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HERENCIAS Y ENFERMEDAD

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n su nuevo libro de poesía, Daniel Miranda Terrés (Ciudad Nezahualcóyoc, 1988) elabora un ensayo sobre la enfermedad. En “Apuntes para mi viuda”, primero de cuatro apartados y dividido en catorce poemas, el autor se pregunta a sí mismo qué es la enfermedad. La respuesta es un silencio, el polvo que desgasta una casa y sus paredes, el brillo de lo que era nuevo y dejó —a fuerza de costumbre— de serlo.

La enfermedad es silenciosa sombra/ Es la oscuridad en la boca entre abierta/ de los que duermen en los hospitales.

Mediante mensajes breves, el autor denota el vacío de una casa destruida, que se sostiene desde lo que ya no está. El pasado se desgasta y nos desgasta, lo mismo que el amor, una de las piezas centrales en este libro de poemas ganador del Premio Internacional de Poesía Ramón Suárez Caamal en el 2016, y publicado este año por Cuadrivio.

Ya no hay nada que podamos esperar,/ vivir en una cama es imposible/ y sin embargo revisas por las noches/ la caducidad de los medicamentos,/ me pides que nos cuidemos por turnos el sueño./ Lloro cuando te digo:/ estuvo bien que quisiéramos ser felices.

La herencia lo es todo en la segunda parte del libro, “Constelación familiar”. El autor hecha mano de sus recuerdos para hacerlos parte fundamental de sus poemas, como otra enfermedad. Hay enfermedades que crecen y se heredan, como hábitos, como palabras y sueños que a veces se parecen más a una pesadilla:

Nuestros padres nos heredan sus nombres/ para que sobrevivamos/ a lo que ellos no pudieron […]A mis hermanos mayores,/ les pusieron dos nombres./ Mi padre los hizo sufrir por cada uno.

Esta herencia les pasó factura a cada uno de los habitantes de aquella casa. Una enfermedad que devino en detonador para este libro construido a partir de viñetas del pasado, como si la memoria fuera un rompecabezas donde el dolor se deja ver a través de la soledad.

Los poemas de este libro funcionan como un álbum de familia, estático pero doliente: la figura de la madre, la de los hermanos, el abuelo, los sobrinos, los muebles de la casa familiar descomponiéndose, las lágrimas, las pesadillas; en esta atmósfera todos —a su manera— han enfermado poco a poco, han heredado un dolor que les oprime el pecho por las noches. En esta narración familiar sobresale la figura de su padre, enfermo y muerto en la memoria, pero hasta a los muertos se les recuerda por expiación de culpa, consuelo o venganza lenta:

Mi madre decidió que mi padre fuera un muerto./ Mis hermanos y yo lo enterramos en nuestro pecho

Durante cualquier padecimiento, además del propio enfermo, los familiares también sufren, la familia lleva buena parte del proceso en la incertidumbre, en el dolor de verle padecer y saber que poco pueden hacer para curarle, porque hay enfermedades que no tienen remedio, como la enfermedad del padre. Así fue para Miranda Terrés, que en uno de los poemas de “Constelación familiar”, afirma que:

Son pocos los hombres/ que sobreviven a sí mismos./ Una enfermedad es una batalla,/ dicen los doctores.

La tercera parte se titula “Infancia”. Aquí, el autor muestra lo que quizá sea su parte menos oscura. A pesar de su brevedad, en estos poemas están aquellos recuerdos que no fueron del todos contaminados por la enfermedad:

El jardín de don Manuel/ siempre estuvo rodeado/ de agapantos y lirios./ Mi hermana y yo jugábamos entre el verde del pasto/ mientras el sol brillaba/ como una moneda de oro/ en nuestras manos.

El lirismo que caracteriza la poesía de Miranda Terrés alcanza su mayor esplendor en estas viñetas inundadas de lluvias, de agua clara que limpia malos recuerdos y pesadillas, la fantasía de los juegos infantiles, la imaginación como un recurso propio de la inocencia, es decir, la otra cara de la enfermedad:

Mi hermana y yo nos inventábamos otra vida,/ otros nombres también. / Yo fui un cazador de cocodrilos,/ un pistolero famoso;/ ella una sobre cargo/ y a la mañana siguiente una maestra de ballet.

