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INVOCAR AL MIEDO

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a imagen que tenemos del demonio es la del dios Pan, pero el enemigo no fue asimilado a este imagen —las patas de cabra, los cuernos en la frente, la risa socarrona— de manera casual. La imagen que la mayoría tenemos de Pan es la de un compañero de Dionisio, de la embriaguez, de los deleites, que toca la flauta en el bucólico ambiente heleno. Pero ese era sólo uno de los aspectos de este dios, los dioses en la concepción politeísta son diversos en su ser como la divinidad misma, un dios nunca tiene sólo características positivas, lo mismo puede dar vida que muerte. Pan no era ajeno a esta diversidad en tanto a su condición divina, si era un pastor que tocaba la flauta, el guardián de los bosques, también era algo más oscuro, que fue la razón por la que terminó convertido en la imagen que el cristianismo hizo del diablo, era el dios del miedo.

Daniel Mirada Terrés, conocedor del miedo, sabe de esa cualidad del antiguo dios y lo conjura para construir su libro Pan: el dios del miedo, que Ediciones Simiente incluyó en su colección Simonia y el cual obtuvo en 2015 el Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura.

Para exorcizar el influjo de este dios, Miranda Terrés se decide invocarlo. Darle rostro y voz al miedo. Si tememos a lo que no conocemos, lo que no podemos nombrar, hacer que eso hable, que eso adquiera voz es ya un paso para perderle el miedo, para afrontarlo.

El miedo ha sido compañero de una de las voces que construyen el libro, así nos lo declara en uno de los poemas:

 

El miedo es el revólver que tu padre guardaba en el cajón

El miedo es la oscuridad desbordada al final de jardín

El miedo es la enorme ola que te arrastró mar adentro el día que casi mueres

La memoria para esta voz es el lugar donde reverbera el temor. Por ello nos dice:

 Pero la memoria no es un río caudaloso

Es un estanque

donde los recuerdos se empozan

y los días no terminan de pudrirse

Miranda Terrés construye con una diversidad de voces el libro, dividido en cuatro partes: “Pan: el dios del miedo”; “Pabellón de enfermos”; “Pesadilla” y “Sonata del diablo (Manual para celebrar un aquelarre)”.

En la primera entreteje la voz poética de quien sufrió en su niñez la tortura del miedo, tortura de la que no puede escapar en su adultez y la voz del mismísimo Pan, el dios del miedo, quien obliga al lector a que su corazón se encoja, quien es El fuego iracundo en los bosques que no cede por noches/ El niño que se derrama agua hirviendo sobre su cuerpo nuevo.

 Ambas voces se conjugan para mostrarnos a un padre terrible, cuya única autoridad procede del miedo.

En “Pabellón de los enfermos” se ve el rostro del temor hecho de dolor físico. Aquellos a quienes la enfermedad les carcome el alma. Este apartado está construido por prosas poéticas tan bien logradas que son a un tiempo poemas y hermosos cuentos breves.  En “Pesadillas” se asiste a ese universo que es y no es parte de nuestro mundo.

 

 El imbécil       el blando hombre llora por su amada

se despierta aterrado a las tres am

Sueña que las ratas le comen su corazón de pan

Miranda Terrés deja para cerrar una sonata; se presencia el final del acto con esta pieza musical que se escucha con admiración y temor. Como se escucha la Sinfonía Número 3 de Górecki, la Sinfonía de las canciones dolientes, con el corazón en la mano, con la respiración contenida. Pero, a diferencia de un concierto, en este poema se nos dan las instrucciones para ejecutar la pieza y enfrentar con ella al diablo, sabedores que, invariablemente, saldremos perdedores.

Daniel Miranda Terrés, Pan: el dios del miedo, Ediciones Simiente

TEDI LÓPEZ MILLS

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¿Cuáles son las rutinas del escritor? ¿Qué hace antes de sentarse a escribir? ¿Qué hace mientras escribe? Para conocer estas respuestas acerca de la creación literaria, presentamos Los 7 hábitos de los escritores altamente efectivos, breve listado de costumbres, acciones y manías.

Para inaugurar esta sección presentamos a la poeta mexicana Tedi López Mills:

 

1. Pánico ambulatorio. Me asomo al patio. Observo con detenimiento las plantas; el bebedero de los colibríes; los cojines de las sillas. Escucho el ruido de las máquinas, los taladros, las revolvedoras de cemento de todas las construcciones de mi cuadra. Pienso en ir a quejarme más tarde.

