El lunes me hirió con su presencia impostergable, con su temple estoico de recaudador hacendario. Cada vez me cuesta más echar a andar el motor luego de navegar en botella; para mitigar síntomas fumé y bebí café, prendí la computadora y me dispuse a realizar una rápida visita a la mitología; algunos contactos del Facebook habían compartido un enlace del diario La Razón, que contenía un irresponsable encabezado: “Líder narco asesinado en CU traficaba droga hasta en Q. Roo”; el contenido del mismo reportaje desmiente su amarillo título, ya que en él se relata que Francisco Axel Gallo había sido detenido en varias ocasiones, mas no por tráfico sino por consumo de marihuana en la vía pública: el 22/06/2008 a las 02:20, en el barrio de San Lucas, Coyoacán; el 22/01/2014 a las 05:00, en Playa del Carmen, Q. Roo; y el 12/11/2016 a las 03:00, en la calle Isabel la Católica, Centro Histórico.
Me creció una preocupación (nada nueva), dos raíces:
- La prensa reproduce los comunicados que les lanza nuestra confiable y congruente PGJ como si las verdades contingentes que arroja la investigación fueran concluyentes.
- A cualquier hijo de vecino pueden fabricarle un historial de peligroso capo, de líder de cártel, de “el más buscado”.
Respigando la parafernalia en torno al suceso, siguiendo la cronología de las publicaciones, logré darle cierto orden:
Todas las notas coinciden en que “entre sus ropas encontraron marihuana”, en que ambos fallecidos eran integrantes de la banda de Raúl “N”, alias “el Barbas”, y en que el autor de los homicidios y su acompañante eran narcomenudistas que forman parte de la banda de “Los Carniceros”. La UNAM dio a conocer que ambos muertos eran ajenos a la comunidad universitaria. La prensa filtró que ese mismo día, luego del tiroteo, se detuvo a dos sujetos que manipulaban marihuana en la cajuela de un Tsuru con cromática de taxi, se les incautó la droga, una pistola calibre .25 y fueron dispuestos a proceso.
El sábado 24 los medios destacaron las declaraciones del rector Enrique Graue, quien dijo que la riña entre los dealers pudo “ser consecuencia de alguna forma de las medidas implantadas por la Rectoría a fin de combatir el narcomenudeo en nuestras instalaciones”; también aseveró que “la vigilancia armada nunca fue, ni será, una opción a ser considerada”; las medidas implantadas hasta la fecha han sido enrejar los espacios de esparcimiento y reducir, igual con rejas, los de tránsito; aumentar el número de cámaras de vigilancia, patrullas y elementos de seguridad; una estrategia fallida que ya ha emprendido y continúa practicando el Estado.
Ese mismo día, el portal noticiasenlamira.com anunciaba: “Descartan militarizar CU”. Algunos medios relacionaron a los abatidos con: El Cártel de Tláhuac / El Cártel de la Plaza de Santo Domingo (Centro Histórico) / La banda de Raúl “N”, alias “el Barbas” / La banda de “el H”, “el Hugo” o “Hijo de Pancho el Perro HPP”.
El domingo 25, al medio tiempo de la justa de fútbol que protagonizaron Pumas y Chivas, en la cabecera norte del estadio olímpico, una pantalla, aprovechando la cobertura televisiva, transmitió el mensaje: “¡Fuera narcos de la UNAM!”; algunos comentaristas deportivos aprovecharon el suceso para exponer sus amplios y lapidarios conocimientos sobre narcotráfico, adicciones, política de drogas, derechos del usuario, inteligencia e investigación, moral pública y demás. También se propagó en algunos medios que Eugenio Alvarenga tenía como epíteto en su muro de Facebook: (LoveDrugs), que según su perfil era casado, le gustaba la música psicodélica, la electrónica y acudía a festivales rave; también mencionaron que en sus fotos aparecía siempre fumando porros o montando patinetas.
Para el lunes 26, carteles en el metro y en las paradas del camión, cápsulas televisivas en el metrobús y un debate sabor a veredicto inquisitorial en las cadenas noticiosas repetían: “No es tu Amigo. Es un Narco”. Ese mismo día, en dos acciones distintas, las autoridades aprehendieron a cinco narcomenudistas en las inmediaciones del campus.