Daniel Miranda Terrés remata su libro con “Hombre muerto”. ¿Qué otro final podría haber sino la muerte? A través de estos poemas, el autor sepulta lo que se le pudre en la memoria, el peso de cargar a un padre que se hizo una pesadilla:

Mis hermanos y yo asesinamos a mi padre/ Lo quemamos vivo en odio y olvido/ Porque la muerte es caminar hacia el silencio/ Hacia el reino de los oscurecidos cielos/ Mi padre fue un hombre muerto/ porque jamás tuvo algo qué decirnos.

En este libro hay todo menos silencio. Este conjunto de poemas es una muestra de que a pesar del dolor del pasado, el llanto lo lava todo, al igual que la lluvia, torciendo barquitos de papel.

Daniel Miranda Terrés, El libro de la enfermedad, Cuadrivio. 2017.

UN PAÍS DE CÍNICOS

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e pregunto a Héctor Toledano (Ciudad de México, 1962) si es un novelista que se toma el tiempo para que sus historias y personajes maduren, tomando en cuenta que su primer libro, Las puertas del reino, data de 2005; el segundo, La casa de K, del 2013 y ahora, en 2017, Lara: “No sé si me tome el tiempo o simplemente escribo lentamente y trato de no precipitarme, no tengo ninguna razón para hacerlo. Mi relación con el mundo editorial y con el mundo de los libros ha sido muy poco a poco, eso me ha dado mucha libertad para hacer lo que yo quiera porque nadie espera nada de mí y no tengo que cumplirle a nadie. Como mi método de trabajo es de poco a poco así han salido las cosas. También siempre he tenido un trabajo de tiempo completo, hace un par de años lo dejé, y eso condicionaba que mis libros salieron más lentamente. Ahora que ya tengo más tiempo para escribir supongo que saldrán mas rápido, pero en general no siento que sea un escritor particularmente productivo”.

Su nueva novela está protagonizada por Lara, un famoso y exitoso comunicador que trabaja en una televisora tan poderosa como podría serlo Televisa; en la cresta de ola, Lara aprovecha los cambios en el corporativo para encabezar un programa crítico, libre, de esos que demandan las nuevas audiencias. Sin embargo, tarde o temprano las relaciones de poder de la televisora y eso que llamamos “sistema” terminarán por imponer el viejo estilo, el de siempre, y Lara se dejará llevar por la corriente hasta convertirse en un criminal.

Si en algo se parecen La casa de K, tu anterior novela, y ahora Lara, es en las relaciones de poder que se establecen entre un gran corporativo y una persona, en este caso Lara. ¿Te parece que ese es un posible puente entre ambas novelas?
En ambas hay una relación entre una estructura poderosa y un individuo que de una u otra forma resiente el peso de esa estructura. Creo que La casa de K es mucho más humorista en su tono y como tiene la forma de una novela policiaca, lo que mueve la acción es la duda de quién comete los crímenes. Con Lara hay esa relación entre la superestructura y el individuo pero no hay un thriller porque en todo momento sabemos quién comete los crímenes. Ambas tienen que ver con la relación del individuo con un sistema que lo rebasa.

¿Crees que actualmente se están escribiendo novelas así, sobre relaciones de poder?
Creo que es una preocupación que he visto en otros autores y en el común de la gente porque estos aparatos de poder han cobrado magnitudes insospechadas. Al tiempo que parece que el individuo tiene más margen de maniobra y libertad, junto con la tecnología y la simple acumulación de recursos que propicia el capitalismo, ha generado estas megapotencias que se perciben cada vez más incontrolables y incuestionables. En mi caso es una preocupación personal; fuera de mi primera novela que no tiene nada que ver, en estas dos últimas sí hay una preocupación muy clara de ese tipo.