2. Entro a mi estudio. Saco mi Sony Walkman del armario junto con los dos o tres CD que he oído miles de veces, pero que extrañamente siguen funcionando para crear cierta atmósfera, aunque debo admitir que el efecto es cada vez más exiguo.

3. Me siento frente a la computadora. La enciendo y espero a que se despliegue el Desktop. Mientras tanto elijo el CD menos oído de la semana.

4. Alrededor de mi computadora organizo los libros y las notas que estoy utilizando. Hojeo el libro del autor predilecto del momento.

5. Abro mi archivo. Releo la primera página. Hay palabras que se repiten. Me voy hacia la última página; releo las frases escritas el día anterior. La decepción va en aumento. Mi sospecha es que estoy desaprendiendo lo aprendido; mintiendo o rellenando o manipulando. Me doy cuenta, además, de que conforme avanzo, el vocabulario se convierte en una especie de espejo retrovisor: ya dije lo que digo ahora.

6. Recuerdo que no cambié el agua de los gatos; siempre debe estar fresca. Me paro, enjuago los platos y los relleno. Los gatos me miran y me siguen a mi estudio. Creen que vamos a jugar. Para distraerlos, les arrojo una bolita de papel. Vuelvo a mi texto. Reviso mis notas. Me pongo los audífonos y empieza la música.

7. Veo mi reloj.

Tedi López Mills (Ciudad de México, 1959) ha publicado diez libros de poesía, entre ellos: Cinco estaciones, Un lugar ajeno, Segunda persona (Premio Nacional de Literatura Efraín Huerta), Glosas, Horas, Luz por aire y agua, Un jardín, cinco noches (y otros poemas), Contracorriente (Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares) y Parafrasear, además de los volúmenes de ensayo: La noche en blanco de Mallarmé y Libro de las explicaciones (Almadía, 2012), que recibió el Premio Narrativa Antoin Artaud 2013. Su poemario Muerte en la rúa Augusta (Almadía, 2009) ganó el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores. Obtuvo la primera Beca de Poesía de la fundación Octavio Paz en 1998, y ha sido becaria del FONCA en 1994 y del Fideicomiso para la Cultura México/Estados Unidos en 1996. Actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte (Fuente: Almadía).

Fotografía tomada de: https://www.gob.mx/cultura/prensa/la-invencion-de-un-diario-relato-de-una-vida-que-va-de-la-novela-a-la-poesia-y-a-la-busqueda-del-metalenguaje

ENEMIGO DE LOS LUGARES COMUNES

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ldous Huxley escribió que hay tres tipos de ensayistas: los personales, “que miran el mundo a través de la cerradura de la anécdota”; los objetivos, que presentan datos, los juzgan y presentan conclusiones; y los abstractos, que nunca condescienden a ser personales. Estos últimos tienen un estilo casi algebraico, no por nada el ejemplo que presenta el ensayista inglés es Paul Valéry.

A ellos pertenecería Noé Jitrik con sus frases cortantes, en forma de instrumental quirúrgico. Se pregunta en estas páginas qué es la cultura (una palabra tan presente que algunos ni siquiera pensamos en reflexionar); puesto que Claude Lévi-Strauss habla de la oposición entre lo crudo y lo cocido, el autor sirve el tema cocido sobre su mesa para partirlo en pequeños bocados.

Lo curioso, en medio de este estilo de ideas afiladas, es que los conceptos que descuartiza están vivos antes, durante y después del análisis. Sin duda, viene del estilo cartesiano, aquel que pone una seña muy visible y dice: “Aquí, en la realidad, ponemos un corte para indicar que hemos meditado y hecho el balance de ciertas nociones”. En este caso, el de la cultura, comienza por distinguirla de la información; y, más adelante, la delimita con respecto a la civilización.

Puesto que muchos usamos los términos con ligereza, avanzar en esta lectura cuesta trabajo, no es fácil ir dividiendo las aguas. Sí, el autor es como un filósofo kantiano que va dándole personalidad a conceptos que a veces se presentan turbios. Estos ensayos son inquietudes (tribulaciones, los llama), pero es que las preguntas no son pequeñas: “¿Dónde está la literatura?”, por ejemplo. Sí, es difícil situarla. Pero las respuestas van mostrando aspectos ocultos que sorprenden. Quizá eso se debe a que, a diferencia de otros, no olvida la Historia. Se fija en un aspecto central: por alguna razón, la literatura ha sido confinada, ya no se le convoca a discutir los problemas más importantes de la actualidad.