El martes 27, los medios propagaron el retrato hablado de “el Güero”, de quien las autoridades dijeron que a través de los videos de seguridad comprobaron que fue el único que detonó su arma durante la pelea, también que estaba relacionado con veinte ejecuciones más dentro de las demarcaciones de Coyoacán; el occiso Francisco Axel pasó (abracadabra) de ser integrante de la banda de Raúl “N”, “el Barbas”, a encarnar a éste, y los que antes eran “Los Carniceros” fueron rebautizados como la “Banda de los Güeros”, encabezada por Héctor Hugo “N”.
Ese martes aparecieron las declaraciones de “el Víctor” (Víctor Martínez Azpeitia) y “el Tortugo” (Alberto Rivera Martínez); según éstas, ambos sujetos, junto con “el Paquito” (F. Axel Gallo) y “el Niño Mariguano” (D. Eugenio Alvarenga), iniciaron una discusión con “el Güero” y otro joven que le acompañaba, esto se debió a que aunque “eran tolerados en la zona”, ese día “el Paquito” decidió correrlos. Luego de intercambiar golpes e insultos, “el Güero” sacó una 9 mm, “el Niño Mariguano” extrajo de su mochila una calibre .25 para repeler el ataque pero el arma se le encasquilló, cayó abatido de dos disparos a quemarropa; “el Paquito”, revela el parte médico CI-FCY/COY1/UI-1/C/DO677/02-2028, “recibió tres disparos con un arma de fuego 9 milímetros. Uno lo lesionó del costado izquierdo de las costillas, el otro en la axila del mismo lado y el tercero en el pecho”.
Estudiantes y trabajadores testigos de los hechos declararon que los agresores: Huyeron a pie hacia el metro Universidad / Corrieron hacia el circuito vehicular interno y tomaron un taxi con rumbo a la colonia Santo Domingo, Coyoacán / Corrieron hacia la avenida Insurgentes / Eran cuatro, uno salió corriendo hacia la Facultad de Química, otro huyó en una bicicleta y otros dos a bordo de una moto.
El miércoles 28 de febrero, la UNAM y la PGJ tuvieron un enfrentamiento de declaraciones. El 29 de enero, “el Paquito” había detonado un arma de fuego cerca de “las canchas”, a escasos cien metros de donde sería ultimado tres semanas después. La Universidad, según Graue, ya había presentado una denuncia contra Axel Gallo y facilitó a la prensa el número de la carpeta CU/FACCION2-TC/D, misma que el Abogado General de la casa de estudios presentó “en la agencia del Ministerio que está cerca de la Universidad”; por su parte, la PGJ-CDMX aseguró que la UNAM no interpuso ninguna denuncia, sino que fue la misma dependencia de justicia la que inició la averiguación que contiene la carpeta CI-FAAE/CU/UI-3/0027/01-2018. (Aún no sabemos cuál de las instituciones fue la que mintió acerca de este hecho).
Volviendo a febrero, para el miércoles 28, la prensa y la PGJ manejaron, cual verdad definitiva, que Francisco Axel Gallo era oficialmente “el Barbas”, peligroso líder del narcotráfico, cabeza y capo de la venta dentro de la UNAM. Desde esa fecha han sido detenidos cuarenta y nueve narcomenudistas, dieciséis fueron vinculados a proceso; incluso, el 26 de marzo pasado, cayó Héctor Hugo “N”, alias el “H”, el “Hugo” o Pepe “Hijo de Pancho el Perro HPP”, quien, igual que “el Ojos”, igual que “el Barbas”, también resultó “el principal distribuidor de droga en Ciudad Universitaria”.
Yo conocí a Francisco a finales del 2014, quien tenía un pequeño negocio de cancelería y aluminio a unas cuantas calles de mi domicilio; lo contraté para que hiciera y colocara unas ventanas en mi baño. La tercera ocasión en que visité su accesoria (para llevarle unas medidas) me percaté de que vendía marihuana a discreción. Le dije que me vendiera pero se negó: Yo no vendo, carnal, fue su respuesta. Cedería tiempo después.
Durante el 2015, su negocio de la venta de marihuana creció. Yo lo veía cada dos o tres semanas, cuando iba a resurtirme mi medida de remedio para el estrés. Me preocupó que su venta se había hecho descarada, sabía que los días del local estaban contados y tendría que buscar otro dealer. Eso pasó a finales del 2016, cuando un operativo clausuró el negocio y fueron aprehendidos los dos chalanes que tenía; todo el dinero que había juntado de la venta se fue en pagar por la libertad de sus compañeros.
