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LOS MONJO AL GRITO DE POGO

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i el zeitgeist de nuestros días cabalga mefistofélico hacía el neo oscurantismo montado en sus cuatro jinetes: la corrección política, el ablandamiento cultural, la censura artística y el patetismo digital, nada mejor que correr directamente a través de la noche chilanga hacía los putazos de un pogo punk.

Caí a Los Monjo en El Mundano, con Dog y Alex, luego de beber en una cantina del Centro como dipsómanos subnormales presos de la abstemia forzada de un milenio.

Los Monjo, se dice, son uno de los mejores secretos del punk mexa. Oriundos de Guadalajara, héroes under en España y otras partes de Europa, se trata de tres hermanos y un primo —Tucho (vocal), luego reemplazado por Eddie, René (bajo), César (batería) y Peter (guitarra)— que hace más de 15 años tomaron su apellido para nombrar su punkie a la ochentera Ibérica, pero con raigambre nopalera. Un clan de estirpe proletaria que sabe rockear duro en vivo. Son crudos, directos y potentes.

Nada mejor para aflojar los sesos que una sesión de slam en una oscura covacha. El foro Mundano, en el segundo piso del 130 del Eje Central Lázaro Cárdenas. El pretexto de la visita de Los Monjo a la Ciudad de México fue el quinto aniversario de Carcoma Records, una tienda de vinilos que, de acuerdo con Javier Ibarra, periodista del tema e iniciado en esa escena chilanga-regia, funge como un santuario para los que gustan del punk y sus subgéneros a 33 y 45 revoluciones por minuto. Dog y Alex me instaron: “Ya verás qué pedo con Los Monjo”.

Arribamos al sitio escupiendo gasolina. De pronto nos vimos engullidos por una espiral de carne molida y sudor. Decenas de rockers, chicas entalladas y otros engendros presenciaban a las primeras bandas. Mi distorsión etílica no me permitió apreciar los acordes. Ni cuando Dog y Alex me intentaron comunicar que Nick Zinner, guitarrista de los Yeah Yeah Yeahs, estaba a nuestro lado. Entendí que tocaba arriba, en el escenario, o algo así. O que debatían con alguien que hablaba de la impronta de los Yeah en la música. Necesitaba serenarme. O de plano besar a una monosa de Resistol para ponerme (como Dog hizo alguna vez, según me contaron después), bajar en drugs o vomitar hasta que Los Monjo salieran.

Cuando Eddie estaba arriba con sus lentes oscuros y la banda lista entramos al pogo para ya no salir hasta el final de los días. Los capítulos de la saga fueron, entre otros, “Mexicanos al grito de mierda”, “Esclavos”, “Sólo en este país”, “Rock basura”, “Malas noticias”, “La vida que todos envidian” y la rompedora “Cobardes”, en la que se dislocaron las humanidades que nos rompíamos el hocico en un estira y afloja de velocidad, gargajos y coros apocalípticos. Una hora y cacho de putazos.

Greil Marcus dijo hace poco que el punk es, sobre todo, una experiencia intelectual. “Y a partir de las ideas se desencadenan la agresividad, el miedo, el caos, la alegría y las paradojas”. Una exposición que encaja con Los Monjo. Parte de sus bríos proviene de sus letras; además, claro, de su sonido: experiencias cotidianas, ciudades perdidas, la vida en la deriva. Ese grito inherente del punk que se sigue escupiendo en los micrófonos de los rincones urbanos.

De acuerdo con Dog y Alex, quienes han seguido a Los Monjo desde hace unos años, se trató de una de sus mejores presentaciones. “Se te advirtió”, me dijeron mientras me recostaba en la banqueta luego de salir del Mundano. Me quedé dormido como teporocho en la calle, mientras los dos se reían desde la esquina y decidían con un par de amigas a dónde seguir la noche. Pero me despertaron, me subieron a un taxi como res muerta del rastro y luego me arrastraron a un cálido departamento en la colonia Doctores.

Si el zeitgeist de nuestros días cabalga mefistofélico hacía el neo oscurantismo, aún tenemos al punk, a Los Monjo y a los amigos. Pogo or die.

 

 

CADA DÍA NACE UN TONTO, O CÓMO HACER IDIOTA A LOS DEMÁS

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“El país estaba infestado de bandidos, de manera que no se podía salir ni a los caminos ni andar

en las ciudades pasadas ciertas horas de la noche sin ser atacado, robado y no pocas veces, asesinado”.