Muy pocos de aquellos que hablan en el espacio público la toman en cuenta. No es cierto que siga ocupando un lugar central en la sociedad. Los niveles de complejidad de la literatura son mayores, lo cual aleja a gran cantidad de lectores. Y sin embargo, seguimos luchando por restituir la literatura a ese lugar que ocupaba, y para eso seguimos escribiendo.

Este libro es enemigo de los lugares comunes para explicar los fenómenos, por eso llama “triviales” las explicaciones que dicen que la televisión o la informática la han alejado. Se debe a factores más complejos que deberían de conocer los sociólogos. En fin, hay varias inquietudes. De por sí, ya contaba yo con las mías, y ahora he tenido que incluir las de Noé Jitrik. Además de sus recorridos por “lo real”, “los adictos” o la etimología de “indiferencia”, me seduce el tema con el que cierra su libro: en tiempos de los primeros hombres, cuando no había escritura ni formas de transmitir la experiencia, ¿qué podía conservar el hombre y darle a los que venían? La sensación de la lentitud y de la rapidez.

Exitosa transmisión, sorprende darse cuenta de que es el conocimiento más antiguo.

Noé Jitrik. Delicados trazos, Ensayos y tribulaciones. Xalapa, Universidad Veracruzana, 2014.

CUANDO DECIDÍ QUE QUERÍA ESCRIBIR SE ME EMPEZÓ A SOLUCIONAR LA VIDA

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Rodrigo Rey Rosa obtuvo el Premio de Literatura Nacional Miguel Ángel Asturias en 2004 y el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso en el 2015. Sus libros se encuentran publicados bajo los sellos de Alfaguara, Seix Barral y Almadía.

ace menos de un año hice un viaje a Guatemala. El traslado en avión dura dos horas y se hizo más grato leyendo Siempre juntos y otros cuentos, de Rodrigo Rey Rosa. El libro llevaba algunos años conmigo y no fue hasta ese viaje que comencé a leerlo. Me sentí gratamente atrapada por la lectura desde que empecé hasta que aterrizó el avión. El despegue, las turbulencias y las bellas nubes que ocasionalmente veía de reojo por la ventana, frente a aquellas páginas, pasaron a un segundo plano. Entonces quise conocer al autor.

Instalada en la casa de mi abuela, escribí a los amigos para preguntarles quién lo conocía. Finalmente, un amigo me consiguió su número de teléfono. Días después, el escritor en persona me abrió la puerta de su departamento, un piso de paredes blancas y puertas de madera. Me ofreció algo de beber y ante mi negativa, me indicó que me sentará en el sillón, de espaldas al balcón, por donde más tarde pude apreciar la parte norte de la ciudad. Había un librero no muy alto, lleno de obras en inglés y francés, y sobre el que habían dos pinturas, un tanto abstractas (una de ellas la había hecho su hija); una mesa donde se apilaban algunos ejemplares de sus propios libros, un periódico de día en curso y uno de sus manuscritos impreso en hojas sueltas. Todo ello encajaba a la perfección con el hombre delgado y alto, que ya se había sentado en un sillón cubierto con una tela típica de Guatemala. Rey Rosa sonreía.

Me sorprende que empezaras tu carrera literaria siendo tan joven. Que lo tuvieras todo tan claro desde el principio.

A mí me pasó algo muy raro. La verdad no quería hacer nada, me gustaba viajar, nunca tuve una disciplina y me dediqué a estudiar medicina un poco por presión familiar, porque algo tenía que hacer. Tenía curiosidad por los conocimientos científicos: el sistema nervioso, el cerebro, pero no tenía vocación de médico. Cuando decidí que quería escribir se me empezó a solucionar la vida. Ahí no había resistencia, había trabajo.

Por lo que entiendo, tu vida se vio marcada por un viaje que hiciste a Marruecos, ¿eso ocurrió durante tu primer viaje a Europa?

Traté de ir a Marruecos, pero se me acabó el dinero antes de lograrlo. En ese tiempo era muy difícil conseguir un visado como guatemalteco, me estuve como un mes esperando para que me lo dieran, y cuando me lo dieron, ya no tenía dinero. Un año más tarde logré ir. En ese viaje a Marruecos fui parte de un taller literario que daba el escritor norteamericano, Paul Bowles, que vivía en Tánger. A él le gusto mi trabajo, eran unas cosas muy cortas.