Lo anterior me hace pensar en tus obsesiones como escritor. ¿Cuáles son y cuáles de ellas están reflejadas en Lara?
A veces es difícil darte cuenta de cuáles son tus obsesiones hasta que salen las cosas y las puedes ver con un poco de mayor distancia. Diría que me propuse hacer Lara como una novela que tiene que ver con el aspecto moral de la persona, quería hacer un libro en el que el personaje terminara enredado en una situación que le exigía o lo empujaba a tomar decisiones de tipo moral. En ese sentido la veía muy diferente a mis otras dos novelas porque La cada de K es una novela sobre cómo te acabas acomodando en un mundo en el que no tienes todo el control. Originalmente pensaba que Lara no iba ocurrir en el medio televisivo ni iba a estar tan relacionada con esta cuestión del poder. Otra preocupación que veo ya con mayor claridad es sobre el lenguaje mismo: por un lado, como algo más limitado de lo que creemos en cuanto a comunicarnos y representarnos el mundo a través de él, y por otro lado, como un vehículo para deformar la realidad y la comunicación. Entonces creo que las tres novelas que he escrito comparten cierto escepticismo sobre el lenguaje —de lo que esperamos de él y lo acaba haciendo por nosotros— y por extensión hay una cierta crítica a la idea moderna de lo racional, siempre muy ligada al lenguaje. Creo que estamos en un momento histórico de crisis en cuanto a las promesas del progreso, y el lenguaje que veo muy ligado a la racionalidad está en el centro de esta crisis; la ilustración nos prometió que la razón nos iba a traer el paraíso y a lo que ha dado lugar es a cosas muy diferentes.

En el caso de esta nueva novela, ¿qué fue primero, la historia o el personaje?
Tenía pensado buscar una circunstancia que veía relacionada con la violencia. Es difícil escribir en nuestros tiempos en México sin que acabe tocándose el tema de la violencia pero a diferencia de La casa de K, Lara es muy diferente porque aquí se toca lo siniestro. Me había propuesto que hubiera una situación límite que llevara al personaje a una serie de circunstancias, a raíz de una historia que leí durante el tiempo en que viví en Estados Unidos, y que no voy a revelar, pero como se dieron las cosas no fue como me lo planteé en un principio.

Una preocupación importante que tiene que ver con el momento que vivimos en México: esta idea de que nos presentan la violencia como algo ajeno a nosotros, como si fuera gente de Marte o que salió de la nada y me interesa mucho ese proceso: qué hace que la gente pueda cometer atrocidades. Creo que al final hay, por un lado, una cuestión social, colectiva, que tiene que ver con la impunidad y que propicia estas cosas, y una cuestión que parece anticuada pero que tiene que ver con el libre albedrío. Finalmente la gente decide apretar el gatillo o secuestrar; hay un momento en que puedes optar o no por hacer las cosas. Lo que me interesaba conseguir con este libro es plantear ese proceso, el proceso que lleva a una persona, aparentemente común y corriente, a cometer cosas atroces que ni él mismo ni los que lo rodean hubieran pensado que podrían suceder y que ese proceso fuera creíble para el lector, espero haberlo logrado.

Dicen que el crimen no paga, pero con Lara no sucede así…
Lo que vemos a nuestro alrededor es que el crimen sí paga y eso motiva a cada vez más personas a entrarle al crimen porque es obvio que a muchos criminales no les pasa nada, de hecho muchos son nuestras autoridades nuestro gobierno, las personas supuestamente respetables de nuestra sociedad y hemos llegado a un grado de cinismo que permea al resto de la sociedad, y parecería que eres un tonto si no te aprovechas de algo, lejos de ser una violación a una norma se ha vuelto la norma, y eso es algo que la novela quiere señalar también, está escrito en términos crudos para poner de manifiesto que se ha llegado a un punto de total cinismo en cuanto a lo que está bien y está mal.

Héctor Toledano, Lara. Grijalbo, 2017.

Fotografía del autor tomada de http://www.latempestad.mx/hector-toledano-entrevista/

BIBIANA CAMACHO

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¿Qué es escribir? ¿Cómo se hace? ¿Hay recetas, secretos, hábitos? Los 7 hábitos de las escritoras altamente efectivas es una posible respuesta a estas preguntas. Además, nos ofrecen la visión particular de cada creador, sus manías, acciones y costumbres. Hoy le toca a la escritora mexicana Bibiana Camacho:

 

Mis siete hábitos mutantes
Me resulta muy difícil desprenderme del caos cotidiano y citadino cuando al fin llego a casa y quiero ponerme a escribir. Además muchas veces tengo que llegar a trabajar otras cuestiones que no tienen nada que ver con mi trabajo personal. A últimas fechas solo escribo a mano. Tengo una libreta reservada para anotaciones y citas de libros y otra en la que estoy escribiendo una novela, por el momento la computadora está reservada para la chamba y para cuentos.

En este momento los siguientes son los siete hábitos de escritura que se me vienen a la mente, porque en realidad siempre cambian, son hábitos mutantes y caprichosos.