Manuel Payno circa 1860

os estafadores y los magos son las dos caras de Jano. Penn, el famoso mago norteamericano del dúo Penn and Teller, decía que los ilusionistas avisaban que te iban a engañar, los estafadores no. Ambos hacen cosas increíbles frente a tu cara: atravesar paredes, volar por el aire o venderte curas milagrosas, sólo que unos tienen la precaución de decirte que te están engañado.

Los estafadores son seres vanidosos, sujetos que necesitan sentir cierta superioridad intelectual frente a las demás personas. Hay algunos que son verdaderos genios del mal, que bien encausados acaban siendo productivos, como ha sucedido con Frank Abagnale Jr., que antes de tener 20 años ya había defraudado a instituciones bancarias, hoteles, líneas aéreas con casi 3 millones de dólares. Abagnale Jr. ahora trabaja como consultor para evitar fraudes bancarios.

 

Los de guante blanco
En la Ciudad de México muchos de los fraudes más comunes se han despojado de la finura de antes. Los más famosos se pueden rastrear hasta el siglo XIX e, incluso, como apunta Ed Bunker en sus memorias, se remontan al siglo XVIII, con defraudadores en parques de Paris o Londres. Si bien Bunker lo reporta en el mundo anglosajón, es el español Dimas D. Camándula en el Arte de robar, publicado circa 1850, quien hace un tratado de todas las triquiñuelas y transas de las que son capaces los fulleros, los bellacos, los tunos y demás peladaje en el Madrid de aquel tiempo y por supuesto de nuestra muy noble y muy leal Ciudad de México.

Los primeros de esta estirpe serían los piñeros, es decir, los que hacen la piña de que sucede algo para juntar gente y facilitar que sus compañeros roben las carteras.

El “merolico”, que hace las veces de piñero, habla sobre alguna cura milagrosa —antes implicaba una serpiente—, pero que hoy se ha ido modernizando a cremas milagrosas o pirámides limpiadoras de aura. También el juego de ¿dónde quedó la bolita?, el del cambio de los hules para el auto, el viejo engaño del billete de lotería ganador o el de la cartera caída con miles de pesos que resultan ser recortes de periódicos.

Esos viejos trucos van cayendo en desuso, pese a que existan personas que todavía puedan ser embaucados con ellos, principalmente gente de escasos recursos y poca educación; por lo que no es raro que sigan haciéndolos en centrales camioneras o estaciones de metro muy concurridas en donde suelen reunirse inmigrantes pobres huyendo de la miseria. Lo de hoy son las estafas telefónicas, la renta de departamentos inexistentes o la promesa de premios en concursos en los que nunca participamos.

Las estafas telefónicas consisten en hacerse pasar por alguien del banco para acabar recabando la información de la tarjeta del incauto. Lo insólito de este sistema es que, como lo han comprobado algunos reportajes, se hacen desde dentro de prisiones a través de centrales telefónicas ilegales.

Una modalidad de estafa que está a la alza, debido al alto precio de las rentas en la Ciudad de México, es la de poner en alquiler departamentos que no son nuestros. Por lo regular el estafador ve los departamentos que están en renta gracias a los anuncios que hay en ventanas o pendones. Él pone a su vez uno muy similar en periódicos o en internet, sólo que cambia el teléfono por el suyo. Cuando el incauto cae, el malandrín dice que el departamento está en una renta muy baja, por lo que el interesado se emociona. El tunante argumenta que vive en otro país o que es un hombre tan ocupado que no puede mostrárselo. Para apurar las cosas, ya que hay muchos otros interesados, el defraudador le dice al incauto que deposite meses de adelanto y el depósito a una cuenta y que él le dejará las llaves con alguien de confianza, casi siempre el vigilante del edificio. Cuando el depósito se hace el ladrón no vuelve a responder el teléfono.

Lo de los premios es otra modalidad que aprovecha, como siempre, la avaricia de la gente. Se recibe un correo electrónico o una llamada telefónica donde dice que ganaste, por alguna extraña razón, un premio. Te citan en una oficina a todo lujo, con recepcionistas y asesores trajeados, donde te convencen que si das una cantidad extra de dinero aumentarán tu premio. Casi siempre son jugosas recompensas: un auto, un tiempo compartido en Miami o un viaje todo pagado a una exótica playa. Pasa el tiempo y cuando regresas a reclamar lo prometido, la oficina es ahora un sito vacío. La empresa ha desaprecido.