¿Cómo fue tu relación con Paul Bowles?

Muy grata, de verdad. Él tenía más de sesenta años cuando yo lo conocí, pero era muy divertido, tenía unos chistes muy jóvenes. Viajó mucho por México y teníamos eso para hablar. A él también le gustaba mucho Borges, mi escritor favorito. Como a dos o tres semanas de conocerlo me dijo que iba a traducir eso (sus primeros cuentos). Estuvimos como dos años comunicándonos por carta y luego que había juntado un pequeño volumen de las cosas que yo le mandé, me dijo que si podíamos hacer un libro, logré visitarlo otra vez, y de ahí decidí quedarme, pasar temporadas más largas en Tánger para escribir y ya no hacer nada más. Paul me había dicho: siga escribiendo, entonces había ese incentivo. Con Paul fue una amistad que duró veinte años hasta su muerte; siempre hablábamos de libros o de viajes, de cosas que nos interesaban a los dos. Con la distancia de edad no conversábamos sobre problemas personales, era muy divertido, además, interesante para mí, porque me encantaba su trabajo y su punto de vista: él era completamente antiamericano y anticristiano; le interesaba todo lo que no era europeo, se interesaba más por lo africano o lo indígena. Aprendí mucho. Iba a verlo más o menos una vez a la semana a tomar té, a enseñarle lo que había hecho, a pedirle un libro prestado.

¿Tallereaban juntos?

Yo fui a un taller y lo primero que él dijo fue que no creía en los talleres, que no creía que se pudiera enseñar a nadie a escribir y que hacía eso porque necesitaba dinero. Prácticamente fui a dos o tres talleres en esas seis semanas que estuvimos en Tánger. Luego, un poco por consejo de Paul, me fui a viajar por el interior. Entonces no, no fue en el contexto de un taller. Un poco al contrario, él se aburría un poco ahí, y me dijo, si no quiere venir no tiene que venir. Él decía es una lástima, mejor vaya a conocer. Me fui a viajar dos semanas y cuando regresé, una editorial de Nueva York le había pedido algo de material, como él no tenía nada y le gustaba que lo que yo hacía, me dijo que si él lo traducía pondría interesarles y así comenzó mi…. Fue mucha suerte. Hacía más o menos un año que había comenzado a escribir y ni siquiera me había atrevido a mandar a ningún sitio. Sí, en un periódico local había publicado. De hecho mi primer libro se publicó en inglés antes que en español.

Es claro que los viajes han sido parte de tu formación como escritor, ¿cómo entiendes el proceso viajar y escribir?

Para mí van un poco juntos, porque yo empecé a escribir un poco antes de meterme a la facultad de medicina, cuando hice ese viaje por Europa…, creo que nunca estuve tan solo, andaba así como de mochilero, pero no hice muchas amistades, viajaba en tren, hacía viajes muy largos. Ahí comencé a llenar cuadernos, sin pensar en escribir. Para mí el viaje y la literatura están relacionados.

Leí que estudiaste cine y que incluso dirigiste una película.

Estudié cine para poder hacerme estudiante, no quería vivir aquí. Tenía amigos en Nueva York, ahí tenía donde quedarme. Un amigo me aconsejó no volverme ilegal sino tratar de hacerme estudiante. Lo que me exigía menos tiempo, me permitía más escribir y me parecía más divertido, era el cine. No quería estudiar literatura, no quería estudiar nada muy serio. Lo hice por conveniencia un poco y pensando ingenuamente que con los libros no se gana dinero, y tal vez con el cine sí. Me equivocaba, pero era un estudio que me permitía leer y escribir casi como si no estuviera estudiando. Los estudios de cine no exigen mucho; los abandoné como al año y medio porque decidí tomar la colegiatura del próximo año e irme a Marruecos. Quemando los barcos ese año, me dediqué completamente a escribir mi segundo libro de cuentos. Y me abrieron las puertas, de verdad, si no hubiera tenido tanta suerte, no sé qué habría pasado, pero, en parte, gracias a Bowles y a sus traducciones, una casa española me escribió diciendo que había leído esas traducciones, que si podía conseguir los originales, así comencé a publicar en español. También empecé a traducir para poder ganar un poco de dinero, para mantenerme ocupado.

¿Qué opinas de la narrativa contemporánea?, por ejemplo, la narrativa sin trama.