1. Cada que veo una escena que me emociona, escucho una conversación a la cual le noto algo peculiar u observo algo que se sale de lo “normal” hago una anotación mental y luego la traslado a la libreta que siempre cargo.

2. En el proceso de escritura de esta novela que traigo entre manos, procuro no leer nada de lo ya escrito, ya lo hare después, no sé precisamente en qué momento, si cuando logre un primer borrador o antes. Pero por el momento nada.

3. Cuando paso a la computadora un argumento de cuento, porque esos sí los escribo directo sobre la pantalla, me gusta hacerlo de noche con las ventanas de mi estudio y del pasillo abiertas para escuchar los ruidos nocturnos. Entre más noche, mejor.

4. Mis personajes siempre tienen características físicas y psíquicas muy bien definidas, a veces los busco en la calle entre la multitud, segura de que existen. Aunque cuando las plasmo en el papel no necesariamente hablo de todas esas características, sí necesito tenerlas en mi cabeza para ponerlos a interactuar en la narración.

5. Con frecuencia, luego de varios minutos escribiendo, necesito pararme caminar un poco, saltar, estirarme, hacer algo físico o simplemente asomarme a la azotea a ver si la luna es visible o atisbo alguna estrella, luego puedo continuar con mayor ligereza.

6. Una vez que estoy inmersa en una narración, procuro que nada ni nadie me interrumpa, porque me cortan el ritmo y la continuidad; y me puedo poner muy pero muy de malas.Un vino tinto siempre es la mejor compañía para escribir; a sorbos pequeños, pero continuos, a veces una botella no es suficiente.

Bibiana Camacho (Ciudad de México, 1974) es ex bailarina, editora, traductora y encuadernadora artesanal. Ha colaborado en medios impresos como Día Siete, La Tempestad, El Puro Cuento, Generación, Replicante, Laberinto, entre otros. Fue becaria del Programa Jóvenes Creadores del Fonca, generación 2008-2009, y miembro del Sistema Nacional de Creadores del Arte desde 2012. Obtuvo una mención honorífica en el concurso nacional de Primera Novela Juan Rulfo convocado por el INBA en 2007 por Tras las huellas de mi olvido (Almadía, 2010) y con esta novela fue finalista del Premio Antonin Artaud 2010. Publicó la colección de cuentos Tu ropa en mi armario (2010). Cuentos suyos están incluidos en las antologías Ciudad fantasma (Almadía) y Avisos clasificados, ambas aparecidas en 2013. Su novela más reciente es Lobo (Almadía, 2017). (Fuente: Almadía)

LA CRONISTA QUE VIVIÓ EN UN BAÑO PÚBLICO

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Para Bibiana

eo un artículo en la web donde reseñan a veinticuatro escritoras que no fueron tomadas en cuenta por el canon literario en boga. Casi todas ellas europeas y estadounidenses. El punto es que a decir de Javier Marías en su entrega a El País Semanal del 25 de junio, últimamente se ha puesto de moda recuperar escritoras olvidadas para luego sobredimensionar su importancia y con ello encumbrar la mediocridad. Estoy de acuerdo, la excelencia artística no tiene sexo. Sin embargo, Maeve Brennan, no aparece en el listado. Es una excelsa cronista da la ciudad de New York que en algún momento vivió en los baños del New Yorker, la revista donde publicaba sus relatos breves y acuciosos.

Brennan era una mujer guapa y sofisticada que probablemente inspiró a Truman Capote para delinear a Holly Golightly, el personaje de la novela Breakfast at Tiffany´s. Habitante de hotelillos en el bajo Manhattan, Brennan ejerció una obsesiva actividad como mirona, lo cual le permitió retratar en sus crónicas a la fauna variopinta del bajo Manhattan, sobre todo. Sorprende su infatigable travesía por el mundo pequeño de la gente de a pie, como ella misma. Fue hija de un matrimonio irlandés acomodado y conservador. El padre era un reconocido político nacionalista que pasó un tiempo preso por su labor en la lucha independentista irlandesa. Maeve nació en Dublín mientras el padre cumplía su condena. A los 17 años emigra con sus padres a Washington DC pero una vez que terminan las actividades diplomáticas del padre, el matrimonio Brennan regresa a Irlanda pero Maeve decide quedarse y se traslada a Nueva York, donde termina una carrera universitaria en Letras y pocos años después comienza a colaborar primero en Harper’s Bazaar en la sección de Modas y luego en el New Yorker bajo el seudónimo de “The long-winded lady”, algo así como “La dama parlanchina”.