Todos esos son esquemas se repiten alrededor del mundo y del tiempo, adaptándose a las nuevas circunstancias. Uno de ellos el llamado sistema “Ponzi”, nombrado en deshonor de su creador el italiano Carlo Ponzi: la clásica estafa piramidal. Se utiliza en perfumería, venta de zapatos o como sistema de préstamos. El más reciente brote de este sistema en nuestro país fue la flor de la abundancia, que causó estragos entre muchas amas de casa.

Una variante de este, mezclado con la idea de la secta religiosa, es el advenimiento de los grupos de coaching, que no son más que una gran estafa que mezcla a partes iguales la sensación de pertenencia a un grupo, el sistema piramidal y la culpa. La mayoría de estos fraudes empiezan en Facebook. Alguien te contacta y te pregunta si te puede hacer una pregunta. Si aceptas, esta te planteará un sistema en el que te prometen hacer rico solo con la fuerza de voluntad. Lo que tienes que hacer es tomar sus cursos. Con el tiempo, también tendrás que invitar a alguien más para poder subir de nivel. Al poco tiempo, tu dinero y vida está dedicado al grupo de coaching. Es como una especie de religión laica en la que el éxito es el dios a adorar.

Los estafadores aprovechan la avaricia de la gente, la poca instrucción o un momento bajo para actuar. Sin embargo, hay gente que desea ser estafada, aunque parezca una contradicción o un absurdo.

¿De qué otra manera podemos explicarnos que aceptemos dar dinero por un billete de lotería supuestamente ganador?, ¿qué compremos un amuleto “bendecido” que cuesta un dineral?, ¿qué creamos que ganaremos una fortuna con apenas invertir o que ganamos un premio de la nada?

Estafado y estafador se complementan.

JUDENREIN: EL PARADIGMA DE UN GENOCIDIO REORGANIZADOR

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l genocidio perpetrado por el Tercer Reich fue posible porque Europa lo quiso. No estoy queriendo ser provocadora, ni injusta; un repaso amplio y detallado de la relación del grueso de los países europeos con sus comunidades judías, así como del periodo comprendido entre 1933 y 1945 y algunos años posteriores, lo demuestra. El exterminio de judíos a manos de los nazis —y toda clase de colaboradores— no es la idea que surgió de repente en la mente de “un loco” porque odiaba a su padre o porque era un pintor frustrado: es la continuación “coherente” y exacerbada de una práctica antisemita de rancio linaje que se extiende desde las Cruzadas hasta finales del siglo XIX.

El antijudaísmo popular, religioso y político cuenta una larga historia de violencia e intentos de desaparecer el judaísmo de Europa, que implicó a las iglesias Protestante, Ortodoxa y Católica en distintos niveles y épocas, aunque el nazismo lo despojó de este ropaje religioso. [Para este tema en particular, aunque no es el libro que trataré, recomiendo mucho la lectura de La fábula del crimen ritual. El antisemitismo europeo (1880-1914), de Jean Meyer.]

Ahora que termino de leer Borrados, de Omer Bartov (Israel, 1954) puedo decir que si los bosques de Galitzia hablaran, sacudirían al continente. Si hablaran, hablarían yiddish. Allí en la cordillera de los Cárpatos hay cuentas sin saldar. En esta región hoy reconocida como Ucrania, alemanes, húngaros, ucranianos (rutenos) y rusos asesinaron judíos sin ningún pudor con la venia que el Tercer Reich le dio al nacionalismo antijudío desde 1933, si bien en términos culturales más generales no ha descansado desde el primer pogromo de 1092, justamente en Alemania.

Dos campos de concentración con poca resonancia en los libros de historia y películas dedicadas al Holocausto, Bełzec y Janowski/Yániv, fueron el destino de miles de judíos; pero en esta región que supo ser multiétnica fueron asesinados a fusil y a golpes, incluso, en calles y bosques como en ningún otro lugar durante la Segunda Guerra Mundial.

Omer Bartov, cuya madre emigró de Galitzia hacia Palestina en 1935, visita el hogar de sus antepasados para recuperar la memoria familiar e histórica, y al llegar se encuentra con que esa huella está prácticamente borrada. A diferencia de los memoriales, vastos, visibles y grandilocuentes de otros lugares de Europa, en la antigua Galitzia, hoy Ucrania, apenas y se rememora ya ni siquiera los crímenes que el nazismo, el comunismo y los ucranianos cometieron contra los judíos, sino incluso la nutrida existencia de éstos desde siglos atrás.