Siempre ha habido cuentos sin trama; ahora, es un gran riesgo el querer escribir narrativa sin trama. Creo que en general es muy interesante experimentar con ese tipo de teorías, pero al final las tramas son naturales, es una manera casi de pensar, si no hay trama, uno la arma. Incluso con los sueños que son imágenes, al despertar uno cuenta como que fuera trama y no había trama. O como en la vida, al contar tu vida armas una trama. Es la manera en que nuestro cerebro funciona con un montón de datos, los ordena, datos ordenados en el tiempo crean una trama. Me parece una cosa recurrente el rechazo a la trama, es como pintar en un solo tono, que uno se pone para entrar en un tipo de juego, de actividad artística o literaria, pero no es nada más, no es nada definitivo, sino un experimento. Creo que las teorías son todas perfectas para ejercitarse, pero nunca van a determinar cómo debe hacerse un objeto, y en el fondo, todo lo que hacemos son ejercicios, algunos salen bien otros no.

¿Quiénes son tus autores favoritos?

La lista es larguísima, no tanto en cuento, pero en novela tengo una predilección por los ingleses, son a los que más he leído. En cambio en cuento, los norteamericanos, los franceses y los italianos. La literatura inglesa ha desarrollado más las formas de narrar. Para mí la novela moderna empieza con James, y ha tenido una influencia enorme.

Entre las obras de esos autores, ¿tienes un libro de cabecera?

En el tiempo que viajaba mucho y vivía en una maleta, sí, llevaba siempre las obras completas de Borges, lo llevé a todos lados durante muchos años. Yo leí mucho en bibliotecas.

Actualmente eres uno de los escritores centroamericanos más reconocidos, ¿cómo ves la literatura guatemalteca en estos momentos?

De mi generación todos han tirado la toalla prácticamente, aparte de uno o dos. Hace mucho que no publican nada, no creo que no tengan nada dentro del escritorio, pero no practican mucho. Hay muchos poetas, gente más joven, pero creo que el talento narrativo ha caído por el cine, por el cine narrativo. De hecho, conozco a varios que han comenzado como poetas, pero últimamente se han dedicado a hacer cine, un medio muy seductor, lo que creo que se ha vuelto mucho más fácil ahora. En mi opinión, mucho talento narrativo se ha encaminado por ahí. Cuando me fui (se refiere a Guatemala, a causa de la guerra) también era un desierto, no había nada en los ochenta, todo el mundo se iba, y al volver al final de los noventa, había mucha efervescencia, ahora hay muchas mujeres que están escribiendo novela, más que hombres.

Cada escritor tiene una manera de trabajar, un proceso creativo, ¿cuál es el tuyo?

Generalmente espero a que me den muchas ganas de escribir y entonces me pongo a escribir, pero hay vacíos; a veces no, pero, no tengo disciplina diaria.

Siendo un escritor tan prolífico, llama la atención el que no te apegues a la recomendación que dan muchos, la de escribir todos los días.

Me da curiosidad como algunos escritores que hacen eso escriben libros interesantes, de verdad, pero no sé. Digamos que cuando no tengo nada que escribir y no quiero perder el tiempo, hago traducciones. Más o menos, alterno un libro mío y una traducción, y casi cada año hago una traducción o más o menos un año sí y uno no. Un poco para mantenerme ocupado, y siempre se aprende algo de los autores que a uno le gustan y los traduce, es una gran escuela. En español hay pocos escritores que se dedican a traducir, aunque haya ejemplos muy ilustres, no es una práctica muy común. Es mucho mejor leer una traducción de un autor que una traducción, digamos, profesional, de un traductor. Además es una gran gimnasia, como para mantenerse en contacto con el propio idioma. Soluciona los problemas que a uno no se le ocurren: cómo expresar esta idea, giros de pensamiento o formas de pensar que en inglés pueden ser muy naturales y en español no. El buscar un equivalente es también un buen ejercicio para escribir.

¿Qué piensas sobre escribir la propia vida y fabular?

Es lo que hacemos todos.

Te lo pregunto lo porque me llama mucho la atención que dedicarás a tus padres el cuento La entrega.

A mi madre la secuestraron, pero en ese cuento no hay nada identificable de ese secuestro, del ambiente sí. A mí me tocó llevar el dinero de rescate, y sabía cómo se siente eso. Los detalles son inventados.

Noté que muchos de tus protagonistas son niños.