No supe de él hasta el año pasado, no recuerdo el mes pero, en todo caso, fue un encuentro fortuito. Yo había tomado un microbús en la Picacho Ajusco, entonces, alguien desde el asiento trasero me palmeó un hombro. Sobresaltado volteé, era él, llevaba una olorosa pizza que había comprado en el Little Caesars de la carretera. ¿Cómo estás, Panyagua?, exclamó. Bien, carnal, ya te la sabes, respondí. En el corto trayecto no hablamos mayores cosas, ni siquiera le pregunté si seguía vendiendo; sólo nos dio tiempo para saludarnos y de que él me invitara a su fiesta de cumpleaños, a la cual no asistí. No volví a verlo.
Esto no es una apología al narcomenudeo, tampoco una catarsis, es, en todo caso, un ejemplo de cómo la justicia confecciona sus monstruos, de cómo la prensa, engrosando el mito, le sigue la tras. Durante la guerra calderónica fuimos testigos de la desfachatez con que se mostraba a cualquier sicario como si tratase de la cabeza de uno de los tantos cárteles y sus respectivas células; peor aún, las ejecuciones extrajudiciales donde a víctimas inocentes se les siembran armas y se les fabrica un expediente de despreciable monstruo, de emisario del mal (basta asomarse ahora al caso de las adolescentes Nefertiti y Grecia en Río Blanco, Veracruz). Lo más siniestro es que el actuar de la justicia y del 90% de la prensa volqué sus esfuerzos en que el ciudadano acepte estos actos barbáricos como simples hechos que forman parte de nuestra realidad cotidiana, como si no tuvieran remedio.
La UNAM tiene la responsabilidad de no entrar en cerrazón y pasar sobre las barricadas puristas de la corrección política, y atender con responsabilidad, capacidad crítica y objetiva, las distintas aristas que al tema de la despenalización refiere, o seguir tolerando un esquema en el que la sangre y una sospechosa tolerancia a éste son la cuota. Si los alumnos creen que viven otra realidad, como señaló el rector luego de la balacera, estaría exhibiendo la burbuja en la que están inmersos (al menos las autoridades y un gran sector de su comunidad), como si el recinto estudiantil fuera una isla flotante lejos del mal que la acecha junto a todos sus angelitos, otro planeta al que diario viajan desde sus inseguras y violentas colonias, con sus tan arraigadas populares costumbres. En toda universidad, sin excepción, distinción de país o reputación, hay drogas, desde ahí hay que partir, no desde la falsa supremacía moral y el timorato discurso del bueno y el malo; el tímido llamado de Graue a replantear la política de drogas no tuvo eco (eso no interesa a la prensa), y eso no basta, porque por cada plaza vacante en la venta hay un ciento queriendo ocuparla.
El caso de Francisco es un caso como el de muchos cientos de miles. En el barrio en que crecí, y en el que hoy habito, no es extraño que un chiquillo que escucha todo el día canciones de banda y narcocorridos conciba el sueño de volverse un chiquidiler y adore a los narcos como si de héroes se tratase, y que todos sus esfuerzos se encaminen a lograrlo, así como tampoco es raro que un hijo de narcomenudista herede el negocio como algo natural e inevitable o que alguien desesperado y asediado por la pobreza decida pasar de la fábrica al narcomenudeo: hay bocas que alimentar, deudas que pagar, necesidades que satisfacer y usureros que exterminar. Y aunque el caso de “el Paquito”, ahora “el Barbas”, es como el de muchos otros, no es igual, contiene el plus de que un vende bolsas de 50 pesos haya sido convertido en leyenda, en cerebro del trasiego de narcóticos en la zona sur de la ciudad y su máxima casa de estudios, en un peligroso líder del narcotráfico en México. Queda el antecedente, porque a falta de héroes, hay que fabricar archivillanos.
El mito crece y se muerde la cola; muchas mentiras con algunas verdades se mezclan, la rueda de la historia las ampara. La gente de la colonia sigue hablando de “el Paquito”, dicen: que en el funeral lanzaron balazos al aire compartidos con cinco horas de mariachi / que repartieron bolsas con remedio para evitar las penas / que su muerte fue por encargo / que había una escuadra armada vigilando el sepelio / que el finado mantenía ocho hijos / que no tenía hijos / que ayudaba con cuantiosas sumas a la iglesia / que estudió computación / etcétera. Yo seguiré recordando a un chavo vivaracho y respetuoso, me tomo la licencia de decir: a todo dar. (Cada cual lo recuerda a su manera).