ANARCRÓNICAS

13 COSAS QUE USTED QUERÍA SABER DE LOS DARKIES
(Pero le daba mucha hueva preguntar)

1º Efectivamente, fui Darks. Como cualquier nerd gordo de los noventa, al llegar a mi adolescencia tardía me sedujo la subcultura que tenía como una de sus características más importantes el gusto por la literatura –oscura, pero literatura en sí–, y el color negro en la ropa, mismo que, si bien no elimina las lonjas, si las disimula. Fue una maravilla, pues en un rato pasé de ser un ñoño risible a un amenazante Hijo de la Noche con libro de Baudelaire bajo el brazo ¿O bajo el ala?
1bis. Sí, fui tan Darks que no cagaba murciélagos, sino gatos negros.

2º Los darkies no son hijos putativos de los punks. Son, cuando mucho, sus hermanos lelos. Si en los ochenta los punkies se destacaban por su activismo político hacia la anarquía y su aguerrida naturaleza contestataria –especializada en agarrarse a madrazos con la policía–, los darkies aborrecían cualquier militancia política. Por lo tanto, mientras sus hermanos mayores daban de putazos, los oscuros se refugiaban en los bares y cervecerías para hablar de la oscuridad, de su repugnancia por la luz del sol, y de la vida eterna a la que, por supuesto, accederían algún día.

3º Los emos son como los darkies, pero con síndrome de Down.

4º A los darkies les –nos–, encantaba la noche. Parte de sus –nuestras–, productivas actividades era rondar las calles del centro en busca de los antros de cerveza barata para seguir hablando de la eternidad y de la oscuridad. Por supuesto, al llegar a uno, las putas de inmediato los –nos–, comenzaban a bulear con aquello de “traigo la regla, mi vampirito. ¿No vas a Querétaro?”.

5º Cuando los darkies caminaban en las calles del centro, traían la actitud de un coven de brujas o una manada de licántropos. Cuando la gente los veía, sin embargo, se imaginaba un atajo de guajolotes negros.

6º La vestimenta del darkie era esencial, pues determinaba la tendencia que se seguía. No era lo mismo un dark ciberpunk que se vestía con viniles y tonos neón –onda Matrix–, que un Goth, que prefería los largos abrigos y las camisas de olanes. También estaban los leather –tendencia extendida entre las damiselas de la noche–, que preferían la piel, las cadenas y el look de dominatrix. Por supuesto, la calidad de las prendas era factor determinante: no era lo mismo un abrigo fino que uno de terciopelo (ciertopelo para la banda), de los que vendían en el Chopo, y no era lo mismo una buena gabardina de cuero que una adquirida en las pacas de La Lagunilla, a la cual todavía se le apreciaban las manchas de sangre del dueño anterior.

7º Esos famosos ciertopelos tenían una característica particular: luego de dos meses de que su dueño los usaba diario, entraban en la categoría de arma bacteriológica. Esto era evidente los sábados en el Chopo, pues el visitante a veces no sabía si estaba en un tianguis cultural o en una narcofosa. Por ello, la mayor parte de los darkies fumábamos: matar el olfato era la manera más efectiva de sobrevivir a esos hedores.

8º Había una tendencia, por demás simpática, de los darkies locales de emular a sus pares anglosajones, por lo que hacían lo imposible por negar su condición de Raza Cósmica. Ese famoso invento de la cosmética mexicana, consistente en un pomo de crema Teatrical mezclada talco Mennen fue creado para aclarar sus jetitas de ídolo maya y hacerse un poco más güeros. A estos representantes del movimiento les encabronaba sobremanera que les dijeras “¿Qué pedo? ¿Dónde haces tu número de mimo?”.

9º La inmensa mayoría de los darkies tenían un poco de cultura. Sin embargo, otros preferían pasar de largo al ver el ancho de las novelas góticas onda Melmoth el Errabundo o El Castillo de Otranto y preferían comprarse la versión resumida de Drácula o fotocopiar las primeras páginas de los Cantos de Maldodor. Con eso ya daban la piña de muy cultos. Eso sí, por las bolsas de sus abrigos siempre sobresalía un Sensacional de Teiboleras o un Teleguía para echarlos de cabeza.

10º La música era otro tema central del movimiento: los más rudos –o los que nos decíamos rudos–, escuchabamos Therion o Haggard. Las princesas se iban por Nightwish –qué también me gustaba, pero a escondidas–, los oscuros intelectuales también escuchábamos Dead Can Dance o Atraxia, y por último, aquellos que en sus casas se habían criado con José José y Los Panchos los identificaba su gusto por Lacrimosa.

11º Un darkie que se dijera darkie nunca, pero nunca, bailaba, aunque en las bodas y los quinceaños las cumbias le cimbraran los huesos. Cuando mucho, daba madrazos durante el slam.

12º Si hay una subcultura generadora de forevers es la darkie. Debido a su lustre semicultural, el movimiento oscuro hizo que muchos de sus acólitos se quedaran en un viaje aun peor del de los hippies que se perdieron en las brumas del LSD en los sesentas. Otros, más astutos, lo hicieron su vehículo de manutención, y a los cincuenta o setenta años siguen vistiendo sus camisas negras con iconos del cine Gore o de bandas oscuras. Algunos más continúan publicando sus fanzines fotocopiados o dando sus cursos –seminarios– coloquios de literatura oscura, vampirismo o asesinos seriales.

13º Dejas de ser dark –si tienes vergüenza–, en el momento en que la panza es tan prominente que, en lugar de un personaje de Bram Storker, pareces Rafael Inclán vestido de padrecito, o cuando tu calvicie es tan pronunciada que, en lugar de emular a Lestat de Anne Rice, te dicen que eres igualito a Brozo o al padre Miguel Hidalgo. Quedan como recuerdo de tus eras oscuras algunas playeras con temas macabros –y que usas durante el Ciclotón dominical–. y los tatuajes que te hayas hecho, y que ahora ruegas porque no te los vean en las entrevistas de trabajo.

Sea, hijos míos, la oscuridad sobre ustedes.

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