No predominan pero sí, hay varios. No sé, eso no sé por qué, porque la verdad es que antes de comenzar a escribir, no pienso qué voy a escribir o qué sería bueno escribir. Creo que tratar de entrar en la mente de un niño, le da a uno mucha libertad porque no hay nada tan estructurado y uno puede inventar más, tal vez por eso, por instinto utilizo ese vehículo.

Muchos escritores realizan una investigación previa a la escritura, ¿tú lo haces?

En los cuentos casi nada, en la novela me ha tocado. Digamos, voy a entrar en una avenida y no conozco nada, entonces me ha tocado investigar para hablar como con cierta autoridad. Pero que generalmente es por situaciones o personajes secundarios. Nunca me pongo a investigar para escribir una novela, lo que es un ejercicio muy norteamericano. Pero, si una novela me lleva a un lugar desconocido y quiero entrar un poquito en profundidad, ahí, hago una pausa y me documento un poco, pero es raro.

¿Escribes más sobre Guatemala?

O sobre lugares donde he vivido, que tampoco es necesario, pero si uno va a Perú, y le pasa algo, uno tiene todo el derecho de contarlo como alguien que está de visita. Lo que sería un error, sería hacer creer que uno conoce muy bien el lugar sobre el que está escribiendo, la ignorancia, a veces, es más fértil que el conocimiento.

 

Fotografía del autor tomada de: http://www.soy502.com/articulo/guatemalteco-rodrigo-rey-rosa-gana-premio-jose-donoso-2015

EL CÁNCER ES UNA ERRATA

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ntes de que en una mesa de fatuos empezáramos a decir que en México ya no hay buenos narradores, Alaíde Ventura Medina soltó un nombre que afortunadamente mi memoria preservó intacto. Jorge Comensal. Varios meses después me encontré un cuento suyo en la revista Casa del Tiempo de la UAM. El cuento se llama “Teresa y la primera errata”.

Me dejó muy impresionado tal relato. A grandes rasgos trata del paciente recorrido milenario que realizan las mutaciones celulares que devendrán en un cáncer. Desde los pastores que vagaban alrededor del río Jordán hasta que Teresa, la protagonista, sintió la enfermedad gracias al masaje grosero que un amante inexperto ejerció sobre su pecho una noche de viernes. Comensal adereza este ambicioso trayecto con una bola de datos científicos, humorísticos e históricos. El cuento me recordó a ese párrafo luminoso en Historia Universal de la infamia en el que Borges justifica la descomunal altura de Lincoln explicándonos la historia de los afroamericanos en el nuevo continente. Estamos hablando de cosas chichas. A Jorge Comensal en esas tres, cuatro páginas, no le estorban sus conocimientos e indagaciones, más bien los usa a su favor narrando desde una suerte de humor negro desenfadado: el cáncer es una errata. El cuento llega a una conclusión: es imbécil preguntarse “¿por qué a mí?” cuando se padece una enfermedad de estas características.

Brillante.

Naturalmente lo agregué a Facebook y le escribí para presentarle mis respetos e invitarlo a una hipotética antología de cuento. Jorge, un caballero, me dijo que no. La razón: ese cuento formaría parte de una novela que en ese momento estaba preparando y que hoy mismo está, victoriosa, en las mesas de novedades editada por la emergente Antílope: Las mutaciones.

“Teresa y la primera errata” es el capítulo dos. Apenas el arranque de una historia que cruza los destinos de la susodicha, un hombre con cáncer en la lengua, su majadero perico, su familia triste, un hipocondriaco obsesivo de la higiene y un oncólogo que se ha hecho millonario a costa de la temida enfermedad. Cada frase en este libro está cuidada con dulzura y vértigo de trapecista. La prosa esmerilada de Comensal brilla y fluye: dejándonos encandilados y calados. No es una exageración: estamos frente a un poderoso autor cuya primera novela podría ser la cuarta. O la tercera. O la quinta.

Un fragmento:

El galeno melancólico tiene la piel estéril y el corazón helado. El calor de los pacientes no lo aviva, pero a veces sí un cáncer fogoso, un tumor impresionante, un tigre solitario que despierta su instinto de cazador.

Con esa avidez, Jorge Comensal se arroja sobre el tema del cáncer, de la tragicomedia implícita en morir en este inicio de siglo. Le suplico al lector de este texto que memorice su nombre para futuras referencias.

Jorge Comensal, Las mutaciones, Ediciones Antílope, 2016.