Maeve fue una feminista no militante y representa a la mujer liberada, extravagante, culta e independiente de la década de los sesenta estadounidense. Lo contrario al modelo de mujer urbana y suburbana promedio retratada en Mad Men. Para ser dublinesa era demasiado neoyorkina.

Pero, ¿quién es ella? Sus columnas repletas de punzantes observaciones con un dejo de melancolía aparecen en la revista entre 1954 y 1968, y no será hasta éste año cuando los editores revelen su nombre real.

Brennan tenía una fuerte fijación por los personajes marginales y solitarios que veía deambular en las calles y hoteluchos de la “Gran Manzana”, quizá tenía algo de premonitorio, pues en algún momento ella se convirtió en una mujer desaseada, incoherente e impulsiva que durante un tiempo vivió en los baños de The New Yorker, luego en hoteluchos baratos y en la calle en sus últimos años. Tuvo una vida sentimental azarosa y triste: en algún momento estuvo casada con un editor de la revista alcohólico y agresivo que contribuyó en mucho a trastocar la frágil estabilidad emocional de Brennan, para entonces con una fuerte adicción al cigarro y los barbitúricos. Fue la contraparte femenina de Joe Gould, el célebre vagabundo newyorkino retratado magistralmente en un libro por otra leyenda del periodismo estadounidense: Joseph Mitchel.

Se dice que fue admirada por John Updike y Alice Munro, y la comparan con la mirada de Hopper en la pintura. Yo diría que es todo eso y más: Maeve Brennan contribuyó al mito de Nueva York como ciudad cosmopolita y extravagante tanto como Capote lo hizo en su estupenda novela cuyo personaje central fue interpretado en cine por Audrey Hepburn, creando así un paradigma de mujer urbana, rica y etérea.

Hoy en día es muy raro, por no decir imposible, encontrar narradores que no parezcan gerentes de ventas de su propia firma. Estamos en la era del engendro de Feria Internacional del Libro. Escritores con una vida tan sosa y planificada que no cuesta trabajo adivinar por qué escriben tanto y los vemos por todos lados. Brennan como Lucia Berlin (otra escritora sin parangón en estos tiempos), pertenece a esa estirpe de artistas atormentadas por su talento y renuencia a las convenciones. A través de su mirada lánguida y certera resumida en Crónicas de Nueva York (Alfabia, 2011), su breve obra que incluye una noveleta simboliza el estado de ánimo de una época donde las mujeres o tomaban Martinis en la barra de un bar o cuidaban niños en un suburbio mientras se volvían adictas a las anfetaminas. Aburridas y solas en ambos casos.

Maeve Brennan, con elegancia despiadada y callejera heredada de Oscar Wilde y a la par de sus contemporáneos Truman Capote y Andy Warholl, llevó al límite el decadentismo de una ciudad, de una época de glamour y excesos que definieron la posmodernidad. Irreverente, menuda y silenciosa, siempre de negro incluido el lápiz labial, con coleta de caballo que contenía su abundante cabellera, maquillaje exagerado y una rosa roja o un clavel en la solapa de sus sacos elegantes de saldo, anticipó el dandismo postpunk de la década de los 80.

Maeve Brennan muere de un ataque al corazón en una residencia en Arverne el 1 de noviembre de 1993 a los 76 años. Está enterrada en Queens, Nueva York.

La adoro y juro que algún día regresaré a Manhattan con un libro suyo bajo el brazo.

Fotografía de Nina Leen/Life Picture Collection/Getty Images.

MI VIDA COMO EDITOR “ALARMO”

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*Texto publicado en 2014 en Gonzo. Periodismo policiaco retro 01, de Producciones El salario del miedo. Si te interesa adquirir este ejemplar entra a www.elsalariodelmiedo.com.mx

los catorce años conocí de cerca una revista que cambiaría mi vida por completo. No tuve que saber de ella en los puestos de periódicos, tampoco me platicaron de ella. Prácticamente esta revista se metió a mi casa y en mi vida. Se trata de ALARMA! una revista que todo México conoce, que algunos rechazan, que otros siguen, pero de la que todos hablan.

