DE NUEVO RAMÓN LÓPEZ VELARDE

amón López Velarde (1888-1921) llevaba sus poemas en el bolsillo, en un papel doblado en cuatro. El ritmo lo perseguía constantemente, y él, a su vez, escribía siguiéndolo. La mente intentaba atrapar las palabras que lo revoloteaban, el adjetivo entre más sorprendente, mejor. Una vez atrapado, se ponía en su lugar. Uno de sus poemas fue encontrado en la cartera, sin acabar, con los espacios vacíos que iban a ocupar uno de aquellos adjetivos “lopezvelardeanos”.

Esta última palabra significa aquí: original, íntimo e inolvidable. Luego de leer la totalidad de su obra, hay que entregarse a la inutilidad de las lamentaciones. ¿Cómo sería el siguiente libro del poeta zacatecano? ¿Qué habría escrito a partir de 1921? Pero ocurre que cuando evocamos a un muerto y pensamos cómo sería su presencia en nuestro ahora, si viviera, no logramos encontrarle acomodo. Cuántas cosas ya no comprendería, desde el día siguiente de su muerte han acontecido hechos inexplicables.

Sus artículos de ocasión, necesitan un crítico que los digiera por nosotros. Y el periodismo político… parece que lo leemos en el diario de un país extraño. Sin embargo, hemos apurado hasta la última coma para saber si nos entrega algo más, algo escondido en una carta, en una reflexión de actualidad. Pero será inútil hurgar en todos los papeles del mundo. Más triste es acudir a leer a sus imitadores, quienes han alejado de sí todo resto de espontaneidad. Por esas calles de antes caminó. Quién sabe si hoy habrá un espíritu comparable caminando por ahí. Con sólo llamar “llorón” al piano de Genoveva, ese piano dejó de ser opaco. Ahora cuenta las historias de los amores y llora por ellos.

La obra de este poeta, y me imagino que la de todos, es un gran rompecabezas lleno de huecos que hay que llenar conjeturalmente, guiados por grandes ideas generales, como aquella que Ramón escribió en 1921, poco antes de morir: “nada puedo entender ni sentir sino a través de la mujer”. Idea repetida en verso numerosas veces, por lo que hablar de lo femenino es hablar de teología, de filosofía, del mundo. Y ya sé que otros se molestarán por lo que pienso: que la prosa de López Velarde es una larga nota al pie puesta bajo su poesía.

A las más de doscientas páginas que ocupa su periodismo político se le podría hacer el siguiente comentario: “Prosas escritas por los tiempos en que conoció a María Nevares, la inspiradora de ‘No me condenes…’” Lo que serviría para contradecir lo que recién citamos: toda esa vida en que se interesó por la prensa, por el Partido Católico, por una diputación, no fue visto a través de la mujer. O quién sabe. Hay quizá una relación entre erotismo y civismo que está delineado en “La suave patria”, a la que se quiere por medio de los ojos de una mestiza. De cualquier manera, todo esto se olvida en el momento de cerrar la última página, de alejarse del estudio concienzudo de su obra, para que sólo quede revoloteando el ritmo de su verso persistente.

Ramón López Velarde. Obras, comp. José Luis Martínez, FCE, 1994.

 

 

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