“A mediados del siglo XVIII más de la mitad de la población judía de la Mancomunidad vivía en latifundios privados bajo la jurisdicción directa de la nobleza; el 44% de los judíos polacos vivía en Ucrania-Rutenia. Lo sorprendente es que, hoy, el 80% de los judíos del mundo puede hallar sus raíces en la Mancomunidad de Polonia-Lituania del siglo XVIII” (p. 40). Así es, la región con más judíos de Europa (la Oriental), y la que más judíos aportó a la diáspora, fue la que durante la guerra se declaró con más ciudades judenrein, “limpias de judíos”, y al finalizar, la que menos judíos contabilizó, y cuya memoria no ha podido ser restituida.

Para sopesar la importancia de este programa de limpieza étnica y genocidio entendamos que los alemanes agregaron una palabra a su idioma para referirse a aquellas ciudades en las que su programa fue del todo exitoso: judenrein. Sí, “exitoso”.

El repaso y la visita de Bartov dan cuenta de que el proyecto reorganizador del genocidio nazi consistía en erradicar a los judíos de Europa, sin más y sin eufemismos. Y en ese sentido, las ciudades judenrein de Ucrania confirman su efectividad: Lviv, Kolomya, Kuti… Y en las que no fueron ‘limpiados’, su presencia se redujo a centenas y decenas, y a veces menos; con lo que la vida de las comunidades se alteró para siempre: “Cuando visité la ciudad [Ivano-Frankovsk], en marzo de 2003, sólo cuatro mayores y ancianos estaban allí rezando un ritual; es decir, muchos menos que el minyán, el quórum mínimo de diez hombres requerido por la tradición judía para la oración comunitaria” (p. 106).

Esto es a lo que el experto en procesos genocidas, Daniel Feierstein, llama “genocidio reorganizador”. Y en el caso de Ucrania y Polonia no fue tan industrial y aséptico, como se suele decir del nazismo; fue incluso más brutal, si era posible: “La mujer de Kotowicz incluso viajó a Lviv y trajo a las hijas de otros judíos para darles refugio, pero se trató de casos excepcionales […] si los vecinos [de Uhrynska] se hubieran enterado de que ella los estaba escondiendo, se lo hubieran notificado a las autoridades. Muchos cazaban y mataban judíos con sus propias manos” (p. 154, nota 7).

El deliberado olvido de estas víctimas adquiere un peso mucho más específico cuando el relato de Bartov aparece como superpuesto con los documentos de la época, como si el tiempo se hubiera detenido, como esta nota de 1942, que recoge Jewish Telegraphic Agency: “Hundreds of towns, large and small, have been made ‘judenrein’ by the Nazis in occupied Poland during the last few months […] The Warsaw ghetto is now the only ghetto left in Central Poland, in addition to twelve ghettos in Galicia, the report states. Jews are also permitted to live in 42 smaller townships of which twenty-five are in Galicia. Until the Nazi occupation, Jews in Poland were living in about 700 cities and townships”.[i]

Las crónicas, escasas, de los años de la guerra respecto al plan judenrein de los nazis, pero también de nacionalistas ucranianos (cosacos, rutenos) y polacos, apenas y distan de la tristeza de los pocos memoriales de la ruta de Galitzia que recorrió Bartov: sobre la destrucción la destrucción. Memoriales ambiguos, monumentos que buscan borrar la identidad singular de las víctimas judías, sobre todo porque buscan borrar la identidad de los victimarios de la comunidad judía, pues en muchos casos (si no es que todos) no se trató sólo de alemanes o húngaros o rusos, sino también de vecinos ucranianos y polacos. Las fotografías de sinagogas abandonadas y cementerios judíos en descuido que acompañan las crónicas de cada ciudad son elocuentes: elefantes blancos testimonian una destrucción como sin contexto, sin explicación, como si una mano invisible las hubiera bombardeado, disparado, clausurado; aunque la explicación esté tan a la mano. Sucede que recordar a los otros implica pensar qué estábamos haciendo nosotros en ese momento, en ese lugar, y esa memoria no siempre es grata.

Este libro de Bartov es indispensable para quienes se interesan en comprender los entresijos de este proceso genocida que cambió la cara de Europa para siempre, más allá de las películas melodramáticas y de los estudios obsesivamente interesados en los perpetradores. El nazismo y sus prácticas de exterminio no nacieron por generación espontánea, sino que se explican en una práctica antijudía añeja con momentos de tensión y de integración, una historia de rispideces religiosas, políticas e ideológicas: la vida de los judíos de Europa no empezó en 1939 o cuando subieron a los trenes, tienen siglos de hacer parte de ella.