Digo que se metió en mi casa porque mi cuñado David Jiménez Jiménez, esposo de mi hermana Silvia, era el diagramador o machoteador (lo que ahora es el diseñador) de la revista y cada que se le acumulaba el trabajo llevaba ALARMA! a su casa, donde yo vivía asilado.

Así que él trabajaba y yo aprendía, veía las notas antes que nadie y eso podía presumirlo a algunos de mis amigos.

Con el tiempo comencé a aprender a diagramar. Con paciencia, mi cuñado me enseñaba y después de decenas de páginas fallidas, finalmente una de las que yo hice se publicó tal cual. Me llené de alegría al verla impresa y luego de más de treinta años aún tengo el recorte.

Después de esa experiencia pasaron tres años para que entrara a trabajar a ALARMA!, un sueño que tenía, no precisamente por trabajar ahí, sino simplemente por trabajar, ya que en casa hacía falta el dinero y la escuela podía esperar, y esperó por siempre ya que nunca volví a clases.

El maestro


Ya como ayudante de la redacción de ALARMA! tuve el placer de ver cómo se hacían las portadas. Era un gusto ver a don Carlos Samayoa, creador de la revista en 1963, diagramar la página uno y la cuarenta. Daba vuelo a su imaginación y talento para crear verdaderas obras de arte en el cabeceo de las principales notas de la semana.

Don Carlos se regocijaba creando palabras, epítetos, adjetivos, frases donde describía a los “mujercitos” a las “hombrecitas”, a los “machos”, a los “feos”. En ese entonces nunca pensé que un día me tocaría tratar de hacer (aún trato) las portadas de ALARMA!

 ALARMA! tiene muchas portadas que son llamativas, algunas escandalosas, otras divertidas, algunas quizá indignantes, pero siempre habrá alguien que recuerde alguna imagen, una palabra, una frase, un adjetivo. Es una revista que no puede ser ignorada.

El nacimiento
La primera edición de ALARMA! apareció en los puestos de revista el diecisiete de abril de 1963. Costaba un peso; y tres notas compartían la portada. Destacaba una cabeza que decía: “AIDA SIGUE EN LA CARCEL”. Así sin acentos y aún no incluía el signo de admiración al final. Se trataba de una famosa actriz de aquel tiempo que vivía una situación penosa en contraste con el glamour al que estaba acostumbrada.

La segunda nota decía: “ASESINE A EDILBERTA PORQUE LA AMABA”. CONFESION DE UN PADRASTRO QUE PASARA CUARENTA AÑOS EN PRISION. Una tragedia pasional entre un hombre y su hijastra que había acabado con la muerte de la joven.

La tercera nota daba cuenta de la muerte de un famoso policía.

El logotipo estaba hecho a mano y era el borrador del que ahora todos conocen, como si hubiera sido escrito por un dedo ensangrentado, quizá de una víctima que lanza un grito de auxilio: de alarma.

Los fondos y las plecas amarillas eran lo único que daba color a esa primera portada de una revista que acababa de nacer y cuyo futuro era incierto. Después, sólo un año después, su creador sabría que había dado en el clavo al aumentar el tiraje de una manera descomunal con las famosas “Poquianchis”.

Las Poquianchis

En enero de 1964, precisamente el día veintitrés, ALARMA! publica quizá el caso más importante de la época y el que provoca el boom de la revista. En Guanajuato fueron detenidas las hermanas González Valenzuela, Eva, Delfina y María Luisa, quienes habían sido señaladas como lenonas y tratantes de blancas, dueñas de varios tugurios en donde obligaban a decenas de mujeres a prostituirse.

 ALARMA! publica el caso de la captura de las tres hermanas y destaca en varias páginas la historia de terror que vivieron cientos de jovencitas que eran robadas o compradas por las mujeres para atender a sus clientes en las cantinas. Clientes que iban desde macheteros, obreros, hasta policías y funcionarios públicos de varios municipios de Guanajuato, principalmente de San Francisco del Rincón y de León.

Desde la primera edición que ALARMA! publicó del caso, el tiraje aumentó significativamente, no se diga las ediciones posteriores, ya que se llevó un seguimiento puntual del caso: desde las investigaciones, las declaraciones, los señalamientos, los culpables, los inocentes, las muertes. Por supuesto que las imágenes fueron fundamentales en las publicaciones, tanto así que el director no se conformó con lo que el corresponsal mandaba cada semana, sino que envió a un reportero, don Jesús Sánchez Hermosillo, acompañado de un fotógrafo desde la Ciudad de México, exclusivamente para dar cuenta detalle a detalle del tenebroso caso que ya había levantado ámpula en todo el país.

