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CIUDADES OSCURAS: LA METRÓPOLI COMO AGLOMERACIÓN DE LAS DEPRESIONES

“¿Qué harías si tuvieras otra vida?”, pregunta Clarita a su marido que yace inmóvil en la cama, mientras lo mira por un espejo. Ella se encarga de dar respuesta, puesto que Gustavo ya no puede. Habla con él a lo largo del día, como si no estuviera muerto. Sin embargo, Clarita, una vieja bondadosa, es la única de entre sus vecinos que viviría otra vida exactamente igual a como ha hecho, la única que parece querer conservar sus recuerdos.

Afuera, a su alrededor, está lleno de seres desgraciados: una prostituta que odia su oficio, un adicto al crack que mata a su hijo, un desempleado de la tercera edad, un farmaceuta pederasta, una adolescente violada por su mejor amigo, un chavo amedrentado por su padre homófobo, una mujer golpeada por su esposo, un loco, un vagabundo, un tipo sin nombre, etcétera… gente al borde del suicidio o el homicidio entre la miseria material y humana. Los reyes en este infierno son policías judiciales.

El escenario es el centro de la Ciudad de México, principalmente los rumbos de San Juan de Letrán y el Barrio Chino. La atmósfera es permanentemente deprimente y depresógena: oscuridad, charcos, goteras, muros descarapelados, sirenas y violencia de todo tipo: física, verbal, sexual, económica y psicológica. Hay un aire en esta estética a filmes distópicos como Días extraños (Kathryn Bigelow: Strange Days, 1995).

La trama no va sobre buenos y malos ni de la pobreza; su tema es el poder, quien tiene un poco más, somete al que menos y se vale para ello de los recursos a su alcance o de aprovechar las oportunidades que la fortuna le presente por medio de la trampa, la traición, la sorpresa, la extorsión, el abuso de la fuerza o la garantía de la impunidad. Tal vez por eso es bastante verosímil. No obstante su adaptación a un libro madrileño, el guión resulta genuinamente chilango, en el peor sentido del gentilicio, y con diálogos coloquiales explícitos. Tiene sus defectos, por supuesto, como un personaje caricaturesco interpretado por Damián Bichir y algunas líneas exageradamente nihilistas, como: “Lo que quiero es morirme. Eso es lo que me pasa… Yo no estoy limpia. Soy una puta de mierda”.

No es la historia de un personaje, sino la de un rumbo de la ciudad, la de una de sus tantas coordenadas. En unas cuantas cuadras a la redonda, la cantidad de desgracia es proporcional a la densidad y miserias de los vecinos que la habitan. Tarde o temprano cualquiera de ellos puede ser la causa o el autor de la muerte de otro, mientras los malos entendidos, las confusiones o la negligencia se convierten en trampas de las que no hay manera de librarse.

Los actos de compasión en estas circunstancias son también brutales: un tipo que vive en la calle asfixia a un compañero de infortunio para evitarle más sufrimiento en su enfermedad, por ejemplo. El bien no es, valga la expresión, el resultado de la bondad, sino un resultado querido a causa de la desesperación o la desesperanza. La única posibilidad de sobrevivir es escapar, salir de ahí para no volver, como pretende Cecé, una mujer que parece tener suficiente determinación para ello. El final, a pesar de todo, resulta cercano al feliz.

La narración se vale de la diacronía para entrelazar a los personajes. Carece de impostaciones o pretensiones con todo y algunos recursos de buena dirección de arte que resultan discretos, pero efectivos: el reflejo de unos rostros carcajeantes en el vidrio de un tarro de cerveza, el reflejo de una mujer aterrorizada en la pupila de quien abusa de ella al momento de su muerte, el plano secuencia que permite entrecruzar a los personajes o el desenfoque como mímesis semiótica de nerviosismo. Hay pocos silencios, siempre está pasando algo, siempre hay algún diálogo y todo sucede rápidamente, tal como es esta ciudad.

Se trata de una película que no contó con el éxito comercial de un Amores perros, con todo y un elenco de actores ampliamente reconocidos: los Bichir, Roberto Sosa, Jesús Ochoa, Alonso Echánove, Héctor Suárez y un jovencito Diego Luna, aunque quizá el trabajo que más destaca es el de Zaide Silvia Gutiérrez, que le valió ganar la Diosa de Plata como mejor actriz. Tampoco contó con de la gloria de los festivales, no obstante ciertos aires ripsteinianos de bajos fondos bien logrados. Tal vez fue demasiado sórdida para lo comercial; pero se quedó algo le falto —no sé qué— para la categoría de arte, si bien he visto otras con mucho menores méritos para figurar en ella.

Si tuviera que recomendarla, diría que sí. Aunque preferiría decir que recomiendo verla, más que decir si es buena, muy buena o no tan buena.

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Título: Ciudades oscuras
Año de producción: 2001
Duración: 113 min.
País: México
Director y productor: Fernando Sariñana
Guión: Fernando Sariñana, Enrique Renteria (basado en un libro de Juan Madrid, Crónicas de Madrid Oscuro)
Música: Eduardo Gamboa
Fotografía: Chava Cartas
Reparto: Alejandro Tommasi, Alonso Echánove, Bruno Bichir, Demián Bichir, Diego Luna, Dolores Heredia, Héctor Suárez, Ximena Ayala, Jesús Ochoa, Leticia Huijara, Odiseo Bichir, Lourdes Echevarría, Magda Vizcaíno, Roberto Sosa, Zaide Silvia Gutiérrez, Ernesto Yáñez, Mario Zaragoza, Ana Karina Guevara, María Rebeca, Paola Ochoa
Productora: Altavista Films / IMCINE / Veneno Producciones

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