“No podemos devolver la vida a los muertos, pero podemos darles una sepultura digna. No podemos recuperar un mundo multiétnico, rico, complejo y cada vez más frágil, tal vez ni siquiera queramos hacerlo, pero podemos reconocer sus defectos y respetar sus logros, no sólo por lo que fue, sino también porque no podremos comprendernos a nosotros mismos ni construir una identidad firme y segura de sí sin reconocer de dónde venimos y cómo llegamos a donde estamos hoy” (p. 237

[i] Disponible en: https://www.jta.org/1942/12/24/archive/hundreds-of-towns-in-poland-made-judenrein-nazi-government-reports

Omer Bartov, Borrados, Malpaso Ediciones, 2018.

 

TAMBIÉN SOMOS LOS MALOS

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En su nuevo libro Una sociedad de señores, Mario Campaña (Guayaquil, Ecuador, 1959) nos dice una verdad que ya sospechábamos: que el sistema democrático del cual se jacta occidente, sólo es un acuerdo legal, regido por una serie de leyes y reglamentos que, en el papel, declaran la igualdad del hombre. Sin embargo, la tesis de Campaña es que una sociedad de señores ha sobrevivido desde la Grecia clásica, adaptándose y camuflándose para continuar con sus privilegios y ostentarse como patrones, jefes, aristócratas o señores por medio de la preeminencia, el poder, los privilegios, el clientelismo, el linaje y la honorabilidad.

A la manera de Nietzsche en La genealogía de la moral, Mario Campaña dice que la verdadera revolución democrática debe ser de índole moral, para destruir de una vez por todas a la sociedad de los señores.

Me vino a la mente una imagen respecto de lo que es un escritor: una persona que se para frente a una maraña de hilos y que de pronto descubre una punta y con mucha paciencia empieza a desenredarla. Quizá no llegue a sacarla por completo, pero dejará un muy buen trecho para que alguien más continúe. ¿Te parece adecuada esta imagen, también en relación con tu nuevo libro?
Eso lo que ha pasado por lo menos en este libro. Yo, como lector, miraba la maraña, identificando en un cierto momento la punta de un hilo y he empezado a observar ese hilo, a tirar de él y he tratado de seguir su recorrido, un hilo que requiere una cierta profesionalidad para indagar en ese terreno por una guía histórica, sociológica.

Yo no soy ni historiador ni sociólogo, pero he podido seguir ese recorrido con lo que está a mi alcance. Soy un escritor y un lector, entonces en tanto el lector he podido identificar en la bibliografía, en la literatura, en la historia escrita, y luego tanto como ciudadano y escritor, he podido hacer observaciones en la vida práctica del mundo de hoy, de la sociedad de hoy, y al final he llegado a conclusiones que me animaron a escribir el libro y comunicar de un modo más o menos responsable para que pueda ser discutido, analizado, reflexionado, sobre nuestras sociedades, las democracias occidentales, y ayude a que se animen profesionales de la historia, la sociología, la historia política, la democracia, la antropología a hacer investigaciones más profesionales.

¿En qué momento descubres la maraña y luego el hilo? ¿Cómo encuentras el tema para este libro?
Es un libro que tiene un origen literario, puede parecer curioso porque el tema no lo es, yo soy literato, escritor, pero en las lecturas maduras que he estado haciendo de la literatura griega durante los años 2006-2008, los poemas homéricos, por ejemplo, me di cuenta de una cosa: que los grandes personajes de la literatura clásica, griega y romana, especialmente la griega, son reyes o hijos de reyes o son padres de reyes; es decir, forman parte de una clase social, son la nobleza y la aristocracia de la antigüedad. Los personajes que enunciaban ideales sumamente elevados y al mismo tiempo tan atroces en sus acciones expresan valores de la aristocracia.

Después me sorprendió enormemente encontrar valores similares, incluso idénticos, en la novela del siglo XIX europea, la novela inglesa, francesa, italiana… ¿cómo es posible esta coincidencia? Si encontrar valores en 2,800 años atrás y 100 años atrás y después en la observación práctica todavía los ves hoy, encuentro que hay una línea de continuidad, que hay valores principios, costumbres e ideales que encuentras hoy y también seis siglos antes de Cristo.