Esa primera portada de Las Poquianchis mostraba un encabezado inquisidor: MUERTE A LAS POQUIANCHIS!; un título secundario decía: URGE LA PENA DE MUERTE! (ya con los signos de admiración al final que ahora son una característica de la revista).

Se necesitaron varias páginas interiores para poder describir los horrores “como los de un campo de concentración”, decía el texto. Muchas fotos, a manera de estampas del averno de las tres principales involucradas en la explotación de mujeres en antros de Guanajuato.

EN LEÓN LA VIDA NO VALE NADA! decía otro título.

Mujeres y niños daban un terrorífico testimonio de la crueldad de las tres hermanas González Valenzuela, desde robo de mujeres, secuestro y compra, hasta los maltrato a los hijos de las víctimas.

La segunda edición, que aumentó a doscientos quince mil ejemplares, fue titulada así: “LOS CRÍMENES DE LAS POQUIANCHIS” y tiene una foto que ahora nadie se atrevería a publicar. Un niño de escasos tres o cuatro años de edad señalaba a una de las hermanas Valenzuela que estaba sentada. Una cabeza secundaria decía: “ELLA ME PEGABA CUANDO ME COMÍA LOS ALIMENTOS DE SU PERRO”.

El drama en todo su esplendor, el menor encarando a la mujer que lo golpeaba en la boca con un zapato por comerse el alimento del perro al que la mujer consentía. El niño, con nombre y apellido, era hijo de una de las mujeres explotadas por las temibles Poquianchis. Una foto imposible de publicar en estos tiempos.

Después, los tirajes comenzaron a subir hasta llegar a los trescientos mil ejemplares semanales con casi una venta total. Sin duda el éxito había llegado para la revista, para la empresa y para la nota roja.

 

Índice de fuego
ALARMA! comenzaba a provocar, a escandalizar y a ser reconocida por lo que rezaba su lema: ÚNICAMENTE LA VERDAD. Se había convertido en un medio de denuncia, que lo mismo exhibía a un delincuente, un crimen, que a un mal policía o un funcionario corrupto. “Ándate con cuidado o sales en ALARMA!“, comenzaba a decir el vox pópuli.

 ALARMA! era (y es) como diría alguna vez uno de sus encabezados “el índice de fuego” que señala “lo malo” de nuestra sociedad.

En 1968, ALARMA! publicó el ataque a los estudiantes con el encabezado NOCHE DE HORROR EN TLATELOLCO!; en una cabeza secundaria decía QUE TRISTEZA… NOS SEGUIMOS MATANDO ENTRE MEXICANOS! Tenía dos fotos, una de unos soldados de espaldas y otra de los estudiantes en el bando contrario.

Si bien el texto en páginas interiores narraba los hechos “oficiales”, las fotos decían totalmente lo contrario, hacían contrapeso a todo lo señalado; hablaban por sí solas. Los cadáveres apilados, que pocos medios publicaron en su momento, mostraban la violencia extrema con la que se había actuado contra los estudiantes, daban testimonio de inocentes vidas perdidas. Hablaban de un gobierno autoritario, represor, asesino.

San Juanicazo
En noviembre de 1984 una explosión despertó a vecinos de San Juan Ixhuatepec, en Tlalnepantla, Estado de México. Muchos de los habitantes de esa zona fallecieron calcinados, otros simplemente desaparecieron debido al intenso fuego que generó la fuga de gas.

El título de ALARMA! fue INFERNAL EXPLOSION DE GAS! Otra cabeza en la misma portada señalaba COMO EL FIN DEL MUNDO! Se trataba de una tragedia de gran magnitud que cimbró el municipio de Tlalnepantla, Estado de México en los límites con el Distrito Federal. La fotografía era la de dos esferas que contenían miles y miles de litros de gas que habían estallado durante la madrugada provocando un sin número de muertes.

De nuevo el drama popular. La gente afectada era de escasos recursos, gente que había urbanizado con modestas viviendas la zona conocida también como San Juanico.

La última portada que puedo comentar entre las más famosas de la primera época de ALARMA! es sin duda la del terremoto de 1985. Un temblor de 8.1 grados en la escala de Ritcher que sacudió de fea manera la Ciudad de México.

