias, sigo creyendo que la mediocridad de la selección nacional podría resolverse invirtiendo recursos en el diseño de un modelo matemático que, mezclando estadísticas de rendimiento (goles anotados con la pierna izquierda, la derecha, de cabeza, faltas, etcétera), determine qué jugador debe, de acuerdo a sus números, jugar en determinada posición y ser llamado a la selección. Un aparato parecido a un localizador GPS podría enviar señales a una computadora para saber en qué parte de la cancha ese jugador hipotético se desempeña mejor, si acierta más pases cortos o largos; podría determinar quiénes, al jugar entre sí, poseen mayores afinidades y entendimiento sobre la cancha e incluso, en momentos de extrema presión, quiénes mantienen la cabeza fría.

Porque lo que seguimos viendo desde hace muchos años es la suposición infundada, al menos en México, de que los mejores jugadores darán los mejores resultados. Ante la incontrovertible realidad de los patéticos juegos de la selección, por más Hugos Sánchez o Chicharitos que se vistan de verde, no se garantizan triunfos ni mucho menos buenas actuaciones. Como todo deporte, la apuesta por un jugador o por otro conlleva un elevado porcentaje de subjetividad. ¿Por qué se elige al “Maza” Rodríguez y no a otro defensa? ¿Los llamados “europeos” hacen diferencia? Sucede que “visores”, “conocedores” o “cuerpo técnico” suponen que determinado grupo de jugadores se adaptarán mejor a su “sistema de juego”. La corazonada y el golpe de suerte deben desterrarse para siempre de las canchas. Dinero es lo que sobra en la Federación Mexicana de Futbol y si de todas maneras cuando la selección ofrece espectáculos lamentables las máquinas registradoras no dejan de obtener ganancias, ¿perderían algo apostado por un instrumento que podría cambiar la forma de ver el futbol?

Para los incrédulos, Moneyball está basada en una historia real. El modelo matemático fue aplicado después por los Medias Rojas de Boston que, en el año 2004, ganaron su primera serie mundial desde 1918.

Supongo que muchos matemáticos, para sobrevivir, se dedican a muchas cosas, menos a su profesión. Quien le dé forma a ese modelo matemático que revolucione el futbol nacional, habrá de ganarse la inmortalidad.

El trailer de Moneyball, aquí:

PuebLONDON

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UNA DE ANIMALITOS

Para el maestro Omar, preocupado por los mapaches

A principios de esta semana una noticia “fuera de serie” inundó las redes sociales en el área de Toronto: un mapache murió atropellado en la calle y, luego de expresar los debidos sentimientos de aflicción por su temprana partida, algunas personas llamaron a los servicios sanitarios de la ciudad para que retiraran los restos del buen animal. Conforme pasaban las horas y el servicio de limpia no acudía, la gente comenzó a acercarse al lugar a dejar pequeñas notas de despedida para el mapache, fotos, incluso una caja donde se iban depositando monedas para asegurar un “buen entierro” para el animalito. El caso llegó al extremo en que un político, famoso por su uso del Twitter, iba comentando la situación a lo largo del día. Unas doce horas después del primer tweet, los recolectores llegaron por el mapache, lo metieron en una bolsa de basura y le dijeron a los curiosos algo así como: “¡Ay, no mamen, es un mapache!”, y se llevaron una rechifla general.

Esta aparentemente inocente anécdota nos remite directamente a la naturaleza rural de Canadá, donde aun su metrópoli más densamente poblada (la Greater Toronto Area, que comprende Toronto y los cuatro municipios a su alrededor) alberga apenas seis millones de habitantes. No sólo la presencia humana es aún muy manejable, sino que alrededor del área hay una cantidad importante de bosques y las granjas de soya, frijol, maíz y ganado se tocan con las zonas urbanas. No es de extrañar que para algunos bichos, como los mapaches, los límites entre la ciudad y el área silvestre estén poco delimitados.

A pesar de que los torontonianos (a mi me suena mejor toronteños, pero a ellos no) se consideran a sí mismos altamente cosmopolitas, urbanitas, culturosos y sofisticados, su patio trasero está habitado por todo tipo de vida silvestre. El verano en esta parte de Ontario trae consigo a las luciérnagas que compiten con las luces de la ciudad todas las noches, además de un concierto de sonidos animales que van desde las chicharras, en los días de calor acuciante; todo tipo de pájaros diurnos y nocturnos, incluyendo el repiqueteo de los carpinteros, y los gritos de guerra de las ardillas batallando por una nuez. No solo son las voces de los animales, sino el silencio que aún se aprecia en los barrios más alejados del centro, lo que permite apreciar la fuerza y la abundancia de la naturaleza alrededor de las plazas y centros comerciales, como si de pronto se hubiera abierto una tienda de ropa de última moda en medio de Yellowstone.

En Ontario, los letreros que avisan a los automovilistas acerca de la proximidad de los venados son apenas un pálido reflejo de lo que ocurre en otras provincias, como Saskatchewan, donde los alces aparecen de pronto en las carreteras y han causado problemas de tráfico, incluso accidentes severos en los que han perdido la vida conductores con la mala fortuna de enfrentarse directamente con una de las fabulosas cornamentas de estos majestuosos mamíferos. O los osos que atraviesan como si nada el centro de algunos pueblos pequeños o villas, llevados por el olfato, para revisar los botes de basura más cercanos. Algunos barrios apartados del centro, tanto en Toronto como en PuebLondon, tienen de pronto la visita de osos negros, algunas veces con sus cachorros. Su presencia ha sido tan constante que se han tenido que rediseñar los contenedores de basura para que los más pequeños no se queden atrapados dentro, con el consecuente mal rato de encontrar, al día siguiente, a mamá osa enfurecida tratando de recuperar a su retoño.