Ahí empiezo a hacer una investigación una poco más sistemática que se convierte en el tema del libro. Cuando estudio regularmente el pensamiento aristocrático entiendo que todo esto es la continuidad de una manera de entender la vida, la sociedad, la humanidad, las relaciones sociales, de una clase social, la clase aristocrática; entonces todo esto que estoy viendo en la sociedad de hoy, en la democracia de hoy, ¿qué ha pasado?, porque la aristocracia o la nobleza ya desapareció, pero era necesario indagar en qué sentido esos valores están presentes hoy, en las democracias.

Al final decido no llamarlos valores aristocráticos sino cultura señorial porque incorpora un matiz: en los dos últimos siglos a esta cultura antigua, aristocrática, se le incorporan elementos del mundo moderno, del mundo del comercio, de la industria, de los inversionistas, esa mezcla antigua con la modernidad, y termino con la convicción de que esta es una sociedad señorial con valores señoriales, en el sentido de que están formados por una mezcla de la antigua ideología de la aristocracia más la combinación con los principios modernos del capitalismo que no rechaza los principios antiguos sino que los incorpora, los modula y que ponen como centro a un personaje al que llamo “el señor”, el patrón, un personaje que siente superior porque en esta estructura de valores hay una gran división entre superiores e inferiores.

Esa es la ideología aristocrática que consiste en afirmar que existe una división entre los hombres, entre los seres humanos, unos son superiores y otros inferiores, no hay igualdad de valor entre las personas, unos valen mas que otros, unos son superiores y otros inferiores. Esto tiene enormes consecuencias prácticas. Por eso concluyo que existe un personaje central de esta cultura, el señor, que esta es una sociedad de señores, dominada por la figura esta del patrón, del que se cree superior, que ejerce una dominación sobre los que considera inferiores. No hablo de lo material, no hablo de que unos son ricos y otros son pobres: hablo de condiciones morales, de valor y de dignidad humana.

Hay una palabra central que acompaña prácticamente todo el libro: independientemente de las revoluciones científicas, tecnológicas, independentistas o sociales nunca se llegó a una transformación de índole moral, que es justamente lo que ha permitido que los señores provengan desde la antigua Grecia y sobrevivan.
Es muy curioso porque efectivamente la historia está llena revoluciones como la francesa, e incluso las revoluciones socialistas, pero en general, en la línea de oposición a la historia dominante, nunca se ha focalizado ni se ha subvertido ese orden que yo llamo moral en oposición a lo material.

Me refiero a los elementos inmateriales, intangibles de la sociedad, entonces ahí hablamos ya de valores, de principios, de ideales, de hábitos, de sentimientos, de pensamientos, de ese conjunto de una especie de magma de elementos intangibles que en definitiva forman parte de la regulación de las relaciones.

Las relaciones están determinadas por condiciones materiales; entre el patrón y el obrero por condiciones materiales como el sueldo, el trabajo, etcétera, pero también están reguladas por condiciones inmateriales: qué sentimientos tienes hacia la raza, hacia el pobre…

Mi libro postula que la existencia en esta sociedad de un tejido inmaterial que yo llamo moral, regula la vida de la sociedad y no es democrática pese a que está presente en lo que llamamos democracia.

Cuando hablas brevemente de Nietzsche y La genealogía de la moral, queda claro que él vislumbro este asunto de la moral y sus valores torcidos de nacimiento…
Sí, Nietzsche entrevió el tema, fue el único. Cuando él descubre las raíces de ciertos conceptos, ciertas palabras que todavía usamos, se da cuenta de que la palabra noble señala lo bueno, y queda establecido que el bueno es el miembro de la clase social llamada nobleza, Nietzsche avanza y se da cuenta que se asocia con cierto tipo racial, cierto color de la piel, cierto color de cabello: el bueno, el noble es el rubio.

En sentido contrario, el malo es el de piel oscura. Nietzsche se da cuenta de que se trata de revolucionar la estructura de valores, por eso su proyecto era elaborar, transformar los valores. Lo que pasa es que Nietzsche va por un lado que de todas maneras es aristocrático porque va en contra de la noción de igualdad. No se trata ahora de discutir la posición de Nietzsche, no lo discuto en el libro, pero en definitiva el libro se aparta de su proyecto porque en definitiva Nietzsche tampoco cree en la democracia y yo sí.

Mi libro postula una defensa de la democracia; plantea como única alternativa para este momento la profundización de la democracia, pero no la democracia de las instituciones, sino la democracia de la cultura, de nuevos valores, valores democráticos en el sentido que se trata de valores fundados en la igualdad, una igualdad moral en sentido de igualdad, de idéntico valor humano, idéntica dignidad.