La capital del país parecía zona de guerra después de las 7:19 horas de ese diecinueve de septiembre de 1985. Edificios derrumbados, gente atrapada, muerte por todos lados, principalmente en el Centro Histórico, en donde las añejas construcciones quedaron convertidas en un montón de escombros.

A pesar de la magnitud del sismo, y de los daños en multifamiliares, como los de Tlatelolco, la cifra oficial de muertos fue de algo así como seis mil personas, aunque al parecer hubo más, al final se hablaba de unas cuarenta mil, pero sabemos que a los gobiernos les gusta maquillar las cifras para aminorar su responsabilidad en casos como este.

 ALARMA!, como en todos los sucesos relevantes, dio cuenta puntualmente de los hechos con una edición digamos casi especial, sólo con algunas páginas de otros temas que ya estaba adelantadas en los talleres.

La primera edición tenía un encabezado simple: TERREMOTO! Otros títulos en la misma portada fueron PÁNICO, HORROR, MUERTE!, LÁGRIMAS, LUTO! y LA CAPITAL, DESTROZADA!

Esta edición alcanzó un tiraje de dos millones y medio de ejemplares, todo un récord para la empresa, y quizá en cuanto al tiraje de una revista semanal en México. En esta ocasión no había fotos de cadáveres, y aunque se acusa a ALARMA! de lucrar con este tipo de imágenes, esta vez sólo eran edificios derrumbados, gente rescatando a víctimas, bomberos en acción, ruinas, todo menos gente muerta.

Muere ALARMA!
Nueve meses después, ALARMA! fue censurada y por unos años estuvo fuera de circulación. Como pretexto, la Secretaría de Gobernación acusó a la publicación de ser pornográfica, pero en realidad se trataba de un golpe estratégico para acabar con su hermana la revista Impacto, que señalaba constantemente las pifias del gobierno de Miguel de la Madrid.

Parecía que se había acabado uno de los medios que daban fiel testimonio a la nota roja del país, parecía que la revista especializada en publicar muertes de todo tipo se había convertido en un cadáver.

ALARMA! estuvo muerta durante cinco años, pero al sexto resucitó.

El veintinueve de junio de 1991 vuelve a la vida y retoma el lugar que decenas de revistas quisieron tomar en su ausencia. Convertida en El Nuevo ALARMA! regresa con su inconfundible color amarillo, con su mismo logotipo, y con su sello característico en los encabezados.

Me tocó auxiliar al nuevo director de la revista, Daniel Barragán Beltrán en la renaciente edición. Tuve la oportunidad de diagramar la revista número cero de esta nueva era, y al parecer las enseñanzas de don Carlos Samayoa no fueron en vano, ya que desde la primera portada volvimos a recapturar al publico que había esperado pacientemente el resurgimiento de ALARMA!

Los lectores, como fieles amantes, esperaron en los puestos de revistas y cuando salió de nuevo a la venta la compraron como si nunca hubiera estado fuera de circulación. La química entre la revista y sus lectores seguía intacta. Como dos enamorados volvían a encontrarse para no dejarse nunca más.

Nueva Era
Tuve que esperar muchos años más para llegar a la dirección de ALARMA! A la muerte de Daniel Barragán me dieron la oportunidad de ser el editor, labor que hago con mucho gusto y aún con el fantasma de don Carlos Samayoa a la hora de cabecear las portadas y las notas interiores. Tratar de igualar un poco al maestro es un labor desafiante semana a semana.

Más de mil números hemos editado en esta nueva época (1125 a la hora de escribir este texto) y quizá la portada que podemos mencionar como una de las más importantes es precisamente la del número mil.

Una portada con un collage de decapitados y una cabeza que solamente dice MIL!, algunos se confundieron pensando que se trataba de mil decapitados, pero los fieles lectores sabían que era la edición especial de otras mil semanas de labor incansable.

Desde aquellas páginas que diagramé hasta ahora han pasado más de treinta años y aún me sigo emocionando cada semana al ver una nueva edición, ahora no con mi diseño, sino con mis encabezados que me ponen a pensar más de lo que mi capacidad real me lo permite.

Me tengo que esforzar cada siete días para tratar de igualar las enseñanzas del maestro Carlos Samayoa, quien nos enseñó su peculiar estilo de aminorar el drama de cada caso con sus encabezados cargados de humor negro, como nos gusta a los mexicanos.