De ahí que la relación de la mayoría de los canandieses con la vida silvestre sea casi su sello nacional. Cuando otoño, invierno y primavera no ofrecen sino una gradación de temperaturas frías que van de “no siento los dedos” a “puedo salir con chamarra nada más”, la llegada del verano brinda a la vida animal y humana una gran variedad de posibilidades y todo se puebla de movimiento y voces, particularmente las horas nocturnas, cuando los zorrillos, zarigüeyas y mapaches salen a asolar los basureros locales (¿recuerdan la película Vecinos invasores? Pues así).

Para mí, la primera vez que sentí esa presencia de forma más directa fue cuando me dirigía a la universidad en el autobús, en el primer año de mi estancia en PuebLondon. La velocidad máxima de tránsito en las calles de cualquier ciudad canadiense es de 50 km/hr, y hay que bajarla en algunos puntos donde el tránsito de peatones es intenso o también donde el cruce de animales se hace más frecuente. Ese día avanzábamos sin mayores contratiempos cuando de pronto el chófer comenzó a bajar la velocidad más y más. Algunos pasajeros nos asomamos a la ventanilla del frente, para ver cómo una familia de gansos salvajes (papá ganso, mamá gansa y unos cinco gansitos) caminaban frente a nosotros, libres de toda preocupación. Afortunadamente no decidieron sentarse en pleno arroyo, porque entonces hubiéramos tardado más en continuar. Habríamos tenido que esperar a que la familia Ganso decidiera continuar con su camino o hiciera caso de las voces del chófer. Pero no, estas aves andaban en la recolección de comida y se dirigían a un riachuelo cercano donde refrescarse. Salieron del camino algunos metros después. Uno podría decir: qué fabuloso conductor de camión, que da paso a la naturaleza. Sin embargo, estar alerta al cruce de animales se encuentra dentro de las leyes de tránsito y el amable señor se podría hacer acreedor a una multa fuerte si decidiera simplemente “echar bocina” y pitar hasta ensordecer a los gansos (y a los pasajeros). Lo que debería hacer si éstos se sentaran a medio camino sería bajar de su camión y arrearlos hasta que salieran de la ruta.

Lo que nos lleva de vuelta al caso del mapache de la calle. La ciudad, como institución, tiene la obligación de retirar los restos de animales de las vías públicas, incluso de los jardines de las casas, ya que si un zorrillo se muere en el tuyo, no tienes el deber de darle cristiana sepultura, y sí está estrictamente prohibido tirarlo a la basura o quemarlo en el jardín. Los habitantes deben reportar el hecho a un número de teléfono especial (311 en el caso de la GTA, número de no emergencia), como se hizo tras la muerte del mapache; en todo caso pueden retirarlo a la orilla de la banqueta para que los autos no terminen de destrozarlo. Los servicios de limpia lo recogen y lo llevan a incineradores especiales. Se recomienda no tocar el cuerpo sin guantes y, de ser posible, meterlo en una bolsa de basura para facilitar su manejo, pero nada más. El pequeño monumento funerario que se armó en torno al animalito fue, en realidad, una muestra de la sutileza de las quejas de los torontonianos respecto a la “ineficacia” de sus servicios: si nadie tiene la obligación (o incluso, el derecho) de retirar el cuerpo, y hay que esperar 12 horas a que esto suceda, bueno, alguien está haciendo mal su trabajo. A nadie se le ocurre echarle la culpa al mapache por dejarse atropellar, al automovilista por no verlo, o al vecino por no tirarlo a la basura, ni a nadie más. Se presiona haciendo el problema más visible (poniendo ofrendas), sacándole fotos y subiéndolo a Twitter.

Vida silvestre y legalidad son temas difíciles de conciliar. Está bien claro en la mente de los canadiense que hay que respetar la fauna y, al mismo tiempo, hay que lidiar con ella de manera eficaz y conveniente para todos. Las contradicciones humanas no se dejan esperar. En alguna ocasión escuché en la radio cómo los vecinos de la ciudad de London se quejaban al ayuntamiento por una plaga de hormigas que asolaba los jardines y se comía una especie particular de flor. Era el deber de la ciudad, decían, acabar con esas hormigas. Los vecinos no tenían porque invertir en insecticidas para controlar la plaga. De ser posible, la ciudad debía contratar personal especializado para retirarlas de forma ecológica y sin dañar el pasto. Además, debía hacerse pronto antes de que la peste terminara con los jardines. En una ciudad donde el tema de la pobreza se hace cada vez más acuciante y la necesidad de reformar el transporte público es evidente, unas cuantas flores en el jardín particular de un vecindario sonaban como una exigencia exagerada. Por otro lado, los amantes de los animales y la legalidad, que también reclaman su derecho a la vida privada y la tranquilidad de sus vecindarios, no se han detenido para retirar las cuerdas vocales a los perros y así evitar el “ruido innecesario”. Se levanta un memorial de despedida a un mapache anónimo pero se silencia a la mascota de la casa. Un comportamiento que raya en lo animal, opino…