Hasta antes de la Primera Guerra Mundial, la nobleza europea, para seguir perpetuándose, estableció alianzas entras las diferentes casas reales: se casaban entre ellos para afianzar su poder. En México, la llamada “gran familia revolucionaria” hizo lo mismo para perpetuarse en el poder. Si revisamos los apellidos de legisladores y gobernantes, descubriremos que buena parte de ellos son familiares. Las clases políticas modernas copiaron ese modelo de la nobleza.
Una de las estrategias es el linaje. No solo lo hace la clase política pues, en general, la clase que maneja el poder es heredera de esa cultura, de esas estrategias, de esos ideales nobiliarias. La clase nobiliaria desapareció como tal clase en términos económicos y políticos, pero sobrevive porque su cultura sobrevive e influye en la sociedad de hoy a través del linaje, del tejido. Hay dos formas del tejido: el familiar y el clientelar o los subordinados a quienes se controla mediante favores, ayudas, etcétera.

Si quisiéramos entrar a una sesión de la cámara de senadores o de diputados no nos dejarían entrar. Estas “instituciones democráticas”, que no lo son, soncompletamente cerradas.
Claro, porque esta es una democracia fallida, es una democracia que esta muy a medias, sobre todo por razones históricas pues están concebidas en su origen como meras democracias de instituciones. Hoy definimos a la democracia a partir de la existencia de cierto funcionamiento mayor o menor de instituciones, pero nada más, y esas instituciones también son concebidas de manera cerrada, no como plataformas para el ejercicio de los derechos de los ciudadanos, para la protección de los derechos o el desarrollo de los derechos;

La sociedad democrática basada en instituciones tienden a provocar muchos desafectos, pues los ciudadanos de hoy no tienen una vinculación fuerte sino más bien de franco desafecto por las democracias que no los representan.

La democracia no puede ser solamente un conjunto de instituciones, pues esas instituciones solo se legitiman moralmente si en la vida de la sociedad imperan principios democráticos en la vida práctica, entre las personas, en las relaciones, en los trabajos, en las relaciones con las instituciones. De ser así, entonces, las instituciones quedan legitimadas moralmente. De lo contrario son meras encerronas, mecanismos de sugestión de los ciudadanos. Si el voto no es obligatorio la concurrencia a las elecciones es muy baja, la gente no quiere saber nada de la democracia

¿Hay alguna salida posible, algún remedio, por así decirle, para tratar de quitarnos de encima esta herencia de más de dos mil años de antigüedad?
Lo único que veo es la profundización de la democracia, los intentos de salirnos de la corriente histórica, de la construcción social que lleva tanto tiempo. Se trata ahora de profundizar en las democracias, no en las instituciones. La cultura de las democracias de hoy no es democrática. Cuando hablo de cultura hablo de valores, de la parte moral, no de la parte material —tampoco es democrática la parte material—.

¿Quiere decir qué si yo alguna vez he soñado con tener un título nobiliario, yo también estoy moldeado por este mismo pensamiento de señor?
Todos estamos moldeados por este pensamiento, todos estamos atravesados porque si crecimos en estas sociedades señoriales, nuestra educación ha sido señorial. ¿Por qué crees que uno firma con el título profesional delante del nombre? ¿Cómo se llamaba Sansón Carrasco en el Quijote? No se llamaba Sansón Carrasco, sino Bachiller Sansón Carrasco. ¿Cómo se llama el presidente de México: Licenciado Enrique Peña Nieto. El presidente de Ecuador, ¿cómo se llama?, no es Lenin Moreno sino Licenciado Lenin Moreno.

Todos estamos en eso, unos más y otros menos, a todos nos atraviesa y por lo tanto hay que hacer esta especie de conjuro a la cultura de las sociedades, un conjuro para todas las sociedades, para todos nosotros… aunque, claro, está el Señor, el que está poseído por esa superioridad; luego estamos los otros, no poseídos de pies a cabeza, pero también tenemos nuestros tics, nuestros rasgos, o sea, también somos los malos.

Mario Campaña, Una sociedad de señores. México, Jus, 2017.

POESÍA PERSONAL Y EXPERIMENTAL

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ablaré como habla un narrador sobre un poemario. Hace algunos meses preguntaba a un amigo que practica la poesía: ¿existe algo parecido a la verosimilitud en el poema? ¿Existe la verosimilitud poética en general? Es decir, ¿cómo se establece un contrato de lectura con una obra poética, mediante una noción de verdad, de verosimilitud, de autenticidad? Si un poema está “basado en hechos reales”, ¿vale por ese simple motivo?, ¿se arroga acaso una plusvalía literaria si se versifica lo vivido?

Y más allá, ¿cómo juega o trabaja el poeta con hechos verificables?, ¿los intensifica?, ¿los dramatiza?, ¿los exagera?, ¿se enfoca en el detalle y no en el conjunto?, ¿cómo se poetiza un hecho real?

Estas preguntas —que alguien pensará absurdas o superadas— me surgieron al leer Escenas del jardín de Brenda Ríos pues en el tiempo de su aparición, y de mi primera lectura de este libro, recuerdo que en redes se entablaba un somero y superficial debate acerca de dos tipos de poesía que, si me apresuran, quizá resulten dos praxis literarias: la poesía visual —que cuando me acerco a ella siempre me queda la impresión de que no se trata de otra cosa sino de un divertimento ingenuo y por lo regular vacuo— y la poesía de la experiencia —la poesía que algunos asocian cándidamente con la meritocracia, el “de qué va a escribir si no ha vivido”—, praxis a las que yo añadiría una tercera relativamente contemporánea, que abreva de las anteriores: la poesía de proyecto, aquella que se organiza y se escribe para la obtención de un estímulo o premio, un mal que aqueja a nuestra literatura subvencionada.

Y hablo de todo esto para intentar acercarme a la poesía de Brenda Ríos en Escenas del jardín, una literatura que me parece cercana en lo personal y que no puedo situar en otro casillero que en de la poesía experiencial.

Pero a diferencia de otros trabajos del estilo, el de Brenda se aleja de la tentación sentenciosa o pedagógica y se acerca sin remedio —y por fortuna— a una poesía de la evocación y del deseo, a veces canta el desamparo de sus contemporáneos, la nostalgia sin orillas y, en otras, la recurrente imposibilidad de una convivencia humana y duradera.

He leído y oído las lecturas que se hacen de este poemario y curiosamente hay coincidencias que yo comparto: en Escenas del jardín existen dos polos que atraen a otros poemas o que sirven de referencia a los demás: los poemas sobre el padre y la muerte: “Morgue”, “Los puentes”, “Los alacranes” o “Los hijos”, y el poema largo “Los amantes”. En esta breve serie, diría se concentran las inquietudes no sólo poéticas sino intelectuales de Brenda Ríos (y para prueba basta leer los ensayos y artículos de la autora): la cotidianidad a veces frívola e indolente cercenada por la fatalidad del tiempo, y un ejercicio periódico del amor, ocurrente e improvisado, siempre tarde, oscilando entre la pasión enferma y la más redonda apatía. Y es curioso, alguien diría que los temas por antonomasia de la literatura se hallan representados en esos dos polos que aquí menciono: la muerte y el amor.

De “Los amantes”

Mis dos amantes me piden dinero

Les entrego los cheques de buen papel

Y corren al banco

 

Me dijeron: eres maravillosa

Es imposible no quererte

 

Aislada de ellos, imagino

que dicen algo sobre volver y cocinar

 

Quizá esta sea la última vez

que mi amor deja la ventanilla del banco

desmoronándose

 

Perderme, eso quiero

dije a mis dos amantes

y extendí los mapas.

Aquí surge, sin embargo, otro tema que a mí me interesa, ese fino intersticio — un cruce de caminos— donde se toma la decisión de resolver un motivo literario mediante las herramientas de la narrativa, el ensayo o la poesía.

¿Qué posibilidades o ventajas ofrecería escribir la muerte o el amor con las argucias de la poesía?: ¿la brevedad, la posibilidad del abandono del poema, apelar a la abstracción? Porque la narrativa, para recrear lo vivido, necesita por fuerza aquello de lo que hablamos al principio, el cimiento o el maquillaje de la verosimilitud. Por tanto, ¿el poema que da cuenta de lo real qué necesitaría para escribirse además de palabras? Quizá sea más sencillo de lo que podría creerse y esas herramientas estarían fuera del papel.

Es romántico pensarlo pero aquello que sospecho necesita el poeta y que en Escenas del jardín se lee son dos cosas intangibles y a veces fugitivas: congruencia y sinceridad.

Brenda Ríos,Escenas del jardín. Mantis Editores, 2015, 73 pp.